De Marlene Dietrich a Hans Scharoun
Luis
Alemany | Madrid
Durero, los expresionistas, la Bauhaus, 'La flauta mágica', Goethe, Mann,
Murnau, Kraftwerk, Kurt Weill, Schiller, los escritores austriacos
majaretas, Nietzsche, la
Secesión, el psicoanálisis, Rilke, Wagner... La próxima vez
que se diga eso de que el idioma alemán está muy bien para el trabajo, que
alguien diga proteste. Los críticos y redactores del área de Cultura de este
periódico eligen sus afectos intelectuales y estéticosllegados de
Alemania, Austria y Suiza.
"Mies [van der Rohee] es estupendo, pero si me tengo que
quedar con un arquitecto, me quedo con Hans Scharoun", explica
Enrique Encabo, colaborador habitual de 'El Cultural'. "¿Sabe la Filarmónica de Berlín
y la Biblioteca
Estatal? Pues Scharoun fue el arquitecto". Claro, la Biblioteca y la Filarmónica,
emplazadas a 100 metros
de la Galería
Nacional de Mies, casi donde empieza el Tiergarten. "Es
un triángulo formidable porque, de alguna manera, Mies y Scharoun se
explican mutuamente por oposición. Scharoun, además, fue un hombre
ejemplar, fue el único de los grandes arquitectos que decidió quedarse en
Berlín, después de la guerra, trabajó como arquitecto municipal, con muy pocos
medios pero se empeñó en la reconstrucción de la ciudad". Una pregunta más
para el señor Encabo: ¿se queda con Berlín o Viena? "Con Berlín, desde
luego. Viena tuvo su momento, a principios de siglo estaba la secesión y, a la
vez, los primeros presagios del Movimiento Moderno, pero después se paró.
Berlín es una ciudad maravillosa. Es una pena que el 'cosido' de las dos
ciudades, el Este y el Oeste, no fuera muy respetuosa ni muy interesante, pero
es una ciudad inagotable".
Siguiente turno: Juan Bonilla. No hay que hacer demasiados
esfuerzos para presentar al escritor jerezano, pero sí merece la pena recordar
quela semana pasada
estrenó blog en ELMUNDO.es. Su respuesta llega en un correo
electrónico. "Mi escritor favorito en alemán es, naturalmente,Gottfried
Benn. Porque consiguió ganar terrenos no conquistados hasta él para la
poesía, porque inventó casi sin saberlo el expresionismo con su libro 'Morgue',
que considero una de las cumbres de la poesía del siglo XX, porque pensaba que
el ensayo era o debía ser una forma poética más, porque su libro de relatos
'Cráneos' tiene cuentos inolvidables, porque pensaba, con una ambición
excesiva, que un poema debe tener la fuerza suficiente como para devolver a las
tabernas a alguien que se hubiera jurado a sí mismo no volver a beber una gota
más de alcohol, porque entendió que el nihilismo no es una fuerza negativa o
negadora, sino todo lo contrario, activa: pues si lo único que hay es la nada,
¿cómo no entregarse a la vida como una fuerza en sí misma que no necesita de
justificación trascendental? Por eso".
Más: Leticia Blanco trabaja en la redacción de Barcelona de EL
MUNDO y tiene el deber de elegir un alemán/austriaco/suizo que se haya dedicado
a la moda: "Alemania no es un país excesivamente famoso por su moda o sus
diseñadores. Con la excepción de Karl Lagerfeld (francés de adopción), Hugo
Boss y Escada, pocas son las grandes firmas en las grandes pasarelas
internacionales. Pero si hay alguien en el mundo de la moda que enarbola el
carácter racional, riguroso y funcional del país esJil Sander, la reina
del minimalismo durante la década de los 90. Heidemarie Jiline Sander nació en
un pequeño pueblo a las afueras de Hamburgo durante la Segunda Guerra
Mundial. Empezó en el mundo de la moda como redactora en los 60, primero en la
revista neoyorquina 'McCall's', luego en las alemanas 'Constanze' y 'Petra'. En
1968, a
los 25 años, lanzó su primera colección femenina: prendas básicas, sencillas,
femeninas, de silueta limpia y radicalmente funcional que definieron el estilo
que marcaría a las siguientes generaciones. En 1973 debutó en París (con escaso
éxito) y no fue hasta 1987 cuando se hizo con el reconocimiento unánime de la
industria y el público en Milán. Durante los 90 compartió junto a Helmut Lang y
Miuccia Prada el reinado del minimalismo elegante, atemporal y austero (para
muchos, rozando lo puritano). Hoy, a sus 68 años y tras muchas idas y venidas,
está de vuelta. Acaba de regresar como diseñadora a su propia marca (comprada
en 1999 por Patrizio Bertelli, CEO de Prada y esposo de Miuccia, hoy propiedad
del holding japonés Onwards Holding Co.) después de haberla abandonado en dos
ocasiones por su desacuerdo con la gestión. Entre tanto, ha colaborado durante
tres años con Uniqlo (el Zara japonés), para regocijo de los admiradores a los
que el sueldo no les llega. Su comentadísima vuelta a las pasarelas después de
ocho años de ausencia (tras la salida de Raf Simons) tuvo lugar en septiembre
en Milán, donde sus siluetas arquitectónicas y su paleta tranquila (repleta de
luminosos blancos, grises y azul mediterráneo) levantaron generosos aplausos.
Todo indica que la reina de la austeridad ha vuelto para, esta vez,
quedarse".
Rafa Rodríguez también escribe sobre diseño en las revistas de EL
MUNDO. Contesta en un correo electrónico: "Diseño y alemán no son términos
que puedan coincidir en una misma frase sin provocar sobresaltos, pero quédense
con esta única palabra: Bauhaus. A la funcionalidad/utilidad por el arte. Sin la
escuela de Gropius hoy no habría diseño industrial ni gráfico que valga, 'desde
la silla en la que usted se sienta hasta la página que está leyendo', que decía
Heinrich von Eckardt. Por eso soy muy fan de Robert Bartholot,
diseñador gráfico teutón del momento: su trabajo es el de un artesano ('Kunst
im Handwerk'), primario y racional pero sin miedo a tirarse cuesta abajo por el
tobogán del surrealismo".
Y ahora, la música: "Con permiso de Wagner, me quedaría
con 'Salomé' de Richard Strauss. Por lo que supuso de punto de
inflexión en el desarrollo del lenguaje musical y también de acontecimiento: a
su estreno en Graz acudieron en tren Mahler y Alma, Puccini y Schönberg,
Zemlinsky y Berg, el ficticio Adrian Leverkühn de Thomas Mann y un Hitler de 17
años que se había escapado de casa para no perderse esta 'lujuria
sinfónica'", explica Benjamín Rosado, del equipo de 'El Cultural'.
A Pablo Gil, jefe de sección y crítico en 'Metrópoli', le toca
elegir alguna canción, algún cancionero 'auf Deutsch'. Y no vale Kraftwerk, que
sólo decían 'Autobahn, Autobahn' como una letanía. "Me quedo con 'Lily
Marlene', cantada por Marlene Dietrich. La balada de amor más
famosa de la música popular alemana fue canonizada por esa reina del drama en
cine, en disco y en la vida no digamos. La carismática dama le aportó su aura
decadente a esta delicada melodía compuesta en 1915 por un maestro de escuela
de Hamburgo. Aunque fue una canción muy popular entre los soldados del ejército
nazi durante la II Guerra
Mundial, esta versión melancólica se usó precisamente para lo contrario: para
desmoralizar a la tropa con su historia de amor anhelante". Pedazo de
canción y pedazo de mujer, con perdón. "Pues sí".
También en 'Metrópoli' escribe a menudo José Luis Romo sobre
teatro. "Escogería a Bertold Brecht por todas las veces que he cantado la'Ópera
de los tres peniques' en la ducha y porque aún recuerdo cómo me quedé
pegado la butaca la primera vez que vi 'Madre Coraje'. Aparte, nadie ha
revolucionado la escena como él lo hizo con su distanciamiento y su combativa
obra no puede estar más vigente. Eso de convertir al espectador en un sujeto
crítico y con conciencia debería estar dogma con la que está cayendo. Pero
tampoco es plan de ponernos tan grandilocuentes... ¿o sí? Por mi sensibilidad 'queer'
también apostaría por Fassbinder, al que por cierto este año La Abadía reivindicará
programando 'El café' (yo soy más de 'Las amargas lágrimas de Petra Von Kant').
En cualquier caso, para no tirar de clásicos escojo al austríaco Peter Handke.
Todo el que quiera saber en el lío en el que estamos metidos y cómo funcionan
los oscuros mecanismos del capital que le eche una ojeada a su 'Quitt'.
Compartir un 'Schnitzel' con él debe ser de lo más interesante y deprimente.
Por cierto, ¿por qué hay tan pocas comediógrafos germanos?".
Como Romo a citado a Fassbinder, Carlos Reviriego, crítico de
cine de 'El Cultural, tiene el deber de no repetir su nombre. Está chupado.
"Fritz Lang, cineasta con monóculo que le dijo no a Goebbels (y
acto seguido cogió el primer barco a América), hizo todo en el cine y para el
cine. Mudo y sonoro, blanco y negro y color, en múltiples idiomas y países, de la UFA alemana a la MGM americana, visitando todos
los géneros por haber. Con maestría y horizontes visionarios. El expresionismo
mudo y el cine clásico necesitaron a genios como él para convertir un invento
de feria en el arte esencial del siglo XX. Sus películas cuentan esa historia
como nadie lo hizo, y así fue glorificado por Godard y sus camaradas de la
política de autores".
Y continúa Reviriego: "Los mismos que lincharon a Werner
Herzog en su día, ese cineasta sólo fiel a sí mismo y a su visión del
mundo y los hombres, que hizo su primera película cuando Lang estrenaba su
última, como si recogiera una suerte de testigo. Renegaron ambos de su nación y
los terrores que sembraron, para llevar el corazón de sus culturas (vienesa,
Lang; bávara, Herzog) a los confines de la tierra. Si Lang viajó a la luna con
una mujer y a las metrópolis del futuro que hoy nos albergan, Herzog ha filmado
en un volcán en erupción y en las cuevas donde se hallaron las primeras
pinturas conocidas, cuando fuimos primates. Sus búsquedas les emparentan: los
abismos imposibles de la naturaleza humana".
Y últimas voces: Ricardo Martínez, ilustrador del diario EL MUNDO
y creador de Goomer, también tiene su amor alemán. "Lyonel Feininger,
que en realidad es alemán-estadounidense y que apareció hacia 1906 o en esa
época, en un momento en el que la ilustración se estaba inventando y se podía
ser muy libre". Ricardo busca una portada de la serie 'The Kin-der-Kids
abroad' y se engolosina. "Fíjese como se recortan los volúmenes... Esta
serie se inventó como un 'anti-little Nemo' y es de una fantasía, elegancia y
precisión impresionante".
Y termina Beatriz Espejo, crítica y responsable de la sección de
arte de 'El Cultural': "En medio de una tradición fotográfica que ha hecho
escuela más allá de las fronteras, destacan dos nombres fundamentales en el
campo de la pintura, de dos generaciones y tradiciones distintas, incluso algo
opuestas. Por un lado, Gerhard Richter (Dresde, 1932), el
pintor alemán vivo más importante, el gran referente para los pintores
actuales, cuyo universo creativo traspasa límites y formatos. De la pintura a
la fotografía apenas hay distancias. Por otro lado, Jonathan Meese(Tokyo,
1971), al que conocimos en la primera Bienal de Berlín, en 1998, y ejemplifica
la diversidad de artistas no alemanes que acoge hoy la ciudad. El suyo es un
activismo que recupera la tradición transgresora de las corrientes alemanas
contemporáneas, como Alselm Kiefer o Georg Baselitz. Ambos, con sus obras, tan
dispares en apariencia, se mueven entre extremos. Conciben el arte como única
vía de salvación posible, de búsqueda incansable de la complicidad con el
espectador para hacerle partícipe de que no hay verdad absoluta. Por uno y por
otro, se rinde hoy el mundo del arte". ■