GORRIONES DE ALAS CAÍDAS
El dolor mata, amigo, la vida es dura,
eche veinte centavos en la ranura
si quiere ver la vida color de rosa.
Raúl González Tuñón
El viento otoñal despertó de su letargo. Arrastraba hojas caídas, papeles, y la gente arqueada abrochaba sus abrigos. Serían las diez de la mañana. Costureras, vendedores, buscadoras de ofertas en el Once parecían hormiguitas diligentes de una metrópoli hormiguera en vísperas del invierno.
Allí lo conocí esa mañana. Desgreñado. Ojos verdes claros. Luminosos y pícaros. Alto y un poco desgarbado. Pibe de villa. Con soltura de calle aunque nada canchero. Me topé con él en Pueyrredón y Corrientes: me ofreció tres lapiceras por dos pesos solamente... azul, negra y verde. Llévelas, don, son de marca.
Le dije que no las necesitaba. Que desconfiaba de la calidad. Que me había ensartado varias veces... Llévelas... éstas no son imitaciones, son auténticas, no se las pierda. Palabra de “Gorrión”...
La curiosidad pudo más que el apuro por bajar al subte. Me llamó la atención la forma de hablar: este chico puede vivir en una villa o en cualquier lado, pero tiene algo de clase, pensé.
—¿Vos te llamás Gorrión? Ese es un apodo, no un nombre: ¿cómo te llamás?
—Cómpreme las lapiceras, son dos mangos. Es mi trabajo, tengo que vivir.
Lo observé con atención. ¿Dónde vive tu familia?
Gorrión me miró con cautela y dijo: Usted es de la yuta, o un periodista que busca la nota. Déjeme de joder, ¿las compra o quiere una historia por dos mangos...?
El pibe dio media vuelta y comenzó a caminar hacia Plaza Once. Lo llamé ¡Gorrión...Gorrión! Estaba mirándolo cuando dos tipos de civil lo interceptaron y lo metieron en un auto. El sol dejó de alumbrar a la calle Pueyredón, y el viento, con pujanza perversa, se desplegaba como un dragón de historieta.
No volví a verlo por bastante tiempo. La imagen de Gorrión, uno de los tantos pibes que recorren las calles de Buenos Aires, gorriones de alas caídas, me había impresionado. Muy distinto es leer notas sobre ellos en la prensa que encontrarlos en la realidad. Pero la imagen y el recuerdo se fueron borrando. Como los sueños evanescentes que a veces nos deslumbran o amargan; que pretendemos retener y, a nuestro pesar, olvidamos. Como si jamás los hubiésemos soñado.
* * *
En el ajetreo de esa mañana de rutina, colorida a destajo y repetida, tuve una sorpresa.
Vi venir caminando por Corrientes a Gorrión, más demacrado, pelado al ras, los ojos verdes postrados, sin fulgor. Ausente, vacío, torpe. Lo detuve con un guiño .
—¿Todavía vendés lapiceras? — dije sonriendo y confuso, como para decir algo. — ¿Qué te pasó? hace meses que no te veía.
—¿Quién es usted?... ¿no sabe lo que le pasa a los pibes como yo, don? —.
Lo miré a los ojos, mi sonrisa se tumbó en la seriedad.
Él también me echó una mirada. Y tal vez porque necesitaba hablar, me contó en pocas palabras el calvario, las piñas en la comisaría y en el correccional, los piojos, el maltrato de los celadores, los intentos de violación, las raciones miserables, la vida perra.
—¿Cuándo te dieron la libertad?
—De qué libertad me habla... Me rajé hace unos días; pero no se haga problema, en cualquier momento me vuelven a enchufar… Con el agravante de la fuga. ¡Chau!
—Por qué no volvés a tu casa, con tus viejos... —dije con la candidez estúpida del que vive en las nubes...
Ni me contestó. Encorvado, con un pucho en los labios y ya dándome la espalda, Gorrión siguió su camino por Pueyrredón al sur, hasta perderse. Como una sombra desplazándose en punta de pies. Transparente como la nada.
* * *
Cosa de un año más tarde, caminaba por el zoco de Retiro cuando un pibe escuálido de ojos hundidos, que parecían verdes, me ofreció tres lapiceras por dos pesos, azul, negra y verde. Era la versión decrépita, vencida y avejentada de Gorrión. Se advertía la caída en el consumo del paco y sus variantes. No me reconoció, O no quiso. Le di los dos pesos y le dejé las lapiceras. Después me arrepentí...
El pibe era como tantos otros gorriones lastimados que no pueden volar, que caen y se estrellan contra la sociedad de la opulencia. Entonces me sentí ridículo, inútil pastor de almas, predicador frustrado ■
© Andrés Aldao
tantas lapiceras, tantos gorriones, tanta indolencia. Cuadro que duele y no deja de ser ya una costumbre. Muy bueno. susana zazzetti.
ResponderEliminarAy, esos gorriones de alas caídas, Aldao! En todas partes, en cualquier rincón...y despues, el mundo humano y sus hondazos. Los buscadores de gorriones, tienen una honda con piedras en lugar de corazón. Me pareció ver ojitos de gorriones en muchos de mis recuerdos. Fijos, estáticos como si no miraran nada...viendolo todo a destiempo de sus propios tiempos. ElsaJaná.
ResponderEliminarAndrés perfilando otra esquiva esquina del Baires de siempre, con el dolor premdido en la palabra, con el querer de remediar lo irremediable
ResponderEliminarUn cuento de dos personajes/incambiables/ demostrando que en la calle, los que aún tienen clase, viven en la persecusión y la miseria de todos.
Celmiro Koryto
El relato me ha producido mucha tristeza pero a la vez ternura, quizas por la ingenuidad del protagonista, "marcado Ya" y lamentablemente con un incierto camino por la vida. Un abrazo para vos y para todos los gorriones - amelia
ResponderEliminarLos roles invertidos de la inocencia. Tan fuerte la ternura del relato como el dolor. Las patitas cortas sin las alas parece que ni siquiera dejara a los gorriones más bajos, los lleva por un camino perverso. Sin duda es muy bueno el latido de Buenos Aires. Un abrazo. Mercedes Sáenz
ResponderEliminarMe quedo atado a tu narración, hermano, a tus gorriones. Gastón Peña
ResponderEliminarUn gorrión es un "Pajarito" a los que cada vez más el sistema discrimina y marginaliza hasta el hondazo final. Hondazo que lamentablemente fenece en la mera anécdota.
ResponderEliminarSañoram
Mi hija cuando tenía 13 años escribió un cuento de sentido social con la metáfora del gorrión, y fue premiado. Vuelo a leer el tuyo, mucho más literario, y como soy propensa a darle importancia los títulos, me parece genial lo de " alas caídas , ya que con la historia se comprende que una urbe indiferente apenas deja volar bajo, y luego lo excluye.
ResponderEliminar¡Bravo Andrés por tu literatura de conmpromiso sostenido !
MARITA RAGOZZA