martes, 18 de enero de 2011

CARLOS ARTURO TRINELLI - Atrapado por la trama

   

      La preocupación de  José Streseman era cómo hacer cierto aquello que alguna vez le dijera su difunta esposa, ya vas a ver José, cuando no trabajes más te vas a poder dedicar de lleno a lo tuyo. Palabras más o menos, ésa era la idea y como las sentencias de los muertos suenan fuerte, José estaba convencido de que lo lograría. Poseía la libertad suficiente para intentarlo. Pero a la libertad, esa sensación tan amplia como la nada, no le adosaba la dosis de audacia necesaria, podía malgastarse en intrascendentes placeres.
      La audacia es hermana de la inconciencia, donde va una va la otra y podríamos decir que no se concibe la primera sin un poco de la segunda. Claro que José no pensaba en estas cosas; para él era vital definir qué era lo suyo.
      Una vida dedicada a recrear ficciones distorsionaba la visión que cualquier semejante, a la edad del retiro, posee de la realidad. ¿Qué había querido decir la difunta Mabel? Lo tuyo, lo tuyo, con la implacable repetición de las dudas sonaba en su cabeza. Lo de él había sido la escritura parafraseada, una y otra vez, de novelas policiales. Una translación difusa de Dessiel Hammet o Raymond Chandler ambientada en escenarios irreconocibles. La Dama Púrpura, El Crimen de la calle Bonpland, El Enigma del Poema, La Dentista sin Dientes, etcétera, etcétera. Cuarenta o más novelas, que la gente permutaba a dos por uno en las librerías, escritas con el seudónimo de Brian T. Vicario. Hasta que los gustos cambiaron y su público dejó de leer, incluso el diario. Para ese momento, él estaba preparado con su quiosco.
      Luego sobrevino el cambio de estado civil, la venta del fondo de comercio y la jubilación.
      Los primeros tiempos trasnochó y durmió en consecuencia. Caminó, descansó en plazas, miró pasar a la gente con el apuro en las espaldas, se entretuvo con los paseadores de perros, construyó la rutina de beber un café y hojear el diario en el mismo bar. Alguna vez fue al cine y otra bebió de más sin el control de la difunta con la que nunca perdió esa comunicación telepática que se sabe mantener con los muertos queridos.
      Gastadas estas primeras monedas de la inarticulada libertad creyó que era el momento de dedicarse a lo suyo.
      Comenzó la escritura de una novela. La trama describía los avatares de un viudo que descubría que la mujer había mantenido una doble vida. La hondura de los personajes lo llevaron a un laberinto del que no pudo hallar la salida y la novela naufragó bajo el peso de lugares comunes, todo se volvió demasiado fáctico y abandonó.
      Sobrevino entonces un período de incertidumbre que lo vio retomar las actividades anteriores, las caminatas, la plaza, el paseador de perros, el bar.
      José sabía que no debía detenerse. A su edad y en su condición, el estarse quieto abriría paso a los años que, como una catarata, podrían ahogarlo.
      Efraín López, su alter ego en las tramas policiales que pergeñara durante años, empezó a materializarse por las noches. Necesitaba hablar con alguien y quién mejor que Efraín con su cara de zorro marcada por algún que otro sopapo cosechado en los avatares de la profesión
      La ceremonia implicaba servir dos medida de güisqui y esperar. Esperar a la deriva de la noche, sentado a la mesa, alumbrado por la luz de la calle que reflejaba el brillo atenuado del alumbrado público.
- ¿Y qué te parece a vos que sea lo mío?
      Efraín se tomaba su tiempo para responder.
-Me acostumbraste al güisqui con soda, susurra y lo mira con sus ojos verdes llenos de ironía. José buscó un sifón y lo puso en el centro de la mesa.
-No soy un guru, sólo tengo criterio.
      El criterio se agudiza con la soledad había reflexionado José, omnisciente como siempre en El Crimen de la calle Bonpland.
-No, fue en El Pacto, cuando el idiota de Burdi simuló el suicidio de la mujer.
      Tenía razón, fue el primer caso que resolvió Efraín antes que Nora lo abandonara y después que el comisario Tolosa desapareciera para siempre. Una lástima que Efraín no trabajara más.
-Bastante lo hice, todo cambió y mi presencia se hizo imposible.
      A veces discutían y el otro se iba y dejaba su vaso intacto y José se dedicaba a vaciarlo. Efraín había cambiado, bebía poco. El tomaba dos vasos durante el coloquio y el otro apenas mojaba los labios en el propio.
-Lo tuyo no está en el fondo del vaso, sentencia, dice y gesticula Efraín.
      Las visitas se hicieron periódicas y el día comenzó a sorprender a José dormido sobre la mesa o vestido sobre el sillón, con el calvario de despertarse anclado a una resaca y con la libertad de hacer cualquier cosa y no saber cuál. Se quejó en voz alta y se dio ánimo con frases de circunstancias.
      La palabra enmascara el pensamiento, como dijo Saramago, dejó escapar o pensó.
      En su caso no podía ser de otra forma, estaba solo. Hablar solo no es malo si nadie escucha.
-Suficiente es que se escuche uno mismo, oyó decir a Mabel.
      Fue al baño. Ensayó las muecas previas a la afeitada, luego embardunó la cara con compases circulares de la brocha.
-El misterio puede resolverse si te asomas al fondo del espejo, reconoció la voz y se dio vuelta, allí estaba Efraín que no se reflejaba en el espejo.
-Es una trama muy transitada, le contestó José.
-Transitada puede ser pero no es vulgar como tu propuesta de secuestrar un perro.
      José abrió una huella en su cara con la máquina de afeitar y pensó que Efraín multiplicaba su poder ¿cómo supo lo del perro? Si no estaba cuando él se lo propuso al paseador. Cuando estiraba los labios, con la presión de los dientes por dentro y lograba extender la superficie de piel para arrasar con el bigote de jabón, tuvo la certeza de que Efraín lo vigilaba con discreción.
      Sonrió mientras hacia deslizar la máquina de afeitar a contrapelo por el cuello. Justo a él lo iban a vigilar, a él que había inventado todos los enigmas que Efraín, al borde de la locura, había conseguido descifrar por las sutiles pistas sembradas aquí y allí.
-¿Me estás siguiendo? Retumbó la pregunta en la soledad del baño.
-¿Debería hacerlo? Replica la voz esta vez desde el espejo.
-Hacé lo que quieras, respondió confuso con la cara perdida en la toalla.
      Abandonó el departamento. En la calle, el día, como un puñal, se le clavó en los ojos. Dudó, le pareció ver a Efraín en la vereda de enfrente. Detuvo un taxi y subió, desde la luneta trasera observó como la figura de Efraín se empequeñecía con la distancia.
      Descendió en la puerta del bar de todos los días. Cuando entró no prestó atención a los clientes sentados a las mesas. Con decisión se acodó en el mostrador y ordenó un café. Tomó el diario y empezó a hojearlo, por los deportes, como siempre. Un crepitar de tela en movimiento logró que desviara la mirada del diario hacia su derecha y recibió una sonrisa femenina vacía.
      Tuvo un sobresalto que hizo que el diario se deslizara hacia la taza. Un vaivén encrespado de café se depositó sobre el plato.
-Pero usted es...
-Sí, soy yo, la dentista sin dientes, acusada por culpa de su jugarreta por un crimen que no cometí.
      Recordó la debilidad de esa trama escrita de apuro a cambio de la cual permitió que la dama huyera en un final abierto y ambiguo en donde Efraín hallaba una nota que argumentaba la inocencia de la dentista. Luego de leerla el detective sentenciaba con sorna: “Todos los culpables son inocentes...”, en franca oposición a Nietzche.
-¿Qué quiere? Interrogó José.
-Que se haga justicia.
-Perdón, ocupa el diario, le interrumpió el dueño del bar.
      José turbado lo miró y negó con la cabeza, después dijo:-La Dentista sin Dientes II, Pero la dama había desaparecido y el único testigo de la reflexión era el hombre que instantes antes le había retirado el diario. Testigo por demás prejuicioso al considerar la manera de mirarlo, mezcla de repulsa y conmiseración.
      No le importó que en la calle estuviera Efraín, -¿la viste?
      El detective afirma con la cabeza y dice:-Andá para tu casa y esperame, paso a buscar a alguien y voy para allá.
      José caminó resignado, como si un manto de más de cuarenta tramas lo abrazara con su peso ¿Cuántos inocentes habían sufrido? y ¿cuántos maledicientes e intrigantes, chismosos y mendaces formaban un mosaico endeble de circunstancias que le habían permitido cerrar los argumentos en torno al personaje menos pensado? La calle parecía llena de ellos. El simulaba no conocerlos pero algunos lo hacían y profundizaban su agobio.
      En el departamento abrió las ventanas y la brisa fresca del otoño pobló invisible los rincones. Buscó el güisqui y oyó a Mabel:-Es temprano para comenzar a beber.
      Iba a responderle y ella se anticipó:-Ya sé que esperás a tu amigote.
      El sonrió, Mabel usaba el adjetivo cuando se disgustaba y la vio materializada en esa brisa de otoño en el rincón que formaba el sofá y el modular. A pesar del contraluz la percibió desmejorada, como si la muerte hubiera comenzado su dibujo.
-Poné otro vaso más, ordena Efraín y empuja a un tímido Tolosa al centro de la escena.
-Regresé, dice el comisario que había dado origen a la saga y desaparecía en El Enigma del Poema.
      Apresurado fue y vino de la cocina con el tercer vaso. Efraín tomó el mando de la botella y derramó tres porciones generosas.
-Tenes pocas opciones, comienza Tolosa con su hablar arrastrado y sigue:-escribís una carta y huís, escribís una carta y te suicidas o te presentas con un abogado en la fiscalía. Para cualquiera de las tres tendrás que ser audaz.
-Lo “ tuyo” está muy claro, cierra Efraín.
      El énfasis puesto en la palabra “tuyo” desarrolló la inefable comprensión de José, vació el vaso de dos tragos y dijo:-Es una trama débil.
-Pero veraz. Acosado por las deudas, frustrado por el fracaso, abrumado por la lógica implacable de Mabel, la mataste.
-El certificado de defunción dice paro cardiorrespiratorio.
-Todos principian a decir lo mismo, la autopsia dirá otra cosa, concluye Tolosa.
      José sonrió de manera imperceptible con los labios montados en el vaso de Efraín.
-Seguro, comienza a decir Efraín, cianuro o curaré suministrado en pequeñas y continuas dosis le produjeron el paro.
-Ustedes saben que eso es mentira, jamás le hubiera hecho daño.
-Es cierto, tercia Mabel, desnuda como una muerta e indignada como una viva.
-¡Cállese! señora, ordena Tolosa, -¿quién le creería a una muerta?
      Aprovechó José la distracción para beber el vaso del comisario. Afuera el día continuaba y los personajes de infinitas tramas deambulaban por ellas. Algunas se rozarían entre sí sopladas por destinos comunes.
      José, embotado los sentidos por la bebida, pudo discernir que no había sido una buena idea matar a Mabel cuando la trama ofrecía otras alternativas. De todas maneras, aún deberían probar que José Streseman y Brian T. Vicario eran la misma persona.

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8 comentarios:

  1. Varias cosas Trinelli. 1) me tuve que levantar a las 6 de la mañana para dejar los comentarios, sino es imposible con 40º de temperatura sentarse a la máquina y más leer narrativa a no ser que sea al lado de la pileta tomando sol y con una bebida fresca al lado, ja! 2) Como es con Marta Ravizzi es un placer leerte. En Argentina hay un programa que dice...."usted no está viendo un programa está viendo toodooss," bueno eso sentí cuando la trama incluye personajes de novelas con la solvencia que te es habitual. 3)Anoche en una reunión de amigas decíamos que la audacia es hermana de la inconciencia y allí estaba tu frase en el cuento. Casualidad? 4) Terminaremos Arturo, así como José, nos pasarán factura nuestros personajes? Una trama muy bien "tramada" la suya. Felicitaciones amigo, como siempre.

    Lily Chavez

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  2. Se nota en Trinelli un gran lector y me parece que se beneficia con eso al momento de sus textos que al menos a mí, siempre me gustan y disfruto. Felicitaciones

    Irene

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  3. Aplauso Trinelli! Qué otra cosa!

    Mariano Lazarte
    Arriba Junín

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  4. Es curioso lo que me pasa con el señor Trinelli, empiezo a leerlo y estoy a la espera de la originalidad y preguntándome con qué cosa saldrá. El humor que casi siempre frecuentan sus relatos debe ser propiedad del autor.Felicitaciones!

    María Esther Martinez

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  5. Muy buena trama y muy buen manejo de Trinelli, como siempre, para que sus personajes separen y vuelvan a unir realidad y fantasía, vivos y muertos, alegres reuniones familiares y el que falta, el fantasma triste, y ahora la compañía y acusación de los personajes. Juega con el humor de tal manera que si bien todos los personajes y hasta el narrador son su creación parece que de verdad tuvieran vida propia.
    Cristina

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  6. El final no me lo esperaba. Carlos como todo buen narrador, despreocupadamente inserta frases de gran sabiduría en las historias que escribe.En éste, las hay a borbotones.
    Recrear ficciones suele ser peligroso, Carlos.
    Felicitaciones mil.
    MARITA RAGOZZA

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  7. Para evitar problemas, no me dejé atrapar por la trama de Trinelli... Lo que rescato y resalto, siempre, es el nivel de la escritura, nunca lisa como una plancha gris de acero, u opaca como un vidrio ídem que no recibe ni deja pasar la luz o sus reflejos. Relato en el mejor y creativo estilo de Carlos Arturo, una pluma que da brillo a lo que emprende...
    abrazos, amigo Arturo

    Andrés

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  8. Ay mi querido Andrés a mi me paso al vesre. Me dejé atrapàr por la trama de José . Y ahora? Me iré a beber del vaso de algún comisario.
    saludos y salud , Trinelli!
    amelia

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