jueves, 21 de enero de 2010

NARRATIVA: EL QUE RIE ÚLTIMO....(*)- por Ester Mann



Ellos me iban a matar, no en ese momento, claro, pero en cuanto pudieran...
Si, apreté el gatillo y los exterminé, pero en estos años me dí cuenta que igual me habían liquidado. Ya nada fue igual. En lugar de ascenderme, me mantuvieron congelado, con perfil bajo, sin hablar del tema. Solo susurros, nada de medallas ni condecoraciones.

Souza se dio vuelta, esa noche la pastilla no parecía surtir efecto y los pensamientos volvían como siempre, siguiendo la misma secuencia. Primero los disparos, los cuerpos que se retorcían y Willy que reía histericamente, despues la amargura de todos esos años. Él también había reído, y es que los saltos que daban los cadáveres cuando recibían las balas eran cómicos, sí...
Pero después ya no hubo risas, cuando le dijeron que debía callar, cuando lo trasladaron. Todo fue muy formal, no era conveniente, le dijeron.
Empezaron los traslados, por su propia seguridad, no más de dos años en el mismo emplazamiento. Si, era más seguro, pero también era una forma de no hacer amistades, de no tentarse a compartir sus pesadillas o de vanagloriarse de su hazaña.
Willie y los otros tambien fueron reubicados y nunca más supo de ellos.
Y la idiota de Mercedes que se volvió a Villa Dolores con la mamita. No me importó, ya me tenía harto con sus preguntas y su desconfianza. Lástima la nena...¡cómo la extrañé al principio! Pero a todo uno se acostumbra; capaz que ya soy abuelo...
Souza dio otra vuelta, esta vez quedó boca arriba con los ojos como platos. No podía tomar otra, el siquiatra de la base se lo había advertido, era peligroso. Más de treinta años rodando por todo el país y callándose la boca. Hasta el nombre le habían cambiado.

Ya estaba viejo, desde que le habían dado el retiro sus días se prolongaban y las noches eran una larga pesadilla. Lo peor era el miedo que lo atenazaba. Más de treinta años temiendo que lo encontraran, que alguien lo reconociera, que alguno le pegara un tiro por la espalda. Y no era un miedo abstracto: hubo algunas muertes y a él tambien se la tenían jurada. Cuando salía a dar una vuelta en cualquier pueblo anónimo, andaba  siempre mirando a su alrededor, tenía buena memoria para las caras. A veces le ocurrió que alguien parecía mirarlo con insistencia, pero siempre resultó falsa alarma.

Después de la guerra de las Malvinas todo se había calmado, se sentía más seguro y hasta pensó en volver a casarse, tener algún hijo tal vez. Pero de repente, entre esas viejas y algunos periodistas resucitaron todos esos casos que habían quedado inconclusos.
Y en los últimos años había sido peor, desde que a los jueces se les dio por hacer justicia y a cada rato se descubrían nuevas tumbas y cadáveres. Con ese asunto del DNA no había quien pudiera vivir tranquilo.
No tenía aficiones ni familia, sólo los recuerdos de esa madrugada que cambió su vida. Hasta los treinta años iba para arriba, con una brillante carrera y un resplandeciente futuro esperándolo. ¿Por qué apretó el gatillo de la metralleta?
Ellos me iban a matar, querían hacerlo y hubieran podido si yo no me adelantaba, ¿quién iba a pensar que un día me iban a pedir cuentas? ¿Cómo se me iba a ocurrir que iba a terminar preso y con un juicio a cuestas?
En la estrecha cucheta, Souza continuaba dando vueltas y vueltas. Por fin había terminado la espera. Lo que temió durante casi toda su vida se había concretado y podía descansar. Antes de perder la conciencia, antes de hundirse en un sueño ciego, Souza volvió a ver la fila de los diecinueve, todos reían, sus bocas abriéndose en una carcajada sardónica y sin fin.
© Ester Mann

(*) siempre quise saber cómo habían vivido los verdugos y, muchas veces imaginé que sus largas vidas, escondidos en perdidos lugares y con nombres falsos, habían sido su verdadero castigo, su infierno personal. Aunque tuvieran una nueva familia, empleos o negocios, el insomnio -en mis suposiciones-  los habría obligado a sufrir por anticipado el momento de su detención y castigo. Sigo queriendo creer que es así, ya que la justicia humana no alcanza, de ninguna manera, para castigar sus crímenes. E.M.


5 comentarios:

  1. Durísimo testimonio Ester. Duro , veráz, valiente. Yo, al contrario de mucha gente creo que no todos los verdugos pagan sus atrocidades, aun me horroriza escuchar a gente joven, que recitan la teoria de los dos demonios.Impotencia y rabia y asco. Un abrazo .Amelia

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  2. En la claridad de los escritos de Ester, parece un paso a paso de lo que no debería hacer sido. Me gusta cómo está escrito desde varios ángulos de un supuesto razonamiento. Muy bueno. Me aniquiló en la última frase "sus bocas abriéndose en una carcajada sardónica y sin fin". Tan bueno como terrible porque así suena. Un abrazo. Mercedes Sáenz

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  3. Tendrán los demonios en esta tierra, y para los que creemos en la justiica divina, los están esperando sin siquiera imaginárselo.
    Muy logrado el cuento, Ester, pero ¡qué difícil ponerse en el otro lugar!
    MARITA RAGOZZA

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  4. No son muchos los "arrepentidos". Más bien se pueden contar con los dedos de la mano. aunque en última instancia, en el caso que relata Ester Mann el final de su cuento es explícito:
    "Aunque tuvieran una nueva familia, empleos o negocios, el insomnio -en mis suposiciones- los habría obligado a sufrir por anticipado el momento de su detención y castigo. Sigo queriendo creer que es así, ya que la justicia humana no alcanza, de ninguna manera, para castigar sus crímenes".

    En la vida de estos asesinos hay casos y casos: Astiz, que bravuconea en sus apariciones públicas como un antídoto para su frustración y su encierro. Scilingo, quien parece que no pudo soportar la suciedad y la sangre de su conciencia. Entre ambos ejemplos, habrá toda una gama de casos, pero con toda seguridad los que están pagando con cárcel viven la frustración de sus vidas. Es muy poco en relación a sus crímenes, a la crueldad de sus actos.
    Este relato de Ester es un claro ejemplo de como se tratan temas de asesinos sin clisés, sin caer en el lugar común, sin palabras altisonantes. Creo que los lectores debieran leer dos veces el texto.
    Alejandro

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  5. El cuento nos enfrenta, por medio de la literatura, con el horror que las bestias sembraron en el país y la ilusión de la narradora. El cuento es valioso también desde la perspectiva de la memoria.
    Luego pienso qué poco importa si se arrepienten, si sufren pérdidas, si no pueden dormir. La justicia lenta no es justicia. No olvidemos, no perdonemos, un abrazo Carlos Arturo Trinelli

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