sábado, 23 de enero de 2010

POESÍA: "COMBATE" - Teresa de Jesús Peréz Vergara




Teresa de Jesús Peréz Vergara (llapel, Chile) nació un luminoso verano en Illapel, pueblo azul y oro de la Cuarta Región, Chile. Su primer libro de poemas "De Repente" fue publicado en los Estados Unidos en 1975. La temática básica de este libro es el período de dictadura en su país (Chile). También en EE.UU. se publicó un año después, en edición artesanal, bajo la dirección del poeta John Carey,   "Libro de Cocina", original colección de recetas-poemas de la cocina popular chilena. En 1989 la Universidad de Oslo, Noruega, publicó "El Reino del Candado", dedicado especialmente a los prisioneros políticos y los detenidos desaparecidos durante la dictadura. “Namasté” es una crónica poética de su viaje a Nepal junto al prestigioso montañista chileno Rodrigo Jordán, publicada en 1998. Su último libro, titulado “Túneles y Jaulas" se publicó en Chile en 1993 por editorial Cuarto Propio. Dos poemas del primer libro fueron recogidos en la antología universal "Poet Women of the World",  Mc Millan, New York. Su poesía ha sido recogida en otras antologías como "Poetry Like Bread" editada por Curbstone Press, EE.UU; “Imagine a World Poetry for Peacemakers”, compilación de Peggy Rosenthal, edición de Curbstone Press, EE-UU; Poetas del Mundo y “Voces on Line” en sendas antologías de autores chilenos y extranjeros. Publica  en la revista de poesía SAFO, editada en Santiago.
 
He estado todo el día con la casa invadida de visitantes. Hijos, nueras, yernos, nietos, hijas, consuegros, perros regalones y hasta un loro que no podía quedarse en casa solito, dice mi consuegro. Cuando la última silueta se pierde dentro del último automóvil, me meto en la casa, muerta de cansancio pero feliz . Me arrojo sobre un sillón aspirando cuanto aire puedo y ya entrecerrando los ojos, ya cerrándolos del todo, ya medio dormida... lo veo. Es oscuro, liso, brillante, grande. Está a dos metros de mi pie derecho y parece mirarme. Avanza un poco y se detiene. Mueve las antenas: ta-ta-rá-ta-ta-rá. Les tengo compasión a estos bichos. Los encuentro hermosos, paseando su brillante caparazón color caramelo. Corre hasta un rincón. No quiero perderlo de vista porque tengo que cazarlo para llevarlo al jardín donde se comerá los pulgones de las rosas, según creo. Observo que lleva algo detrás como un pequeño vagón de color café. Al examinarlo con más atención me doy cuenta de que es una ovoteca. Así es que se trata de una hembra en proceso de poner ese estuche lleno de huevecillos. Siento una compasión solidaria por ella, yo, mujer. Aparto la silla que la oculta. Permanece quieta, moviendo las antenas. Tal vez sufre. O quizás siente temor. Camina torpemente apegada a la pared arrastrando su vagón. Mientras la observo, advierto que una sombra se escurre un poco más allá y se oculta en una grieta. Vuelvo a mi asiento. Las tengo a ambas en la mira. Esperaré a que termine de poner la que está de parto. Hay que respetar la vida. Al menos eso. Al menos cuando se está pariendo, me digo. De reojo alcanzo a ver una debajo de la mesa del comedor, otra por encima de la banqueta y cinco aparecen por detrás de la mesita. Recojo las piernas sobre el sillón. La situación se pone crítica. Respiro rápido, me transpiran las manos. Procuro mantener la calma y no perderlas de vista, pero ahora se desparraman frente a mí, detrás de mí, imposible contarlas o mantenerlas bajo control. Miro debajo del sillón y constato que hay una mancha oscura que se mueve con lentitud. Son lo menos doscientas que se agruparon allí. Corro a buscar el matamoscas, voy en puntillas, rápido, rápido. Sorteo sin mucha suerte los bichos que ahora se desplazan a toda velocidad. Pisarlos me es insoportable porque suenan. Salto sobre el sillón pero no estoy a salvo porque una comienza a subir agarrándose de los flecos. Creo que enloquezco. Me encaramo a la mesa y por un momento me cubro la cara con las manos. Desde mi atalaya veo que cientos de ellas, con y sin ovoteca, salen de los armarios, del aparador, del horno, del refrigerador, y se desplazan veloces, moviendo las antenas, ta-ta-rá-ta-ta-rá. Quiero alcanzar la puerta y huir lo más rápidamente posible. No puedo, hay cientos entre la puerta y la mesa. Me encojo sobre mí como un feto. Soy una bola, los hombros me tiemblan y no logro controlarme. El temblor se extiende por todo mi cuerpo, me duelen las mandíbulas, pero apretar los dientes no me ayuda. De repente agarro coraje: me enderezo, bajo de un salto de la mesa y empiezo a dar golpes a izquierda y derecha, uno, dos, veinte, paf, paf. Despavorida pisoteo, mato, masacro, despanzurro. Suac, suac, suac. Me limpio el sudor. El piso es un campo de muertos. 

3 comentarios:

  1. Dos sensaciones,Teresa.Me hablan de Illapel y me hablan de amigos, de poetas, de sol. ¿Como evadir la poesía en Illapel? Por otro lado , tu narración que va increscendo, termina con final libre. Tristemente a mi me trae imágenes actuales.Un abrazo. amelia

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  2. A traves de un diminuto a dónde llega. Muy bueno. Cualquier semejanza...Abrazo, Mercedes Sáenz

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  3. TERESITA. TE ESCRIBE EL SALVADOREÑO QUE ESTUVO EN EL CURSO DE OIT.PREALC EN 1979 Y TU NOS ATENDIAS COMO SECRETARIA. PENSE QUE YA NO SABRIA DE TI...han pasado mas de 30 años. ME EXTRAÑO QUE YA NO ME ESCRIBISTES Y COMO COMETI LA TONTERA DE CASARME SE ME PUSO MAS DIFICIL. HORA SOY UN VIEJO QUE SOBREPASO LOS 60s, Y ESCRIBO UN POCO DE POESIA. FIJATE QUE LA POLOLA QUE DEJE ALLA Y ME QUERIA TRAER A EL SALVADOR, SE ME MURIO HACE MAS DE 1 AÑO Y MEDIO. MANDANE UNA CARTITA PUES SOY ENCHAPADO A LA ANTIGUA Y NO CONFIO EN ESTAS -REDES SOCIALES. CON CARIÑO. CELIN MELENDEZ

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