lunes, 29 de abril de 2013



ARTESANÍAS  LITERARIAS
La revista QUE NUNCA DUERME
 Cuentos y poemas, textos literarios, ensayos, historia. 
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CONSEJO de COLABORADORES de

ARTESANÍAS LITERARIAS
                               
                  
EDITOR: Andrés Aldao
           
SEC. DE REDACCIÓN: Ester Mann
                  
COLABORADORES:

Carlos Arturo Trinelli
                                                         
Amelia Arellano
                                                          
Celmiro Koryto
                                                          
Cristina Pailos

Marita Ragozza de Mandrini

Ernesto Ramírez

Ofelia Funes

         
ÍNDICE GENERAL DE ABRIL 2013

ARTESANÍAS  LITERARIAS
La revista editada en el exilio 
 Cuentos y poemas, textos literarios, ensayos, historia. 
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Cristina Pailos

Marita Ragozza de Mandrini

Ernesto Ramírez

Ofelia Funes

         
ÍNDICE GENERAL DE ABRIL 2013

·             Coetzee
·             amelia arellano
·             Andrés Aldao
·             Elsa Janá
·             Ester Mann
·             Gerardo Penini Campanas de hierro
·             Carlos Arturo Trinelli
·             JUAN RULFO
·             Franz Kafka
·             Dorothy Parker
·             Juan José Arreola
·             Alexander Campos Soto
·             Martha Goldin
·             Ivana Szac
·             Piedad Bonnett
·             Martha Goldín
·             Ofelia Funes
·             Poema inédito de Rolando Revagliatti
·             René Char
·             Lilia Gutiérrez Riveros
·             Fabiana León
·             Beatriz Iriart
·             Cristina Villanueva
·             Celia Fischer
·             CARLOS ORDENES PINCHEIRA
·             Juan Andrés Herrera
·             Lina Zerón: poemas




LA BIOGRAFIA DE ROBERTO BOLAÑO





EL HIJO DE MISTER PLAYA, LA BIOGRAFIA DE ROBERTO BOLAÑO

Indispensable semblanza de un auténtico animal literario

La periodista argentina Mónica Maristain, radicada en México, fue la última en entrevistar al autor de Los detectives salvajes. En medio de la pena por la muerte del escritor, la pregunta de cómo se sentirían sus amigos disparó este libro, de próxima edición argentina.
 Por Silvina Friera

Un animal literario, el escritor que cambió el horizonte de la literatura latinoamericana, descarga una de sus estocadas más aquilatadas en la posdata de un correo electrónico. “¿Por qué no hacemos una entrevista, ligera, levísima, frívola incluso –son las que más me gustan–, casi póstuma?” Apenas una década ha pasado y aún esta propuesta destila ese hálito de felicidad indómita que le provocaba a ella, una periodista argentina radicada en México, encontrar en su buzón el remitente de “robertoba”. En esa propuesta reposa el germen de la que resultó ser la última entrevista a Roberto Bolaño, publicada en la edición mexicana de la revista Playboy (y reproducida en el suplemento Radar de este diario) en julio de 2003, el mismo mes de la muerte del autor de Los detectives salvajes. Si entonces Mónica Maristain estaba devastada por esa muerte inesperada, un interrogante se instaló con la fuerza arrolladora que desparrama la estampida de la tristeza: ¿cómo se sentirían los que realmente fueron sus amigos? Las respuestas se tejen en El hijo de Míster Playa (publicado en México por Almadía, de próxima edición argentina), una aceitada semblanza de Bolaño orquestada a través del recuerdo de algunas de las mujeres de su vida –su última novia Carmen Pérez de Vega, cuyo testimonio es crucial–, de narradores, editores, poetas y críticos como Rodrigo Fresán, Jorge Volpi, Carmen Boullosa, Junot Díaz, Ignacio Echeverría y Jorge Herralde, entre tantos otros. No podían faltar los intercambios entre Maristain y el “pobre ermitaño lleno de llagas” –como se define en uno de esos emails–; textos que se despliegan a la manera de pequeños talismanes labrados de complicidades cotidianas, minucias domésticas, regaños y consejos mutuos.
Maristain revela que del concierto de voces que integran El hijo de Míster Playa se queda con la del difunto escritor chileno, Rodrigo Quijada: “Bolaño es una de esas personas que conoces en un momento determinado de tu vida y al que puedes recordar siempre con mucha facilidad y mucho cariño. Los que conocieron a Bolaño saben que lo que estoy diciendo es cierto. Es un hombre que se echaba de menos en una tertulia: ‘Aquí debería estar Bolaño’, decíamos cuando alguien se ponía muy insoportable”. Luego de leer las 354 páginas del libro, la periodista logra que Bolaño esté “aquí y ahora” en esa instancia vital de la lectura, en cada uno de los capítulos en que captura desde las vibraciones del adolescente rilkeano que llegó a México en 1968 –y que a los dieciocho años creía que era el personaje de una canción de rock, “Pictures of Lilly”, de The Who– hasta la locura simpática del frustrado y vehemente cocinero que en Blanes, con la cara pegada al rostro de Rodrigo Fresán, le dice: “¡Dime que es la mejor paella que has probado en tu vida!”. No, definitivamente, confirmará el escritor argentino, no fue la mejor paella. Pero en esta historia que nació con una mala cena, le tocó vivir el honor y el privilegio de frecuentarlo durante cuatro años; fue uno de sus amigos más entrañables y recibió llamadas telefónicas a altas horas de la madrugada, que extraña tanto como los libros que podría haber escrito el autor de 2666.
Da en el blanco, Maristain, cuando deliberadamente pone el foco en el origen social de Bolaño, hijo de un camionero y boxeador profesional y de una profesora de primaria, Victoria Avalos, “la gran mentora de la carrera literaria de Roberto”, según plantea el editor Jorge Herralde. Y lo hace a partir de la evocación de Carmen Boullosa: “Bolaño traía la ropa planchada, el cabello largo y toda esta cosa de revuelta intrínseca en su persona, pero muy compuestito”, cuenta la escritora mexicana que, al principio, cuando lo conoció, le tenía miedo. “En Latinoamérica no es lo mismo una familia pobre que una trabajadora: hay un abismo entre ambos conceptos –aclara Maristain–. La ropa planchada a la que hace mención Boullosa es el sello de distinción de toda familia obrera que se precie: la pulcritud es el escudo aristocrático para quien vive en el seno de un hogar empeñado en ‘salir adelante’”.
La misma anécdota puede ser el combustible que enciende más la llama de la leyenda. Pero también ofrece el reverso de esa moneda. Juan Pascoe es el primer editor de Bolaño; publicó Reinventar el amor en abril de 1976, el mismo año en que surgió el movimiento de los infrarrealistas en casa del poeta chileno Bruno Montané. “No sólo robaba libros en las librerías, cuando venía a mi casa se fijaba en los estantes y recuerdo haber encontrado una vez una edición muy valiosa de Orlando, la novela de Virginia Woolf, primera edición de 1937, con traducción de Jorge Luis Borges. Se la mostré a Roberto con mucho entusiasmo y me dijo: ‘Ah, muy bien, me la llevo porque alguien (no me dijo quién) debe leer este libro’. Y se lo llevó. Y, por supuesto, nunca me lo devolvió. He de decir en su honor que luego me regaló un ejemplar de Los cantares de Pisa, de Ezra Pound, en la traducción de José Vázquez Amaral, y me sentí bien pagado”, cuenta Pascoe. Hay una minuciosa pesquisa de las peripecias de los infrarrealistas, levadura del posterior “hombre-obra” que sería Bolaño. En este punto emergen versiones controvertidas en permanente disputa. Y aparecen los golpes en serio, discusiones de alto voltaje que terminaban a las trompadas.
Al ensayista y poeta José María Espinasa le encanta cumplir el rol del “malo de la semblanza”; se anima a colocar al escritor chileno en la categoría de lecturas fervorosas, probablemente con fecha de vencimiento, y a comparar, además, el impacto de Los detectives salvajes con el que produjo en su época Rayuela: “¿Puede ser que en la madurez pasemos de la página cien de la famosa novela de Julio Cortázar? Hay que recordar cómo nos gustó El lobo estepario y ahora seríamos incapaces de volver a leerlo”. El crítico Ignacio Echevarría, en cambio, postula que en el centro de la obra de Bolaño está el mito de la juventud perdida y que el papel de los infrarrealistas es fundamental en este sentido. “Todo el romanticismo que exuda la obra de Roberto tiene que ver con su propio recuerdo de juventud salvaje. Es una influencia determinante en la construcción de la parte central de su narrativa, que se convierte en una especie de prolongación melancólica de su juventud. Convierte México y su juventud en México como mito personal y sobre eso construye buena parte de su literatura.”
“Borges es Dios”, gritó Bolaño en el tren donde conoció a su última compañera. El clímax de la semblanza se alcanza con el relato pormenorizado que ofrece la última novia del escritor, Carmen Pérez de Vega, “categorizada prácticamente como un fantasma –acota Maristain–, cuya presencia real algunos ponen en duda merced a la obsesión que ella despierta en la viuda y heredera legal de Bolaño, Carolina López”. La heredera legal, para asombro de muchos, abandonó a Herralde, editor natural de Bolaño, contrató al agente estadounidense Andrew Wylie y está convirtiendo los cuentos, esbozos y muñones de novelas, poemas y misceláneas en un baúl inagotable, como el de Pessoa, del que salen libros póstumos publicados sin el visto bueno de su autor.
En el campo minado de las reyertas post mortem, las mezquindades están a la orden del día. En las nuevas ediciones de los libros de Bolaño fue borrada toda mención a Carmen, a quien está dedicado el cuento “El viaje de Alvaro Rousselot”. El principio del fin tiene una fecha precisa en la memoria de Carmen: la mañana del lunes 30 de junio de 2003 el escritor la llamó para pedirle que lo fuera a buscar. Había tosido sangre. Ella fue, pero él no quería ir al hospital. Ese día había terminado El gaucho insufrible. A la madrugada del día siguiente, la despertó para decirle que necesitaba comer. Hasta se empeñó en cocinar arroz. “Al primer bocado, sobrevino un vómito de sangre impresionante y por supuesto fue ahí cuando decidió ir al hospital. Tuvo tiempo de poner música, la canción ‘Lucha de gigantes’. Tuvo tiempo de ducharse y creo que él pensaba que con todos estos gestos alejaba la enfermedad, aunque en realidad hacía todo lo contrario. ‘Lucha de gigantes’, que además la ponía muy a menudo, fue la última canción que escuchó en su vida”, recuerda Carmen.
El hijo de Míster Playa es un libro inmenso, un tesoro indispensable para los lectores que junto a Maristain repetirán: “En este mundo insoportable, a menudo diremos, muchas veces: ‘Aquí debería estar Bolaño’. Pero no está”

Coetzee





Coetzee: “No existe el progreso cuando se trata de la censura”
El Nobel de literatura sudafricano protagoniza el arranque de la Feria del Libro de Buenos Aires Es una de las cinco más visitadas del mundo según su directora, Gabriela Adamo



"No existe el progreso cuando se trata de la censura. Llevamos el impulso censor en lo más profundo de nosotros. Cuanto más cambian las cosas, más iguales permanecen". Tan parco que no suele conceder entrevistas, el Nobel sudafricano J. M. Coetzee habló ayer detenidamente en la jornada de apertura de la Feria del Libro de Buenos Aires, la mayor de América Latina,según su directora, Gabriela Adamo.
El autor de En medio de ninguna parteEsperando a los bárbaros y Vida y época de Michael K. hizo un discurso sobre la censura y contó cómo esos libros de las décadas del 70 y 80 esquivaron el control que ejercía el régimen del apartheid en su país. "No hace falta prohibirlo porque sólo será leído por gente de profesión literaria. Su obra carece de atractivo popular. Es sólo para lectores sofisticados y entendidos de obras de arte. Su problema es universal y no se limita a Sudáfrica. Sólo lo leerán los intelectuales”, relataban sus censores, según la información a la que Coetzee accedió en 1994, cuando llegó la democracia a su país. La gran sorpresa del autor de Desgracia, que a sus 73 años vive en Australia, radicó en que esos censores no eran “burócratas humildes y anodinos que llegaban puntualmente al trabajo, leían libros y estampaban sellos" sino colegas y profesores universitarios, “personas inteligentes con un trabajo en la vida real, que en sus ratos libres se dedican a censurar porque eso les aporta un beneficioso ingreso suplementario; que creen en la censura porque tienen inclinaciones conservadoras y no quieren que el orden sociopolítico en vigencia sea derrocado”
Precisamente la importante presencia de autores extranjeros y locales es una de las apuestas de la edición 2013 de la cita de Buenos Aires para seguir siendo tan convocante como siempre. Adamo asegura que la feria argentina es una de las cinco más visitadas del mundo. Añade que no hay precisiones, aunque sabe que la de El Cairo, por ejemplo, es más multitudinaria aún. La de Buenos Aires, en cualquier caso, ha llegado a reunir otros años a 1,3 millones de personas.
Este año la feria porteña tiene una ciudad invitada, Ámsterdam, y por eso la visitarán escritores holandeses como Cees Nooteboom y Herman Koch, que participará de una charla el próximo martes en la que él y otros colegas de su país darán la bienvenida a la argentina Máxima Zorreguieta como reina de Holanda. La directora de la feria también destaca el espacio de “Diálogo latinoamericano”, creado para que la literatura de los países de la región se conozca más entre los vecinos y del que participarán el argentino Guillermo Martínez, el mexicano Juan Villoro y el brasileño Milton Hatoum, entre otros. También viajarán a Buenos Aires como invitados Javier Cercas, Rosa Montero, Arturo Pérez-Reverte, el cubano Leonardo Padura, la mexicana Laura Esquivel y el ruso Vladímir Sorokin, entre tantos.
Como en 2012, el público elegirá la mejor obra literaria argentina del año. Ya no son los tiempos de Jorge Luis Borges, Julio Cortázar o Ernesto Sábato, y los autores locales no son tan conocidos por el argentino medio. Pero entre los 20 candidatos al premio, elegidos por los libreros, figuran calificados escritores como César Aira, Martín Kohan, Laura Alcoba, Ariel Magnus, Sergio Olguín, Silvia Plager, Alejandro Dolina, Guillermo Saccomanno, Luis Gusmán y Federico Jeanmarie.
En un intento por atraer más lectores se celebra un festival del libro gastronómico. En un país fanatizado con su propio papa, Francisco, se presentará nuevos libros sobre él, como El Papa de la gente, de Evangelina Himitian. En el espacio Zona Futuro se pueden conocer fenómenos literarios alternativos, como mundiales de poesía y torneos de videojuegos y lectura.
El año pasado se habló mucho del libro electrónico en la Feria del Libro de Buenos Aires, pero aún no se ha popularizado. El presidente de la Fundación El Libro (organizadora de la feria), Gustavo Canevaro, lo atribuye a la escasa oferta de dispositivos, ante las restricciones de Argentina a la importación y la ausencia de fabricantes locales, y la consiguiente y acotada variedad de títulos. Las que crecen, en cambio, son las editoriales independientes, como Clase Turista, que tiene un gran puesto en la feria, u otras que se han unido para exponer sus obras en un espacio más grande, como Eterna Cadencia, Mar Dulce, Adriana Hidalgo, Beatriz Viterbo, Caja Negra, Entropía y Katz.
El acto de inauguración de la feria volvió a convertirse en escenario de las peleas entre el Gobierno de Cristina Fernández de Kirchner y el del alcalde de Buenos Aires, el conservador Mauricio Macri, aunque sin la virulencia ni las hinchadas de años anteriores. En nombre de la industria editorial, Canevaro destacó que el Estado argentino haya elevado sus compras de libros para escuelas a niveles históricos, unos 13 millones de ejemplares en 2013, pero se quejó de las restricciones a las importaciones al reclamar la “libre circulación de los libros” y al señalar que la alternativa de imprimirlos en Argentina cuesta hasta 50% más cara. El Gobierno de Fernández ha impuesto desde 2011 límites a la importación de libros, entre muchos otros productos de todo tipo, con los objetivos de favorecer a la industria local y evitar la salida de divisas del país en una coyuntura en la que escasean y en la que el Ejecutivo prefiere destinarlas al abastecimiento energético y la deuda externa.
A su turno, el director nacional de Industrias Culturales, Rodolfo Hamawi, destacó que en diez años de gobiernos kirchneristas, la autodenominada “década ganada”, se triplicó la cantidad de libros publicados anualmente en Argentina, “la población con estudios universitarios creció un 54% y el aporte a la cultura del PIB se incrementó un 50%”. Defendió las restricciones a la importación porque “no hubo carencia de autores” y el mercado local pasó de ser abastecido en un 38% de ediciones impresas en este país en 2011 al 82% en 2012.
Después le tocó hablar al ministro de Cultura de Buenos Aires, Hernán Lombardi, que le contestó a Hamawi: “Tuvimos menos libros, menos escritores y menos diversidad”. No obstante, felicitó al Gobierno de Fernández por la masiva compra de libros para escuelas. El ministro de Educación de Argentina, Alberto Sileoni, le agradeció el comentario y explicó que 70 “prestigiosos” escritores visitarán los colegios para capacitar a los docentes. “El centro de la escuela antes era el comedor. Hoy vuelve a ser el aula”, opinó Sileoni en un país cuya economía había crecido mucho desde la crisis con hambrunas de 2002, pero ha desacelerado bruscamente su expansión en 2012 y 2013.
Por último, la feria quedó inaugurada formalmente por un escritor, Vicente Battista, autor de Sucesos Argentinos e intelectual kirchnerista que pidió por una ley de pensiones para sus colegas. “En la dictadura (militar de 1976-1983) hubo 1.500.000 libros quemados. El Gobierno compró 13 millones de libros nuevos. Las dictaduras queman libros. Las democracias alientan su lectura”, dijo Battista, sin dejar de señalar que los escritores pertenecen al pequeño grupo del 5,7% de la población en edad de jubilarse que carece de pensión.  

domingo, 28 de abril de 2013

amelia arellano






NIÑA DE MADERA

“La niña de madera no llegó caminado”(*)
Levitando llegó. Hoja al viento. Burbuja.

Cuadratura de la madera.

Implorando llegó. Raigambre. Tierra.
Nieve. Grito. Llama. Fogonazo en la sien.
Niña sin enterrar. Abrázame.
Inconclusa  boca de mujer ¡Muerde!
¡Muérdeme ¡  ¡Bebe el temblor de mi pezón izquierdo!
Desclava tus rodillas de mi pecho.
Resucita tu música apagada.
Abre los ojos destrenzados  de espigas.
Vuela. Alondra alojada en la comba de tu vientre.
El día ya no alcanza pero viene la noche.
Cría de mula.  Extinta. Fenecida,
No. Es contra natura. Escupitajo al cielo.
No caigas ángel. Aférrate a la luz del trueno.
Mira el entrecruce de mis ríos. Lágrimas.
Lluvia, Aluvión. Agua purificada. Leche.
Arrodíllate sobre de mi cuerpo de hembra.
Rézame. Órame. Serpie ardiente. Serafina. Soy. Seré.
Víbora dorada con seis alas. Áspid.

“La niña de madera no llegó caminado”
Levitando llegó. Hoja. Brisa. Brújula.

(*) NERUDA

Andrés Aldao




Réquiem para el lector fracasado


...hasta tal punto que ya no podía dormir. Era como la aguja de un acupuntor de cara oriental y ojos oblícuos punzándolo en los dos tobillos, en la sien izquierda, en el omóplato y en el occipital derecho. En la masa encefálica, propiamente. Una sensación de torbellino. Una mezcla de vahído y trepanación.

La cosa empezó un día cualquiera; una mañana sin sol con apariencia de espantajo letrinoso. Terminó la lectura de un libro de cuentos y fue la enésima vez que uno de los protagonistas era un escritor fracasado con cientos de proyectos que acababan en estólidas frustraciones.
Se acordó del escritor fracasado de Arlt. Y sobre todo del cretino de “Crear una pequeña flor es un trabajo de siglos”, de Abelardo Castillo. Ese comienzo rastrero y pecaminoso le produjo una cólera homicida: “Soy un escritor fracasado: No es un comienzo original, lo sé”. ¡Es el colmo! –estalló–. Mortificarme durante doce páginas para zarandearme en la cara esa frase final tupida de naderías intelectuales: “Retiré la mano.” –prosiguió leyendo–. ¿Y qué? ¿Este Castillo no es un chupasesos? ¡Cómo! ¿mi tiempo no se cotiza? ¿Para quién cornos escribe  este pelado Castillo?
Fue en esos días, precisamente, cuando comenzó a elucubrar la teoría de que todos los escritores son unos torcidos, la rama literaria del Conde Drácula que succiona masa encefálica en lugar del burbujeante, bermejo y tibio líquido sanguíneo. Y también Atilas del intelecto, por cuanto invaden el espíritu de los humanos, lo avasallan, le imponen sus excentricidades, lo remodelan a su imagen y semejanza, y a quienes pretenden oponerse, negarse, reivindicar los derechos del lector, o su independencia de criterio, toman en prenda sus almas y fosilizan sus mentes. ¡Espléndido negocio!
Ya no le quedaron dudas: la mayoría de los lectores son esclavos, y las librerías, una especie de plantación sureña del Missisipi en la que todos los pecadores acaban como siervos de la lectura, lacayos de la gleba literaria.
Al fin de cuentas, ¿qué es un escritor? –se preguntó airado–: un tipo que cierra los ojos y hace como que piensa, o apoya la cabeza sobre la palma, contempla la lejanía y elucubra. Se trata de una pose arrogante y linajuda para impresionar a lectores desprevenidos, minusválidos de ternura familiar y huérfanos de ideas sobre la realidad del mundo. En última instancia, esa es la misión del literato: pintar un universo de fantasía, bocetar caracteres y describir sentimientos y comportamientos de los epitecántropos evolucionados. El escritor – argüía irascible y tembloroso – es un zafiado cupletista de la conducta humana. Como si los hombres fueran masilla o yeso viscoso, a quienes esta clase de gente puede cincelar según sus taras y caprichos.
Camina... De izquierda a derecha; de derecha a izquierda. Transita los pasillos. Sube las escaleras. Baja, vuelve a subir. Retoma sus pensamientos. Tiene en claro que el alma proterva de los autores se incrusta en las criaturas indefensas que aparecen en sus obras. Esos mórbidos monstruos – conjeturó – arramblan la personalidad de los desválidos embriagándolos con el vino adulterado que emplean los alquimistas del lápiz. Estos intelectuales han llevado al género humano al borde de la perdición. Disfrazan sus tóxicos entre letras tetragonales y atractivas tapas de colores fragosos que atrapan la curiosidad del lector gárrulo, virginal o no.
Sacó la libreta del bolsillo y apuntó: Todos los escritores son falsificadores malogrados. Los habitantes de este planeta viven en una suprema alienación, dependiendo de todas las variantes de drogas que circulan por el universo: cocaína o Milán Kundera; marihuana o las atrocidades de Sidney Sheldon, opio o las excentricidades de Roberto Bolaño, hacerle el amor a nenas de cinco años o recluirse en un monasterio budista; integrarse al batallón de alcoholistas anónimos o inmolarse en la hoguera de esa plaga de pecadores con lapicera fuente... Es lo mismo ser poeta que rufián.  Y esto ocurre – subrayó en rojo – por culpa de esos arrogantes poetastros y escritorzuelos que han hallado una vía cómoda para vivir a expensas de la lectura de los libroadictos. La explotación del lector por el escritor.

A menudo se pregunta: ¿Qué harían esos señoruelos de la pluma fuente sin los lectores? ¿Sin los tontos que malgastan sus sueldos adquiriendo la droga escrita para entretenerse durante las frías noches invernales, o en las frescochientas mañanas del verano en los parques, o para la lectura exhibicionista de los patos vicas (que hacen pinta con espeluznantes anteojos oscuros), tostándose en las playas, tumbados sobre toallones vanguardistas de múltiples estampados; o haciendo pinta en los bares literarios donde incuban sus libros depravadores de mentes, al igual que aquellos que pervierten a menores de ambos sexos por medio de chupetines y chocolatines? ¿Qué harían? ¿¡eh!?
Se columpiaba entre el enfado y la angustia: Dejen de emponzoñar al lector – vociferaba una y otra vez – con la retahila caliginosa de los escritores fracasados. Llegó la hora de reivindicar a los incautos estragados por ese sutil veneno que destilan los escritores ¡Por Dios! ¡Que alguien condene la servidumbre y la frustración de los que leen! Internen a los escribas en el hospicio – bramó ofuscado –, métanlos entre rejas. Y psicólogos, por piedad: ocúpense de la alienación de los libroadictos. ¡Que aparezca de una buena vez la enciclopedia del lector fracasado!

Cierra los párpados... Suavemente. Imagina que una garúa otoñal le purifica el magma de la rabia y la impotencia.
El tipo de guardapolvo almidonado sigue allí, sentado frente a él, inmóvil, inmutable. Como si fuese un busto de Freud montado sobre una plataforma acrílica a la entrada del circo Sarrasani. Lo deja hablar; no lo interrumpe; no le presta atención: sólo lo contempla.
El silencio del tipo lo desnuca, le crispa el sistema nervioso, le provoca urticaria. 
–¿Me comprende?  – le pregunta ansioso a la esfinge helada que tiene delante.
El insensible guardián del averno se levanta de la cómoda butaca y le responde con una embalsamada sonrisa de estibador analfabeto:       
 –Lo comprendo: ¿cómo no lo voy a comprender, jovencito?  ¡Y ahora relájese!
 –¡Piojoso! – le contesta enfurecido. La momia acartonada de guardapolvo le obliga a tomar la pildorita anaranjada.
Se tranquiliza. La rabia se le va desplomando como un telón agujereado y sucio que trastabilla hacia la eternidad mientras escucha, embelesado, una voz granujienta de contralto que entona el Réquiem para el lector fracasado 

Andrés Aldao