"...sintió el agua inmemorial, llegar cansada a la piel..."
Diego Tatián
Saltaba del borde de la vereda a la calle. Una y otra vez. Sus catorce años saltaban junto con sus trenzas, su mochila, y los cuadernos dentro de la mochila.
Se acercaba, como todos los días al regresar de la escuela, hasta el borde máximo del último rincón construido del pueblo. Ver pasar el avión fumigador era su obsesión. Y volar, volar, quería la niña.
Solo le importaba sentarse a pensar cómo sería ser pájaro. Esa idea absorbía todo su tiempo libre.
Apoyó los codos como de costumbre sobre las rodillas desparejas, mientras el avión hacía piruetas en el aire y ella sonría sin saber porque. Algo de ese hombre desconocido la incomodaba, le atraía. Soltó su cabello y pasó manteca de cacao sobre los labios.
El piloto fue descendiendo lento sobre la banda libre entre los maizales, tan cerca como pudo de ella. -¿Volamos?-, preguntó.
En tres minutos estaba sentada al lado del joven rubio, hermoso, y unos cuantos después ambos flotaban sobre los campos verdes.
Sentía miedo, emoción, y algo extraño en su estómago. Él la invitó a tomar el volante,- para eso debés sentarte sobre mis piernas- dijo,- yo ayudo con el comando, vos volás-.
Emoción y un gozo inusitado, desconocido, la perturbaban.
No se reconocía, cuando algo tibio comenzó a mojar sus piernas débiles y flacas, algo que le provocaba un enorme deseo de permanecer quieta en el lugar mientras él se movía y - Volá, volá-, repetía insistentemente.
La sensación de placer crecía cuando el líquido ya mojaba su ropa, corría por sus piernas hasta llegar a las zapatillas.
De pronto el joven pareció enojarse, la empujó a un costado, tomó el volante y en segundos estaba rozando los maizales.
Ella, molesta por primera vez, inquieta y asustada, observó su guardapolvos manchado y las zapatillas.
-Mi abuela me va a matar, ensuciaste mi única ropa- dijo, cuando él casi de un empujón la dejó con los pies sobre la tierra.
Si eso era volar, pensó, no le gustaba. También el joven había dejado de gustarle.
Toda su concentración estaba puesta en cómo contaría a su abuela sobre su experiencia tan deseada, e insospechadamente diferente a lo que su imaginación había fascinado.
¿La abuela, notaría que había volado por primera vez?.
Antes de ingresar a su casa se ató el cabello desprolijo por el viento, apretó el moño rosa con fuerza y con una hoja nueva de su cuaderno, se retiró el brillo de los labios.
Marta Comelli
El relato da lugar a más de una interpretación, me gustó.
ResponderEliminarIrene
Querida Marta, que vuelo comovedor. Pareciera que has captado , perfectamente la experiencia de una muchacha núbil. La ilustración , está perfecta. relmente , la niña vuela.
ResponderEliminarMe encantó, Marta. Abrazo.
amelia
No lo veo como un vuelo conmovedor, al menos no para la protagonista. Hasta hay una zona de angustia en la parte final. Buen relato Marta, felicitaciones
ResponderEliminarAna María Campra
La autora maneja la ambiguedad en un tema difícil con gran salovencia literaria, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarTrinelli dijo la palabra que necesitaba. Hay ambiguedad en el relato; a mí me ha dejado alguna duda de interpretación. Pero, como lectora casi que lo agradezco, ya que me genera un revoltijo en las ideas.
ResponderEliminarAndrea Casas
Marta querida, vuelos disímiles, el que ronda el aire, en que termina en la tierra. Interesante propuesta de la mano de quien tiene la habilidad de manejar con solvencia, la poesía y la narrativa.
ResponderEliminarUn abrazo
Lily Chavez