¿PODRA SOBREVIVIR EL HOMBRE?
Me despertó el fono. Miré el circulito iluminado, las
siete de la mañana... Era Paco...¿Qué podría ser tan importante para
despertarme a esta hora? El sabía que yo hacía horario nocturno...
–¡Hey! Paco,
¿qué pasa a estas horas?
-Buen día Fermín, estoy en una de las ciudades
abandonadas del siglo XXI, tengo algo muy interesante para vos. No pude
contenerme y te
desperté.
- Te voy a perdonar si es algo muy bueno... ¡escucho!
- Encontramos montones de CD, la mayoría con
etiquetas de conjuntos u orquestas, nada especial, como siempre... Pero también
habían varias decenas de CD personales, diarios íntimos y cosas por el estilo.
Creo que te interesará, ¿qué decís?
- ¡Que sí!! ¿Cuándo podré tenerlos?
- Bueno, estoy un poco lejos, pero te los mandé
esta mañana por correo, en cualquier momento te los entregan. No olvides la
diferencia de horario!
Me lavé -el agua tenía hoy un olor a desinfectante un
poco más fuerte que de costumbre (¿otra filtración de las cloacas? ¿Quién lo
sabrá?). Saqué una hamburguesa de la refrigeradora, le agregué queso y la puse
en el microondas. El café hoy debía ser bien fuerte, había dormido sólo tres
horas...Y bien, con la cantidad de proteínas, glucosa y cafeína que estaba por
ingerir, mi organismo se sentiría cien por ciento y podría funcionar.
Mientras comía miré las noticias por TV: lo habitual,
accidentes de tránsito, envenenamientos por comida en mal estado, polución
ambiental, investigaciones sobre el cáncer, nada nuevo. Como siempre, decidí no
prestar atención a las malas nuevas. En el diario tenía acceso a muchas más
desgracias de las que se publicaban. ¿y para qué me servía en la vida diaria?
No cambiaría mi dieta, no renunciaría al
fono-pulsera, no me privaría de mi auto ni de la TV. Y aunque lo hiciera y me
fuera a vivir al campo cultivando mi propia comida, como aconsejaban los
ecologistas, ¿eso cambiaría al mundo? Millones de personas seguirían fumando,
bebiendo, consumiendo...
En ese momento, llegó el correo expreso y tuve en mis manos
esos antiguos discos de computadora. Comencé a insertarlos en mi PC uno
por uno, podía revisar rapidamente su contenido: diario de un adolescente,
cuentos de ciencia ficción (¡ja! ¡Qué ingenuos!), cartas privadas, cartas
oficiales, resúmenes de cuenta de distintos bancos.
Nada de interés, ¿para eso me despertó Paco? ¿Por qué
no los revisó antes de llamar?
Me preparé otro café, calenté en el micro un trozo de
torta de queso congelada - creo que me estoy pasando con el azúcar- pero bueno,
necesito azúcar para que me funcione el cerebro.. Continué con la inspección:
¿una carta? No, otro tipo que se despierta con dolor de cabeza. ¡Un momento!
¿qué es esto...?
«Me desperté con un terrible dolor de cabeza. ¿Cuántas
horas habré dormido? Fui al baño, me
miré la cara en el espejo: en apariencia todo estaba bien, color normal, los
ojos un poco hinchados por el sueño, pero no rojos o brillantes de fiebre. Me
lavé con cuidado ya que el botellón estaba casi vacío. Mientras le mandaba el
correo eléctronico al proveedor del agua escuché las acostumbradas letanías de
otro entierro... ¿Quién sería esta vez? Me acerqué a la ventana y vi a la
familia del dueño del supermercado de la otra cuadra..¿Qué habrá ocurrido? Tal
vez muerte natural... ¡Esto de vivir justo en el camino al cementerio nuevo ya
me tiene harto!
«No
tenía nada en la heladera, así que mandé otro correo a “Granjas Orgánicas” con
mi pedido habitual. Con un poco de suerte, en dos horas tendría todo en casa...
Ahora ya no había embotellamientos, ni
miles de pedidos que impidieran la entrega inmediata.
«Así es, todo tiene sus ventajas:
mientras no fuera yo el muerto podría disfrutar de la drástica disminución del
hacinamiento urbano. En realidad, mi cuadra estaba practicamente deshabitada.
En mi edificio, los diez pisos estaban desocupados, el ascensor ya no
funcionaba y no se pagaban gastos de mantenimiento. Por suerte, en las pocas
oportunidades en que salía a la calle
todavía podía subir los tres pisos hasta
mi departamento. Podría haberme mudado al primero, pero era engorroso.
Legalmente era complicado, a pesar de que nadie reclama hoy en día las
propiedades, las otras viviendas no me pertenecen y quién sabe si dentro de un
año o un mes, cuando todo esto acabe
–¿acabará algún día?- no aparecerá un heredero y tendré que volver a mudarme...
«¡¡Mudarse!! Esta es una de las pocas
fantasías que nos quedan a los sobrevivientes. Dos tercios de la ciudad están
vacíos: hermosas casas con jardines y muebles nuevos, cocinas modernas, bañeras
redondas o triangulares, jacuzzi, duchas masajeadoras y todo el confort de
nuestro siglo... Pero nadie entre los vivos se atreve a ocuparlas: descartando
a los religiosos que consideran que este es el nuevo invento de Dios para
castigar nuestra iniquidad, una especie de nueva Sodoma y Gomorra, los otros,
entre los que me cuento, no sabemos con certeza si los famosos virus
intestinales o las bacterias pulmonares están latentes en esos lugares en que
la gente fue destruida por ellos.
«De todas maneras, todos los edificios cercanos
a las antenas deben ser desechados Aunque no esta “científicamente” demostrado
que ellas provocaron todos los tipos de cáncer que mató a sus ocupantes,
sabemos que las empresas de celulares, el ejército, las emisoras de radio y TV
impiden que ese tema se investigue.
«Y debo recordarme a mí mismo, una y otra vez,
que esa fue la razón que me impulsó a comprar este departamento. Fuera del
centro de la ciudad, en el camino al cementerio nuevo, no había concentración
de antenas gigantes ni fábricas, el aire era más limpio y las probabilidades de
contagiarse menores .
«De todas maneras, salir a la calle no es
seguro: los gases venenosos siguen existiendo y, aunque por ahora la máscara es
efectiva, no sé con seguridad cuánto tiempo más van a seguir fabricando los
filtros. Esa es una de las grandes desventajas de la dramática mengua en la
población: ya hay poca gente que trabaje en fábricas, agricultura, servicios.
Todo el que como yo puede trabajar desde su casa, lo hace.
« Hay miedo de salir al aire libre. Decir aire
libre no es, como hace 50 años, decir aire puro. Los pesimistas informes de las
organizaciones verdes que nos hacían reír en los primeros años del siglo XXI se
concretaron...Ni las propias organizaciones creían que en un porvenir tan cercano llegaríamos a
la reducción de la población mundial en un 50%. Si dejamos de lado las pequeñas
localidades y el campo, tomando en cuenta sólo las grandes ciudades, la
disminución llega al 75%.
«Con el cierre de los edificios bancarios, toda
la actividad se trasladó a las computadoras
y gracias a esto puedo sobrevivir y trabajar en mi casa. Pero, ¿cuánto
tiempo podremos seguir con este tipo de vida? ¿Qué ocurrirá si las empresas de
agua pura dejan de funcionar? ¿Cuántos siglos pasarán antes que las fuentes
naturales de agua se depuren de los restos químicos y radiactivos? ¿Cuántos
hasta que el bosque de antenas ralee y desaparezca? ¿Cuántos hasta que se pueda
comer pescado no contaminado? Aunque casi no se extrae petróleo, todavía
sufrimos las consecuencias de su uso intensivo e indiscriminado.
«Es absurdo, pero la muerte masiva de la
población mundial produjo la desaparición de una parte de los factores de
contaminación: las fábricas de fertilizantes, desinfectantes, desodorantes y
otros miles de productos que envenenaban el
ambiente, ralean y van desapareciendo...O sea, que lo que las protestas
y manifestaciones no han logrado en dos siglos, lo consiguió la implacable
realidad. No hay para quién fabricar esos productos, no hay suficientes celulares
y televisores para justificar el bosque de antenas sobre los techos, no hay
bastantes consumidores de petróleo para extraerlo en grandes cantidades.
«Los primeros en sucumbir, como siempre,
fueron los pobres. Ellos no podían comprar agua pura, comer sólo productos
orgánicos, no tocar la carne contaminada de los animales criados industrialmente, instalar en sus
hogares purificadores del aire, etc. etc. Luego murieron los cínicos, los que
se reían de todas las precauciones, los que pensaban “a mi no me pasará” y
seguían consumiendo productos insalubres. En tercer lugar desaparecieron los
que ya no querían vivir, los débiles que carecían de fuerza para luchar por
cada gota de agua y cada soplo de aire... Y, por último, los niños, muchos de
ellos huérfanos, sin capacidad para cuidar de su salud, sin defensas orgánicas,
sin dinero, sin hogar...
«Los que permanecemos, los que aún luchamos,
este 25% que vive aislado, alejado uno del otro, mantenidos por los pocos
empleos que nos permiten subsistir, tenemos unos pocos años - los que nos resta
de vida- para reconstruir, reparar y
recomponer la raza humana. Pero esto,
¿tiene sentido? Si logramos reproducirnos, traer nuevos seres al mundo, formar
nuevas familias, repoblar el planeta, en unas pocas decenas de años todo
volverá a ser como antes. La calesita seguirá girando con la vieja música y
nadie querrá cambiar el disco...
«Otra vez las grandes empresas levantarán
cabeza, el viejo orden resurgirá, nuevas organizaciones de verdes se formarán y
proclamarán sus advertencias, pero nadie prestará oídos. Y la
vorágine del consumo girará sin freno hasta la catástrofe final.
El café se había enfriado, la torta de queso era un
mazacote incomible y mi pecho, oprimido como si tuviera un ladrillo encima, me
impedía respirar. Sí, la calesita seguía girando, todo lo que llevó a la
destrucción de la sociedad humana, tal como era en el siglo XX, se renovó
ahora, cinco siglos más tarde. ¿Y en cuál de las categorías que describía ese
desconocido encajaba yo? Sin lugar a dudas yo era el cínico, el consumidor
típico, el que no quiere pensar en las consecuencias de su conducta...
Ahora podía imaginar el motivo de que las
ciudades fueran abandonadas, de la decadencia de la industria y de toda
actividad humana en el siglo XXI. Era muy sugestivo que no se hubieran
publicado esas conclusiones. Era obvio que el gobierno lo sabía pero prefería
callar, ocultar.. Mi interés por los siglos pasados − que era sólo un
pasatiempo −, me desveló el presunto misterio de las ciudades deshabitadas.
Ellos habían llegado a un punto desde donde
no había marcha atrás... Y nosotros, ¿a qué distancia estamos de ese
mismo punto?
Es como si cada vez que su existencia es amenazada, el
planeta corcoveara como un caballo salvaje y arrojara a los hombres de su lomo:
inundaciones, terremotos, sequías se suman a las causas de muerte provocadas
por el hombre. Guerras, accidentes y
polución no alcanzan para eliminar la población que envenena el planeta pero
junto con las catástrofes de la naturaleza, nos llevan al mismo punto que
describió ese desconocido en el siglo XXI. La Tierra nos acepta mientras no la
devastemos; cuando, cada tantos siglos, el peligro de destrucción es inminente,
ella nos arrasa a nosotros.
Me asomé a la
ventana, respiré hondo el aire libre pero impuro de la ciudad. La maraña de
antenas en los techos estaba inmóvil. Todo estaba en calma, no había viento. La
vorágine oculta continuaba su giro mortal. ■
Ester Mann