Invadió la casa, mejor dicho la sala de la casa. Abanicó jadeante en torno a la luz sus equilibrios de vida. Una y otra vez circundando ese sol raquítico pero suficiente para entibiar sus horas. Varias veces en la noche buscó sosiego en algunos rincones en sombra. Pero, irremediablemente volvía a exigirse girando enceguecida, alrededor de esa fuente de calor de inicua brevedad. Todo el tiempo en que yo bebía mi líquida luz amarilla -mientras intentaba hurgando infiel en mi tristeza dejar en un texto mi soledad- estuvo así. Fue una noche larga. Intensa en alcohol e intentos. La claridad del día preñó los vidrios de la ventana de falso optimismo y disuadió al legado de Edison de su eficacia. Y antes de vaciar la botella e, insatisfecho irme a dormir, la vi despegar desde las sombras. En un último vuelo se internó en mi pecho para dejarse morir en esta penumbra despoblada.
Ernesto Ramírez 02/09
Manos
Al escuchar la voz empalideció el semblante salpicado de mariposas cárdenas. Y sus piernas se entregaron a un bailoteo sobre el charco tibio, irregular, que se iba acumulando. Sentía el pavor fluirle en torrente. Antes de que la puerta se abriese unos ojos la escrutaron por la pequeña rendija y reconocieron lo expresado en sus facciones. Una vez la puerta abierta y vuelta a cerrar, se instaló a su frente, muy cerca, una sonrisa de hiena cincelada en ese rostro que no podía mirar. Sin pronunciar palabra le observaba fijamente disfrutando del terror que desencajaba sus rasgos. Pensó fugazmente en el tiempo que llevaba sin sonreír, y en que nunca querría hacerlo de aquella manera.
El temblor y las náuseas aumentaron al observar los movimientos lentos con que aquellos dedos iban descubriendo su oprobio. Percibió indignada como sus piernas cedían. Se supo hundida en el charco al sentir el hormigón frío carcomerle los meniscos. El miedo, el asco y los interrogantes de alto voltaje seguían somatizándose en líquido. En lo alto, bajo los ojos entrecerrados, la sonrisa flotaba sobre el rango por el cubículo inmundo. No podía parar de tremer y fluir. Impotente, frente al muro, se repetía asintiendo en la plegaria.
Por su cabeza pasaban escenas de su vida, despierta antes de sumirse en esa larga pesadilla. Su novio, sus colegas de estudios, sus padres. También aparecieron en su horizonte más reciente manos extendidas firmes, libres de gritos y tremores, porque le constaba que habían alcanzado el silencio. Ella sollozaba bajando la vista. Ellos comprendían sin mirarla. De pronto y con violencia las garras sacudieron las imágenes con su premura. Segundos para el juicio final. Lo había decidido la noche antes, y antes de esa noche, y antes de antes esa noche… no habría otra instancia.
Pero recién esta noche llegaron las manos. Esas manos poderosas y sin rostro aumentaron con su presión la ira en el marco marfilado privado de la sonrisa y, como en el arranque repentino de un vehículo, la tiraron hacia atrás. Un caos de rojez a la deriva siguió al big bang. Estallaron escupitajos, gritos y puteadas como esquirlas de odios contenidos por el miedo. La sonrisa se transformó en aullido de alimaña revolcándose en el fango de su inmundicia. En el mismo momento en que la puerta era abierta aquel averno se teñía, aquí y allá, de un surrealismo chorreado de rojo. Después llovieron botas y culatas. Volvieron las imágenes, ahora con sus rostros, y las mismas manos de antes se extendieron hacia ella. Lo último que oyó mientras aferraba aquellas manos fue: “maten a esa zor…”. Pero ya estaba muy lejos, migrando entre una bandada de manos…
Ernesto Ramírez 04/09
Ernesto, muy bella Mariposa y en Manos está a las claras tu capacidad para hacer de la narrativa un poema. Abrazo. Mercedes Sáenz
ResponderEliminarEn Mariposas el autor demuestra una sensibilidad que conmueve y como desde algo tan común se puede recrear una historia.
ResponderEliminarManos es un escrito duro que con una estética literaria nos transporta a los peores momentos de nuestros países. Carlos Arturo Trinelli