sábado, 24 de septiembre de 2011

ANDRÉS ALDAO


ANTIGUA GALERÍA GUEMES

Final feliz; ¿feliz...? *

Un hombre no puede ser
honesto aunque quiera.
Ernest Hemingway

La tarde en que advertí entre los flejes de la cortina veneciana al chevy estacionado frente a la casa de Mabel, comprendí que arriesgaba la vida de la muchacha. Habían transcurrido dos meses. Una fugaz ráfaga de sesenta días y horas.  Mabel le pidió a una vecina, una viejita a la que a veces le hace compras, que me llevara con su coche hasta la estación Medrano del subte de Rivadavia. Debía ir con urgencia a una clínica: había recibido un golpe en la cabeza. Una sonrisa cómplice acompañó su afirmativa.
Un vendaje, que sólo dejaba ver mi nariz y la boca, me permitió salir por el estacionamiento del edificio sentado al lado de la anciana en su Renault. Insistió en llevarme al Antártida pero le agradecí. Bajé en Díaz Vélez. Eran cerca de las once de la noche y la brisa fresca del incipiente otoño había dejado las calles vacías. El vendaje se esfumó en un contenedor. Un taxi manejado por un japonés me dejó en Venezuela y Entre Ríos (Mabel, no me hablés por teléfono desde tu casa, no me hagás visitas sorpresa, despegate de mí... ya vas a tener noticias mías).

Me dejé la barba y pelo de linyera. Vestía una librea de trabajo, zapatillas sin color visible, lentes oscuros y andaba con bastón. Una tarde entré en la Agencia y don Samuel me atajó con un chillido.
—¡Muchacho! ¿de qué se disfrazó? Cuando volví de Mar del Plata no sabía dónde buscarlo. Desapareció. Estaba preocupado por usted.
—Don Samuel, ¿qué le pasa? Por lo que parece, usted no se enteró de nada: la mafia me busca.
—Vaya a la policía, Aspis.
—¿Me habla en serio? ¿Para denunciar a la mafia roja me recomienda ir a la mafia azul? Mire, consulté a un policía, viejo conocido del barrio. Hace años que está en la Federal. Me dijo que me borre, y es lo que hago.
—¿Quiere agarrar un trabajito nuevo?
—Por ahora estoy desaparecido, una semana más y veremos.
Toña, con la cabellera volcada sobre el teclado, estaba seria y silenciosa.
—Oiga, Toña, muchacha, ¿le pasa algo conmigo? ¿anda cabrera?
Levantó los estrábicos sobre la nariz alfiler de gancho, y gruñó:
—Aspis, me dijeron que tiene novia. Y a mí no me contó nada —El llanto silencioso me partió el de la zurda. Me acerqué, la besé en la frente y le sequé los párpados.
—Ché Toña, déjese de embromar, la cana me busca, la mafia me la tiene jurada, mire la pinta de limosnero que tengo. No me haga escenas a lo melato, Toña, que a usted yo la aprecio un montón...
Hizo un arrumaco cerrando los ojos de pajarito. Y todo bien. Le dije a Samuel que ya iba a aparecer. Me fui a pie, una larga caminata. Buenísima para el colesterol. En el camino encontré un Trombón liado al lado de una basura. Lo levanté de taquito y me lo llevé para casa. Tenía la sensación de ser un espía de película.
Crucé la 9 de Julio y agarré por Diagonal Norte. En eso lo vi... El tipo despertó mi atención; se fingía otario, miraba la hora, parecía buscar un teléfono público. Cuando veía alguno se ponía en la cola. Observaba los números de los edificios con maestría de relojero. Se paraba ante las vidrieras y estudiaba las ofertas; sacaba una libretita y anotaba. Interesado en qué carajo, mascullé: se te ve de lejos la postura de botón, ¿a papá lo vas a joder?  Con un amague del cuerpo doblé en Florida hacia Corrientes. Llegué a la Galería Güemes; un Lucifer perverso me susurraba: entrá, dale, entrá. Y le hice caso. Escudriñé por los negocitos y el lugar me trajo añoranzas: allí solía encontrarme con una mina de lujo para tomar el café con leche y torta. Dentro de la galería Güemes lo fui gambeteando, pero el tipo me seguía como una garrapata fanfarrona. Se detuvo en el quiosco de tabacos y pipas. El muy turro me advertía que estaba siguiéndome. Tengo que sacarme de encima a este hijo de puta. Conclusión: era un botón o un tipo contratado por la mafia.
Llegué a la entrada de San Martín, giré de golpe y lo miré con desprecio. Ya me avivé que me estás siguiendo, ¡turro! El tipo se sonrió e hizo una reverencia. Se me ocurrió que el asunto venía de la yuta arreglada con la mafia. O quizá tenía que ver con mi ex mujer. ¿Estará metida ésa en el asunto? Días antes había terminado el juicio de divorcio. No afloja el guacho, murmuré embroncado.
Caminé por San Martín, doblé en Sarmiento y me metí de sopetón en la Franco Inglesa por la ochava. Me oculté detrás de una columna. El tipo entró. Resaltaban su traje azul a rayas, el pelo recortado y bigotitos de botón. Se le notaba el julepe, quiere evitar que me las pire, pensé mientras iba girando detrás de la columna espejada. Me esfumé entre el público y salí por la puerta que daba a Florida. Crucé la calle como un duende y me escurrí en un edificio de oficinas. El olor a sobaco de los caminantes retorcía mi buen humor hasta convertirme en una trenza de nervios y explosivo plástico. Traspiraba, sentí una angustia punzándome el estómago.
Resolví hacer un paseo. Subía los pisos del edificio por las escaleras; mientras tanto iba leyendo: Juan Alberto Cáceres – Abogado – Asuntos penales; Impresiones y sellos en 24 horas – Aldrovandi y Stein. Mientras caminaba dentro del edificio, la persecución me recordó el año enjaulado en Devoto. Muequé una sonrisa mientras me secaba el sudor.
Suspiré rabioso. Subía y bajaba los pisos, memorizaba los nombres de las oficinas. En el cuarto, un cartel anunciaba la venta y reparación de cerraduras digitales. Las horas pasaban y seguía siendo el ratón de la cacería. Me agobiaban menos las subidas y bajadas. En  el  sexto  había una oficina de un anticuario, más jovato que el prehistórico reloj de péndulo que exhibía a la entrada.  Bajé hacia el quinto.
Tenía que despuntar el ocio de las horas muertas. Esta persecución me pareció una zancadilla inoportuna. ¿Por qué me seguirá? La bronca me gateó hasta el esófago. Un chorrito fosforescente de bilis iba atragantándome. Esperé hasta pasadas las siete de la tarde. Asomé la cabeza, no vi al 007 y me marché confundido entre el mar de empleados que salían de las celdas tabicadas de plástico y vidrio. Doblé por Sarmiento hacia la 9 de Julio.                                                                                                                                                             
En un sesgo repentino me oculté en un portal y aguardé. Desandé con los ojos el tramo recorrido, ojeé la vereda de enfrente. Nada. El tipo de traje azul, corte de pelo y bigote de botón se había borrado. O Ale Aspis lo había dejado en la estacada.
 Tomé el subte B en Diagonal. Bajé en Chacarita y salí último del vagón. Nadie: sólo se oía el retumbar de los tacos que martillaban los escalones. El tonbo no estaba. Subí por las escaleras; fui a pie hasta la casa de un compinche de ranchada, Aníbal (alias Cañita Voladora), que vive en Elcano y Caldas, frente al cementerio de la Chacarita. Evoqué la sonrisa de Gardel y me puse a canturrear: Sus ojos se cerraron // y el mundo sigue andando // su boca que era mía // ya no me besa más.
Llamé por el portero eléctrico. ¡Soy Ale, Aníbal! Alguien chillaba y él no entendía ni medio. Abrieron la puerta y subí. Nos abrazamos.
—¿Cómo se te ocurrió venir? Hace tiempo que no te veía. Estás flaco, che Ale.
—Andaba cerca y quise verte. Voy al grano, Cañita: hoy me siguió un botón por el centro y hace un rato nomás me pude despegar del tipo–. Le narré lo de mi artículo sobre la mafia rusa.
—Pero de qué cuernos estás hablando, Ale: ¿cómo te va a perseguir la yuta en estos tiempos? Si me dijeras un mafioso, bueno... Estás delirando, che. ¡Dejáte de joder con la persecuta!
–A lo mejor tiene relación con mi ex mujer; me salió el divorcio hace una semana y ella me exige guita. Pero sigo creyendo que son los canas.
–Estás loco, Ale, para qué mierda te van seguir. Estás soñando. Andá a tu casa y pegáte una ducha de agua helada. No pasa nada, Ale, ¿Preparo la pava pa´l mate?
–No, no te jodo más, Aníbal. Chau –y me tomé el espiro. Qué boludo este Cañita... O qué delirio tengo yo...
Regresé a Chacarita. Me descolgué en la estación del subte y bajé en Callao. Estaba pesada la noche. Envuelto en la brisa húmeda caminé hacia Belgrano. Tenía hambre, calor, sueño. La gente buscaba aire fresco y terminaba lamiendo helados que se derretían antes de llegarles al paladar.
Eran las diez de la noche. Por las dudas, seguí de largo y eché una mirada de periscopio a la entrada del edificio. Entonces lo vi venir del lado de Entre Ríos. Era la mismísima garrapata que estuvo acosándome. Igual corte de pelo y bigote de botón, el traje azul a rayas, y ahora que lo veía caminar noté que era algo chueco y rengo. Todavía eso, relinché malhumorado. Crucé y me metí en un taxi. ¿Y ahora adónde carajo voy? Le indiqué al taxista que fuera por Corrientes. Tenía un hambre de antropófago. Me voy a Güerrin a comer pizza con faina y bajarme unos chopes, musité. Le indiqué al tachero que me dejase en Paraná y Corrientes. No llamé a Mabel: no quería alarmarla...
En la pizzería me encontré con un vecino del viejo barrio, uno de esos pegotes que te pueden causar una apoplejía fatal. El poxi se puso a charlar de boludeces, inversiones, dólares y a contarme los flamantes chistes sobre los gobernantes, palabras imbéciles y naderías. No le contesté. Los dos chopes me entonaron, me despedí del tipo con un eructo a la bolognesa y tomé otro taxi. Bajé en Entre Ríos y Belgrano y caminé tranqui pegado a las paredes.
Extrañaba a Mabel aunque no podía ir a la casa. Ya en la puerta del edificio miré hacia ambos lados, metí la llave en la cerradura y entré.
Llegó el ascensor. Al abrirse la puerta un tipo en piyama con la bolsa de basura en la mano me dijo: Bue...buenas no...no...ches, y se me quedó mirando fijo.
–¿Usted es el ve...ve...vecino que vvvive en el cua...cuarto, no?  Me parece haberlo visto hoy ppp...or el centro – tartamudeó.
El tipo estaba vestido con un piyama azul a rayas, el pelo corto y tenía bigote de botón. Ale Ale, vivís en la persecuta... Me avergoncé: nadie conoce mi bulín, las pasé jodidas en otros tantos momentos de mi vida pero jamás hice algo tan ridículo como percibir una persecuta puro delirio. Y aunque el año que pasé en Devoto no lo considero las vacaciones en el Caribe, ya ocurrió. Ahora prefiero vagar por las calles de  Buenos Aires. Libre de culpa y cargo, aunque pague aún las secuelas del garrón  · 

* Este es un capítulo de la novela ‘Aventuras y deventuras de Ale Aspis’

7 comentarios:

  1. " Vaya a la policía, Aspis". Es para una carcajada. Increíble que A.A. ( Ale Aspìs ) recurriera a los de uniforme que no lo podían ver por sus notas periodísticas que los desenmascaraban.
    Pero lo central de este capítulo - que se puede leer independientemente - es la virtuosa forma literaria de llevarnos a recorrer los tramos del supuesto delirio de persecución:los vaivenes, nervios, cambios de recorrido, sospechas, hambre. . . por una parte de Buenos Aires que ahora no está igual, y en la cual rescato en mi memoria la Franco Inglesa.
    Otra vez, Ale, me vuelve a ganar el corazón.
    Un suave abrazo, Andrés.
    MARITA RAGOZZA

    ResponderEliminar
  2. Una relectura de las andanzas de Ale Aspis -lejos de evitarla por ya sabida- me resulta placentera debido al ritmo en la narración y a la acertada caracterización del personaje.
    Gracias Andrés
    Ofelia

    "Levantó los estrábicos" genial

    ResponderEliminar
  3. Ale querido ¡volviste! te iba recordando en la medida que desfilaba con vos por Buenos Aires, un placer reencontrarte y reencontrarme con tus decires, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli

    ResponderEliminar
  4. Un placer usual en mi : releer .
    Un personaje que cobra vida propia .
    Buenísimo Andrés .
    Abrazo fuerte (no digas Ay, el que avisa no es traidor)
    amelia

    ResponderEliminar
  5. Este ALE, VIENE A SER COMO UNA ENFERMEDAD CRÓ NICA. No se puede ir para atrás sin sufrirla y para adelante se sufre aún más. Puedo , cambiar "sufrir", por re pasar, re leer.
    Re pasar, re leer lugares descriptos de forma única, diferente, igual a un mapa en papel calco y disfrutar el texto, la sintaxis, el lunfardo y los lugares comunes. Galería Güemes, La Franco, Guerrin... y en el fondo "la persecuta de un cana", que siempre es un perseguidor y no puede cambiar su historia.
    A volver a leer AVENTURAS Y DESVENTURAS DE ALE ASPIS.
    Un abrazo. Gracias.
    Sonia

    ResponderEliminar
  6. Aventuras y desventuras de un personaje que no tiene temporalidad aunque describa lugares de Buenos Aires que han cambiado: Este porteño aventurado-desventurado tiene la vigencia de quien pinta la aldea que proyecta al mundo.
    Me divierte, me asusta, lo amo y rechazo: Trasciende con su moral particular y sus historias de riesgo que cotidianiza.
    El día que Ale Aspis parezca historia pasada, el Mundo será ése, tan soñado, y los Aspis no vivirán al margen de las aventuras colectivas.
    Como siempre, me deja pensando...

    ResponderEliminar
  7. Me dejé llevar por Ale, me atrapó; así son los grandes personajes.
    Un tierno abrazo, Andrés
    Betty Badaui

    ResponderEliminar