lunes, 29 de octubre de 2012

Carlos Arturo Trinelli



                                        El pintor de las luces
                                                                                            En un rincón de las sierras
                                                                                           Donde arden las estrellas
                                                                                          Dejé mi herida abierta
                                                                                          En un valle de penas
                                                                                        Veneno-La Renga
                                                                I

     Bajé del micro en una estación desolada. Un grupo de perros entusiastas esperaban en vano el arribo de algún congénere. Fui el único pasajero en descender y enseguida el micro arrancó por delante de una nube de polvo que, por un instante, convirtió a aquel atardecer en una postal fantasmagórica.
     En el extremo del andén había un bar y hacia allí encaminé mi vacilación olisqueado por algunos perros. Un hombre de una pierna balanceándose sobre muletas estiró la mano y le dejé unas monedas.
     Mi amigo D.L.,  el pintor  de las luces, era ajeno a mi proyecto de desaparición e ignorante de que mi fantasía literaria lo contara como partícipe necesario. Al menos  eso creía yo.

                                                                               
Lo sabía allí, en algún sitio de aquel pueblo perdido en la Argentina profunda (pueblo que no situaré en el relato para evitar que algún trasnochado intente hallarme).
     Entré en el bar anunciado por el crujir de la puerta al abrirla. Separada por el ancho del local se ubicaba de manera simétrica otra puerta que comunicaba con la calle opuesta a la estación. Saludé al silencio y las miradas acuosas de unos viejos se posaron en mí por obligación pero sin curiosidad. En la barra el dueño se apuró en pasar un trapo húmedo como una invitación a que me acercara. Pedí un vino y un sanguche de mortadela. Apoyé el bolso en el piso y lo aferré entre mis piernas. Un resabio de la vida urbana. Después del vino y el sanguche observé que allí la rutina de la tranquilidad era como un escudo contra el miedo de las convenciones sociales y se podía fumar, encendí un cigarrillo y le dije al hombre que me atendió y que ahora lavaba unos vasos:-Perdón, puedo hacerle una pregunta, asintió sin mirarme con las manos blancas de espuma,-¿conoce al pintor de las luces? Económico en palabras el hombre volvió a asentir.
-¿Me podría indicar cómo llegar a la casa?
     Cerró la canilla, se secó las manos y se colocó frente a mi, mostrador de por medio, para decir:- Es a las afueras del pueblo.
-¿Para que lado?
-Por la calle que sale el micro a la ruta, antes del puente cruza una diagonal de tierra, a su derecha le pega derecho, repecha una cuesta, dobla y la va a encontrar.
.¿Es lejos?
     Se encogió de hombros y sentenció:-Mire, la distancia es un tema personal, para mí no es lejos ni cerca.
-Se puede ir caminando, afirmé con humildad.
-Se puede ir de cualquier manera.
-Menos volando o en subte, dije con ironía un poco cansado del modo lugareño.
-Subte aquí no hay, replicó y me mantuvo la mirada.
     Pedí otro vino. Los viejos bebían en silencio, un silencio que los comunicaba con un misterio trascendente. Pagué y cuando me iba el hombre sugirió:-Si quiere puede alquilar una motito.
     Regresé a la barra. El hombre dio la vuelta y se me puso a la par:-Venga, ordenó.
     Lo seguí hasta la puerta opuesta. Sin abrirla me indicó a través de los cristales viscosos de mugre el lugar donde alquilaban las motos.
     No estaba seguro de querer alquilar una moto pero me animó la posibilidad de entrevistar a otra persona por el paradero de mi amigo.
     Apenas llegué a la esquina indicada vi las motos sobre la vereda. En el local abierto no había nadie. Usé el viejo método de aplaudir y al rato apareció un hombre enfundado en un mameluco con arabescos de grasa. Le dije adonde me dirigía como el motivo para alquilar un ciclomotor. Entonces dijo:-Mire, la cuesta es muy empinada y va a tener que bajarse y cinchar con la moto, salvo que…
-Qué que…
-Que la ponga a fondo cuando empiece a ver la subida.
-Bueno, veo como hago.
-Tenga cuidado, el ripio es traicionero y el que rompe paga, terminó con un gesto de golpear un puño sobre la palma de la otra mano.
     Allí iba yo con el viento de la libertad envenenada en la cara y el gemir del motor entre las piernas, un auténtico Lotriski en Easy Rider.
     Vi. la cuesta con el cielo teñido de atardecer como techo y aceleré mi equino de hierro. Un perro salido de la nada comenzó una persecución con los pelos del lomo erizados. Incliné el torso hacia adelante en busca de la aerodinámica necesaria para la trepada. La incipiente libertad comenzó a perder impulso hasta quedar detenida y jadeante. Apoyé los pies en el piso. El perro encrespado había quedado en la planicie. Comencé a caminar y empujar la moto tomado de los manillares. Cada tanto me detenía el esfuerzo iluminado por el último sol en el techo de la cumbre, un resplandor naranja que no encandilaba pero alentaba una brisa fresca que hería a mi cuerpo transpirado. Cuando llegué arriba el sol no estaba y la brisa era viento, puse en marcha la moto y seguí las instrucciones. Comenzaron a aparecer unas casas desperdigadas en la planicie y habitadas de soledad. De pronto leí un cartel: “La vida es como ésas putas viejas” firmado Clara Beter. Y más adelante otro, “Hacer cosas inútiles aunque produzcan culpa” Supe que estaba en el camino correcto y lo confirmé al llegar frente a una tranquera sujeta en un arco de metal que contenía la leyenda: El Pintor de las Luces.
     Agité una soga atada a un badajo y el tañido de la campana vibró metálico en el espacio. Al rato de atrás de un paredón sin revocar apareció una mujer negra. Se acercó a la tranquera adelantando unos senos bailarines bajo una túnica y en una jerigonza mezcla de  castellano y portugués me preguntó que deseaba. Le expliqué quién era y me pidió que aguarde que me anunciara, se dio vuelta y fue entonces que enseñó un culo bailarín, era una morena con ritmo.
     No regresó, solo se asomó desde el muro y me hizo señas que entrara. Caminé hasta el paredón con la moto aferrada del manubrio. La mujer me dijo que antes de entrar en la casa debía superar un laberinto que ellos llamaban el sacudidor del odio. Era una regla establecida por mi amigo para todas las visitas. Dejé la moto a un costado, ella tomó mi bolso y me indicó que me esperaría en la salida. Abrí la puerta y entré en un espacio en el que apenas cabía. No podía moverme sin que mi cuerpo rozara unas aletas de acrílico incrustadas en las paredes y que cedían a mis movimientos. Pasé de costado por la única abertura. El siguiente cubículo era más amplio y en él las paredes estaban acolchadas con goma espuma, unas cintas metálicas me separaban de la siguiente estación. Las superé e iniciaron un sonido de xilofón. Las paredes ahora estaban pintadas con escenas litúrgicas que el poco espacio impedía una perspectiva, allí estaban querubines asexuados sostenidos en cielos ingrávidos. Para llegar al espacio próximo debí saltar por una ventana y me rodearon paisajes pintados en el estilo inconfundible de mi amigo. Aquí había una puerta que pensé sería el último obstáculo pero no, la abrí y entré en el único espacio techado, en este laberinto no se sale por arriba, rezaba un graffiti en una de las paredes y una flecha señalaba una puerta, quise abrirla y no pude, entonces me percate de un diminuto cartel que decía, pensá, lo hice, empujé la puerta hacia afuera y me encontré frente a frente con mi amigo.
                                                              
II

     La sala era amplia, colmada de esculturas y cuadros en atriles. Las paredes eran de vidrio, algunos pintados, otros transparentes por donde se filtraba la noche inhibida por las luces de adentro. Del techo pendía un sol que sonreía sosteniendo reflectores de sus ojos y boca. Luz, mucha luz era el objetivo de aquel diseño. Estábamos sentados a una mesa de madera sin forma definida, una especie de polígono con un lado redondo. Todo era singular como la imagen de mi amigo que, encorvado, calvo y con gafas  convirtió al recuerdo que tenía de él  en una caricia enmohecida.
-¿Qué fue de nosotros? Preguntó y se preguntó
.-De ustedes fue el tiempo, le respondió Joana su compañera brasileña.
     Correspondía que agregara algo pero ese diálogo de cine argentino trascendente me superaba, seguí en silencio. Claro que el silencio formaba parte de esa trascendencia entonces dije:-¿Cómo les va aquí? Era una pregunta tonta formulada por decir algo. Me ignoraron y Joana lo invitó a que la ayude a servir la comida y a mi me dio la tarea que mejor  me salía, abrir el vino.
     Sobrevino el tiempo de las anécdotas de un pasado ceniciento. Hasta que la mujer terció para preguntarme:-Enrique ¿Por qué quieres desaparecer?
     Del cadáver del pollo quedaban solo restos esparcidos en los platos, ellos habían comido postre y yo había abierto la tercera botella de vino. Todo esto sucedía sin tropiezos, la pregunta era un escollo. Una corriente eléctrica en mi cerebro buscaba la neurona fusiforme causante de la infidencia. No la hallé y D.L. vino en mi auxilio.
-Primero expliquémosle a Enrique como sabemos de sus intenciones sino puede pensar una de dos cosas, o somos adivinos o miembros de la policía literaria.
     Joana se paró, fue hasta una biblioteca y regresó con dos carpetas anilladas que colocó sobre la mesa al lado de D.L.. Mi amigo exclamó:-¡La obra completa de Enrique Lotriski! Y asestó un puñetazo sobre las carpetas.
     La mujer le habló en portugués pero creí entender que lo amonestaba por haber bebido de más. Él se rió y también en portugués le dijo algo que no comprendí en el momento hasta que ella trajo otra botella de vino. La abrí al tiempo que D.L. argumentaba que hacía años que seguía mis escritos en la red y que cuando leyó mi bando tuvo la certeza que nuestro encuentro sería inminente.
     Llené las copas y el leyó mi comunicado:

               En memoria del doctor Pasavento,
Escribir es una manera de ausentarse, una voluntad de trascender, de aventurarse en mundos vedados y difuminarse en el texto. Antes de convertirme en una ruina (un desaparecido a medias) elijo la ponzoña de la libertad. En ella encontraré la posibilidad de ser otro. Hasta aquí fui capaz de vivir sin que casi nadie se de cuenta. Si no comprenden, no se preocupen, la literatura le dará un sentido.
Plagiar, parafrasear, descubrir cosas allí donde los demás no ven nada solo es posible en soledad. En la soledad es donde brilla la imaginación que genera hechos. Romperé con la lógica de las desapariciones mediáticas, aquellas donde primero hay que existir, ser visto. ¿Quién vio a Lotriski? Peor ¿quién leyó a Lotriski? Y sin embargo, como sostuvo Flaubert, todas las moscas son distintas. Todos los plagios también.
     Terminó la lectura y arrojó una carcajada hacia las paredes de cristal. No pude descifrar si eso formaba parte de un elogio, enseguida dijo:-Existe en la literatura tanta angustia por nada esa es la verdad debieran saberlo tanto vos como Vila-Matas y su doctor Pasavento quienes seguro leyeron a Pessoa.
     Asentí con la copa en el aire, bebí un trago y respondí:-La verdad es una actriz fuera de foco tanto en la realidad como en la ficción.
-Entonces nos queda la intuición ¿está en foco? Preguntó y me miró como quién juega un siete bravo en la primera mano.
-No lo sé pero para aproximarse no queda otra que desaparecer y abandonar las percepciones que nos gobiernan.
-¿Con qué las reemplazarías? Repregunto con tono zumbón.
-No estoy seguro, quizá con la pasión, respondí.
     Otra vez las carcajadas.
-¿De qué te reís? Pregunté seguro de que me estaba provocando para hacerme hablar.
     Joana dijo:-No le hagas caso Enrique, cuando este hombre bebe se pone preguntón y risueño.
     La reflexión me causó gracia y los tres nos reímos. Sin embargo, agregué:-Me refiero a la pasión para ser sujeto de mi escritura.
-La vieja teoría de hacerse invisible para ver el mundo, por ella soy el pintor de las luces, dijo como si diera un discurso.
     Vacié mi copa en un largo trago al tiempo que lo atisbaba por encima del cristal, lo percibí bastante bebido pero lúcido para seguir el divague literario, pretendí cerrar la conversación y dije como un adolescente enojado:-Lo que yo quiero, al igual que Kafka, es vivir sin ser molestado.
-¡Diste con el sitio querido amigo! Exclamó y se puso de pie con los puños apoyados en la mesa. Le pidió a la mujer que me muestre mi habitación y a las risas sostuvo que el no podía hacerlo.

III

     Desperté y tardé un instante en saber donde estaba. Afuera, el canto de los pájaros, como notas de una orquesta, le ponía música a la Naturaleza.
     Hallé una misiva en donde mis anfitriones me explicaban que habían ido a devolver la moto y que regresarían a pie. Aproveché para vagar por la casa y observar los cuadros y esculturas en detenimiento. En eso estaba cuando regresaron arrebatados por la caminata que justificaron como ejercicio. Joana sirvió una ronda de bebidas y nos sentamos en el jardín.
-¿Qué hay de cierto en eso de la policía literaria? Preguntó D.L. después de arrojar por su boca como una cerbatana un carozo de aceituna que se perdió en el pasto.
-Existen y me buscan.
-Es una auténtica boludez. Por tan poco te has exiliado, el plagio no existe. La vida es en si misma  un plagio. Existen lecturas que el cerebro decodifica e incorpora como propias. Por ejemplo, Bolaño abominaba de los plagios, los subestimaba, se ubicaba por encima de esa posibilidad y fijate vos, en uno de sus libros dice: “...Los ojos como peces nadaron en sus cuencas…” Joyce en el Ulises sostiene:”…Estúpidos mariscos nadaban en los gruesos lentes de un lado para otro, buscando salida…” Decime vos quién lo escribió primero.
-No sé, los mariscos son moluscos y los peces, peces, dije con sorna.
     Joana agregó:-Si existiera una policía plástica no quedaría artista sin ser perseguido, no hay plagio más evidente que el de la ilusión del color.
-El debate es interesante pero el verdadero tema por el que me buscan es otro.
     Me miraron en silencio y concluí:-Los estafé.
     Les conté sobre el adelanto recibido  de una importante editorial para participar de un concurso en el que me darían el segundo premio y el compromiso de aparecer en varios programas de televisión opinando de cualquier cosa y promocionando mi libro.
     Quedaron pensativos bajo la sombra de los árboles con sus hojas parpadeantes de sol y D.L. sostuvo:-Ahora te enfrentarás a un desafío que no es la literatura, ser vos mismo.
-El espejo que me devuelve la mirada.
-Peor, el abismo que te devuelve la mirada.
     No dije nada, no estaba seguro del compromiso literario y ¿si solo me dedicaba a vivir? ¿Si abandonaba la búsqueda de la originalidad? ¿Quién vio a Lotriski? Peor ¿quién leyó a Lotriski? Recordé lo escrito en mi renuncia.
     Ese día dejé de ser el tema, serlo era tan presuntuoso como escribir en tercera persona.

     Se sucedieron días gratos en que disfruté de la compañía de mi amigo y su pareja, sus historias desopilantes y la gracia de polémicas que no influían en el precio de la carne. La vida tal como era o mejor dicho, como debiera ser.
     Una mañana cualquiera bajo un cartel que rezaba: “Hogar y Belleza” colgado en una de las paredes de la casa, dejé mis libros para alivianar el bolso y me fui con mi alma reflejada en mi sombra. Desaparecí.    










    



                                                                     



5 comentarios:

  1. A Enrique, aunque sea invisible a nuestros ojos!
    Só se vê com o coração. O Essencial é invisível aos olhos"

    -- Exupéry

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  2. Tenía poco tiempo y no me di cuenta que era un texto largo y sin embargo no podía dejar de leerte, porque tu narrativa es siempre un imán amigo querido....y me encantó esto que dice Amelia.

    Lily Chavez

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  3. Enrique sueña con otra vida, otra gente, otra luz...Suerte que tiene que lo logró...

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  4. En las últimas narraciones se nota un cambio estilístico es la escritura de Trinelli, un intimismo con sus personajes que a veces son como diálogos entre autor y actor, donde ambos se traspapelan y se confunden. Y la frondosidad de las citas de escritores conocidos. Y aquí o allá la figura iconfudible de Lotriski que aparece más formal y menos alocado.
    andrés

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  5. En todo el cuento hay una chispa que no se apaga, desde la descripción tan vívida del bar, la inclusión de la Policía Literaria y el desarrollo que responden a las letras del acápite
    El autor es también un pintor de luces.
    Felicitaciones, Carlos, y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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