miércoles, 25 de agosto de 2010






Arranquemos en la Plaza de Mayo, cerca de la Pirámide –figura icónica de Julio Cortázar en El examen–. Cruzando Rivadavia, frente al Banco Nación, un edificio de oficinas oculta que un siglo atrás supo ser el Hotel Argentino, y que albergó, entre otros, a José Hernández. El Centro está lleno de marcas literarias, cualquier camino que sigamos desde la Plaza nos conecta con alguna.

Podemos, por ejemplo, bajar hasta Paseo Colón, caminar por la recova donde Fabricio, aprovechando la confusión general tras el bombardeo del ’55, mató a Elisa en el cuento “Desagravio” de Ricardo Piglia. Si continuáramos hasta Parque Lezama seguramente nos encontraríamos con Martín, protagonista de Sobre Héroes y Tumbas, de Ernesto Sábato, que suele pasar allí las tardes.
No hace falta alejarnos tanto. Podríamos tomar un café en la esquina de Yrigoyen y Bolivar, en el Gran Victoria, donde también el detective Etchenike se permite un breve descanso antes de seguir con las aventuras de Manual de Perdedores, de Juan Sasturain. A menos de 50 metros, siguiendo por Bolívar, se levanta el City Hotel, habitual destino de Leandro Graeff cada vez que llega desde Ciervo Dorado en El Mandato, de José Pablo Feinmann. Dos cuadras más allá, las paredes del Colegio Nacional Buenos Aires actúan como telón de Juvenilia de Miguel Cané y de Ciencias Morales, novela por la que Martín Kohan obtuvo el Premio Herralde.
Un tranquilo paseo por Avenida de Mayo nos permite reparar en el Café London, primer escenario de Los Premios de Cortázar, el Café Tortoni inmortalizado en un hermoso soneto de Baldomero Fernández Moreno, el Hotel Majestic de La ciudad ausente de Piglia.
Nos quedó un poco atrás, pero cómo no regresar para visitar la Galería Güemes por la que, según Cortázar en “El otro cielo”, es posible llegar a la París del siglo XIX. Si no alcanzáramos Francia deberíamos conformarnos con Florida, pero escuchemos el consejo de los protagonistas de El pornógrafo de Juan Terranova: que se la queden “las viejas que compran ropa”, y tal como ellos, remontemos Lavalle, que es la calle del entretenimiento
II
Tanto caminar, tanto caminar, ¿tomamos un colectivo? Busquemos la parada del 10. (No la de Maipú y Diagonal, ese va para Avellaneda. Además es una esquina peligrosa: allí murió el Rufián Melancólico en Los Lanzallamas de Roberto Arlt).
En menos de quince minutos llegamos a Vicente López y Callao, donde vivió Beatriz Guido. Si bajáramos, podríamos correr hasta Callao y Corrientes para presenciar el rencuentro entre Rodolfo y Samantha, en Flores Robadas en los Jardines de Quilmes, de Jorge Asís. O podríamos buscar el Hotel Keops: con un guiño de la suerte veríamos salir a Sabrina Love –Una noche con Sabrina Love, de Pedro Mairal–.
Pero mejor, sigamos a bordo del 10. Cuando tome Las Heras –una avenida tan literaria que hasta es custodiada por la Biblioteca Nacional– habrá que estar atentos: en uno de esos cientos de edificios Rodolfo Fogwill escuchó la historia de Los Pichiciegos.
Adolfo Bioy Casares y Alan Pauls comparten la Plaza Alférez Sobral, hermana menor del Parque Las Heras. Separa los bares de Diario de la Guerra del Cerdo (Las Heras y Salguero, hoy una pinturería) y de El pasado (en Scalabrini Ortiz y Cabello, hoy demolido, a la espera de una torre).
A tres cuadras, en Lafinur y Las Heras, otra vez Feinmann pero ahora en Los Últimos Días de la Víctima, nos invita al cabaret de mala muerte donde trabaja Cecilia. Pero para continuar con esa novela tendríamos que llegar hasta Belgrano –bajarnos del 10 y combinar con el 59–, hasta Zapiola y Echeverría, donde vive Külpe, “la víctima” de Mendizábal. Mejor sigamos en el colectivo un poco más.
Bajemos en Plaza Italia. Allí comienza El Eternauta de Héctor Oesterheld. Caminemos hasta Palermo, pero no tanto como para encontranos con Juan Diego Incardona vendiendo Objetos Maravillosos, sino hasta la mágica manzana de la “Fundación Mítica de Buenos Aires” de Jorge Luis Borges: “Una manzana entera pero en mitá del campo / expuesta a las auroras y lluvias y suestadas. / La manzana pareja que persiste en mi barrio: / Guatemala, Serrano, Paraguay y Gurruchaga”.
III
Finalicemos el recorrido aquí, la vuelta ha sido un poco larga, ya todos debemos estar un poco cansados. Espero que se hayan divertido como yo. Saludémonos aquí, y cada uno a su casa. Yo me vuelvo acompañado de los Veinte poemas para leer en el tranvía, de Oliverio Girondo.
 El camino caprichoso dejó huecos imperdonables: el Adán Buenosayres de Leopoldo Marechal, el Conventillo de la Paloma, Alejandro Dolina y sus Crónicas del Ángel Gris, el Bar Ramos, Las Violetas, el Barolo. Pero ¿cómo reflejar toda la riqueza literaria de la ciudad en un solo viaje?
romi
  
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3 comentarios:

  1. Me encantó el recorrido y debiéramos salir otro día, Carlos Arturo Trinelli

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  2. ROMI hermoso y poético recorrido, quiero más de esto, porque cuando estoy en Buenos Aires me sobrepasan la basura y las veredas siempreeeeeeeeeee rotas. Qué maravillas que hayas podido rescatar con conocimiento e inteligencia lugares bellos de la ciudad, además, relacionados con artistas, escritores, un pasado aún presente como el Tortoni. Te felicito. marta comelli

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  3. Que liiiindo
    me trae recuerdos al año pasado.. que estuve un tiempito viviendo en unos apartamentos en Palermo. Tu punto de vista, como relataste todo se parece mucho al mío. Re lindo. Saludos!

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