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Avigdor cavila: ser o no ser |
Juligan’s a la vista (segunda parte)
5
Fue una noche sin suerte: en lugar de la Geraldine tuve une rara
pesadilla con un banda de paisanos de Stalin que venían a a demostrarme
su simpatía con anillos de hierro y patadas. Quería huir pero mis piernas parecían dos postes de
cemento que me inmovilizaban. Desperté agitado y tembloroso, hasta que distinguí
entre las persianas semicerradas la claridad del amanecer. Al rato dejé la
cama, me duché, me afeité y una vez vestido me fui a encontrar con Shlomi el
periodista. Llegué temprano, pedí un cortado grande y una de esas medialunas
gigantes tan típicas del bar. Justo al meter entre los labios el primer Kent de
la mañana fui atrapado por la mirada de unos ojos verdes cobra, endosados en el
rostro enigmático de una muchacha rusa, cuarentona pero aún apetecible... Ella
bajó la vista.
Al rato apareció el redactor. Nos saludamos sin entusiasmo. El tipo pidió un
café mientras encendía una pipa maloliente. Me miró con una sonrisa tan sincera
como las promesas de una gitana leyendo el futuro.
–¿Así que te dedicás a las investigaciones? No sabía
que hubieses trabajado en la policía. De casualidad leí el aviso que pusiste en
nuestro pasquín y entonces te llamé — dijo.
–No publiqué en tu pasquín y nunca dije que había
trabajado en la poli, ni que estoy buscando datos sobre el Georgiano. ¿Quién te
sopló la novedad?
Se sonrió con una mueca estúpida y puso los codos
sobre la mesa:
–Los periodistas no estamos obligados a revelar
nuestras fuentes, Avigdor.
–Si me citaste para refregarme la ética de la prensa
amarilla te pago el café y me voy a trabajar… –dije con calma pero con ganas de
darle un mamporro.
–No te sulfures, no sabía que eras tan quisquilloso.
Vamos al grano: te voy a contar algunas anécdotas pero nadie debe saber que yo
te di la información. Es muy delicada: me puede costar caro. Escuchá bien y
luego olvidate de mí. El asunto del aprete a cambio de “protección” comenzó en
Rejovot hace un par de años. Itzik el Georgiano y otros paisanos, seguidores de
las series de la mafia en la TV,
resolvieron probar el sistema. ¿Vos te acordás del negocio de joyería que había
en la galería de Hertzel, al lado de la ferretería de los mellizos? Lo fue a
ver el Georgiano y le dijo que iba a pasar a cobrar una suma mensual para
protegerle el boliche. Gluzman lo sacó carpiendo… Ese viernes a la noche lse
incendiaron el local, pérdida total. Los juligan’s dejaron adrede un
recipiente con restos de querosen en el basurero que había en la galería: el
seguro no le pagó... adujeron que el siniestro fue intencional.
–Me acuerdo del incendio pero desconocía el resto de
la historia. ¿Y que pasó con Gluzman?
–Jaim Gluzman se dirigió a la policía e hizo la
denuncia. Ésta comenzó a investigar pero la gente del Georgiano lo amenazó a él
y a la familia, llamadas telefónicas a altas horas de la noche. Un día pararon
a la hija adolescente de Gluzman y le dijeron que iban a matar al padre. Retiró
la denuncia... El hombre estaba desesperado: en el banco le cerraron la cuenta
y Gluzman se enfermó del corazón, tuvo un infarto y murió. La policía no
continuó investigando.
–¿Así quedaron las cosas?
–El Georgiano prosiguió ampliando la red de la
“protección”. Otro comerciante, apañado por un funcionario del Likud, denunció
la extorsión a la policía y Itzik fue detenido, estuvo un día en la seccional
de Rejovot, y al día siguiente el juez lo liberó por falta de pruebas. Desde
entonces, misteriosamente, los georgianos gozan de total impunidad. Hace dos
meses el depósito del salón de fiestas de los hermanos Ianai, en la zona
industrialde Rejovot, sufrió un incendio con pérdida total: nuevamente la mano
del Georgiano.
–¿Quién está protegiendo a los “protectores”, Shlomi?
La impunidad le cuesta mucho a esta gente: aquí. sin dudas, están metidos
algunos de la poli, de la municipalidad de Rejovot, políticos de la zona… ¡Dame
nombres!
–Los desconozco, Avigdor: es muy peligroso y debo
cuidarme. Te di todos los piolines del asunto, ahora te dejo la pelota a vos.
Por favor, no mencionés mi nombre y espero no haber cometido un error al
encontrarme con vos aquí en el bar. Ahora me voy, te pago mi café. Y escuchá un
consejo: abrite, para qué necesitás problemas. Se trata de Itzik y sus paisanos;
los apañan, ¡Cuidate!
6
Eran las nueve de la mañana, la ciudad parecía flotar
entre la humedad de la planicie y la acometida de los rayos solares. A pesar de
las vacaciones Hertzl st. parecía una romería oriental, el olor de la shuarma y
los falafel (comidas al paso) fueron embadurnando la atmósfera mezclado con los
escapes de los autos y camiones. Judíos etiopes, rusos, yemenitas, ashquenazis
veteranos y marroquíes se cruzaban dándole un toque pintoresco a la ciudad. Con
los celulares amarillos, rojos y plateados planchados en las orejas, hablando
solos o haciendo morisquetas, parecían sonámbulos o retardados,.
Me encaminé hacia el mercado municipal. Al llegar a la
esquina de la zapatería, frente al banco Leumí, vi que en el negocio de Meltz
había una franja amarilla rodeando el local y un poli de uniforme parado como
una estatua con gorra. Entré al mercado, compré salamines y algunas aceitunas
negras, pancitos frescos y regresé a mi casa. Decidí visitar mi oficina, tomar
un café con gotas de vodka y fumar en paz un Kent largo: sería como preparar mi
estado de ánimo para digerir las últimas noticias, el asesinato de Meltz, el
informe secreto de Shlomi y cavilar acerca de mi suerte perra. Mi primer caso
se desvaneció a las pocas horas. Muerto el cliente, ¿quién pagaría mi trabajo y
los viáticos? ¿Y la picadora de carne que les iba a regalar a los viejitos…? Soy
un tipo sin suerte. Más bien de mala suerte.
Abrí la puerta de la oficina y hallé un papel escrito
con gruesos trazos sobre el piso. En mi aposento privado la mosca acróbata no
apareció; además yo carecía de ánimo
para contemplar piruetas circenses. Abrí las persianas y una cálida brisa me transportó a un fogón.
En la contestadora no había mensajes y me puse a leer el aviso: LARGÁ POR LAS
BUENAS: PENSÁ EN EL ACCIDENTE de TU AMIGO MELTZ. No tenía firma pero el estilo
era muy similar al tipo que telefoneó el día anterior. Doblé la nota y la guardé
en la cajita fuerte del escritorio.
Pensé hablarle a Dany el poli, pero quería recapacitar,
ser más cauto y menos impetuoso. Era claro que las actividades de los georgianos
apuntaban bastante más alto que el vandalismo de un grupo de matones. Era mucho
vento y se necesitaba un aparato de extorsión bastante refinado: el trabajo en
el terreno, complicidad de la policía y jueces venales, silencios comprados con
sobornos, amenazas y violencia.
Me caí del catre y recordé las ideas cándidas
de Shlomi: influencia de las series americanas sobre un grupo de matones,
etc. La cosa comienza al revés, deduje, reclutar a los matones
fue el paso previo de los gruzinos (nacidos de Georgia) antes de pasar a los
hechos.
Resolví visitar algunos negocios de la ciudad,
recurrir a antiguos conocidos del ambiente y instruirme en el tema. Pero debía
andar con pies de plomo. Y de pronto surgió la pregunta: ¿a título de qué, para
quién iba a invertir mi tiempo con el riesgo, incluso, de acabar en una cloaca
con una bala de adorno en la cabeza?
Tenía la sensación de que estaba metido hasta el
cuello por la simple conexión que hizo el viejo Meltz a cambio de una picadora:
¡maldito sea el día que pisó mi oficina! pensé con bronca homicida.
7
Por favor no mencionés mi nombre y
espero no haber cometido un error al encontrarme con vos en el bar, me había dicho con voz patética Shlomi. Esa frase
volvió a mí, era falluta y estúpida. Decidí hacer una recorrida entre los negocios de
Rejovot a ver si podía pescar datos. Con tretas baratas descubrí treinta
comerciantes que pagaban protección a los georgianos. Un par de dueños.
cuando se negaron a la contribución
voluntaria, a los dos días aparecieron inspectores de la municipalidad
haciéndoles multas onerosas. Pero no tuvieron necesidad de pagar: el Georgiano pasó
por casualidad cuando les aplicaban las multas y les propuso interceder
ante la oficina de cobros del municipio... Otros dos nuevos clientes engrosaron
así en la larga lista de víctimas del chantaje. Esto me dio la pauta de que el
asunto era escabroso, que estaban engarzadas unas cuantas cabezas de altos
personajes de la poli, la justicia y la política. Era decididamente reflexivo
de que yo soy un estúpido quijote pero quería probar mi suerte. O mi infortunio.
Regresé a la agencia.
Estaba sentado en la oficina cuando sonó el teléfono.
Escuché la voz de Dave, uno de los dueños de un negocio de ropa: quería hablar
con conmigo en persona. Fui a verlo pero no estaba... La empleada me ofreció
tres camisas por cien shqalim (la moneda del país) y una sonrisa helada de fin
de temporada.
Regresé al centro y entré al negocio de ropa baratieri
del colorado Berenstein, de él se trataba, en la vereda de Salomon el tendero. El
lugar estaba vacío…
–¿Cómo anda todo, Gingi (pelirrojo)? –pregunté.
– No se vende un carajo, solo basura–respondió
de mal humor.
–¿Ya te visitó el Georgiano este mes? —le dije de pronto.
–¿Eeeeehhh ¿cómo te enteraste, Avigdor?
–Para hablarme de eso me llamaste, ¿no? Estuve aquí
hará una hora charlando con tu vendedora, ese pedazo de hielo de ojos marrones,
boca de ave y pechuga de elefante que me quiso vender tus camisas.
No tuve que insistir: ya tenía la respuesta. El Gingi
era un excelente tipo, me había hecho muchos favores y le reproché no haberme contado sobre la extorsión.
–Son tipos muy jodidos y peligrosos. Si no pagás te
sale más caro: fijate lo que pasó con Gluzman... Y a los persas los
jodieron muchísimo. No fue sólo el incendio: se quedaron sin mercadería y entonces
perdieron un montón de fiestas. Estoy cansado, quiero irme de esta ciudad de
mierda.
–Así que bajás los brazos y te mandás mudar de
Rejovot. Te hacía más duro, Berenstein.
–¡Pero qué querés que haga! son criminales que cumplen
órdenes y me pueden matar.
–Andá a la poli, colorado –tiré la caña con carnada a
ver qué podía pescar.
–Sos un cándido, Avigdor, no sé por qué te metiste a investigador.
Sos vivo pero no tenés maldad: ¿quién creés que está detrás de este asunto? ¿un
verdulero del mercado?
–Contratá a alguien que meta las narices y arme
quilombo...
–Vos sos el indicado... te conozco y puedo confiar en
tus agallas: ¿podés encargarte de este asunto? Decime cuánto querés y voy a
pagarte: quiero acabar con esos georgianos mafiosos y los que están atrás...
aunque tenga que irme de esta ciudad.
Lo miré un rato... dudaba, sabía que era riesgoso
meterse con esos mafiosos.
–Acepto, Gingi –dije–. En cuanto al pago,
adelantame quinientos y después vemos. Pero tenés que tener mucho cuidado:
nadie debe saber que me contrataste.
8
Cerca del mediodía fui a lai oficina; subí las
escaleras con la sensación de los que ascienden al patíbulo. Contemplé la placa
de bronce insignificante y opaca, abrí la puerta. Me estaba esperando una
visita: la mosca acróbata que se estaba ejercitando en flamantes piruetas. La
perseguí con el diario doblado como un garrote, pero fue inútil.
Levanté el tubo y marqué el número de Shlomi en el
diario: No trabaja más aqu”, gritó una voz malhumorada. Lo llamé a la
casa y un disco me informó que ese número estába desconectado. Me preocupé... Me
couniqué con la suegra y me enteró que Shlomi se había mudado a un duplex en un
nuevo edificio a la vuelta del cine Jen de la ciudad. Decidí hacerle una
visita. Me metí en el Renault pero no
arrancaba y alguien me dio batería. Estacioné atrás del cine. debajo del único
árbol. y fui a verlo… Apreté el timbre y escuché su voz por el
intercomunicador: “Shlomi, tengo que
hablar con vos ahora mismo”. Entré: duplex en el quinto piso, una fantasía levantina.
Tuve un pálpito. Subí con el ascensor ultrasónico (el
estomago se enredó en el esófgo), al abrirse la puerta él me estaba esperando
con un rutilante piyama de iraqui, chinelas de cuero cuyo precio debía ser más
alto que mis tamangos Mega (marca de zapatos estándar que compran las ratas
como yo). Entré a la casa y ninguna de las chafalonías orientales desparramas
por paredes y estantes lograron deslumbrarme. Me presentó a la mujer, que fue a
preparar café, y nos sentamos en el luminoso salón cuya superficia podía
albergar dos veces por lo menos mi departamentito de ambiente y medio. Shlomi
permanecía inquieto a pesar de su cara sonriente. Supuse que se trataba de una
máscara maravillosa: yo seguía impávido dentro de mi cordialidad epidérmica.
–Qué te trae por aquí, Avigdor, ¿ocurrió algo desde
esta mañana? –inquirió tenso.
Entró la mujer al salón, una marroquí bastante agraciada,
boca suave, ojos pardos algo saltones, una frente alta, el cabello teñido de un
rubio Marilyn, y una piel blancaleche (y los siete enanitos) sobre un cuerpo
algo excedido aunque sensual y sugestivo. Dejó el café sobre una mesita ratona con
tapa de cristal y se esfumó detrás de una puerta que, seguramente, era el
cuarto íntimo de la televisión.
Comencé a sorber el café aguado con gestos pausados
mientras observaba al argelino.
–Shlomi, ¿cómo te enteraste del asunto de la extorsión?…
–Por algo soy periodista, ¿no te parece? –sugirió
turbado.
–A mí lo que me interesa saber es quién te pidió que
vengas a contarme la historia de los matones georgianos.
–Sabía que te interesabas por el tema y como amigo
decidí contártelo, Avigdor.
–Me estás macaneando: nadie sabía que el viejo Meltz vino
a mi oficina a contratar mis servicios, excepto el viejo y yo. Por lo visto
alguien sí estaba enterado y por eso lo mataron con un disparo entre los dos
ojos de pájaro. Vos me citaste porque te mandaron avisarme que me dejase de joder.
Y al viejo lo mataron porque no era tan inocente y de seguro le debían mucha pasta
negra. Por algo revolvieron y encontraron parte de lo que buscaban, pero yo
también encontré y ahora está a buen resguardo. En caso de que me ocurra un
accidente alguien va a enviar lo que encontré al procurador del estado. Adiós,
Shlomi. El café estaba un poco aguado pero la taza de porcelana es preciosa.
Hasta pronto –. Me despedí teniendo la sensación de que acababa de ver a una
rata con apariencia humana.
9
Eran las dos de la tarde, aún no había almorzado, hacía un calor de los mil
demonios y no tenía ganas de ir a lastrar las albóndigas con puré en el boliche
del iraqui. El cachivache arrancó como en sus mejores tiempos y me dirigí al
quiosco de la shuarma al lado del banco Discount; acompañé la pita
con dos latas de cerveza Macabi, y con el Kent enganchado de los labios subí al
auto y volví a la oficina. Fue una tarde de calma chicha. Puse en el tape un CD
de Troilo con Floreal Ruiz y luego al cantante israelí Arik Ainstein. Un
silencio inusual me daba paz, los párpados pesaban, mis ojos se cerraban...
como en el tango.
El disparo, y los vidrios de la mampara hechos moco
lograron sacudir la modorra (estoy comiendo con mucha grasa últimamente,
supuse) y me encontré acurrucado detrás del escritorio. No hubo más
disparos: salí al pasillo pues la puerta estaba algo entornada pero no vi ni
escuché nada más. Me habían disparado desde la puerta y la mampara tenía una
perforación un poco más arriba de donde podría haber estado mi cucuzza. Eché un
vistazo hacia la calle y alcancé a ver un Ford fiesta que salía como flecha:
anoté las cuatro últimas cifras, 25–89.
Cerré la oficina, pasé por la ferretería y encargué un vidrio opaco y decidí investigar. Me tomé franco hasta el día siguiente: decidí ir a
tomar mate, escuchar algunos CD y luego vería: demasiadas emociones para un solo
día de laburo sin remuneración.
10
Terminé de ver una película policial con
James Cagney. Eran las once de la noche, bajé en el ascensor y me encaminé a la agencia, doscientos metros
de mi casa. Subí hasta el tercer piso, me acerqué a la placa de bronce, la
saludé con un guiño de simpatía, puse la oreja sobre la puerta: no escuché
ruido alguno ni divisé reflejos de luz. Di vuelta la llave de la Pladelet (cerradura de
seguridad recomendada por mi hijo Silvio Almog cuando tenía 10 años) y abrí
la puerta de una patada: nada ni nadie. Entré alumbrándome con la linterna, saqué
la libreta de tapas negras: en la la primera página, con letra de molde, el
nombre de uno de los poderosos de la ciudad, la fecha del préstamo (diez mil
dólares) y tres devoluciones de mil el año anterior, luego todo en blanco.
Figuraban otros ilustres ciudadanos de Rejovot, ninguno al día pero sin atrasos
escandalosos como el del tipo. Había polis, gente de negocios, algunos nombres
desconocidos, por lo general al día, y me llamó la atención que no había nombres
de georgianos. Comprendí que el viejo Meltz era un prestamista y usurero, que el crimen
no tenía tanta relación con los juliganim como con la usura. Supuse que Meltz
tendría documentos firmados por los deudores y eso es lo que buscó el tipo que
apretó el gatillo en la gruta del muerto. Ahora tenía dos vías para investigar:
protección y usura. Esas eran, de hecho, dos caras de una misma moneda…
Estaba demasiado estufado como para ponerme a atar
cabos o cavilar. Regresé a mi casa. La nueva vecina del cuarto piso estaba
frente a la puerta del ascensor. Nos saludamos y ella me echó una mirada como
para darme esperanzas. Entré; el vaso de vodka y el jugo de pomelo me
esperaban, le agregué cubitos y dejé todo como estaba, la pileta desordenada llena de platos sin lavar, ropa desparramada, vivienda de hombre solitario...
El agua de la ducha me reanimó, comí una tajada de
sandía y empiné otro vodka, esta vez con limón, luego me senté en el sillón
hamaca que la ex me dejó de lástima y me puse a revisar otra vez la libreta. No estaba en vena, pero se me
ocurrieron ideas que podrían llevarme por buen camino. Decidí irme a la cama con
la ilusión de soñar, esa noche sí, con el rostro angelical de líneas angulosas
de la Geraldine. Fueron
insoportables horas de calor. La brisa de la madrugada se había transformado en
el aperitivo del jamsín (el viento del desierto)...
11
Bajé del camastro
y luego de vestirme fui a desayunar a Pinatí. La rubia culona que me
trajo el desayuno me regaló una sonrisa que merecía una propina clemente . Abrí el
diario, derecho en la página de deportes, leí los títulos y salí hacia la
oficina. La mañana apuntaba templadita. En el camino me crucé con Dany el poli...
Nos dimos la mano mientras él me preguntó: ¿Le hiciste vos la boleta al
viejo Meltz?”. Se sonrió mientras yo le respondí ¿Por qué no te vas al carajo...?
Cuando entré a mi bulín dejé el pasquín sobre el
escritorio. Fue en ese entonces vi en un ándulo del diario una noticia que se me
había pasado:
ÚLTIMO MOMENTO: A la medianoche fueron
detenidos el intendente y algunos altos funcionarios de la municipalidad de
Rejovot sospechados de pertenecer a un grupo de mafiosos dedicados a la
extorsión y el chantaje. Se cree que el grupo tiene en su quehacer delictivo algunos crímenes cometidos en sus
tentativas de extorsión contra personas que se negaron a pagar la protección...
* * *
Avígdor Almog cerró el diario; su mente lo transportó
a la libreta de tapas negras, a los nombres que aparecían allí entre los cuales
estaba la plana mayor de funcionarios de la ciudad. Un caso más de corrupción, chantajes y sobornos para gozar
de prebendas, y dedujo que la historia de los juliganes había sido aclarada
pero los mafiosos estaban en libertad y
seguirían circulando por las calles de Rejovot, impunes y perpetrando nuevos y
graves delitos.
¿Cómo puedo yo, un cazador solitario,
enfrentarme al delito organizado? pensó rezongando
mientras la copa de vodka resbalaba silenciosa en su garguero... ■