domingo, 15 de marzo de 2020

PEDRO ERNESTO RAMIREZ - EL LOCO GAONA


Querido Loco Gaona,
en estos días estuve buscando en mi desordenada memoria el inicio de nuestra amistad allá por mediados del 97. Recordé tu voz grave enmarcada de nieve al leer en el taller de literatura, recordé cuando te vi entrar la primera vez, hidalgo y circunspecto escoltado por tú escudera –de mucha sal en la mollera y a la postre y según tu definición: la mujer más alta del mundo. También vino a mi memoria la primera cena en la casa de “ustedes”, porque tanto para vos como para Nurit, tu amada compañera, siempre fueron una unidad. La misma unidad que con la lanza del amor y el peto de la justicia anhelada, combatió contra poderosos e insensibles molinos en tu ciudad natal, en la urbe HÚMEDA, ATRÓZ E IRREPETIBLE. Y de ella los expulsaron con sus aspas de ignominia, de violencia y perversión.

No era fácil volver y no lo hicieron. Y te fuiste hundiendo lentamente en el abismo de la nostalgia. Recuerdo la emoción en tu rostro y el quiebre de tu voz hasta tornarse aguda cuando me hablabas de tu gente, de Caballito, de la calle Gaona, tú calle.
Si bien nos parecíamos en los sueños los tuyos siempre fueron ecuménicos, mientras que los míos apenas inclusivos. Pero como reflexionara Segismundo: la vida es sueño y los sueños, sueños son. Y la experiencia enseña que el hombre que vive, sueña lo que es, hasta despertar.
Y te tocó despertar. No ahora, hace apenas unos días, a vos por soñar en grande, por soñar a corazón abierto, por soñar por los que ni siquiera tienen el consuelo de poder hacerlo porque la realidad les congeló el sol onírico; a vos la vida, en el último tramo, te infringió el oprobio de transcurrir, sin sueños, sin lanza, y sin utopía. Te impuso un largo y grotesco despertar hasta el arcano despertar final. Por eso te digo Loco querido que no me duele que la vida abdicara de vos, al fin y al cabo para eso estamos en este sueño y no fue prematuro, ya te habías cargado de años; si no que duele el largo, innecesario, y denigrante prefacio que le endosó a la despedida.
Pero debías saberlo, sólo los hombres comunes, los hombres que sueñan sueños de entrecasa, mueren tiernamente.
En fin, sabes que para mí no hay dolor, alegría, o inercia, que no amerite unas copas de vino; ¡está la levanto por vos viejo amigo, a tu salud y en agradecimiento por haberte cruzado en mi vida con tu caudal de bonhomía, conocimientos, y empatía!
Sañoram.


sábado, 14 de marzo de 2020

JORGE MANRIQUE - ALGUNAS COPLAS A LA MUERTE DE SU PADRE

I
Recuerde el alma dormida,
avive el seso y despierte
contemplando
cómo se pasa la vida,
cómo se viene la muerte
tan callando;
cuán presto se va el placer;
cómo después de acordado
da dolor;
cómo a nuestro parecer
cualquiera tiempo pasado
fue mejor.

Nuestras vidas son los ríos
que van a dar en la mar,
que es el morir:
allí van los señoríos,
derechos a se acabar
y consumir;
allí los ríos caudales,
allí los otros medianos
y más chicos;
y llegados, son iguales
los que viven por sus manos
y los ricos.
Este mundo es el camino
para el otro, que es morada
sin pesar;
mas cumple tener buen tino
para andar esta jornada
sin errar.
Partimos cuando nacemos,
andamos mientras vivimos,
y llegamos
al tiempo que fenecemos;
así que, cuando morimos,
descansamos.
Así, con tal entender,
todos sentidos humanos
conservados,
cercado de su mujer,
Y de sus hijos y hermanos
y criados,
dio el alma a quien se la dio,
el cual la ponga en el cielo
y en su gloria,
y aunque la vida perdió,
dejónos harto consuelo
su memoria.

LA VIDA ES SUEÑO - CALDERÓN DE LA BARCA

https://youtu.be/K858VFAKAoM

FOTOS DE ANDRÉS DE TODOS LOS TIEMPOS



ESTAS SON LAS FOTOS QUE PUDE ENCON TRAR Y COPIAR, SOLO RECUERDOS!!!! LA FFOTO EN BLANCO Y NEGRO ES DE ANDR]ES CON DOS AMIGOS EN SU ADOLESCENCIA, VEREMOS SI LO RECONOCEN.....





























CARLOS ARTURO TRINELLI - ÉPICA


                       UN HOMBRE LLAMADO ANDRÉS ALDAO

Querido amigo, tuve el honor de haberte conocido y compartido con vos las más variadas conversaciones. De cada una de ellas salí mejor que antes de comenzarla. Hemos polemizado con respeto y de tu punto de vista siempre aprendí algo. He buceado en la intimidad de tus cartas en los años de prisión, allí leí las páginas de amor para tu compañera, verdaderas sinfonías maestras de literatura en estado puro.
   Te has preocupado por mi como un hermano, así me llamabas, has sido generoso conmigo en la difusión de mis escritos incluso en tu blog personal.
   Cada persona tiene un chip en el bocho, en el mío está grabado que cuando uno parte de este mundo marcha a un sitio donde  se encuentra con sus afectos, sé que allí me estarás esperando.
   Solía firmar que eras, la sombra envejecida…nunca quise debatir la frase, ahora te digo, fuiste un ser luminoso, luz alimentada con bonhomía, solidaridad, humor, sapiencia, te vamos a extrañar, te extraño.




                                             ÉPICA

                                                                Para Andrés
                                                     

     Arrojó una hormiga a las brasas y se sintió un pelotudo importante. En tanto la hormiga, culona y negra, evitaba morir, él la empujaba con el atizador hasta sepultarla entre las cenizas de las que renacía como la famosa ave fénix. Qué joder, lucha por su vida, pero de qué sirve a la Naturaleza una hormiga renga, pensó y enseguida la hizo crepitar en el fuego.
     Dio vuelta la carne. El día estaba ventoso y resultaba reparador estar parado ante la parrilla. Se sirvió un vaso de vino y cerró el primer trago con un chasquido de los labios. Podía esperar adentro, en el calor de la cocina pero pensó en la épica, un término que aplicaba, no sin ciertas dudas, a todas sus acciones ¿qué significaría asar sin un contenido épico? Estar allí, a la intemperie resistiendo el frío, ir comiendo los trozos de carne jugosos con el único acompañamiento de un pan y beber ese tinto barato que le raspaba la garganta ¡la épica¡ Al fin la vida transcurre en una sucesión de repeticiones, entre ellas, comer, dormir y esperar que suceda algo que nunca ocurre. No, no es fácil la vida como una recta del tiempo. Es una serie de cosas sin ton ni son. Cosas que no siempre encajan y cuyo único punto en común es haber sucedido, entonces, si se le puede agregar una épica mejor. Mejor como la épica de la soledad, se nace y se muere solo en esa vida que se vive  a sí misma.
      Cuántos secretos creía poseer, sabía que al menos uno, intrasmisible, era el sino de su fortuna  y que no se atrevía siquiera a pensarlo por miedo a ser descubierto. Ese secreto era el de haber descubierto que no deseaba ser diferente que se conformaba con lo que significaba para él mismo y los demás. Se había resignado a que sus deseos no tuvieran repercusión, había soportado la traición, la infidelidad y lo peor, supo reconocer que existían personas superiores a él. Como flores de aromas agobiantes la soledad lo llevaba por éstas ensoñaciones mezcla de sueño y recuerdo, vida y velorio.
     El abrazo de su hija cuando lo abandonaron, ella y su esposa, resultó un hecho singular. Un hecho destinado a perdurar en la memoria. Un recuerdo que en el tiempo sería un sueño. El único sueño en común entre él y su hija. Él se quedó medio de costado y ella lo aferró con los dos brazos y descansó la cabeza en el hombro de él que sintió el apriete y no lo respondió, solo pasó una de las manos por la espalda de ella como quien sacude el polvo. Eso sí, le besó la cabeza y sintió el olor de pelo recién lavado mezclado con el aroma de la juventud. El recuerdo fresco seguía enterneciéndolo. Si solo pudiera decirlo conseguiría cerrar las grietas del silencio. La épica estaba en su sempiterno silencio y no podía abandonarlo. Abandonar es fácil. Lo difícil es no ceder.
      Llegaría un día inevitable en que debería hacerlo ante la mirada de aquella a la que nadie se niega, doña muerte y esperaba que para ello sobrara tiempo.
     Una nube se interpuso entre él y un trozo de carne hacia la boca. Alzó la vista hacia el cielo y comprobó que detrás de aquella se unían otras y pensó que si llovía la épica se iría a la mierda y tendría que entrar al resguardo de la cocina. Así de frágil son los equilibrios de la existencia pero por suerte, siguió pensando, la culpa estaría lejos tan lejos como aquel cielo distante. Una culpa exógena y ajena ¡mejor imposible! Así somos los humanos, se conformó, no podemos ver las culpas cerca.
     La panza llena, el vino y la siesta van de la mano. No lo pensó dos veces y se fue a la cama. Se tiró vestido y en diagonal con el placer de saber que la cama era toda suya.


AMELIA ARELLANO - ANDRÉS ALDAO EL PIBITO







amelia arellano


ANDRES ALDAO, el pibito.
Ingresar en la obra de Andrés Aldao es como entrar en un laberinto de espejos. Enfrentar con osadía nuestros propios reflejos y las metamorfosis.
Se sabe por dónde entrar pero nunca por  donde se sale .La luz de los espejos toma matices, clara como la mirada de un niño: Ese fue el sutil hilo que nos unió.
La infancia y la devastación de la Dictadura Militar.
Conocía y creo que miraba con condescendencia mis orígenes campesinos. Lo llamaba Pibito y creo recordar a la distancia su sonrisa. También sabía que yo era  oscura como los rostros del olvido.
“Entonces entraron esos hombres y rompieron los muebles y le pegaron a mi papá y a mi mamá que gritaba no se por qué ¡socorro, suéltenme por Dios! la tiraron al suelo y la pateaban y yo y mis hermanitos nos pusimos a llorar y se los llevaron y no los vimos nunca más a mi mamá y a mi papi…”
No nos conocimos personalmente ni hablábamos de cosas personales. Nos instaba a escribir y a decir.
Al lector: estos cuentos y relatos fueron escritos por mí en diversas épocas. Escribir no es una competencia cuantitativa. Escribía y escribo cuando tengo qué decir, vivencias para compartir con los lectores. A.A.
Solo hay un secreto. Dejarse apoderar por las emociones que la palabra despierta.
Permitirse desestructurar para estructurarse de nuevo y así seguir en un gloriosa espiral dialéctica sabiendo igual que él que “la palabra” su gran búsqueda es escurridiza y cuasi imposible de alcanzar.
No solo era un era un gran humanista y profundo filósofo, es  a decir de Esteban Agüero “un obrero”de la palabra consecuente, PERSEVERANTE al oficio y a la palabra.
Es un buscador, incansable de la Paz.
La palabra del Poeta tiene una potestad tan conmovedora que casi podríamos decir alarmante, indudablemente es asomarse al mundo de la utopías.
Es un buscador  incansable de la Paz.
Le escribí un poema, no sabía que con el le estaba diciendo chau.

Dedicado a Andrés Aldao y al recuerdo de su máquina Singer

COSTURAS

“Hay en tus ojeras luna diluida y olor a jazmines
y triste cantar...” CONCHA URQUIZA

Mujer  que borda silenciosamente un grito.
Grandes costurones en su alma.
No hay cura para el rostro del hambre.
Caen hilachas de estaciones en blanco.
Inclinado rostro .Inclinada su mirada baja.
Tiempos  inconclusos, puntos y suturas.

¿Será Ariadna en el laberinto de Creta?
¿La costurerita que dio un mal paso?
¿Penélope que desteje mortajas?
¿María Nadie que remienda sus retazos de vida?
Se ve tan resignada, tan mansa. Tan espera quieta.
Manos  nudosas con callos de denuncia. 
Poco se sabe de ella. Solo que cose y piensa.
¿También le habrán cosido la boca?
¿Los oídos, las entrañas? ¿Las mieses y los frutos?
Muy lejos...no tanto, el paraíso arde... o el infierno.
-No hay costuras en las ropas de Cristo-
Mientras tanto, las rosas no quieren ser cómplices del miedo.
Escapan por la ventana en sepia.
Un objeto torcido de deseo oscuro la vigila.
Ella no mira, no vive.
Devana lentamente el ovillo. ¿O el ovillo la devana a ella?
Encadena en punto cruz sus penas.
Ensarta uno a uno sus pesares.

Tira la aguja, el ovillo  y el  miedo.
Se suelta el pelo. Sale del cuadro.

Salgo y me queda tu recuerdo y enseñazas, Andrés Aldao , para mi , siempre el Pibito.


lunes, 9 de marzo de 2020

Marta Zabaleta- El cafetín de Devoto

El cafetín de Devoto

A las víctimas de la Operación Cóndor en Argentina,
a mis hijos Tomás Alejo y Yanina Andrea Hinrichsen
“Traful, recuerdo con una quizás indebida alegría el año entero que
pasamos enjaulados en un coqueto ambiente de 1, 5 x 1,80, con todos los
adelantes (inodoro, piletita, lampazo). Leíamos desde las 6 a.m. hasta las
9am, hora de ir al recreo. En la tarde, después del recreo vespertino
cantábamos a dos voces y los otros "internos" creían -promoviendo
nuestra más sincera vanidad- que había una radio en el pabellón. Los
dos 1 de septiembre en que convivimos canté para vos "Le temps des
cérises". Un primero de febrero vos me cantaste un estilo de Gardel. A la
noche, inventamos una ceremonia muy graciosa (para nosotros) con el
objeto de preparar los catres. Podíamos a veces pasarla muy mal, pero
éramos -¿lo diré?- felices. Nos fortalecían la esperanza, los ideales, las
canciones, las lecturas y el sentido del humor. Y tu inmensa bondad
solidaria”.
Emilio de Ípola *.
9/5/2009
Devoto tenía ese que sé yo, ¿viste?
Y detrás de ningún árbol se me aparecía él.
Mezcla rara de penúltimo linyera y de primer polizonte a la luna
que no andaba por la larga calle de la cárcel. Calle sin árboles.
Piantados y piantadas había, pero estaban adentro. Presas. Presos.
Y enfrente el cafetín de sin mesas, abierto todo el d҉a,
como con bronca y coraje.
Mañanitas de Devoto con madres de los socialistas chilenos,
presos y presas de antes del golpe.
Acampadas durante la noche en la calle de la calle. Con un número que
me guardaban,
porque yo tenía una hijita. Por eso llegaba tarde,
tipo siete de la mañana, al lugar de las chilenas,
que ya estaban bien adelante en la cola.
Llegaba, sí, pero ya estaba agotada. Y muy nerviosa.
Porque las dos nos acostábamos a las tres de la mañana
siempre vestidas, como esperando, la nena y yo.
Por si nos secuestraban de madrugada.
Ella pensaba defenderse
con el palo del rastrillo de la playa
que todavía guarda bajo su cama.
La dejaba durmiendo, con su nanita Silvia Ibalde
recién llegada. Salía a escondidas, si podía
sin saludar al portero, y caminaba
y caminaba y caminaba
a riesgo de extenuarme. Ingenuamente,
creía que así nadie sabría
de que casa departamento había partido.
Siempre encontré complicado eso de pedirle al tachero que me llevara.
Por más que caminara, cuadras y cuadras, poder pasar anónima
en Buenos Aires, no era sencillo: decir Cárcel de Villa Devoto y
azorocharme. Vendrían luego los cuentos, consejos, retos con amenazas,
y hasta alguno que otro requiebro, quejas del alma. Mi marido chileno,
el preso Alberto, hubiera dicho
que todo era más simple, 'los encontrabas
porque les hablabas, y te seguirían todo el tiempo
desde antes de caer yo en cana…'
Desde Belgrano R hasta la cárcel, de un de repente, yo descansaba,
revisando en la mente
si llevaba el dinero que debía depositarle en la cuenta
Banco Nación sucursal de la cárcel, para que le dieran
pan y mate cocido. Palos. El resto, hambre.
Por meses, no le entraron ropa. Después los utensilios de tocador,
entregados desde la cola por mi padre, sin poder verlo. Y las requisas.
Y dejarlo sin visitas. Estaban suspendidas ¿habría traslados?
Sangre y terror, sin lágrimas. ¿Quién moriría?...
Aserrín aserrán
los maderos de San Juan
piden pan, no les dan,
piden queso, les dan hueso
y les cortan el pescuezo
Esas mañanitas de Buenos Aires
donde en la cola estaba
una de las hermanas del Che Guevara.
Parada por horas, reclamando
el derecho de los presos de querer ser mirados.
Y una media atontada, agonizaba primero
en esa barcito ubicado justo enfrente de la puerta de la cárcel.
No tenían medialunas, ni milanesas:
compañeras nerviosas, madres llorando, hermanas tristes, esposas una
que otra , y hasta un hermano, dos padres, harto humo, café y miedo.
Mucho miedo; pero nunca un tango.
Y muy importante, había un servicio.
Después, pasar y adentro, humillación y espanto.
La cola: hijas, hijos, de pocos años
un día
llevándole un clavel y una rosa por el cumpleaños
a su madre.
Sería la hora en que los esbirros
comenzaban a tomar el mate amargo, que escupían a tu paso.
También la del primer güisqui mío del día, en ayunas, sin hielo ni soda
para darme coraje, desasustarme.
Paren las bembas.
Tómense un trago, que ya lo’vamos.
Barcito que no tenías wisky ni bombones,
como aquel bar bienudo adonde a pocos selectos
les tocaba con sexteto el gran Piazzola.
Un dia charlando le pedí que tocara en el Luna Park
para mandarle fondos a los presos en Chile,
¿En el Luna Park? repitió en un murmullo Se sonrió con tristeza, y
comentó: ‘...Pero son tantos…’
Y yo que digo :claro, che, hay que hacer algo, por eso…
‘…¿Quién va a pagar por escucharme, Marta?’
Miraba con ironía, tal vez con cierta tristeza,
en aquella nochecita loca de Buenos Aires.
Tardecitas que a veces
tienen ese algo, un no sé qué, que te hace sentir tan sola
cuando hacés cola. Por un númerito, para irte al exilio,
por una sopa, o en un avión a la muerte en El Plata…
Aunque no nos quede pan, siempre les sobran balas.
Como olvidarte en esta queja
cafetín de Buenos Aires
si sos lo único en la vida
que se pareció a mi vieja.
*Horacio Traful Baldomero Alvarez Grunnman, chileno-argentino, fue
secuestrado en Buenos Aires el 7 de abril de 1976. Apareció más tarde en la cárcel
de Devoto y luego de la inspección de Amnisty Internacional, fue trasladado a la
cárcel de Alta Seguridad de La Plata, Unidad 9, a cuya celda hace referencia su
colega y amigo Emilio de Ipola, autor de este epitafio que escribió en la webpage
de Traful (http://www.trafulalvarez.com.ar/ppal.htm), dos años después de la
inesperada muerte de la muerte de Traful en el exilio en Francia, 2007.
.
Marta Zabaleta ©, Londres, 11 de marzo 2010, día en que en Chile asume el gobierno
el pinochetismo, movimiento político que nunca dejó realmente el poder. Sólo el
gobierno.
Capítulo de Dulce de Leche, libro de mis seudo memorias (sin publicar)

ALEJO URDANETA - El esperado día en el otoño


 Querida amiga:
Te envío un cuento no publicado y sujeto todavía a revisión. Imaginé que Andrés se paseaba en otoño y se quedaba en el El Ateneo viendo a los visitantes.
Es muy posible que así fuese el paseo en otoño que hace Andrés.
Lo dejo en tus manos y recordaremos a nuestro amigo.
Un abrazo.


EL ESPERADO DÍA EN EL OTOÑO

Como siempre, llegó a la Plaza de los Ateneos; como siempre, están los visitantes del domingo en las más variadas fragancias de la calle: salsa derretida, castañas de bronce, perfumadas. Le gusta venir porque siente que está en una sala de teatro y él es actor y espectador. Y hoy más que nunca: podrá decirle una palabra a la mujer que le ha sonreído el otro día, otro domingo anterior, y tomar de los estantes viejos un libro siempre buscado, para brindárselo. Hay un contador de historias agazapado en la figura de un joven que se viste al descuido, y está el policía que habla de amores a su amiga de los domingos.
 Dicen sus historias pero parecen estampas fijas en un lienzo: perros y sombras, bombillos apagados de lluvia, gestos detenidos en el aire, y hasta una sonrisa. Todo eso lo ve en la plaza y en  la revista que ha encontrado en la calle, en las plateas de la rotonda abierta al bullicio de una tarde que ya casi es lunes, en los recuerdos que se forman sin querer, como algodón de feria.

Esta lluvia transforma los deseos, o los activa; derrama bondades en la sequía de la tristeza o empapa hasta la saciedad lo cotidiano. Pero siempre nos hace huir para hallar portales y estampas de viaje en el reflejo de las calles del domingo. Cuántas pisadas sobre huellas viejas, sobre charcos de vidrio que nos dan la presencia del contador de historias que le dice que esta mañana hace buen tiempo y le ofrece en un cucurucho de papel golosinas de colores.

 Empezaba el día y llegó a tiempo para esperar el murmullo de los paseantes. Tomó asiento en la silleta de hierro que utilizan los músicos en sus atriles y contempló las guirnaldas en los postes de luz; se hizo plena la mañana. Veía llegar a la gente que se agrupaba bajo los árboles, escuchaba el reclamo de los niños. Todo está allí y no echa de menos ningún triunfo. Ha encontrado un sitio al lado de la brizna seca que arrastra la acequia, y no hay conciliación con el paso de las horas hacia la tarde que pronto vendrá para silenciar el bullicio de la plaza.

Todo fue sorpresa, desde el domingo último hasta este otro que le devuelve fuerzas y hace resplandecer la poca luz otoñal en el cuarto abierto a una ventana de chimeneas. El sórdido ambiente resuena, mira siempre la huella destemplada de las paredes, lo agobia la sensación de inutilidad. Todo ocurre y pasa como si nunca hubiera ocurrido: el golpe que da a la puerta al salir de su templo gris y frío, la búsqueda desesperada de los bulevares amplios y silenciosos en el domingo.
Está en la calle, quebrado el sosiego, para buscar en otro lugar el brillo de las voces amarillas, frente a la incomprensión, el reto del tiempo, el reclamo del invierno inevitable, porque no hay más convivencia en ese aposento de paredes desconchadas. Pero tiene la esperanza de alguna alegría.

 Venía en su memoria, paseante distraído  hacia el destino de cada fin de semana, el encuentro del domingo anterior, luz de suave dorado que buscará hoy en la Plaza de los Ateneos. Fue bálsamo de su soledad la mirada de aquella mujer que luego desapareció entre la gente.
  Atrás quedaron la cama sin hacer y el moblaje sin color, quedó el plato con los restos de un desayuno incompleto, y sólo trae emoción ante la expectativa del hallazgo de este domingo que lo rejuvenecerá en su otoño de oro triste, nada apaciguador. Su exaltación le hace olvidar la miseria del amanecer, el desprecio de una soledad acerba que ha dejado recuerdos para cambiarlos por olvido. El grito destemplado, el golpe como de una enorme puerta de santuario abandonado, las escaleras del cansancio que lo dejan en la acera de la calle casi silenciosa en domingo, ágora de ilusiones del jornalero, del hombre aquel, para buscar la mirada y la sonrisa que suavizará el otoño desvanecido en la niebla.
La exaltación es verde de hojas y las voces de la calle son susurro que apenas distingue de las imágenes de su memoria devota: Está fija en el recuerdo una palabra de alivio que le dijo una semana atrás: te espero el domingo. Plaza de los Ateneos. Te espero para abolir la tristeza de tu rostro marcado de silencios, conmovedor como puñal adolescente. 
Se conmueve ante la espera, y todos concurren contigo a la cita con las fragancias de los frutos y la búsqueda de cada domingo.

Y llega así al parque y no hay rostro conocido, sólo el mismo ambiente pero sin rostro. Parecen iguales a los del domingo anterior. Está perdido en la memoria de las paredes de su aposento y siente que están en la plaza los mismos que ha visto siempre, cada domingo, en su distraído paseo. Quizá ella ha llegado a la cita; pasa una mujer que suscita un recuerdo, y cree escuchar que dice «el domingo próximo... Otoño restañado»; pero no es ella, a pesar de la sonrisa. Y entonces finge sosiego cuando saluda y saca del bolsillo unas pocas monedas para comprar castañas de este tiempo: sólo fingimiento de oro triste que no se sosiega. Y espera de nuevo el encuentro que le devolverá la exaltación verde de las hojas, el chirrido del sol y los aparejos del barco de un niño en la fuente del verano.

 Es distinto este domingo que ya casi termina para abandonarlo en la rutina de mañana y llevarlo de nuevo al aposento del cansancio invencible. Hoy desea apropiarse de cada color, de la conversación de las hojas, y puede escucharse a sí mismo en un grito: cuando te vi me hice diferente, me salvarás de la ingrata desventura que quedó en un cuarto al borde de chimeneas que alborotan la negrura. Sólo quiero verte otra vez en este mismo lugar, con el verdor de mi violenta inquietud.

Y espera todavía más y nadie llega. Otros rostros, otras frases que quiere apresar mientras el paseo continúa y la tarde se obscurece porque es otoño y el oro triste ya no es exaltante.  Quizás sea ella pero no lo recuerda; tampoco ella lo recordará. Muchos otros saludos de verano en este otoño y el de la plaza toda se le ofrecen, y él no responde, abrumado con el batir de las horas y el paso del día.

 Ya no está el cuentacuentos, ni el policía hablando de amores, y el algodón de la tarde es más espeso, y no bogará en la fuente el barco del niño. En el estante, los libros hablan de desencuentro y la tarde avanza y ya no es dorada.

 Ella ha venido pero él no estaba y tampoco vendrá a la cita. El aire de Plaza de los Ateneos volverá a ser lunes.













miércoles, 4 de marzo de 2020

XAFIER LEIB°s Recuerdos de Andrés



Recuerdos de Andrés

Hace muchos años, aun viviendo en Buenos Aires Andrés Aldao me
rebautizó "Xafier Leib's". Ese seudónimo me acompañó durante años.
 Bajo el mismo publiqué mi primer libro en Argentina y tuve un blog durante
 un largo tiempo. Hoy, años más tarde, una noche de invierno francés que no es
 tan crudo, aquí estoy escribiendo este último texto para Artesanías Literarias,
mirando el Sena desde la ventana de mi living en un suburbio parisino.
Vivir frente a un río tiene algo muy especial. No es lo mismo que vivir frente al mar.
El rio fluye, pasa de largo constantemente. Miras por la ventana y ves agua corriendo.
 Como un recordatorio permanente.
Años atrás, cuando Andrés me llamaba Xafier, yo estaba recién empezando a creer
en mi propia escritura. Él fue una de las primeras personas que me apoyaron y me
alentaron para que siguiera escribiendo y sobre todo, para que me lo tomara en serio. Recuerdo muy bien cómo me explicó una vez, en muy pocas frases, el arte de releer
 tu propio texto. De dejarlo un tiempo y retomarlo, cortar, cambiar, pulir. Cosa curiosa y poderosa - casi noble - que tiene la palabra escrita contrariamente a la palabra dicha.
Recuerdo haber leído "Cuentos desde lejos" el primer libro de Andrés. Siempre quise
 saber qué parte de esos relatos era verídica. Calculo que nunca lo sabré y tal vez mejor
así. En este mundo en el cual toda respuesta se encuentra en menos de un segundo,
 hace bien sentir que aún quedan algunos misterios.
De alguna manera entiendo ahora. Aquellos "Cuentos desde lejos", o mejor dicho
 ese "lejos". Andrés tuvo que irse de su país, de la Argentina. El exilio, impuesto o elegido,
 es una experiencia muy fuerte. Por un lado te crea un desarraigo incurable y por el otro te
da una fuerza y una confianza que dudo se puedan sentir de otra manera. La distancia, bien manejada, te da un enorme regalo: el desapego. La capacidad de recordar que uno
 siempre puede dar unos pasos hacia atrás y salirse del rebaño. Así lo recuerdo a Andrés.
La vida nos pone siempre en el camino personas y experiencias que nos dejan lo que más necesitamos en cada momento. Hoy puedo decir que la escritura y el anhelo de independencia los aprendí de él.
En este último número de Artesanías Literarias publico mi último texto como "Xafier Leib's".
Que tengas un buen viaje querido Andrés.