martes, 30 de octubre de 2012


ÍNDICE del 2º número de octubre de 2012

ARTESANÍAS  LITERARIAS
La revista que nunca duerme 
 Cuentos y poemas, textos literarios, ensayos, historia. 
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CONSEJO de COLABORADORES de

ARTESANÍAS LITERARIAS
                               
           
EDITOR: Andrés Aldao
           
SEC. DE REDACCIÓN: Ester Mann
                  
COLABORADORES:

Carlos Arturo Trinelli
                                                         
Amelia Arellano
                                                          
Celmiro Koryto
                                                          
Cristina Pailos

Marita Ragozza de Mandrini

Ernesto Ramírez

Ofelia Funes

·                       Cristina Pailos
·                       Bonnie and Clyde: Radicales contra filisteos
·                       Jorge Enrique Ramponi por Ofelia Funes
·                       J. ERNESTO AYALA-DIP
·                       La música clásica escapa de su corsé
·                       ANTHONY BURGESS 27 OCT 2012 -
·                       James Joyce
·                       ANTONIO MUÑOZ MOLINA
·                       Por Mempo Giardinelli
·                       Clásicos del desván de la literatura latinoamerica...
·                       1912, viaje al año del ‘big bang’ de Kafka
·                       Andrés Aldao
·                       Armonía Somers
·                       Ernesto Ramírez
·                       Gerardo Pennini
·                       Ester Mann
·                       Carlos Arturo Trinelli
·                       Sonia Figueras / cuentos cortos
·                       cuadro de István SándorfiOFRENDAS* Dónde estás /...
·                       Marita Ragozza De Mandrini
·                       Amelia Arellano
·                       Amalia Lateano
·                       Fabiana León - poemas
·                       Marta Comelli / Julio Taborda Vocos
·                       Osip Mandelstam
·                       Muhsin Al-Ramli
·                       Mercedes Sáenz
·                       Beatriz Vignoli
·                       Lina Zeron
·                       Enrique Santos Discépolo
·                       Heberto Padilla (Cuba, 1932)
·                       Roberto Juarroz
·                       Ernesto Cardenal. Nicaragua (1925-)
·                       Alba Estrella Gutiérrez
·                       Cuartito Azul / Ignacio Corsini . un clásico por i...




Cristina Pailos





Los libros, las traducciones y yo

Por Cristina Pailos



Siempre he leído mucho pero en la adolescencia los libros fueron una adicción muy fuerte.  Le pedía dinero a mi padre y salía para la librería, la famosa Casa Rey, en plena calle San Martín, hoy peatonal, aquí en Mar del Plata. Casi siempre tenía que regresar en taxi porque no podía con el cargamento. También iba a la Biblioteca Municipal pero como sólo prestaban cinco libros cada quince días no tenía mayores problemas con el acarreo.
        Con el tiempo pensé que en esos años de mi vida –difíciles para todos-  deseaba profundamente vivir situaciones, experiencias y hasta conflictos que por el tipo de disciplina y códigos familiares no  creía que me pudieran llegar a ocurrir salvo que estuviera dispuesta a serios enfrentamientos para concretarlos. Y algo de eso ocurrió tiempo después.
        Recuerdo que me metía de tal manera en las historias que éstas terminaban afectando seriamente mi sensibilidad y si se trataba de alguien enterrado vivo o que se trasladaba de un lugar a otro por las cloacas de Paris como Jean Valjean en Los Miserables, yo sentía que me asfixiaba. No podía respirar allí abajo. Quizás fue entonces cuando aparecieron los ataques de asma que el tiempo y la vida real con todas sus alternativas se encargaron de hacer desaparecer. Años oscuros de terror en el país me curtieron de momentos asfixiantes.


        No sé si leía bien o mal. Creo que no era muy crítica porque cuando más tarde volví a leer algunos de aquellos libros noté que  había pasado por alto muchísimos aspectos importantes. Sin embargo, sacaba algunas conclusiones. La literatura y el conocimiento universal nos llegaba a través de traducciones. Quienes se dedicaban a esa tarea, para mí eran dioses, semidioses o genios. Como sería pensar en dos idiomas al mismo tiempo con tanta perfección y además percibir la sensibilidad y las culturas diferentes de autores, personajes y por supuesto, de los lectores. Cómo podían interpretar el humor, el doble sentido y hasta traducir juegos de palabras.
Sólo gracias a esos talentosos políglotas me había podido meter en la piel de La Dama del Perrito de Chejov y andar  por las calles de Yalta con el amor desbordante y los prejuicios, inseguridades y contradicciones que me parecían conocidos.
        Entraba y salía a través de una puerta mágica de doble hola pero  de un solo idioma y donde no contaban las distancias geográficas o culturales. Sin moverme de mi dormitorio o desde un banco de plaza o en la playa, sonreía, lloraba, me enfurecía junto a los personajes, me movía ardiente de placer o yo misma me provocaba una especie de rigor mortis para experimentarlo y al mismo tiempo llorar mi propia muerte. (En aquella época no se sabía mucho de alucinógenos así que para los estados alterados era cuestión de tener facilidad natural o no tenerla).
         Pero al mismo tiempo no ignoraba los tiempos y espacios que me separaban de los personajes. Me empezaron a surgir algunas dudas: ¿Estarían bien hechas las traducciones? ¿No habría modificaciones o distorsiones al pasar de un idioma a otro? Los sabios traductores ¿siempre adivinaban las intenciones del autor?
         Un día, en la antigua biblioteca de Mar del Plata que entonces no tenía un edificio propio y funcionaba en uno de los pisos del Palacio Municipal, encontré una versión en italiano de Martín Fierro: nuestro poema nacional en italiano. Lo abrí curiosa, a pesar de no saber italiano- ni entonces ni ahora- y empecé a leer algo así:
“Incommincio qui a cantare pizzicando la mandola...”
(Aclaro que no recuerdo las palabras textuales y tuve que reproducirlas ahora con la ayuda a veces bastante dudosa del traductor de Google)
         Se me escapó una risotada que estremeció el silencio litúrgico de la biblioteca y perturbó los rostros de feligreses adormecidos por incienso inexistente. Todos enfocaron sus miradas hacia mí como reprochándome el sacrilegio. El jovencito que llevaba, traía y acomodaba libros, me preguntó si me pasaba algo. Roja de vergüenza le dije –No, disculpá. Es que me causó risa imaginar a Martín Fierro hablando en italiano.
        Como monaguillo ceremonioso y carente del don de la gracia no participó de mi simpático descubrimiento. Me miró y buscó cómplices a su alrededor, como diciendo:- No se puede evitar que de vez en cuando caiga por aquí una bestia como ésta.
Empecé a sospechar de las traducciones, aunque por supuesto, seguí leyendo. La experiencia de Martín Fierro ahora me hacía pensar que un Fausto alemán tenía que ser más Fausto y sólo un Hamlet inglés podía blasfemar desde sus entrañas inglesas contra su madre y su tío.
         Con el quijotesco propósito de no leer traducciones, empecé a estudiar idiomas imbuida de un delirio fanático y al terminar el secundario ya me desenvolvía bien en inglés, francés y alemán. Pronto llegué al convencimiento de que mis molinos de viento no eran desaforados gigantes y tendría que seguir leyendo traducciones porque son muchos los idiomas del mundo. No se puede avanzar en ese terreno babélico .
        El tiempo siguió fluyendo, más rápido de lo necesario para mi gusto, y puedo asegurar que desde entonces hasta hoy he leído traducciones excelentes. Muchas de ellas realizadas por hombres de letras de elevadísima cultura. En Buenos Aires tuve oportunidad de estar en la casa de la hija de León Mirlas, el traductor preferido por el dramaturgo estadounidense Eugene O’Neill y tuvimos una conversación muy interesante entre documentos, cartas, fotos y evocaciones y desde un portal estadounidense en Internet pude leer algunos de los diálogos epistolares entre O’Neill y Mirlas. Fue interesante conocer el trabajo permanente entre un escritor y su traductor para lograr un trabajo sin fisuras o con la menor cantidad de fisuras posibles.
        Pero los problemas y las dudas sobre las traducciones lejos de disminuir, se acrecentaron y se le sumaron otros interrogantes. 
  No entiendo a los españoles. Por un lado, la Biblioteca Cervantes publica con orgullo que el español es uno de los idiomas con más hablantes en el mundo, pero por otro lado, creo que ignoran sistemáticamente que ese idioma no se habla de la misma forma en todo el ámbito de los hispano hablantes o bien no ignoran las diferencias pero están convencidos de que el verdadero español es el de la Empresa Telefónica, Repsol y otras tantas. Y con ese criterio   son muchas las traducciones que vienen de España. Me cuesta mucho prestar atención a dos cow-boys conversando mientras cabalgan en el desierto de Arizona:
- Coño. En mi puñetera vida he visto un gilipollas como tu-
-¿Que dices? Pues que mala uva tienes, tío

        Pero la necesidad de utilizar un nivel más neutro y cuidado en el uso del idioma que tantos hablantes compartimos  es sólo uno de los reclamos en cuestión. Creo que desde que las editoriales globalizadas dejaron, en general, de tener la dignidad que alguna vez tuvieron y el orgullo de descubrir autores o celebrar a los consagrados, todo empeoró.
        No sé cuándo pero un día nos despertamos y encontramos que las Editoriales eran fábricas globalizadas cuyo dueño no se sabe quien es ni donde reside y que sus representantes en los países son monaguillos obedientes sin el don de la gracia que direccionan el libro de acuerdo con las necesidades de la liturgia del mercado .
        El libro es ahora “el producto” no sólo para sus fabricantes sino que también algunos hombres de letra y del arte llaman de esa manera a un libro, una película, una composición musical. Sería perdonable, digamos, si el producto fuera de calidad  pero nunca con los esperpentos que a menudo se encuentran .En un texto que lamentablemente no recuerdo y en consecuencia no puedo reproducir textualmente, los personajes se encontraban abordando un tema serio y de pronto uno de ellos hace una acotación con especial énfasis. Su interlocutor responde -No es mi taza de té. Quienes saben inglés reconocen en la expresión it is not my cup of tea una expresión idiomática que quiere decir no es algo de mi interés o no es algo de mi agrado. ¿Y los que no saben inglés? Pueden llegar a convencerse de que algo les está ocurriendo y no comprenden lo que están leyendo. Pobres lectores hasta quizás piensen que les está llegando el Alzheimer.

         Hace tiempo que existe la carrera de traductor, hay Colegio de Traductores, cursos de capacitación. No pongo las manos en el fuego por la cultura general de todos, pero al menos tienen el conocimiento técnico como para saber qué hacer con “la taza de té”.  Cuando aparecen semejantes déficits tengo que suponer que “las fábricas de libros” no quieren gastar en honorarios respetables como merece un profesional para una tarea nada sencilla como ésta. En su lugar contratarán a alguna eterna estudiante de inglés ,  y con la misma cantilena de siempre saldrá una secretaria para darle unos miserables pesos cada cien palabras , por supuesto,  independientemente de las dificultades que pueda ofrecer el texto.
  Y tenemos que seguir leyendo traducciones. Tengo esperanza de que las nuevas editoriales pequeñas de nuestro país nos revelen un mundo de letras no tan “puñeteras”

Bonnie and Clyde: Radicales contra filisteos



Radicales contra filisteos

Hoy suena a cuento chino, pero es cierto: hubo tiempos en que los críticos imponían su ley. Entiéndase: no decidían lo que triunfaba o fracasaba, aunque si creaban corrientes de opinión, alentaban el boca a boca. Su influencia resultaba más evidente en campos artísticos de productividad limitada, como el teatro o el cine. Esta es la crónica del hundimiento de un especialista en cine; resulta aplicable a cualquier profesional que confunda opinión con vendetta.
En 1967, Bosley Crowther llevaba casi 30 años como principal crítico cinematográfico del New York Times. Aunque políticamente liberal, tenía puntos ciegos. No simpatizaba con las películas “pretenciosas” que venían de Europa. Vio en Cannes Campanadas a medianoche, el mixshakespeariano que Orson Welles rodó en España; hizo saber que resultaba tan odiosa —“Orson está acabado”— que la distribuidora estadounidense tardó un año en estrenarla, temerosa del inevitable palo del NYT. En Variety salió un texto burlón titulado “Crowther, quédese en casa, por favor”: Bosley podía cargarse las posibilidades comerciales de determinadas cintas.
Crowther mostraba aún mayor inquina con los filmes que retrataban la violencia y no repudiaban a sus perpetradores. Así, detestaba la ambigüedad moral de Sergio Leone. Sus westerns, escribió, eran “tan peligrosos y tan socialmente decadentes como el LSD”. El 5 de agosto, invitado al festival de Montreal, asistió horrorizado al estreno de Bonnie and Clyde. Hoy nos cuesta calibrar lo revolucionario de la película de Arthur Penn (antes, la realización fue ofrecida a Truffaut y ¡Godard!). Contada a partir de los protagonistas, la identificación era inevitable. En la realidad, fueron delincuentes de cortos vuelos; el celuloide mostraba a una Bonnie Parker ansiosa de comerse el mundo, a un Clyde Barrow neurótico y sexualmente incierto. Perfectos héroes para la naciente contracultura.
A Crowther le pudo la indignación. Facturó una crítica destructiva desde Montreal. Cuatro días después, reincidió: Bonnie and Clyde era tan repugnante que había contaminado su apreciación de aquel festival de cine. El 13, cuando la película debutaba en dos cines modestos de Nueva York, sacó un tercer comentario negativo. Era domingo; lo leyó toda la ciudad. Dos estocadas y un descabello. Crowther pretendía hundir la película. Lo impidieron dos hechos excepcionales. Joe Morgenstern, crítico de Newsweek, también había reaccionado con una reseña condenatoria tras un pase privado. Pero volvió a ver la película, entre público de pago, y cambió radicalmente de opinión; una semana después, publicaba un mea culpa y celebraba las virtudes de Bonnie and Clyde. Lo nunca visto.
Esta es la crónica del hundimiento de un especialista en cine, Bosley Crowther
Y Pauline Kael entró en la pelea. Era una figura de culto cuando debutó enThe New Yorker con una defensa extensa de la película. De paso, disparaba sus cañones contra Bosley: “Son demasiadas las personas que quieren que la ley tome el puesto de la crítica cinematográfica; tal vez lo que quieren es que sus críticas tengan la fuerza de la ley”. Adviertan la escalada: ya no se discutían los méritos de determinada película sino la conveniencia de la censura o los diktats del poder cultural. En el alterado clima de 1967, Crowther tenía las de perder. Efectivamente, en diciembre le quitaron el puesto de crítico de nuevas películas. Al estilo del Times, fue una patada hacia arriba: más dinero, un título rimbombante. Habían ganado los jóvenes leones.
Pero el resultado estuvo en el filo. Sin el apoyo de la crítica más revoltosa, Bonnie and Clyde pudo desaparecer. Había sido lanzada de tapadillo por Warner Brothers, cuya cúpula no entendió aquello: Jack Warner prefería no recordar que empezó precisamente con “películas de gánsteres”. De hecho, la película solo se estrenó nacionalmente después de que recibiera 10 candidaturas a los Oscar. Representaba un radical cambio ético y estético: en el principio, cuando Beatty la movía como productor, quería contratar a Bob Dylan para encarnar a Clyde. La Bonnie de la pantalla, Faye Dunaway, se preparaba para rodar escuchando incesantemente el Blonde on blonde dylaniano: allí estaban la insolencia, el impulso torrencial, el narcisismo que requería su personaje.
Crowther, el hombre que quiso detener la marea de violencia cinematográfica, aguantó mal el retiro dorado. Se marchó del periódico y escribió libros. En Reruns: fifty memorable films (1977) finalmente aceptó que se había equivocado: “Bonnie and Clyde fue la película más inteligente a la hora de registrar la amoral inquietud de los jóvenes en los sesenta”. Atención al adjetivo: todavía deploraba la “amoralidad” que aceleró su caída.

Jorge Enrique Ramponi por Ofelia Funes





JORGE ENRIQUE RAMPONI

(en  Geografía lírica argentina. Cuatro siglos de poesía XVII – XVIII – XIX – XX. de José Isaacson) . Buenos Aires, ediciones Corregidor, 2003.

   Jorge Enrique Ramponi ha elegido como tema de su libro esencial la infinita piedra cordillerana, e incorpora a la poesía argentina el paisaje andino de su Mendoza natal, en la que transcurrieron los setenta años de su vida.
   En un homenaje que se le tributó en su  ciudad, poco después de la aparición de su último libro que viera publicado, Los límites y el caos, dijimos: “Jorge Enrique Ramponi ha empinado su voz hasta las mayores alturas logradas en el ámbito de la poesía contemporánea. El silencio que lo ha rodeado ha sido el recinto más adecuado para percibir la profundidad y la insólita estatura de su lirismo. Desde 1942, fecha de aparición de Piedra infinita, los estudiosos comprometidos con la verdad del texto ya sabían que el nombre de Ramponi quedaría inseparablemente ligado a la cordillera que, a pesar de su dura indiferencia, fue la cálida matriz germinal de esos versos que conjugan el instante del hombre con la eternidad de la piedra”.    La poesía ha sido instrumento capaz de convertirlo en un minero privilegiado, pues no busca otro material que no sea el de los rostros ocultos y el de los perfiles imprecisos que es menester rescatar para reconocer la siempre escondida realidad.
                                                                                       José Isaacson

 Obra poética: Preludios líricos (1927); Colores de júbilo (1930); Pulso del clima (1932); Corazón terrestre (1935); Piedra infinita (1942); Los límites y el caos (1972).

 Jorge Enrique Ramponi nació en Mendoza el 21 de agosto de 1907, pasó su vida en su provincia escribiendo poemas hermosos donde el paisaje, los Andes, son el centro absoluto de su cosmovisión. Murió en su provincia en 1977.

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Sobre el poema de Jorge Ranponi:  Piedra Infinita

En enriquecedoras imágenes, el poema Piedra infinita muestra un “yo lírico” consustanciado en una unidad originaria con el mundo. El poeta  busca en la piedra   respuestas sobre el misterio de la existencia. La piedra milenaria se transforma así en oráculo privilegiado, en silencioso testigo tatuado por las “napas” del tiempo.

Rompí su cuerpo por ver su corazón: témpano sólo.
Vacié su vaso, arena muerta contenida.
Ella, lo eterno: yo lo efímero ardiente, la atropello a sangre y canto.
Lo sé: me mira hasta los huesos con mi lápida,
pero lloro sobre ella, porque algo suyo llora en mí su destino.

   Y es en el silencio de la piedra que el poeta oye su grito, grito desgarrador, que a modo de espejo, le refleja su propio destino.
Silencio no es silencio,
es el tremendo vítor de la piedra.

   El tiempo y  finitud  es el enigma a desentrañar. Pero el canto del poeta, al decir de Jaime Correas, en su estudio sobre Piedra infinita: “es el soporte moral del mundo”. El poeta atropella a la piedra a sangre y canto, y el silencio, el silencio “ es el canto de la piedra”.    
Canta, pequeño pastor de unos días y una sangre
sobre la tierra, nuestra heredera y nuestra herencia,
Canta, oh deudo, mientras vuelve a la heredad  la dádiva, gota a gota a su núcleo,
porque es honra del hombre libar lo que su oscura, última flor contiene,
así madura la equidad  del mundo, oh héroe del corazón cantando.
  Ofelia Funes










lunes, 29 de octubre de 2012

J. ERNESTO AYALA-DIP





La peripecia existencial de 'Lord Jim', de Josep Conrad



Nunca supe exactamente que habrá querido decir E. M. Forster cuando sentenció con inopinada injusticia que Joseph Conrad siempre resulta confuso, tanto en su centro como en sus márgenes. Conrad fue un novelista enormemente sutil. Tal vez esa sutileza nos recuerde a Henry James, con  quien resulta difícil no emparentarlo a la hora de redefinir las leyes narrativas que Conrad prácticamente inauguraba con su no siempre comprendido método de la perspectiva o el arte del punto de vista. Conrad se sintió obligado a casar compromiso ético con una sofisticada solución formal: la construcción de una voz narradora que más de una vez se vio obligado a justificar, empezando por el prólogo que debió escribir para la edición de Lord Jim, la novela que me interesa hoy que le demos una segunda oportunidad. Conrad es un escritor muy citado. No podría asegurar que también muy leído, excepto la referencia casi infatigable de su célebre relato El corazón de las tinieblas. Yo fui siempre lector y relector de varias obras suyas, pero si tuviera que quedarme con una por alguna razón estrictamente técnica, una que me haya marcado como lector y como reseñista esa no puede ser otra que Lord Jim. Podría decir lo mismo de El gran Gatzby. Ese relato indirecto, esa voz encarnada en un joven al que se le ha advertido, desde las primeras líneas de la novela, que no juzgue, que comprenda. Ese milagro constructivo de la novela de Scott Fitzgeral se asienta en la voz que nos cuenta una tragedia americana. En Lord Jim también alguien nos relata una tragedia, y sobre todo, el que narra, Marlowe (el mismo narrador de El corazón de las tinieblas), narra a sus compañeros de travesía los asuntos capitales e inexplicables de la vida. La pérdida del honor, el destino que no da tregua a Jim y que lo conduce finalmente a la nada, son solo algunos de los  temas que obsesionaban a Conrad.
Lord Jim se publica en 1900 por entregas. Diecisiete años más tarde se edita como libro. Pero mientras tanto, su autor ha tenido tiempo de atender a los cuestionamientos críticos con que se recibió  la obra.  La respuesta a ellos, la plasma Conrad en su célebre prólogo, ejemplo de ironía y a la vez de lección de narrativa. La recepción de los lectores (profesionales y no profesionales) deLord Jim, apuntaban al tiempo que empleaba Marlowe en contar la historia del aventurero Jim. Y no menos sorprendidos, a la paciencia de los que escuchaban dicha historia, inverosímil según los críticos, ya que no imaginaban a nadie tan atento a tan prologado relato. Conrad responde con una fina ironía, pero enseguida entra en materia y argumenta que su novela, que al principio iba a ser un simple cuento, se fue transformando en una novela de estructura “errante y libre”, una novela empeñada sustantivamente en realzar “el sentimiento de la existencia” en un alma sensible. Si Marlowe en El corazón de las tinieblas tenía un papel protagonista, por lo menos hasta que aparecía el inquietante y atormentado Kurtz, en Lord Jim su presencia se difumina entre las heroicas peripecias a que se entrega el joven Jim para  lavar su torturada conciencia. Conrad a su manera fue un visionario. Así lo escribió en su no menos célebre prólogo a El negro del Narcissus: “Escribo para hacerte ver”. Ver era para el autor polaco adelantarse al futuro. La tragedia de Jim forma parte de la crisis del alma humana que vio Conrad que se cernía sobre la civilización. 
Joseph Conrad relató hechos. Y de ellos supo que lo esencial no estaba en su núcleo sino en sus contornos, en sus alrededores. Para el escritor la realidad humana era casi inaprensible, “como esas aureolas de neblina a través de las que a veces se ve la luna”. De ahí el sentido último de su concepción de la forma novelesca. Marlowe narra haciendo saltos en el tiempo y el espacio, crea zonas dispersas en su discurso, su relato adquiere estructura polifónica, va y viene por los suburbios de sus recuerdos. Marlowe es un testigo misterioso, pero el único que ha visto la desolación de su héroe recorrer de puerto en  puerto a la búsqueda de su imposible redención. Leer a Conrad es como entrar en un sueño. Tal vez  por eso Forster no lo entendió.
A Joseph Conrad nunca le molestó que sus lectores más incondicionales se decantaran por Lord Jim, él que tanto quiso a todas sus criaturas de ficción sin distingos ni preferencias. Una mañana soleada en una bahía oriental, Conrad descubrió a su doliente héroe: “Lo vi pasar, emocionado y significativo, bajo una nube, sin pronunciar ni una palabra”. Era Jim a punto de traspasar la línea de sombra.

La música clásica escapa de su corsé



Solistas, directores de orquesta y discográficas crean un circuito de clubes y discotecas



La escena es más propia de una instalación de arte contemporáneo que de un concierto clásico. Estamos en la pista del aeropuerto ginebrino de Cointrin, ante la Orquesta de Cámara de Ginebra dirigida por David Greilsammer. Mientras suena la música, aterrizan y despegan aviones. No resulta este el lugar más, digamos, familiar al aficionado medio a la música clásica. Tampoco lo parece la modernidad urbanita de Bleecker Street, en el corazón de Manhattan. Allí, una larga cola de jóvenes esperaba ante la puerta de la sala Le Poisson Rouge. No aguardaban para ver al dj de moda, sino para escuchar un concierto del minimalista Terry Riley.
De vuelta en Europa, en Berlín, la celebrada pianista francesa Hélène Grimaud se presenta a medianoche en un club nocturno de Mitte dentro de los conciertos del Yellow Lounge, iniciativa de su discográfica Deutsche Grammophon, el legendario sello amarillo. Alrededor del piano de Grimaud se sientan en el suelo jóvenes que beben mientras oyen obras de Schubert o Ligeti.
Algo parecido sucederá esta noche en La nave de la Música, del Matadero de Madrid, donde actuará el pianista Francesco Tristano, uno de los artistas más representativos de este cruce de escenas entre los clubes y los auditorios de clásica. La actuación del músico luxemburgués de 29 años forma parte de los conciertos de Deutsche Grammophon, en los que algunos de los más aclamados intérpretes clásicos se prestan al juego de tocar en contextos inhabituales, como discotecas. “La iniciativa se expande ya a Nueva York, Seúl o Salzburgo”, explica Felix Mesenburg, de Universal Music. “Los músicos disfrutan del contacto con los jóvenes”.
Y eso a pesar de que (prácticamente) no ven un centavo. La iniciativa no es muy rentable en términos de ventas, en estos tiempos de crisis global y descargas gratuitas. “No vemos un gran subidón de venta de CD”, admite Mesenburg, “pero en términos de relaciones públicas estos conciertos son de un valor inestimable”.
El sello Deutsche Grammophon apoya este cambio con su ‘Yellow Lounge’
“Es un hecho que la música clásica no interesa a las audiencias jóvenes, y por ello es hora de cambios radicales. Seguimos haciendo lo mismo, en términos de repertorio y formato de conciertos, que hace 200 años. No deberíamos tocar solo en salas para las élites, sino abrirnos a tocar en clubes o estadios si es necesario”, afirma con contundencia el pianista y director de orquesta israelí David Greilsammer.
Considerado por muchos como un visionario, el nuevo CD de este músico formado en la Juilliard School propone piezas barrocas de Rameau, Händel o el Padre Soler junto a obras de compositores nacidos en 1978 o 1982. Baroque Conversations (Sony) establece un diálogo entre épocas que parece funcionar de maravilla. Como las incursiones de Tristano entrecruzando las composiciones de Bach y John Cage.
Bach y Schubert suenan en locales nocturnos de Berlín, Ginebra o Londres
Y es que, según Greilsammer, los músicos que no asumen riesgos están en la profesión equivocada. “El verdadero problema de la música clásica tiene que ver con los propios músicos. Tienen miedo a los desafíos y a los cambios”, afirma este hombre que no duda en presentarse en eventos de música electrónica o tocar para espectáculos de danza de vanguardia en una ciudad tan conservadora como Ginebra.

Francesco Tristano avanza por terrenos similares. Experimentando y llevando la música allí donde se encuentra el público joven. En su propio terreno, en locales como The Roundhouse en Londres, The Stone en Nueva York o el Kaufleuten en Zúrich. Se trata de músicos de reconocida solvencia, que huyen delcrossover tan popular hace décadas.
Justin Kantor es, junto con David Handler, el cerebro detrás del local neoyorquino Le Poisson Rouge. “Los teatros nos incomodaban, pues un concierto es una experiencia que exige mucho del oyente y creemos que es mejor estar relajado con una copa en la mano. Se nos hizo evidente que presentar música clásica en un contexto de club era la mejor forma de conseguir lo que buscábamos”, explica Kantor.
Pero en contra de lo que muchos puristas puedan pensar, un contexto de alcohol y noche puede también resultar silencioso y estar lleno de respeto por la música. Kantor recuerda “la experiencia memorable” de aquella velada en la que Arvo Pärt presentó su Cuarta Sinfonía en Le Poisson Rouge. “Las entradas se agotaron y la audiencia no emitió un suspiro durante todo el concierto. Fue de verdad algo surrealista”, se entusiasma.
Según Kantor, los solistas que llenan las mejores salas del mundo vuelven a su club buscando la experiencia del contacto con jóvenes. “Estoy orgulloso del impacto que nuestra iniciativa ha tenido en el mundo de la música clásica”, afirma.