domingo, 17 de enero de 2010

NARRATIVA: MARIÉN- Tania Alegría




–Empiezo por decirle que soy una persona seria. Tengo un currículo académico y una historia de vida que lo comprueban. Puedo demostrarlo: el currículo, no la historia, las historias personales no se muestran, sólo su saldo es visible; positivo o negativo, se ve al final del recorrido del tiempo, cuando el blanco de las sienes y las hormonas de reposición restablecen la verdad en el cómputo general de las columnas del activo y del pasivo. Y además de seria, soy sensata. Si hay algo de lo que me enorgullezco es de ser una celosa madre de familia, una profesional honesta y una ciudadana útil a la sociedad. Sí, seguro, siempre supe que tenemos aspectos en nuestra personalidad que no son completamente conocidos, hay áreas cenicientas, zonas de sombra, algo de escarcha y niebla, lo sé, la ciencia lo explica –cuando no lo baraja–, pero en fin. De todos modos puedo afirmar que jamás permití que esas siluetas menos luminosas se asomasen al balcón de mi vida pública, por decirlo de algún modo. Tuve el cuidado de mantener a mis fantasmas privados al resguardo de cualquier mirada indiscreta y si alguna vez –y debo admitir que ha sucedido– alguien se enteró de que había bultos enmascarados recorriendo mis íntimos senderos, ésos fueron mis familiares más próximos, marido, hijos y madre, en ese orden de información y con exclusividad.
                –Muy bien, sigo: esto expuesto y a bien de la verdad, no puedo decir que nunca sospeché de la existencia de algún otro yo dentro de éste que aparento y exhibo; un súper ego, por supuesto –¿Y quién no lo tiene?– con su correspondiente id debidamente controlado puesto que la información científica sobre esos temas es accesible, si no a las masas por lo menos a quien tenga pincelado el intelecto con el barniz de una educación de nivel superior, como es mi caso; un lobo estepario, tal vez, pero debidamente entrenado para no ensuciar con sus patas la alfombra de las etiquetas, seguro que usted ha leído a Hermann Hesse; quizá un Dasein, sintiéndose culpado por no ser el fruto de su propia creación, pero de Heidegger por supuesto usted sabe más que yo. Como ve, todos esos fenómenos no me eran desconocidos ni me fue ajeno el cuidado de mantenerlos reducidos a sus debidas proporciones. Pero con ella no contaba. Se me apareció un día con estatuto de alma melliza, otro yo, segundo ser, como le quiera llamar, habitando el caparazón de mi dimensión corpórea. Dijo que se llamaba Marién. Ésta es la razón porque vengo a consultarlo, doctor.
                –Pregunta usted cuál fue mi reacción. Bien, no se puede decir que no haya intentado convivir pacíficamente con esa persona que se me presentó, mejor dicho que me empujó hacia un lado para que le cediera espacio en mis circunscritas realidades, sí que lo hice, en verdad tengo algunos conocimientos de psicología, aunque principalmente de psicología social –¿Le dije que soy socióloga?– pero no, el problema no se encuentra en elaborar un esquema para una coexistencia armónica, sino en mantener determinados trazos de su personalidad ceñidos en un ámbito razonable.
                –¿Que le dé un ejemplo? Por supuesto, figúrese usted que ella habla español. Sí, lo escuchó bien, fue lo que dije: habla castellano. Dice que es de Andalucía, descendiente de moros. Naturalmente, en cuanto al habla castellana, le dije que no me parecía practicable, puesto que mi idioma materno es el portugués, mi familia es lusitana desde los tiempos de D. Afonso Henriques, que me conste nunca hubo en nuestro árbol genealógico ningún fruto cogido por manos que se hubieran extendido desde el otro lado de la frontera. Así que, cómo vamos a entendernos, le pregunté educadamente. Dio de hombros. Ya veremos, respondió con displicencia. Por hablar de eso, es una persona displicente, debo decirlo. Lo noté de pronto, porque no compartía mis preocupaciones. No parecía importarle la cuestión del idioma y la consecuente carga cultural que eso implica. Usted sabe a qué me refiero, los pisos con azulejos, el sol entre las ramas de las enredaderas, el sonido del agua en el surtidor, el aroma a azahar, las columnas mudéjares, las violetas o, por otras palabras, la sombra, el silencio y el embrujo de un patio andaluz a las dos de la tarde. Una necesita una estructura especialmente dotada para cargar con la imaginación de otra persona además de la nuestra, sobre todo si la otra es andaluza. Sí, que no quepan dudas, el ser andaluza altera considerablemente las proporciones de la cuestión a causa de la soleá, la luna mora, el mantón de Manila, las castañuelas y el clavel rojo. Por no hablar del duende. Lo peor es el duende. O lo mejor, depende, es conforme la hora y la posición de la aguja en la brújula, pero ésa es otra historia, déjeme que prosiga. Como ve, no es un tema que deba ser tratado con liviandad, una pasa la vida fortaleciendo a sus columnas íntimas para sostener la propia herencia cultural y de pronto nos surge un otro yo, huido de un patio andaluz, y tenemos que hacer que quepan mezquitas, arrayanes, rosas de los vientos, barrios de la judería, tardes de toros, alcázares, caballos árabes y olivos en nuestra propia arquitectura interior, a mí me parece una ecuación con demasiadas variables, por no decir que estamos al borde del absurdo. Ya me dirá usted lo que piensa, por cierto ha estudiado esos casos.
                –Bien, de acuerdo, digamos que la cuestión del idioma y su respectiva carga cultural sería manejable, si no fuera otro aspecto que a mí me parece que escapa a los cómputos de la matemática existencial: es que además de andaluza, mora, displicente y de habla castellana, también es poeta. Sí, lo que le digo, de ésos que escriben versos. Ni más ni menos. Que lo lleva en la sangre, dice. Supongo que tiene que ver con los duendes que antes mencioné. Parece ser algo incontrolable, como una arritmia cerebral o algo semejante, se da a la métrica y la rima, y a sabiendas de que con eso una no conlleva la vida de todos los días, hay que pensar que las cosas verdaderamente importantes –al contrario de lo que pueda parecer a muchos y entre ellos a los poetas– están en lo cotidiano, los cuidados de la familia, la casa, el trabajo, los compromisos, la salud sobre todo, en fin, lo esencial está en todo el mecanismo organizado para sustentar la vida y –hay que decirlo– a la sociedad en la que estamos insertos y de la cual somos células. Ésa es la verdad y lo contrario es el caos, aunque ella diga que lo contrario es la poesía. A mí me parece discutible. Aun desde aquí, mirando desde esta perspectiva, es decir en esta posición en que le hablo, acostada en el diván, cuando los pensamientos parecen surgir de abajo para arriba y no de adentro para afuera, me sigue pareciendo discutible.
                –Pues como le decía, suele poetizar. En las horas menos apropiadas, en los momentos más inesperados, cuando se hace necesaria la serenidad para la toma de decisiones, la firmeza para la conducción de los asuntos, la crudeza para hacer frente a los desafíos de la vida, ella poetiza. Delira en forma de versos, digo yo. Hay caballos galopando en las noches, misterios descifrados en penumbras, un minotauro en su laberinto, polvo de oro y arreboles, además de algunas cosas extrañas que, conforme juzgo haber entendido, tienen que ver con olvidos amarillos, desiertos en tinieblas, manantiales, mareas, golondrinas y, a veces –aunque más ocasionalmente– orquídeas y paradojas. Dice que son metáforas. Supongo que también esos detalles los conocerá usted de los compendios médicos, estoy informada de que la psiquiatría está muy avanzada en esos temas.
                –¡Pero que no! ¿Cómo no va a ser de conocimiento público? Mantenerla al abrigo de los ojos ajenos, ocultarla a la curiosidad de extraños, enmascarar los síntomas y las evidencias, borrar vestigios, eludir ardides, eso es lo que querría yo, pero… ¿de qué manera? Usted dígame cómo, de qué modo, si se metió en Internet y de allí no hay quien la desconecte. Sí, por cierto, anda en la red virtual como si estuviera en casa, armó el tablado y se instaló de alpargatas y rosa en los cabellos. ¡Pues, si le digo que está como en su patio! Frecuenta talleres literarios, salas de chat, páginas de poesía, sitios de cultura general, bibliotecas virtuales, observatorios de la ciber sociedad, foros, blogs, lo que venga. Dice que necesita navegar, que uno debe expresarse, compartir opiniones, intercambiar ideas. Sí, en ese aspecto no le va mal, se comunica, tiene compañeros de red e incluso amigos fiables, algunas esporádicas aventuras románticas, cada vez más esporádicas y cada vez menos románticas, por suerte o por desgracia, no lo sé, de esos mundos virtuales una no sabe nunca nada. No, eso no, afortunadamente no le dio por frecuentar sitios de sexo virtual ni de pornografía. Dice que es por ser poeta que no le da por esas cosas. Que necesita integración emocional, es lo que afirma. Supongo que trata de interiorizar la percepción del binomio espacio/tiempo reducido a las realidades cibernéticas. En cuanto a mí no tengo por hábito maquillar la nomenclatura: las cosas son lo que son, información, comunicación y tecnología, son los tres ejes fundamentales de la ciber cultura, aunque a ella lo que le atrae en el mundo virtual son las emociones: alegrías, esperanzas, desengaños, frustraciones, euforia, desaliento, intimidad, devaneos, fantasía. Supongo que busca el otro yo de los demás, con quien identificarse y en donde encontrar solidaridad. Dice que son las emociones que la tienen enganchada a la red. Vea usted qué lejos va una a buscar la gratificación para sus carencias.
                –¿Que por qué no la desconecto? No puedo, le dan las tres cosas, a sabiendas: los suspiros, los gemidos y el llanto, en ese orden, aunque pensando bien, en las tardes de lluvia pueden darse en el orden inverso. Y además mira de soslayo a las paredes como si quisiera sorprenderlas. Dice que busca atisbar en la cal las grietas de las canciones. Al principio supuse que serían las grietas en la pared, pero no, las grietas son en las canciones. No me hago idea de lo que quiere decir con eso. No es todo lo que consigo entender, algunos de sus procesos mentales se me escapan. Pero lo que pude notar es que a causa de tales grietas a veces se echaba a dormir tardes enteras, como si no quisiera estar. O como si no quisiera ser, lo que no es lo mismo aunque bajo determinadas circunstancias se puedan confundir los dos estados. Ahora por hablar de eso, y mirando hacia atrás, me parece que fue así como empezó a irse. Con lo de las tardes durmientes. Se durmió tres semanas y luego declaró que se iba. Que echaba de menos a su patio andaluz, dijo. Que tenía que encontrar a la rosa de los vientos para buscar el rumbo del Sur. Que había un jardín en donde alguien la esperaba a la sombra de los arrayanes, y en cuanto a eso debo admitir que escuché como un murmullo de voces que la llamaban. Habló del olor a canela y a jazmín que volvían el aire más delgado y la vida más antigua pero no aclaró de dónde soplaba el viento. De manera que se fue, un poco como quien parte, un poco como quien olvida. La llamé: Marién. Pero ya se había ido.
                –Sí, es como le digo, se fue. Así que ahora ya sabe usted mi historia, y además ya se debe haber agotado el tiempo de la consulta, ¿verdad? Estoy segura de que en los muchos estudios que usted ha hecho encontró casos semejantes y sabe el santo y la seña para solucionarlos.
                –¿Cómo dice? ¿Que si Marién ya se fue el asunto está solucionado? ¡Ah, no! Me temo que no haya entendido, doctor, seguramente no me expliqué con claridad: vine a consultarlo porque quiero que vuelva.
Tania Alegria
De Histórias do Mundo Virtual, Ed.Movimento/Crivella/AlegrePOA, Porto Alegre-RS, Brasil

3 comentarios:

  1. Ah,Tania que excelente relato...si es verdad, cual es nuestro yo verdadero?
    Imprevisyo final. Me encantó. Un abrazo fuerte, compañera. amelia

    ResponderEliminar
  2. Querida Tania, además del placer de verte por acá, este texto lo guardo, no sólo por la excelencia de cómo está planteado, es para desmenuzar cada párrafo. Tantas verdades para torearlas de frente. Tanta potencialidad para algunos temas que sobre esto leo. Felicitaciones. Un fuerte abrazo. Mercedes Sáenz

    ResponderEliminar
  3. Agradecida a Artesanías por, una vez más, hacerme el honor de dar guarida a mis humildes letras, y a Amelia y Mercedes por la gentileza de sus comentarios. Vuestra solidaridad me empuja hacia adelante.
    Os abrazo con afecto.
    Tania

    ResponderEliminar