Con el paso de los años las antologías, de poetas, de cuentistas, se vuelven tristes; el tiempo ha fijado a sus favoritos, y nombres que hace medio siglo parecían inamovibles gracias a su estar diariamente en las páginas de los periódicos y las revistas, suenan hoy a algo lejano, por no decir que a nada. Pero de pronto puede suceder lo contrario: ver el nombre de quien no tenía qué estar haciendo ahí, y está, como éste de Bartolomeo Vanzetti, frente al que durante años pasé sin reparar en él.
En 1946, el poeta, ensayista y crítico norteamericano Selden Rodman repudió su New Anthology of Modern Poetry (The Modern Library, Random House, N. York, 1938,1946) circunscrita a la lengua inglesa y con poemas de 106 poetas que van de Gerad Manley Hopkins, el más antiguo, a Dylan Thomas, entonces quizá el más joven (en este momento no tengo ni tiempo ni deseo averiguarlo).
Un tanto alarmado por la presencia de Lewis Carroll, busco la definición de Rodman de “poesía moderna”; en vano; Rodman rehúye definirla en cuatro líneas para tratar de hacerlo en veinte páginas de la Introducción. Sin embargo, para mis fines de esta tarde, algo hay de definitorio en el último párrafo de aquélla (traduzco):
“Perdura el hecho, no obstante, de que los nuevos poetas, comprometidos ya sea con el Estado, con la guerra, con el sentimiento, o con Dios, parecen guiados por un sentimiento de responsabilidad hacia sus lectores, y dan por supuesta la contigüidad de la poesía con el habla contemporánea, lo que los sitúa aparte de sus predecesores. Se está volviendo posible, diría como ejemplo, escribir poesía ‘moderna’ en formas hace poco descartadas por caducas. Quizá lo que percibimos es que una revolución se consumó en los veinte, y que los nuevos poetas están trabajando ahora con todo derecho en los terrenos que sus antecesores habían roturado pero que, por estar tan recientemente abiertos, ellos mismos no pudieron cultivar.”
En efecto, en ese momento el lenguaje poético estaría tan cerca del habla común que Rodman incluye en su antología (cuya autoridad debe de haber sido alta en su tiempo) un poema de Bartolomeo Vanzetti, que no es otra cosa que parte del último discurso dicho por éste en la corte en su propia defensa y en la de su compañero Nicola Sacco, y que a ninguno de los dos le sirvió para evitar ser electrocutados: en prosa o en verso, el tipo de razones aducidas por Vanzetti han sido siempre inútiles, y éste quizá resulte el precio de su misma belleza y verdad.
Comoquiera que sea, lo traduzco. Selden Rodman no dice quién arregló en esta forma el alegato de Vanzetti. Pudo haber sido él mismo, para demostrar su teoría. En español introduje unas cuantas variantes en la estructura de los versos, pero no estoy muy seguro de que en nuestro idioma la teoría quede tan demostrada. En todo caso, el texto permanece aquí como muestra del espíritu de dos hombres y, según sus resultados, del espíritu de los hombres.
ÚLTIMO DISCURSO ANTE LA CORTE
He hablado tanto de mí mismo
que casi olvido mencionar a Sacco.
Sacco es también un obrero,
desde su niñez un experto obrero,
amante del trabajo,
con buen empleo y una buena paga,
una cuenta de banco, una esposa buena y amable,
dos lindos hijos y un hogar pequeño y limpio
a la orilla del bosque, cerca de un arroyo.
Sacco es un corazón, una fe, un carácter, un hombre;
un hombre amante de la naturaleza, de la humanidad;
un hombre que lo dio todo, que sacrificó todo
a la causa de la libertad y su amor al hombre:
dinero, descanso, ambición terrena,
su propia esposa, sus hijos, él mismo
y su propia vida.
Sacco no ha soñado nunca robar, asesinar.
Ni él ni yo nos hemos llevado jamás a la boca
un pedazo de pan, desde nuestra niñez al día de hoy,
que no hayamos ganado con el sudor
de nuestra frente. Nunca.
Oh, sí, como alguien lo ha dicho
yo puedo ser más ingenioso que él;
mejor conversador, pero muchas, muchas veces
al escuchar su voz cordial resonando con fe sublime,
al considerar su sacrificio supremo, al recordar su heroísmo
me sentí pequeño ante su grandeza
y me encontré a mí mismo luchando por contener
las lágrimas de mis ojos,
y calmar mi corazón
impidiendo a mi garganta sollozar frente a él:
este hombre llamado ladrón y asesino y sentenciado a muerte.
Pero el nombre de Sacco vivirá
en el corazón de la gente y en su gratitud
cuando los huesos de Katzmann
y los vuestros hayan sido dispersados por el tiempo;
cuando vuestro nombre,
vuestras leyes e instituciones
y vuestro falso dios
sean apenas un borroso recuerdo
de un pasado maldito en que el hombre
era lobo del hombre.
[...]
Si no hubiera sido por esto
yo podría haber gastado mi vida
hablando en las esquinas a gente burlona.
Podría haber muerto inadvertido, ignorando, un fracaso.
Ahora no somos un fracaso.
Ésta es nuestra carrera y nuestro triunfo. Nunca
en toda nuestra vida pudimos esperar hacer tal trabajo
por la tolerancia, por la justicia, por la comprensión
del hombre por el hombre
como ahora lo hacemos por accidente.
Nuestras palabras, nuestras vidas,
nuestros dolores...¡nada!
La toma de nuestras vidas
—vidas de un buen zapatero y un pobre
vendedor ambulante de pescado—
¡todo! Ese último momento nos pertenece:
esa agonía es nuestro triunfo.
Nadie mejor que Monterrosso, genial
ResponderEliminarPodemos llegar a pensar que ya no tendremos de qué escribir, que todo está dicho? Hay una reciclaje continuo de figuras, vidas, historias, cosas.Y esto de pasar años sin reparar en un nombre se da todo el tiempo, sólo que Monterroso lo usa incluso para hacer maravilloso lo que el mismo dice. Y nada menos se detiene en Sacco y Vanzetti, haciendo un rescate excepcional también de las palabras de este último. Un poema sin desperdicio que termina con unos versos imperdibles como "Ese último momento nos pertenece; esa agonía es nuestro triunfo". Y tal vez eso último expresado sea en lo primero que debamos pensar.
ResponderEliminar´Hay una doble genialidad: en Monterroso y también en Vanzetti.
Lily Chavez
Tanto fábulas como ensayos de Monterroso son bárbaros. Esta no es la excepción, gracias Andrés por el regalito.
ResponderEliminarIrene
Genio total Monterroso. Aunque pasara a la historia de la literatura como quien escribio el cuento más corto y todo ese chamuyo, hay mucho más para decir de este guatemalteco y la prueba está , por ejemplo, en este texto.
ResponderEliminarMariano LaZARTE
aRRIBA Junín!!
Conmovedor alegato ante una de las grandes injusticias del sistema. Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarINTERESANTE LECTURA COMO DICE TRINELLI DE UNA DE LAS GRANDES INJUSTICIAS DEL SISTEMA, CON EL ACABADO SINGULAR DEL GRAN MONTERROSO.
ResponderEliminarEDGAR BUSTOS
En la década del treinta en la Argentina (la década infame) el asesinato de los dos obreros anarquistas, Sacco y Vanzetti, fruto vil de un juicio amañado, alumbró y concientizó a millones de obreros de todo el mundo. Esta introducción de Monterroso al poema alegato de Vanzetti es una pieza conmovedora que descubre la sensibilidad del guatemalteco / mexicano. Orgulloso de haber publicado la introducción y el poema: "las injusticias que cometen los que tienen el poder es tan antiguo como la historia humana". ¡NADA HA CAMBIADO / TODO ES IGUAL!...
ResponderEliminarAndrés