viernes, 29 de enero de 2010

NARRATIVA: LA MUERTE DE LA POESÍA - Jaro Godoy

"Los poetas solamente se deshacen, pero no mueren." 


La muerte de la Poesía 
Las palabras de Margarita Yourcenar resonaran por varios meses en los oídos, de jóvenes no tan jóvenes que hoy cerraran sus ojos por melancolía, se fue el maestro de la locura y del buen trato, el de los ojos mojados de poesía. Como decía Marechal camino al entierro del amigo: "la primavera reía sobre las tumbas, cantaba en el buche de los pájaros, ardía en los retoños vegetales, proclamaba entre cruces y epitafios su jubilosa incredulidad acerca de la muerte. Y no había lagrimas en nuestros ojos ni pesadumbre alguna en nuestros corazones; porque dentro de aquel ataúd... (cuatro tablitas frágiles) cuya levedad era tal, que nos parecía llevar en su interior, no la vencida carne de un hombre muerto, sino la materia sutil de un poema concluido" Nadie muere del todo, ni nadie apagara el candil arisco de tu poesía, sabias con maestría eso de contar el cuento, con tu lenguaje de diamante sin pulir, con tus miradas que hablan de la profunda realidad con ese toque de humor, que te montaba en los ojos la picardía de aquel que ya sabe el camino que esta recorriendo. 


Cerrado por Melancolía. 
La poesía cerro sus ventanas esta mañana, será que no quiere verte, Isidoro, será que no quiere verte irte de la mano, con tu amante de siempre, aquella que tantas veces se acerco a tu ventana a beber de tu poesía, aquella ingrata que tan mal paga. Será aquel espíritu aventurero que te llevo con tu pequeña cámara a sacar nuevas fotos, a ganarse otra vez el café de todos los días, tal vez simplemente te enamoraste de tantas voces en la noche o de tanto libro sin lector. Como sea tu historia, ya la contaran los padres a los hijos, de un poeta que una vez vendía libros en San Juan y Boedo. "A lo mejor escribir no sea más que una de las formas de organizar la locura", y seguro tenias razón, alguien debía organizarla para que no hiciera tanto derroche, pero el precio fue demasiado caro Dejarte partir será el caro precio que pagaremos por varios años, hasta que volvamos a Dublín por el sur, o a mirar como sucede bajo la lluvia el nacimiento del mago, aquel que podía de una palabra cambiarte para siempre el humor y la vida, aquel que podía de un flechazo romperte el corazón con una lagrima de poesía. Se fue el traficante de ilusiones, el que te vendía fantasías o el que podía decir de pronto: "Hay que tener un hijo, plantar un árbol y escribir un libro. Pero "un" libro, no muchos libros. Y escribir, no publicar". 


Las ultimas monedas de la vida. 
Te reías de tus propias palabras y renegabas contra aquellos que escribían sin esa necesidad vísceral de sentir dentro de las entrañas cuando un poema quiere despertar, de la falta de fe en los dioses de la poesía. Solíamos sentarnos bajo tu sombra y cuanto aprendíamos, aprendimos a leer y a callar, aprendimos que la poesía, era una dama caprichosa y que no se iba con cualquiera, ya te vas, casi sin tiempo para la despedida, un beso, o el ultimo consejo, casi no puedo verte, perdón, maestro, pero no puedo dejar de llorarte, aunque sepa que: "Gasté todo lo que tenía para toda la vida". Ahora solo nos queda la noche y sus voces y la desesperación de volver a escuchar en una noche de silencio tu voz de tabaco y batallas sin medallas. ahora andará la belleza perdida buscándote, Isidoro, y quizás ella te encuentre en el destino de un tango perdido, en una lagrima desconocida. 


El ultimo Adiós. 
Isidoro Blaisten falleció  a los 71 años, como consecuencia de una afección pulmonar. Autor de "Cerrado por melancolía" y "Dublín al sur", fundador de la revista "El escarabajo de oro". Nacido en Concordia, Entre Ríos, en1933, joven se instaló en Buenos Aires, fue librero, fotógrafo, periodista, publicista, crítico, poeta, y cuentista. sus libros de cuentos fueron traducidos al inglés, francés y alemán. Su primer libro, el poemario "Sucedió en la lluvia" publicado en 1965 y premiado por el Fondo Nacional de las Artes. en 1969 "La felicidad" y, en 1972, "La salvación". y "El Mago" en 1974 recién en los ''80 se editaron "Dublín al Sur" y "Cerrado por la Melancolía". "Cuentos anteriores", una recopilación de sus mejores textos y "Anticonferencias", en el cual desde el humor proponía crear un nuevo género entre el ensayo y la narrativa. "Carroza y reina" en 1986 y "Al acecho", (1995). Este año había publicado su primera novela "Voces de la noche". 
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NARRATIVA: OJALÁ QUE LLUEVA - DELFINA ACOSTA


Aquella mañana, cuando iba a comprar alpistes para mis canarios, de la despensa de don Francisco, me encontré con Luisa; ella también se dirigía al mismo destino, de modo que nos largamos a conversar. Luisa  nunca tuvo imaginación para hablar sobre cosa distinta, filosa y desconocida por los demás. Todo en su decir, que no salía corrido de su boca, pues su viejo paladar postizo corría riesgo con las consonantes, daba vueltas en  torno al clima. 
El clima, el clima, siempre el clima. 
  
¿Y qué se puede decir de lo que está raso, vale decir  del cielo, sino lo mismo, o sea que el día se presenta espléndido, con brisa ligera, con lo cual ya queda todo concluido? Pero ella se afanaba en dar estiramiento a su decir y me preguntaba si cerca de mi casa habían caído algunos goterones. O tal vez lluvia. 
Cierto es que también solía  preguntar  cómo se encontraban mis flores con lilium, mis hojas de esterlicia y mis gerberas, pero, para incomodidad mía, pues soy de ponerme fiera ante la insistencia,  solía insistir en que me fuera hasta su depósito;  allí me daría  abono y mantillos con un racimo enorme de lombrices. 
- Tus flores levantarán cabeza; mis gusanos son de primera materia y condición - me decía.
Yo le respondía que iría mañana. Mañana, Luisa, mañana. La costumbre de prometer sin cumplir se fue  convirtiendo en el pueblo en  una cortesía.
Al llegar al almacén, me atendió la esposa de don Francisco. Ella también era mujer de hablar sobre el conjunto atmosférico; le gustaba  llevar la contraria a lo que era de conocimiento público. O sea que si   el viento  iba a paso de hombre entre los eucaliptus y el firmamento se presentaba sin probabilidades de lluvia, decía que un rayo sacaría su cabeza  de entre los monumentos funerarios y en menos que dura un susto caería un  trueno enojado pues los muertos pasaban sed; largando  un  suspiro  de satisfacción desaparecía  por la puerta trasera del almacén y dejaba contrariados  a quienes   la escuchaban, que era   gente campesina, o sea  de tomar muy a pecho el clima.
Me miró fijamente don Francisco cuando le pedí un quilo de alpistes. 
- ¿No siente frío, señora Mercedes? Mire que está girando el viento. Estos cambios de tiempo nos echan a descomponer los bronquios. Y usted, sin pañuelo,  sin abrigo, sin botas... 
- Estoy bien - le dije. 
- Primero viene el estornudo, después  la neumonía... 
- No se preocupe - le contesté, y ya no hablé mas. 
Salí a la calle. Vi a la señora Manuela echar la llave al candado  de  su puerta y echarse a andar por la vereda. 
Se acercó apresuradamente a mí. 
En el pueblo resultaba común llevar conversación. En otras palabras, era la conversación misma, apurada o lenta,  la que nos hacía llegar  temprano o tarde a  nuestras casas. 
La señora Manuela me contó que su cabra  se había pasado el día anterior mirando fijamente hacia el viejo  cobertizo  de la municipalidad; allí  se solía desollar al ganado vacuno e iban las  cuñadas de la gente pobre a recoger las vísceras  y otros estropicios en canastos. Daba por seguro que iría a llover. 
  
Le tenía sin cuidado lo plano, liso   y estable que estaba el cielo. 
A mí me iba cansando  aquella fe que le tenía a su cabra. 
  
Me descomponía que no me escuchara cuando  le contaba lo armonioso  que cantaban mis jilgueros cuando   caía la tardecita, y dos, tres  plumones - casi transparentes - giraban en el aire durante  un largo rato, para después seguir girando   sobre la baldosa  azul del comedor. 
Al llegar a casa  me senté a esperar en la silla, como queriendo  apurar al viento a quebrarse en dos para dar paso a la tormenta anunciada por el animal. 
Pero no llovió.
Desatendiendo dos caídas, vino corriendo hasta mí la hija del afilador de cuchillos mangorreros para  contarme que ya estaban echando lenguas su madre y dos vecinas  sobre el tiempo. No se ponían de acuerdo. 
Juliana y Margarita daban por cocinado que el cielo pasaría a la llanura, pero su madre, doña  Lucero, que le tenía confianza  a los huesos de sus pies, comentaba  que éstos estaban como rebasados de espinas y que  la lluvia caería en cualquier momento. 
- Enseguida se nos baja el cielo; vine a avisarle nomás - me dijo la niña.

En fin, la cosa es que no llovió.  
Habiendo tanta casa  que se venía abajo por obra de las termitas, cientos de  ratas que contagiaban la peste a los perros callejeros, y el viejo colectivo azul que partía del puerto una sola vez al día con un retraso de dos horas, la gente se ponía a perder el tiempo, a profetizar sobre el calor y el conjunto o parentesco  de los elementos climatológicos. Que sí, que la humedad estaba gorda. Que sí, que el viento llegaba hinchado para favorecer  el flameo de las banderas, viniendo, como venía, de parte del norte,  y no del sur, a menudo desollado. 
Y mientras tanto el pillaje, el latrocinio, la salvajada. Los muchachos de otros pueblos subidos a los árboles de los duraznos y  llevando  delante de nuestras propias narices cajones tras cajones de las mejores  frutas para cambiarlas  por  cañas, vinos,  ron y cervezas negras en el mercado central.
La radio local echaba a funcionar desde las ocho de la mañana hasta pasadita la medianoche. Pasaba al aire el programa “Servicio del clima mundial”. No había posibilidad alguna de escuchar alguna vidalita, el parlamento de un radio-teatro, cualquier noticia que desatara el secreto de algún suicida, que los había muchos, pues así como llegaban al mundo se iban del mundo sin que se supiera porqué.
Prendía  la radio y salía al éter la voz neutra de un comentarista. Contaba que la marea en la costa de muchos  puertos  estaba alta por  efecto de la Luna, y que los vientos  propiciaban el retorno de las   aves marinas comedoras de los calamares de los océanos, y que al Sol, por simple observación a través de anteojos obscuros, se le podían ver las escaras  producidas por el desgaste ambiental. 
  Me producía no sé qué cosa oír la radio. Me pasaba que me crecía en el alma la ausencia de la música. Pero no solamente la música, sino también la letra, por ejemplo “El día que me quieras”, que yo  al escuchar cantaba, cuando era pequeñita. 
Y sin embargo, la gente del pueblo, seguía la audición atentamente. Y se preguntaba qué iría a pasar si el Sol avanzaba en su descompostura. 
El locutor profetizaba: “¿Se extinguirán  las algas?”. “Mas no deberíamos desesperar. Acaso las plantas del fondo del mar que poseen propiedades antimicrobianas y antifúngidas hallarán, aún dentro de la discordia del mundo marino, voluntad para sobrevivir”.

 Y la chusma calculaba. Pero calculaba con pesimismo, con  esa pobreza de ánimo y resignación que tenían cuando hablaban sobre el clima. Decían  que en el caso de que las escaras se multiplicaran y el Sol ya no siguiera echando luz pareja sobre el pueblo, se las arreglarían  con  las velas, las alcuzas y las lámparas a gas. 
Un día dije basta. 
Dejé el pueblo para siempre. 
Me vine  a la casa de rigor, en plena ciudad. 
Éste es un sitio enorme, rodeado de árboles. Las altas paredes del comedor están adornadas con cuadros que reflejan la madurez de las más diversas floras y faunas. 
Una mujer pecosa, de cuello largo, suele tocar un  piano de tres pedales en la sala.  Tiene un aire muy distinguido. No habla,  no es muda. David, un hombre de unos cincuenta años, parece estar enamorado de ella. Se viste de arlequín. “Esta es mi manera”, me dijo una vez, y creo que lo entendí. 
Ayer, al caer la tarde, Blanca, una dama de muy altos recursos económicos y  compañera mía  de habitación desde hace diez días, me contó que un duque aficionado a la carrera de caballos  y a la colección de estampillas le suele enviar  rosas rojas todos los viernes. 
Me hizo gracia su confesión. 
Ah... Es soñadora ella. Y se supone que se trata de no soñar. 
Pero ya me advirtió el arlequín que me guardara de hacerle   caso, pues desde su llegada a  la casa de rigor no hablaba sino de lo mismo. 
¡Lo mismo, lo mismo, siempre lo mismo! 
Infinitamente lo mismo. 
Por eso, esta mañana, cuando Blanca tuvo una crisis (en la casa de retiro hablamos de distracción )y  dos enfermeras le aplicaron una inyección de hipnótico y la cambiaron de habitación, respiré aliviada. +


POESIA GENERACIÓN BEAT


GREGORY CORSO : ESTADOS UNIDOS. (1930 -2001)
 
          Cómo no morir
 
Entre la gente
si siento que voy a morir
me disculpo
diciéndoles ¡ tengo que irme!
"¿ir adónde?" quieren saber
no contesto
sólo me voy de allí
lejos de ellos
porque de algún modo
perciben que algo anda mal
y nunca saben qué hacer
los aterroriza lo imprevisto.
Qué terrible
quedarse sentado ahí
y ellos preguntando:
"¿Estás bien?"
"¿Te traemos algo?"
"¿Quieres recostarte?"·
¡Oh Dioses! ¡ La gente!
¿ quién quiere morir entre la gente?
Especialmente cuando no pueden hacer un carajo.
Al cine... al cine
ahí  corro
cuando siento que voy a morir
Hasta ahora ha funcionado.  
 
                   Corresponsal Susana Zazzetti.
 
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POESIA: EL SALVADOR; POESIA ULTIMA


 SANDRA MARISOL AGUILAR RAMIREZ ( 1984) . Obras: inédita.
 
      S/T
 
Como si derramar gostas de sangre sobre el cuerpo sin vida/
nos llevara de regreso al lugar donde perdimos las agallas
Como si ahogar los gritos en mitad de la noche
impidiera a los demonios despertar en nuestros sueños.
Como si tragarse las palabras bastara para callar el
pensamiento
o cerrar los ojos apartara de la mente
las formas silenciosas del dolor cuando amanece.
Como si acumular frustraciones en la frente
le devolviera mocedades a los huesos.
 
y ¿de qué sirve caminar sobre la arena
si una tras otra las olas borrarán cada pisada?
Si ni siquiera el aire está esperándote para ser respirado
y la tierra ya no anhela abrazar de tus miserias
los gramos que perdiste al elevarte en el pasillo de tus
manos
porque las manos no te alcanzan para soltarte madrugadas
entre murmullos que desvelan cuando se mecen telarañas.
Porque en silencio hasta la muerte duele menos
y la penumbra en la humedad se hace mayor.
 
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LUIS BENJAMIN VARGAS MEJIA  (1981) =bras:"Retoños"
 
      Así te veo
 
En un hilo de plata se sostiene tu encanto.
Y en cada extremo
templados
están los sabores del sentir infinito
dispuestos a no soltar sus sensibles amarres
y perder sus terrosas raíces de
orgullo primoroso
s´olo aprietan como una anciana culpa
y se echan a dormir.
 
Así te eo:
en recimo de besos
en sorbo de uego nuevo
en una sonrisa fecunda como luna en celo.
 
No permitas que mis ojos revienten sin lograr verte
ni insistas en dejarme dormido
como un nudo ciego
un laberinto viejo
un mar sordomudo.
 
Da un paso a la vez
sólo uno
abre mis ojos a tu luz
respírame así transparente
vigilante a la sombra que te acosa
y besa suavemente mis frías mejillas.
 
Mientras yo
con tu hilo de plata y tu angelical aliento
tejeré tu cobija antes que el colorido amanecer nos descubra.
 
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TERESA ANDRADE  (1984)  Obras: plaqueta "Lento féretro"
 
      S/T
 
Un poco de paciencia, señor,
he venido tarde este día
y los demás también.
Me reclutó un ejército de hormigas/
 y las cosas se hacen cada día más pesadas
para los murciélagos que habitan mi cabeza.
 
Un poco de paciencia, señor,
he dormido solo tres horas colgado de la pared
he dormido con agujeros en el zapato
pero aún tengo dolor abdominal rezagado.
 
Un poco de paciencia señor,
he dejado al gato esperando su comida.
 
      S/T
 
Hoy volví a tener ese sueño
donde te escondías de los pájaros
y yo simulaba olvidar
los rostros.
Volví a soñar que abejas nos seguían
y todo se iba  quedando ciego
mientras me sentaba a tomar café y a fumar frente al televisor
con tu gato arrullándose en mis piernas.
 
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ALBERTO QUIÑONEZ   (1984)  Obra: Inédita.
 
La oscuridad fue demasiada
un ángel vomitaba nubes negras
el pan escaso, amargo, desgarrante,
el cielo herido
el viento con la densidad de madera hundida en la sangre.
Y sopla fuerte ese viento que no existe.
El olvido carcome hasta los tuétanos del olvido.
 
Qué importa, diríasme hoy, si aquí estamos
el camino es bajar
a las hondonadas esparcidas sobre el
pecho
esperar solamente a que la lluvia caiga
dejar que afloren ausencias en los sitios
perder nuestra vida que no valía un trago
una lágrima
un centavo.
  
   Corresponsal Susana Zazzetti

 
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POESÍA: CLAVES (fragmento)- Celmiro Koryto


de CLAVES (fragmento) Celmiro Koryto

siento el frío
de una ciudad cercada por la nieve
cuando pienso tu cuerpo
desnudarse lento

sentado
tras la luz de la bujía
acaso deba
cubrir tus hombros
con un paño de penumbras

para no sumar
a tu piel viuda
deseos
         con sabor de abismos

degustaciones

los labios
un fruto sabio
la boca                                                                                        
un pan sin corteza                                                            
y sus besos aves de árbol
posados en mis ramas

sensibles
se volvían fábula
y su pasión
en alocado aquelarre
redimía
sensación de hielo
agonía y éxtasis
entre el adentro
y el afuera
con el amor    
               en los labios


con el crepúsculo

acostados en el vacío 
fosforescencias
labran caprichos
en el claroscuro de los cristales

antes de cruzar los miedos
tu cuerpo cae sobre el mío
y todo crece menos mis ojos
al penetrar la herida
la amarga confusión del deseo
sella tu voz                                                                          
y con el ayer atrapado
desertas de mí
hollando ausencias

justo cuando el sol se pone
en el adiós de la piel
como si todo
                   fuese cierto

POESÍA: POEMAS DE LINA CAFARELLO

POESÍA: POEMAS DE LINA CAFARELLO

Publicados en ArtesaníaenPoéticas

OREMOS
 
Los días se amortajan
como un rebaño de rocas
ante las bocas de pan
                                   abiertas.
 
Molinos repetidos
por las aguas de este río
tributario                     
                 de otros ríos.
 
Cucú cucú
cantaba la rana
 
Juegos a-penas
que hacia el borde de la ronda
                                 se hunden.

 
 PALABRAS

Esta piedra no es la piedra
ni tampoco la llanura.
Sin embargo, la ceguera empecinada
en medir la claridad
desnombrando la hierba al mediodía.
 
Alguien puede demoler los puentes
y bordar el tiempo con burbujas.
 
Alguien sabe pronunciar el viento
para encender la noche de alas.
 
Esta piedra no es la piedra:
una lluvia antigua siembra
y se rompe la vigilia.
 
 
LUGAR  COMÚN
       
A veces se doblan las rodillas
y cada golpe cabe en otro golpe,
la caída encierra otra caída.
 
El instinto estalla en la oquedad del grito.
 
El grito nace arrodillado;
el grito en el grito de otro grito.
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Nota: por un desperfecto del bloger, hemos tenido que quitar y volver a ubicar estos poemas de Lina Caffarello

jueves, 28 de enero de 2010

POESÍA: Dulcinea en Manhattan – Verónica Pedemonte

ciudad

POESÍA: Dulcinea en Manhattan – Verónica Pedemonte

ORACIÓN POR LAS TURBINAS

No llores, corazón, te cantaré una nana,
te arrullaré en mis brazos como al recién nacido
o al soldado que viene después de la batalla.
Te cantaré una nana de esperanza,
del pan y la cebolla, que resucita muertos
y hace andar a lisiados.
Que hace ver a los ciegos de amor
lo que no ven los cuerdos.
No llores, corazón, sigue adelante,
por el sendero recto hacia la meta,
mira que en los atajos está el lobo,
que los tratos brillantes se deslucen de pronto.
No fíes tu destino al amor de los hombres,
hijos de César los hay en todas partes.
Dios de dioses,
 
canta y no desfallezcas,
en el mundo de la s rallada
del tamaño del dólar.
En éste mundo sordo y frío
 
de las máquinas, donde
eres tan extraño como un ave del paraíso
en vuelo por Manhatttan.

NARRATIVA: LÁGRIMAS - Manuel Vicent-


Lágrimas - Manuel Vicent


Mi habitación en La Habana daba a un patio interior que tenía mucha resonancia.
El ama de casa me advirtió que hacia la medianoche oiría el orgasmo de la mulata del primero derecha; luego, al amanecer, me despertaría el canto de una docena de gallos que los vecinos criaban en las terrazas y enseguida, abajo en el solar, comenzaría a llorar Camilito, el hijo de la negra Teresa.
Todo se producía según lo esperado cada noche, aunque el llanto del niño parecía no tener fin cuando empezaba a llorar después de que cantaran los gallos. Camilito berreaba sin parar, a veces se encanaba y al quedarse más de un minuto sin respiración yo creía lleno de angustia que había muerto, pero ese silencio sólo era un punto de apoyo para redoblar el sollozo con más fuerza todavía. En medio de su berrinche, que podía durar una hora o más, se oía la voz melodiosa de la negra Teresa, que decía: "Camilito, mi amol, qué te paaasa". Al final el niño conseguía ser atendido y su llanto había tenido un sentido.
Los bebés lloran como un mecanismo de defensa cuando sienten hambre, sed, frío, calor u otra molestia. Basta un mínimo problema, el biberón, el chupete, los pañales, para que el bebé llame la atención. Madres amorosas, niñeras solícitas, criadas cariñosas o enfermeras profesionales acuden a la cuna tan pronto como oyen que un niño mimado emite el primer vagido.
Camilito lograba que su madre le atendiera después de desgañitarse durante una hora seguida; muchos niños afortunados lo consiguen en menos de un minuto, pero hay millones de niños que no obtienen nunca una cosa ni otra. En el campamento de refugiados ruandeses en Tanzania me di cuenta de que los niños no lloraban. Sólo miraban fijamente a sus madres. Un médico me explicó que allí los niños no lloraban porque su cerebro ya había codificado a través de su larga miseria heredada que el llanto no les servía de nada.
El dolor estaba asimilado al silencio.
En la tragedia de Haití se ha visto en una foto famosa al bombero Óscar Vega con un niño de dos años en brazos, rescatado de los escombros. El niño tiene lágrimas en los ojos, pero tampoco llora. Sin duda ha aprendido bien la lección mucho antes de nacer. Sabe que al final del llanto no hay nada ni nadie.
Sólo parece asombrado de seguir vivo.
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