sábado, 16 de enero de 2010

PÁGINAS ABIERTAS: HAITI: REGRESO AL INFIERNO - Por Oscar Lebel *





No sólo un país sin recursos, pobre, dejado de la mano de todo el mundo, de los maravillosos filántropos de USA, del "grupo" de los 8 (auténtico "puro grupo"), pueblo hambreado. marginado y ahora destruido por la madre naturaleza. Para que los lectores conozcan una de las maravillas del mundo occidental, el sismo en Haití ha consumado el destino negro y desgraciado del pueblo haitianp. Notas enviadas a Artesanías por Ernesto Ramírez.
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Haití, el país más pobre de América tiene una historia antigua, que parece salida de la pluma de Gabriel García Márquez, donde se entremezclan como en un caldero del diablo, la realidad y la fantasía, la epopeya y la brutalidad, la gloria y la miseria. Todo empezó así.
El 5 de diciembre de 1492, Colón descubre una isla en el Caribe a la que pone el nombre de La Española. Dos siglos más tarde, a raíz de una de las tantas guerras franco españolas, España cede a Francia la mitad oeste de la isla que pasa a llamarse Haití.
Haití se vuelve muy rica. Con el café, cacao, azúcar y el algodón que produce, da vida a Marsella, Burdeos y Nantes, mediante una flota de 750 barcos, destinados exclusivamente al tráfico entre Francia y la isla. En 1789, en Haití hay 20.000 blancos, y medio millón de esclavos. También hay mulatos. Son pocos, sólo 60.000 pero muy ricos. Despreciados por los colonos, odiados por los negros, van ascendiendo paso a paso en la escala social. A los negros se los trata de acuerdo al código de Luis XIV. Muerte por ataque al amo, corte de orejas por huir, látigo por cualquier motivo. Justo cuando parecía que el perfecto equilibrio de la sociedad esclavista iba a prolongarse por toda una eternidad, he aquí que estalla una revolución en la metrópolis.
Los colonos blancos reclaman voz y voto en los Estados Generales. Además, ni cortos ni perezosos, exigen gobernar Haití con su propio criterio, es decir manteniendo la economía sobre la base de la mano de obra esclava. Los mulatos no piensan lo mismo, quieren ser ciudadanos. Los negros, mientras tanto esperan y escuchan. Espera el negro Toussaint L'Overture que es cochero de un señor. Espera el negro Christophe que es criado de hotel. Espera el negro Dessalines, que es menos que todos porque es esclavo de otro negro. Esperan los negros de Port au Prince, la capital, que tiene tres teatros. Esperan los negros de Cap François, el París de las Antillas, que tiene 5.000 mulatas para divertir a los amos blancos.
Y así hasta que llega la noche del gran vudú, el 14 de agosto de 1791. La rebelión estalla espontánea, cruel y desorganizada. De norte a sur, de este a oeste se incendian plantaciones y se cortan cabezas. Los blancos reaccionan. Han tenido 200 bajas pero ahorcan a 10.000 negros. Para que aprendan.
Entonces aparece el negro Toussaint. Sabía leer y conocía de memoria las guerras narradas por Heródoto. Acaba de formar un ejército de 7.000 incondicionales cuando llega la noticia: ¡Han decapitado al rey Luis XVI!. Los negros, que odiaban a la cruel y rapaz burguesía pero sacralizaban a la corona, se van a la vecina Santo Domingo a ponerse bajo las banderas de Carlos IV. Los españoles que están en guerra con Francia, reconocen a los esclavos como hombres libres y les confirman sus títulos militares. Y así como Toussaint L'Overture se pasa a la bandera de España, los propietarios se pasan a la de Inglaterra. De Jamaica salen, regimiento tras regimiento con destino a Haití.
Quien dirige las operaciones es el general Whitelocke. (El mismo que comandará la segunda y fracasada invasión inglesa en el Río de la Plata, diez años más tarde).
Durante 100 años se ocultará al mundo la derrota que Toussaint inflige a Inglaterra, que debe retirarse dejando 80.000 bajas.
En Francia, la revolución progresa. A la Asamblea General van tres delegados negros de Haití. Los representantes se ponen de pie, y por aclamación declaran abolida la esclavitud en 1789. Ahora Toussaint puede galopar bajo la nueva bandera tricolor y republicana. Luchará contra España e Inglaterra. Será victorioso y proclama la independencia de Haití, la primera de América Latina, el 28 de noviembre de 1803. Pero el tiempo pasa y Francia ha dejado atrás la exaltación revolucionaria. Es la era de Napoleón y el corso no ama a los negros, tanto que al general Dumas, hijo de una haitiana y padre del autor de "Los tres mosqueteros", lo releva por su piel. El emperador decide someter a las jerarquías revolucionarias negras, a Tossaint, a Dessalines y a Christophe. Manda una expedición a Haití mayor que la que lo acompañó a Egipto. Su jefe será su cuñado, el general Leclerc quien viajará con su esposa, la casquivana Paulina Bonaparte. La lucha será larga y tediosa. Con promesas de paz Toussaint es tomado prisionero y enviado a Francia donde morirá en el calabozo de una fortaleza. Pero los negros no se rinden. Dessalines sigue la guerra. El trópico diezma a los franceses comenzando por Leclerc. Napoleón, que no quiere ver la realidad sigue mandando ríos de gente a la isla. Cuando sobrevenga la capitulación, Francia habrá dejado 60.000 muertos en Haití. Ya no hay blancos. Dessalines los ha decapitado a todos. Se proclama emperador pero muere asesinado. La isla se divide en una república que manda Petion y en un reino donde Henri Christophe se ha coronado con el nombre de Henri I.
Y otra vez será el realismo mágico, ahora en la pluma del cubano Alejo Carpentier, quien nos relata como la octava maravilla del mundo fue construida en Haití porque su majestad, Henri I, temeroso de que Napoleón mandara un nuevo ejército a subyugar a la isla, hizo levantar sobre el pico de La Ferriere a "La Citadelle", una enorme fortaleza que mira al mar. Que todavía existe. Sus dimensiones: 200 mts. de largo, 150 mts. de ancho, 87 mts. de alto. Con 365 cañones, uno para cada día. En ella 15.000 haitianos podrán resistir un año de asedio. Pero Napoleón que está harto del trópico, después de vender la Louisiana a los EEUU se retira de Haití. En el sur, Petion que es ilustrado y magnánimo ayuda a Bolívar con hombres y armas. No quiere recompensas. Lo único que le pide al Libertador es libertad para los esclavos de Venezuela. Bolívar cumple. A Petion lo sucede J.P. Boyer en 1818. Boyer reconquista el norte en 1820, poniendo fin a la experiencia monárquica de Christophe, quien termina suicidándose. Luego conquista Santo Domingo. La reunificación durará hasta que los criollos dominicanos rabiosamente racistas en 1843 logren la independencia. Así se termina la gloria de Haití. Lo demás será abuso y tiranía. De afuera y de adentro.
En 1915 toda La Española es ocupada por los marines de EEUU que decidieron hacer del Caribe un "mare nostrum", y de los países centroamericanos vulgares colonias.
Al igual que Sandino en Nicaragua, en Haití la invasión será resistida por el negro Charlemagne Peralte, quien también será asesinado en 1919. Los norteamericanos se retiran del Caribe 20 años más tarde dejando tras sí países sumidos en la miseria, gobernados por fantoches con uniformes militares de opereta pero que harán historia por su crueldad y capacidad de corrupción: Fulgencio Batista en Cuba, Tacho Somoza en Nicaragua, Leónidas Trujillo en la República Dominicana etc. En Haití aumenta el número de presidentes en forma directa a la miseria y la natalidad. En 1957, apoyado por el ejército y la presión de los EEUU asume la presidencia el médico François Duvalier. Permanecerá en el poder hasta su muerte en 1971. "Papa Doc", como se le conoce, se apoya en el odio de los negros por los mulatos, en el vudú y en una policía política, los "tontons macoutes", (una suerte de "hombres de la bolsa" de los cuentos de terror para los niños), que no tiene nada que envidiarle a la Gestapo nazi o la KGB soviética. A su muerte accede al poder, su hijo un gordiflón "play boy" apodado "Baby Doc". Habrá más de 40.000 asesinatos. Uno por cada "tonton macoute". En 1986 una rebelión militar depone a Baby Doc. La Fuerza Aérea de los EEUU para que pueda huir a Francia con 100 millones de dólares robados al tesoro haitiano, le proveerá un avión. En eso eran experientes los aviadores americanos del Norte. Ya lo habían hecho antes con Tacho Somoza de Nicaragua y con Marcos de Filipinas. Eran tiempos de Reagan y la ética no cotizaba en la bolsa. Siguen meses de turbulencia hasta que una elección da la victoria al sacerdote salesiano Bertrand Aristide. Durará lo que un lirio. El general Cedrás lo derriba. Sólo el Vaticano reconoce a los nuevos militares. Los haitianos abandonan la isla en estampida, los más para morir ahogados en el Caribe. Los EEUU, generosos con los refugiados cubanos, rechazan a los miserables de Haití y los devuelven a la isla donde serán asesinados. Lo que sigue es conocido y deplorable. La presión internacional y de la prensa local hace que EEUU decida un cambio de rumbo. Tropas americanas invaden la isla y restituyen a Aristide en el gobierno. El general Cedrás va al exilio llevándose gran parte del tesoro nacional.
Pero los tumultos no cesan y ahora será el propio Aristide, a quien se acusará de violar los DDHH. Como nada es nuevo bajo el sol tropical, los marines expulsan al sacerdote presidente. Aristide comienza su peregrinación a través de Jamaica, República Centro Africana, Barbuda y Antigua. Haití es otra vez ocupada y "pacificada" por marines de EEUU y de Francia que consiguieron el aval de la OEA y las Naciones Unidas aprobando la renuncia del sacerdote salesiano aunque este jamás la había pedido. Y así están las cosas. Haití encabeza el "ranking" de los países más pobres de América, con el agregado de estar entre los 25 más pobres del mundo. Y estar colapsado por el terremoto. Es en ese mundo del trópico, donde parecería que Dios olvidó la piedad, las tropas compatriotas están empeñadas en la más dura batalla humanitaria, desde que Uruguay se involucró en las Misiones de Paz de las Naciones Unidas.
27 de Junio de 1973 - Oscar Lebel
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El 27 de junio de 1973, el capitán de navío Oscar Lebel escribió un inmenso cartel que decía "abajo la dictadura" y lo instaló en un balcón amenazando con matarse si subían a prenderlo. Esta es la historia de ese acto de coraje relatada hora por hora por su propio protagonista.
Seguramente él no hubiera querido que su nombre adquiriera notoriedad de ese modo. Pero esa mañana descubrió que hay hechos que escapan a todo control y caminos que no es posible dejar de transitar. Apenas clareaba el 27 de junio de 1973, cuando el capitán de Navío Oscar Lebel, fue despertado por una musiquita militar a la que siguió un comunicado, que la radio repetía hasta el hartazgo: "Las Fuerzas Armadas al pueblo oriental. Los mandos militares en acuerdo con el presidente Juan María Bordaberry han decidido la clausura del Parlamento y el establecimiento de un gobierno conjunto para defender las libertades del pueblo oriental del ataque artero del comunismo internacional. Quedan prohibidas todas las manifestaciones como así las críticas ya sean de orden personal, gremial o por medio de la prensa". Oscar Lebel nunca pudo recordar en qué momento tomó la resolución que estaba llevando a cabo y que seguramente le iba a acarrear problemas impredecibles. Tomó una cartulina blanca de metro y medio, escribió sobre ella, para que todos pudieran verla: "Soy el capitán Oscar Lebel. Abajo la dictadura" y la colocó en el balcón de su casa, en 26 de marzo y La Gaceta. Luego se puso el uniforme, colgó a la derecha y a la izquierda del letrero una bandera uruguaya y otra de Artigas, cargó su Colt 45 de reglamento, le introdujo un cargador completo y con el arma en la mano derecha, quedó esperando. Sabía que su decisión no tendría retorno posible, pero el haber puesto a salvo su honor, le daba una enorme paz.
Al rato, empezaron a congregarse los vecinos recién enterados de aquel atropello que había sido consumado pocas horas antes, al entrar personalmente los generales Esteban Cristi y Gregorio Alvarez al mando de una tropa para ocupar el Palacio Legislativo. El tumulto se hizo grande y la gente comenzó a cantar el Himno. Fue en ese momento que llegó un patrullero y al ver que las cosas eran incontrolables, llamó a sus superiores. A los pocos minutos llegaban tres camiones del ejército repletos de soldados armados con fusiles y metralletas que despejaron la calle y se hicieron fuertes detrás de los muros de los jardines de enfrente, conminándolo a entregarse. El Capitán Oscar Lebel apoyó el cañón de su pistola en la sien y gritó desde el balcón:
—Si un solo soldado entra a mi casa, me mato.
—¿Y lo iba a hacer, nomás?
—No tenga la menor duda. Ya nada ni nadie me importaban.
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1 comentario:

  1. Es una verguenza lo que pasa. Es un insulto a la humanidd del Hombre, la naturaleza es menos impiadoas que los hombres. De luto. Otra vez.
    Amelia arellanp

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