ERNESTO RAMÍREZ
el artesano y la flecha
Los veranos en el norte no transcurren. El calor se instala con su botón de fuego y el tiempo ardiente se pega a la gente, les vence y les desparrama sobre la tierra colorada debajo de la primera sombra. A ambos lados de la frontera es igual. El bochorno los hermana tanto como el dialecto. Por la tardecita los hombres se van arrimando de a poco hasta los boliches. Arrastran agotados los restos del incendio que durante el día hacinó voluntades.
En este boliche, mientras con parsimonia, el dueño del establecimiento sirve las copas. Un gato, más lentamente aún, se pasea por entre los codos alineados limpiendo el mostrador con su espesa cola. Si alguno le acaricia el lomo, aparca el plumero. Al llegar a un extremo maúlla y vuelve.
Esta tarde de enero coinciden un octogenario, un tal don Sandino Cuevas, llegado a lomos de su burro Monótono. Hombre de callos en los talones de tantos años taloneando al jumento. Y cierto Pibe Alcorta... Que al parecer carga el sobrenombre de la época en que le calzaba y la gente lo viene estirando a pesar de haber pasado los treinta.
El Pibe llegó bastante antes montado en su nuevo caballo: un alazán pura sangre comprado del lado brasilero que respondía al nombre de Gepese. En total no había más de cinco o seis parroquianos. Entre caña y caña el Pibe comenzó a alardear de su montura: que Gepese para aquí, que Gepese para allá, que Gepese es el melhor, que a Gepese no hay pingo que le ganhe, que desde que compré a Gepese ganho tempo en recorrer el campo, que con Gepese llego al pueblo en un abrir y fechar de ojos, que puedo ir muy lejos y a la vuelta tomar otro camino y dormirme acima que Gepese regresa a casa sozinho, etc. Todos le escuchaban por cortesía a pesar de reprobar las fanfarronadas.
Por el vértice derecho de la ventana se coló, indeclinable, un rayo de sol, atravesando la mitad de una tela de araña donde acalorada se debatía una mosca. De la parte sombreada de la tela lentamente salió la araña; al sentir el sol una gota de sudor se deslizo por su frente y retrocedió. Comería más tarde. El mismo rayo de sol atizó la espalda de don Sandino que, ya sea por esto o por hartarse de tanta cháchara, bebió de un trago su amarga y habló: decime Pibe, ¿el Gepese es capaz de fazer lo que hace mi Monótono? ¿Y que hace su burro? inquirió el otro. Los demás concurrentes conociendo de sobra al viejo, sociólogo empírico de la vida del campo, intuyeron que el entredicho prometía.
¡Qué hace...! Bueno, para empezar su andar sossegado le permite reconhecer el paisaje, sus mudanças, y las necesidades y estados de ánimo das pessoas. Déjese de tontices don Sandino, dijo incrédulo el Pibe. ¡Tonterías! Replicó el hombre viejo. ¿Você chegou al boliche una hora y pico antes que yo, verdad? Claro, lo pasé y lo saludé en el camino. Como o senhor comprenderá la diferencia de flete me impedía esperarlo. Ya, ya, eu comprendo. Mirá, Monótono y yo nos comimos la polvareda y te vimos desaparecer en la curva de los eucaliptus. Cuando llegamos a la curva, unos vinte minutos depois, Monótono se perfiló apuntando a la quebrada. Aproveitando la sequía unos cuatreros se llevaban una docena de cabezas por el lecho cuasi seco. Si no lembro mal, la quebrada está en tuas terras. El Pibe amagó a salir corriendo y montar en su Gepese para perseguir a los matreros. Tranquilo, dijo don Sandino, de pasada alerté al comisario y ya andan tras eles.
Todos sabemos –prosiguió- que a teus 35 anos estás soltero y que le arrastras el ala a la Celia de don Farías. Pues bien, cuando pasaste por su rancho ibas tan de prisa que ni te percataste que la moça saio a saludarte. Monótono se detuvo y giró señalando el camino lateral, por donde venía el Tico Gómez, que también paquera a la Celia. Vinha al tranco en su zaino. La saudo, se apeó, corto una flor y se la entregó con algún piropo que no escuté pero la hizo sonrojar. Ainda deben estar de bate-papo. El Pibe Alcorta puso una cara de adolescente tonto que dolía verla.
Cuando ya se divisaba el pueblo -continúo el viejo- Monótono se paró de golpe, que no le cuesta mucho, lo noté nervoso, levantaba el hocico y husmeaba en el aire. Hasta agora mesmo no supe por qué. Si no me equivoco, y creo que no ya que sou nascido aquí e conheço cada palmo del territorio, esa humareda que se ve a lo lejos viene de tu rancho.
El Pibe Alcorta salió y al comprobar que efectivamente era su casa que ardía se agarró la cabeza con ambas manos. Luego, rojo de ira, la emprendió a talerazos con Gepese que se soltó del palenque y como una flecha, enderezó directo pa’la ciuda.
Ernesto Ramírez 07/10
RESCATO LO DEL GATO CUANDO DICE QUE APARCÓ EL PLUMERO, ME HIZO REIR MUCHO. MUY BUENO EL LENGUAJE, LA DESCRICPIÓN DEL LUGAR DONDE A UNO LE PARECE HABER ESTADO PRESENCIANDO LA ESCENA. EXCELENTE NARRATIVA. FELICITACIONES ERNESTO!
ResponderEliminarEDGAR BUSTOS
Oh, Edgar, no había leído tu comentario, me coincido con lo del gato y bueno, rescato la narrativa de Ramirez, me encanta, siempre es una narrativa intensa, que va llevando , muy bien delineado siempre los personajes, la escena y simplemente disfruto de su escritura. Un abrazo Ernesto.
ResponderEliminarLily Chavez
Un retrato costumbrista con excelente descripción de los tics de los personajes tiene la virtud de que el lector desee llegar al final, un abrazo de Carlos Arturo Trinelli
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