jueves, 29 de septiembre de 2011

ADVERTENCIA A LOS LECTORES

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HOMENAJE A HUMBERTO CONSTANTINI



martes, 27 de septiembre de 2011


ARTESANÍAS  LITERARIAS
La revista editada en el exilio 
 Cuentos y poemas, textos literarios, ensayos, historia. 
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CONSEJO de COLABORADORES de

ARTESANÍAS LITERARIAS
                               
                  
EDITOR: Andrés Aldao
           
SEC. DE REDACCIÓN: Ester Mann
                  
COLABORADORES:

Carlos Arturo Trinelli
                                                         
Amelia Arellano
                                                          
Celmiro Koryto
                                                          
Cristina Pailos

Marita Ragozza de Mandrini

Ernesto Ramírez

Ofelia Funes

         
·                       ÍNDICE GENERAL DEL 26 / Sep. / 2011 ARTESANÍAS  ...

          ENSAYOS TEXTOS CINE

·                       “Soy un enfermo de la lectura, pero no sé si es un...
·                       Otra resistencia alemana
·                       Olivari, el blues porteño *
·                       La primera guerra icónica
·                       LA MIRADA CÓMICA DE UN JUDÍO
·                       Ida Y Vuelta ; Azares Del Oficio
·                       Cartas de Charles Bukowski a John William Corringt...
·                       Crucero de verano, de Capote
·                       'Le Havre': ya tenemos el tráiler de la nueva joya...
·                       Dos aceptables retratos del mundo infantil
·                       CARLOS BOYERO 59ª edición del Festival de San Seb...
·                       59ª edición del Festival de San Sebastián
         
         NARRATIVA

·                       ANDRÉS ALDAO
·                       CARLOS ARTURO TRINELLI
·                       Elphick Latorre, Lilian
·                       AMELIA ARELLANO
·                       Jorge Luis Borges
·                       JUAN CARLOS GHIANO
·                       Mario Levrero
·                       ROBERTO PANIAGUA
·                       JUAN MARTINI
·                       GUSTAVO MURILLO
·                       ESTER MANN
·                       ALEJANDRO MACIEL
·                       LUIS ALBERTO TAMAYO

         POEMAS
·                       OFELIA FUNES — POEMAS
·                       MARITA RAGOZZA
·                       CELMIRO KORYTO
·                       CARL SANDBURG
·                       ALEJANDRO DREWES
·                       MÁXIMO SIMPSON - poemas
·                       ALICIA SUSANA GÓMEZ
·                       TANIA ALEGRIA
·                       SONIA FIGUERAS
·                       GRACIELA URCULLU
·                       BEATRIZ IRIART
·                       JULIO TABORDA VOCOS
·                       Norberto Ismael Pannone
·                        
·                       ROBERTO GOYENECHE: BALADA PARA UN LOCO


lunes, 26 de septiembre de 2011

“Soy un enfermo de la lectura, pero no sé si es una virtud”



“Mi propósito es repasar cómo hubo corrientes literarias que fueron asimiladas a partir de las traducciones”, dice el autor sobre Versiones de Babel, conferencia con la que abre un encuentro que, durante los próximos diez días, tendrá al mundo editorial en vilo.
Por Silvina Friera

Una fiesta “extraordinaria”, una idea “maravillosa”. Luis Chitarroni no escatima adjetivos al ponderar el tercer Festival Internacional de Literatura en Buenos Aires (Filba), que inaugura hoy a las 19 en el Malba. Esta movida literaria pegó el gran salto: diez días más –el doble que antes–, más sedes, una sección Filbita dedicada a la literatura infantil y la participación de escritores de culto, como la japonesa Minae Mizumura, el noruego Kjell Askildsen –maestro del relato breve–, el holandés Cees Nooteboom y el brasileño Joao Gilberto Noll. Tener en el elenco por primera vez a un Nobel, el sudafricano John Maxwell Coetzee, implica tocar el cielo con las manos para los organizadores y los lectores. Pero el éxtasis de esta experiencia no podrá ser compartido por todos y todas. El autor de Infancia, que cerrará el domingo 18, leerá una ficción inédita en inglés, sin traducción.
Como su enmarañada cabellera, Chitarroni, primer argentino en inaugurar el Filba, se puede ir por las ramas. Pero siempre vuelve al tronco. ¿De qué trata Versiones de Babel, la conferencia magistral que echará a rodar un Festival cada vez más expansivo? “Mi propósito es repasar cómo hubo corrientes literarias que fueron asimiladas a partir de las traducciones. Aprovecho un ensayo de Coetzee en el que cuenta que las traducciones que se hicieron al inglés de Kafka produjeron una idea con mucha vida útil, pero no del todo exacta. La idea es reflexionar sobre cómo funciona el malentendido de la traducción, cómo un escritor es considerado más alegórico, simbólico o edificante de lo que en realidad es. Y cómo esa idea después se simplifica y queda como si Kafka fuera sólo un detractor de la burocracia, cuando es un escritor que toma sin dudas temas que no tienen que ver con la rutina oficinesca”, anticipa el escritor y editor.
Chitarroni matiza su virtuosa erudición con pinceladas de amable ironía. “Hay una obra maestra de interpretación de Borges, Los traductores de las 1001 noches, que funciona como ensayo y relato; un texto que plantea que para la estructuración de la ficción es necesario que exista un relevo continuo de traducciones. Borges habla de tres traductores; el más famoso y aventurero es Richard Burton, porque fue capitán del ejército, estuvo en Brasil, en Arabia y hablaba 22 idiomas. Curiosamente, la versión de Burton que es la más fiel, la más desasosegada y antropológica –todas las notas al pie son como un tratado de antropología acerca de costumbres y hábitos de Arabia–, es la menos leída. Las más leídas son las que ofrecen un Oriente plácido, más parecido a la idea turística de Hollywood”, subraya el autor de Peripecias del no y El carapálida.
Primera digresión ineludible de este confeso “enfermo” por la lectura. Chitarroni recapitula el embate de la última dictadura: escritores replegados –en la clandestinidad, el exilio exterior o interior–, literatura extranjera clausurada y traducciones cero. “Yo viví espantosamente el ’76, estaba en el último año de secundaria, estudiando Bellas Artes. La escuela fue intervenida, la mayoría de mis compañeros rajaron y yo también al poco tiempo”, recuerda. “Fui sorteado para el servicio militar y tenía un aspecto... el pelo ramificado a lo Hendrix, era flaquísimo, pesaba 49 kilos. Cuando me incorporaron al Ejército, lo primero que pensé es que me iban a matar. Sentía que estaba cumpliendo una condena por un crimen que no había cometido. Era muy consciente de lo que estaba pasando, tenía compañeros chupados. Tuve una ligera militancia en la secundaria a través del PCR (Partido Comunista Revolucionario), pero creía que la única postura posible era el peronismo, la única revolución que concientizaba a la gente. Había que retraerse y aguantar; pero no sabía hasta qué punto conocían o no mis actividades en el Ejército.”
–Quizás aún la literatura argentina está pagando las consecuencias de ese repliegue, ¿no?
–La dictadura produjo una laguna enorme. La mayoría de los escritores latinoamericanos reconoce que Argentina era dominante en términos de traducción; el mercado y las editoriales eran importantísimos. En el momento del destape, la industria española avanza de un modo que habría que estudiar. En los ’70, la literatura española era ensayística; Anagrama y Tusquets, que eran marginales, publicaban muchos ensayos. En los ’80 se produjo un vuelco a la narrativa, sobre todo de Anagrama, y una larga prosperidad que empieza a resquebrajarse. En los ’80 se dio un gran déficit en la industria argentina. Por suerte teníamos el envión del pasado; no sólo un conservador como Borges había trabajado la traducción, sino un Rodolfo Walsh, que había traducido a Ambrose Bierce. O el propio Cortázar, traductor de Marguerite Yourcenar y Poe.
–¿La traducción es una suerte de eslabón dentro de una cadena sin la cual es imposible pensar la literatura argentina?
–Absolutamente; ahora también tenemos escritores-traductores como César Aira y Marcelo Cohen que conducen a una buena “babelización”, un intercambio que no tiene que ver con la globalización, sino con las inteligencias mutuas y el hecho de por lo menos entendernos. A pesar de que siempre la lectura es una interpretación y a lo mejor un malentendido. Aunque lo sea,
a comienzos de los ’70 y gracias al boom latinoamericano, el contagio entre escritores era mucho más fuerte de lo que puede llegar a ser incluso ahora con ventajas como Internet. Había muchos congresos y una gran esperanza. Pero a mediados de los ’70, esa década se convirtió en una década oscura en el mundo. Los ’70 son casi más interesantes de estudiar que los ’60. En los ’70 hubo emergencias rarísimas, delicadísimos desplazamientos; y precisamente porque ha sido oscura y estuvo signada por catástrofes políticas se han descuidado los aspectos interesantes.
–¿Cuáles serían esos aspectos descuidados?
–Yo que era muy rockero puedo ver una parábola exquisita del comienzo de la creencia y confianza en grandes comunidades y una especie de epifenómeno del thatcherismo en Inglaterra como el punk, que acá llegó tardíamente y que fue una toma de conciencia de gente muy joven acerca del estado del imperio. Otro fenómeno para rescatar es la primera lectura de intelectuales que signaron una época, como podría ser Foucault, muy rápidamente leído acá y recuperado en los ’80. Los viejos podemos darnos ese gusto de ver ciertas oleadas, corrientes y textos que se leían en ese momento extraordinario que fue el comienzo de los ’70, que no dejaron augurar que iban a terminar tan mal.
La Gran Chitarroni –el arte de la digresión que cultiva– continúa. “Se escribe más pero no sé si se lee menos”, duda el autor. “No sé tampoco con certeza, yo que soy un enfermo de la lectura, si es una virtud leer mucho. Para mí es un enorme placer y un vicio. La lectura es lo que más me importa en la vida después de mi familia. Nada me gusta más que andar por las librerías, encontrar libros raros; descubrir la tonalidad de un libro que en un primer momento no me impresionó o entender por qué una traducción no funciona, por qué hay traducciones que tienen una gran reputación y no son buenas, como la de Bajo el volcán, de Malcolm Lowry.”
–¿Cuándo comenzó el interés por las traducciones?
–De chico, pero no fui un superdotado, sino un idiota (risas). Había leído una traducción pésima de “El cuervo”. Como Poe es un poeta que trabaja unas rimas muy de sonsonete, por eso a los ingleses no les gusta y sí a los franceses, a mí me había quedado en la oreja. Al poco tiempo vi la película de Roger Corman en donde Vincent Price lo recita, y me di cuenta de que no tenía nada que ver con lo que sabía. Le pregunté a mi hermana y me dijo que eran diferentes traducciones. La palabra traducción me sonó a diferentes enfermedades, como si una tuviera lepra y la otra sífilis. ¿Cómo era posible que un texto único fuera distinto en otro idioma por dos traductores? Me agarró una especie de angustia por el “modelo original”: qué traducción reproducía mejor al original. No sé si la idea que se tiene de Borges no tiene mucho de malentendido; quizás un escritor en otra lengua se tipifica más por cosas que a lo mejor son accesorias, como lo burocrático en Kafka, que era un extraordinario abogado que jamás perdió un caso. Por eso dominaba los tecnicismos; no es tanto la perversión burocrática, sino un perfeccionamiento de la burocracia teológica del mundo, porque Kafka es un escritor casi místico.
–¿Por qué últimamente se empezó a evocar la antinomia entre “Babélicos” y “Planetarios”?
–Como toda dicotomía, fue más aparente que real. Babel era una revista amplia de criterios; los babélicos éramos internacionalistas, pero tal vez el más babélico de todos era un escritor que no estaba en Babel, Rodrigo Fresán, el mejor lector de literatura anglosajona. En realidad, la pelea fue entre el grupo Planeta y la colección de Sudamericana, entre Juan Forn y yo. Creo que este tipo de dicotomías favorecen mucho. Ojalá hubiera hoy un Boedo y Florida, porque es lindo que haya tensiones y no esta especie de conformidad aguachenta; es interesante que haya disputas en la literatura, que unos digan “Fabián Casas no” y otros “Fabián Casas sí”. No hay bastiones literarios y esto resulta angustioso. No sé si eran bastiones las revistas, pero tengo la impresión de que es muy conventillesca la reclusión en los blogs, que más que abrir clausura los debates. Puede ser una ilusión mía porque soy viejo y no tengo blog ni Facebook. Supongo que el hecho de no tenerlos me impulsa a escribir, a poner el pathos de la biografía en lo que escribo.
–¿No hay tensiones en la literatura argentina?
–Que no haya agrupamientos no quiere decir que no haya tensiones. Creo que hay tensiones y diferencias estéticas. A mí me encanta lo que hace Washington Cucurto, pero quizás algunos pueden decir que no es literatura. Siempre hay alguien que dice “eso no es literatura”, como si literatura no fuera todo lo que se lee como literatura. Hubo escritores y críticos que decían que no era literatura lo que hacía Puig. Yo crecí en una sociedad impugnadora: “Eso no es literatura”, “lo que hace Lamborghini no es literatura”, “lo que hago yo es literatura”. ¿Por qué lo que hace usted es literatura? Ha habido una discrepancia ideológica que ponía el acento donde no había que ponerlo. Si uno toma a dos escritores de ideologías distintas como Alejo Carpentier y Manuel Mujica Laínez, puede notar que son escritores familiares. Los dos tienen una concepción y un repertorio de lecturas parecidos, aunque uno apoyó la revolución cubana y el otro estaba horrorizado. La idea que tienen de la literatura es lujosa y tal vez no admitirían que Lamborghini y Cucurto es literatura. Tampoco estoy hablando como campeón del desprejuicio, pero trato de no localizarlos en esta especie de escena voluptuosa de impugnación.
–Quizás el problema es que ahora es más difícil argumentar qué no es literatura.
–Exactamente; antes se daba por sentado que literatura era lo que hacían unos señores que dominaban una cantidad suficiente de figuras retóricas. De ninguna manera quiero hacer un elogio contra la retórica. Me parece que Guillermo Cabrera Infante decía que achacarle a la retórica la mala literatura es como achacarle a la ley de gravedad la caída de los cuerpos. Uno de los enemigos de la literatura es la imprecisión, la vaguedad. No la ambigüedad, que es una riqueza. Kafka es tan interesante porque se obstina en decir exactamente qué es lo que le pasa. ¿No quiere casarse? Te explica caudalosamente por qué no, como un síntoma que para encontrar la cura hay que describir con mucha precisión y exactitud. Yo creo que cuanto más elementos y recursos tenga un escritor mejor será. 

Otra resistencia alemana


Otra resistencia alemana




CECILIA DREYMÜLLER 30/07/2011

Narrativa. No hay en el siglo XX en la historia de Alemania una época más trascendente y fascinante que la de entreguerras. Las repercusiones de los "dorados años veinte", con sus terribles convulsiones políticas y sociales -cuando se establece y malogra trágicamente la República de Weimar, y se combaten a muerte comunistas, socialistas y nacionalsocialistas-, llegan hasta nuestros días. Pero mientras las nefastas consecuencias del fracaso democrático de los alemanes son de sobra conocidas, lo es menos un personaje clave que tal vez podría haberlas evitado: Kurt von Hammerstein, el jefe del Estado Mayor del Ejército alemán entre 1930 y 1933, y uno de los militares más influyentes de la joven República de Weimar. Pero Hammerstein (y su muy activa familia) consiguieron tan bien mantenerse en un segundo plano que ni siquiera los historiadores se han fijado en él. Ha tenido que venir Hans Magnus Enzensberger para sacarlo de la penumbra de la historia y encararle a él y a sus hijos en "conversaciones póstumas" a las preguntas de la posterioridad. ¿Qué habría sido si Hammerstein convence al presidente Hindenburg del grave error de nombrar a Hitler canciller del Reich? ¿Cómo habría terminado la jugada si el general actúa contra Hitler en la reunión secreta, en 1933, donde éste le reveló sus planes? ¿Cuándo podría haber terminado la guerra si logra su plan de arrestar al Führer en 1939 en una visita al frente occidental? Son preguntas que surgen tras la lectura de este excitante libro, que mezcla elementos reales y ficticios en una crónica familiar, en la que las dos hijas comunistas y los dos hijos partícipes del atentado de Stauffenberg juegan importantes papeles secundarios. El máximo mérito de Hammerstein o el tesón consiste tal vez en perfilar con nitidez las contradicciones de esta época de violentas crisis. Pues Hammerstein, un hombre moralmente intachable, un demócrata convencido y un militar racionalista, mantiene desde el principio una distancia irónica hacia el nacionalsocialismo. "En Múnich un cabo Hitler se ha vuelto loco" es su único comentario al Putsch de 1923. Considerado unánimemente por sus contemporáneos un analista político tan perspicaz como franco -"el noventa y ocho por ciento del pueblo alemán está borracho", se atrevió a decir en una reunión de oficiales tras la toma de poder de Hitler-, tuvo que plegarse al hecho de que el Ejército iba perdiendo fuerza como factor político autónomo. "No se observa ninguna corriente política activa entre los oficiales competentes. En lo tocante a su posición respecto al régimen, ellos también son completamente pasivos". Al darse cuenta de la situación, Hammerstein, relegado del mando del Estado Mayor en 1934, se retira de la vida pública y se va a cazar con sus amigos aristócratas. No obstante, no deja de expresar abiertamente su desprecio por los "farsantes y bandidos", nunca abandona su resistencia pasiva. Y a pesar, o tal vez a causa de su oposición inquebrantable, Hammerstein, y su familia, sobreviven. Es esto lo que vuelve su caso especialmente significativo y lo que atrajo al autor, como confiesa en una charla póstuma con Helga von Hammerstein, hija del general: "La historia de su familia me interesa porque dice mucho sobre cómo alguien pudo soportar el Gobierno de Hitler sin capitular". Menos relevantes para este asunto resultan las farragosas excursiones en las intrigas mortales del partido comunista en las que Enzensberger se pierde a lo largo de medio centenar de páginas. También puede extrañar, en un autor de una bibliografía tan "izquierdista" como la suya, la poca consideración dispensada a la República de Weimar, cuando se dedica tanta atención a los detalles decorativos del mundillo exquisito de la nobleza alemana en el que se mueve la familia Hammerstein. Aun así, Hammerstein o el tesón se lee con palpitante interés, no como último cuando se explica por qué no es una novela, pues presenta a un antihéroe sumamente particular, quien hizo suyo el lema: "El miedo no es una visión del mundo". 

Olivari, el blues porteño *



 Por Juan Sasturain

Justo había empezado a leer a Nicolás Olivari, cuando se murió. Recién caído en Buenos Aires y en la facultad, entre Illia y Onganía, yo era un pibe, tenía veintiún años, y él los últimos sesenta y seis que yo tengo ahora. Lo había descubierto en una edición de La musa de la mala pata de Editorial Deucalión, una colección dedicada a Boedo y Florida donde encontré al otro Tuñón, Enrique, con Camas desde un peso. Después leí El gato escaldado que rescató el Centro Editor, con aquel prólogo programático y provocador que es el equivalente, para la poesía, de lo que fue entonces, para la narrativa, la incitación pugilística arltiana, la tan citada del cross a la mandíbula.
Es obvio que no se leía a Olivari en el ámbito académico, por decirlo así. El veterano Julio Caillet Bois, que teníamos de profesor, no lo incluyó –ni a él ni a Tuñón: Raúl, en este caso– en una antología, preparada para Eudeba, de poetas del primer tercio del siglo XX. Parece mentira.
Pero no, era así. El viejito de pelo blanco, amable y sereno, que aparecía en la contratapa de su libro póstumo de crónicas porteñas, no había sido nunca un escritor cómodo, accesible, compartible sin salvedades. Y mucho menos de muchacho, cuando encarnó lo más saludablemente corrosivo de la vanguardia poética. Así, Olivari, creador múltiple –ya que escribió también cuentos, alguna novela, teatro y radioteatro, crónicas, películas, un tango famoso que grabó Gardel: “La Violeta”–, ha sido un autor temible y temido, difícil de clasificar y sobre todo de manipular críticamente.
Recuerdo que hacia comienzos de los ’70 preparé una antología que nadie me pidió antes, ni publicó después, con un prólogo pretencioso –que he saludablemente perdido– y que por entonces poco era lo que había para leer sobre él: un libro extraño del erudito Bernardo Ezequiel Koremblit: Nicolás Olivari, poeta unicaule (sic), comentarios de Martín Alberto Boneo y –más cerca– una hermosa nota evocativa, un retrato del Olivari final que hizo Paco Urondo, creo que en la primera etapa de La Opinión. Poco más. Al poeta y a los poemas –digo– no había donde leerlos.
Recién hace unos años, cuando El Octavo Loco, con la perspicaz mirada crítica de Ojeda y Carbone, volvió a editarlo en prosa y verso, tras el rescate que significó la re-aparición de El hombre de la baraja y la puñalada en Adriana Hidalgo, el lector pudo volver a encontrarse con “La costurerita que dio aquel mal paso” –un soneto como el de Carriego, pero arrasado de ironía–, “Nuestra vida en folletín”, “Antiguo almacén A la ciudad de Génova” y otras extrañas maravillas, inevitables en la más exigente antología de nuestra poesía contemporánea.
Esa edición cuidada y fervorosa de sus tres primeros libros de poesía, escritos, como los de Borges, a lo largo de aquella década del ‘20 prodigiosa para la lírica argentina, incluye poemas desparejos en calidad, pero uniformados por un inconfundible y poderoso aliento. Es que La amada infiel (1924), La musa de la mala pata (1926) y El gato escaldado (1929) se leen como un único y originalísimo texto poético que no se parece a nada coetáneo. Porque si bien Olivari pertenece a una generación, a una ciudad y a una condición social precisas –que él subraya a menudo–, puesto a escribir rompe con todo, se va de cauce y de causa, patea intencionadamente el tablero. Incluso para el lector que entra sin aviso ni vacuna –o, a la inversa, con prejuicio o preconcepto positivo– suele operar una fuerza centrífuga, una cierta resistencia que impide o dificulta entrarle con facilidad.
En el esquema con que se describe aquel momento de la poesía argentina, se redunda en la oposición Boedo-Florida, el barrio y el centro. Groseramente, la izquierda y el compromiso social estaban de un lado; la vanguardia experimental y el arte por el arte, del otro. Menos Oliverio y la figura magistral de Macedonio, todo el resto de los que vale la pena acordarse eran (de Borges a Marechal y Molinari) pibes brillantes de veintipico. También tenían esa edad los fronterizos y tránsfugas que no encajaban del todo en el esquema simplista: los mencionados González Tuñón, Arlt y este Olivari, nada menos.
La originalidad de ese grupo entre grupos, que no es tal ni programático, resulta, por muchas razones, de lo más interesante. Su obra da cuenta de una mirada y un “estado espiritual” rico en contradicciones –que son las de la ciudad–, menos sujeto a dogmas y más pegado a la calle, sin redencionismo social a la Carriego, ni el turismo urbano del primer Borges. Lo suyo será el grotesco: el ejercicio de un humor amargo ante la sordidez.
Dijimos alguna vez que Olivari viene de los barcos –la raíz tana es muy fuerte, como en los Discépolo–, pero ya no extraña il paese como el ancestro inmediato que alimentó el grotesco; viene del barrio humilde, pero recala en el asfalto y las luces del centro –itinerario tanguero, sin su carga sensiblera–, pero, sobre todo, viene de la literatura: como Arlt se carga de Dostoievski y alucina fuera de programa, Olivari sale a la calle con la cabeza llena de Villon, de Lafforgue, de Baudelaire, y pinta y cuenta desde esos modelos revulsivos. Con vocación de dandy y marginal, se piensa poeta maldito mientras trajina en la redacción de Crítica, rema con “prosa asmática” bajo la tutela del capital. Ahí están las tensiones básicas –lo individual y lo social– entre el ideal y la miseria, belleza y fealdad, todo a flor de piel y sin resolver. El resultado es una tristeza sin melancolía, el tedio sin atenuantes, la rabia destilada en puteada, escupida y mueca; el poema de versos disonantes, cojos, autoconscientes de su rareza.
Hay una pareja clave en casi todos los poemas: por un lado el yo lírico, la voz cantante –el joven enamorado, el periodista asalariado, el cliente ocasional, el paseante cínico–, y enfrente, con el lector de testigo y a veces de interlocutor, ella en sus tres versiones: la novia inicial que compartió los perdidos sueños adolescentes –el cine de barrio encarna ese universo de deseos insatisfechos, de la pantalla a la butaca– y que deviene la sórdida compañera de la rutina matrimonial; la empleadita, dactilógrafa o modista, sometida y expuesta a un mercado perverso y desigual; y finalmente, abyecta y triunfal, la “puta de dos pesos”, la yiranta, la carne callejera que saltó el cerco de la decencia. La novedad no es el tema sino la mirada al ras, solidaria y cruel a la vez: el poeta comparte con la yira –retórica pero sinceramente a la vez– un mismo horizonte de frustraciones sin salida: “Me gustaría tentar otro destino; / pero ya es tarde, / y estamos clausurados por la desdicha / y por la democracia”. Qué bárbaro.
Nicolás Olivari murió el 22 de septiembre de 1966, una primavera como ésta de hace cuarenta y cinco años. ■



http://literaturarioplatense.blogspot.com/2009/07/nicolas-olivari-la-musa-de-la-mala-pata.html


* La producción completa de Nicolás Olivari  puede encontrarse en mi colección rioplatense LOS GRANDES LITERATOS DEL RÍO DE LA PLATA -Andrés Aldao