MARTA JULIA RAVIZZI
Que Carlos Pereyra había muerto era cierto, como también era cierto que otros Pereyra corrieron la misma suerte, aunque por otras razones: el abuelo y el hermano.
El caso de Carlos no era muy diferente. Solo matices.
Tenía más enemigos que el común de la gente, y amoríos por todos lados. Era un tipo bien plantado, con una situación económica más que holgada; mejor dicho, económicamente estable, pero financieramente lamentable.
La noche siempre era su aliada. Con las mujeres, con el juego, con el trago. Salía ileso de esas situaciones más de una vez y se jactaba por eso. No tenía un lugar fijo donde vivir, pero la casa de su madre era donde se lo podía encontrar habitualmente.
La madre fue la única mujer respetada por él, su nombre era sagrado.
Un padre que los había abandonado cuando él se anunció. La madre afrontó sola el embarazo y el parto. Después, se las ingenió para que a los dos chicos no le faltara lo esencial. La madre hizo lo que pudo, y él creció en medio de severas condiciones y aceptaciones inadmisibles. El hermano mayor, apenas casi dos años, era un tiro al aire, imposible de domar.
La madre, con los años, desistió de enderezarlo. Esa dualidad marcó la vida de Carlos.
Su entorno, lleno de hipócritas, a los que poco les importaba el hombre, solo el interés por su dinero y sus contactos. Cada mujer que se acercó a su cama, lo hizo con intenciones parecidas, menos Paula.
Al hermano de Carlos lo mataron en una emboscada, por un asunto de drogas.
Dicen que el abuelo corrió una suerte parecida. Solo matices.
Carlos escuchaba solo a la madre. Únicamente sus consejos eran atendidos por él. Dicen que ella no aprobaba las andanzas del hijo, del único hijo que le quedaba y al que adoraba.
Dicen que a la mujer no le gustaban las compañías ni las noches perdidas en tugurios inseguros, donde el hijo frecuentaba gente de todo tipo y moral.
Dicen que el reproche era frecuente, pero Carlos, a su modo, la convencía.
Paula trabajaba como mesera en un casino clandestino. Allí la conoció Carlos. Allí se enamoró ella.
Empezó una relación tormentosa, con celos, violencia y pasión. Paula era todo eso y más.
La madre quería mucho a Paula, y se notaba. Eran amigas, confidentes, y entre ambas se había instalado un lazo invisible que las amarraba más allá de lo común.
Muchas veces la madre le habló de la chica, pero él se reía, le besaba la cabeza y sin decir ni sí ni no, se iba vaya uno a saber dónde.
La madre sabía.
Carlos debía mucho dinero, tanto como el que le debían a él. El juego, los caballos, eran su perdición. Y ya se sabe, las deudas de juego son sagradas y hay que pagarlas.
Más de una vez estuvo escondido en algún sitio secreto, para no ser víctima de quienes querían recuperar con intereses lo prestado. Luego reaparecía con dinero y saldaba aquellas deudas que enseguida se transformaban en otra nuevas y más importantes.
Cuando Paula le dijo lo del embarazo, él hizo un gesto, se encogió de hombros y le respondió que no se iba a hacer cargo, no estaba seguro de que fuera suyo. Paula habló desde su corazón, le aseguró que esa criatura era de los dos, le habló de un ADN, pero Carlos, se negó sistemáticamente.
Ni siquiera la madre pudo disuadirlo. Él negó esa paternidad con una fuerza y una desconfianza felina. Aun conociendo a Paula, sabiendo los sentimientos de ella, no quiso tomar la responsabilidad del hijo en camino.
Los meses pasaban y el vientre de Paula iba adquiriendo majestuosidad. Ella se había entregado a ese hijo y estaba dispuesta a todo, con o sin Carlos.
La madre del hombre, mientras tanto, soñaba con el nieto, pero no podía convencer a su hijo de que hiciera lo correcto. Ni siquiera los recuerdos sirvieron para que la omnipotencia se desmoronara y aceptara la verdad.
Cuando nació Lucas, solo la madre estaba junto a Paula. Tres kilos de ternura se prendían al pecho, pero Carlos no quiso conocerlo.
Fue cuando regresaron a la casa que sucedió todo. Paula estaba con el bebé y escuchó.
—Si vos no tuviste padre porque nos abandonó, Lucas no va a pasar por lo mismo. Lucas no tendrá padre porque vos estarás muerto.
Y se oyeron tres disparos.
El cuarto fue para ella, que certeramente aplicó el cañón del arma en medio de su pecho.■
Marta Julia Ravizzi -2010
Interesante conbinación de drama tanguero que sucede en la actualidad del siglo XXI. ¿El amor de abuela supera al amor de madre? Para pensar!!!
ResponderEliminarEster
Es diferente, y adhiero a lo que dice Ester. Generalmente el amor de la abuela borra las venganzas.
ResponderEliminarMuy bien escrito. Fuerte.
MARITA RAGOZZA
Qué decir querida Marta! Siempre sentí el impacto de tu poesía y de tu narrativa. Fuerte, bien escrita, contundente. Felicitaciones. Un abrazo.
ResponderEliminarLily Chavez