sábado, 14 de agosto de 2010

NÉLIDA MAGDALENA GONZALEZ DE TAPIA

 
El día que el fuego secó el mar

Al barrio lo llamaban La Realidad, tenía un letrero hecho con un pedazo de madera mal cortada y escrito con pintura en aerosol. En él vivían cuatro o cinco familias y algunos jóvenes que ocupaban uno de los vagones, porque en realidad el barrio estaba en una estación de trenes abandonada y las viviendas eran los vagones de un tren que había quedado plantado en el lugar luego de querer disponerlo para el arranque y no tener ninguna respuesta.
La familia de Marquitos ocupaba uno de esos vagones, la madre trabajaba cuando la llamaban en las casas del barrio “Los Rosales” que quedaba a unas cuadras de la estación. Era un barrio de clase media, allí la gente vivía cómodamente.
De noche Marquitos y su padre Andrés salían a juntar los desperdicios que sacaban a los cestos de basura, donde más de una vez encontraban ropa, zapatillas o juguetes que los chicos del lugar ya no usaban. Como conocían la situación de los habitantes de “La Realidad”, no les era incómodo dejar todo en buen estado para que se lo lleven.
El carro con el que trabajaban el niño con su padre estaba tirado por un caballo al que él le había llamado Granadero, por los granaderos del libertador de la Patria. En realidad no sabía el nombre del caballo de San Martín, porque la idea era llamarlo como su caballo. Su madre que tenía sólo el estudio básico le hablaba mucho de historia y aunque nunca había ido a la escuela, Marquitos sabía contar y leer porque ella le había enseñado.
Tenía otras opciones para nombrar a su caballo ya que podía haberlo llamado Bucéfalo como el caballo de Alejandro Magno o Babieca como el del Cid Campeador, muchos otros nombres más que le había propuesto su madre que sabía de historia, pero él prefirió llamarlo Granadero.
Soñaba con conocer el mar, lo había visto en las revistas que encontraba y se había propuesto que de alguna manera lo iba a conocer. Salía por las noches a trabajar con su padre en el carrito, él se quedaba arriba sosteniendo las riendas del caballo mientras su papá juntaba las cosas de los cestos. Separaba el cartón en una parte, las botellas de vidrio en otra y las de plástico las compactaban y las tiraba en una gran bolsa que colgaba en la parte trasera del carro para que no ocupen tanto lugar.
Una noche encontró entre las revistas que habían tirado, un álbum de figuritas de las que estaban de moda, era el furor entre los varones del barrio. Fue tanta su alegría que su padre le prometió que le compraría un paquete todos los días en recompensa a su trabajo -más no podía regalarle, sacaban lo justo para comer.
Fue así como todas las tardes  Marquitos se acercaba al barrio Los Rosales y aunque lo miraban de reojo porque sabían que era de La Realidad, igual le cambiaban las figus y jugaban un rato a la pelota.
Una noche de mucha tormenta él y su padre se mojaron mucho, lo que trajo como de regalo para Andrés una gripe que terminó en la sala de primeros auxilios del barrio. El médico le recetó un antibiótico y un remedio para la fiebre que no cedía. No tenían manera de comprarlos lo que incitó al pequeño a salir a buscar trabajo entre los negociantes de Los Rosales para poder comprar los medicamentos. No consiguió nada ya que a los menores no les daban trabajo y él tenía sólo diez años. Había averiguado en las farmacias, pero el costo de los remedios era muy alto para él, cuarenta pesos  era demasiado.
Mientras iba de regreso a su casa se acordó que tenía las figuritas que se había olvidado de pegar en el álbum y como le quedaba de paso se acercó a los niños que estaban jugando  y comenzaron a hacer el intercambio.
Cuando Marqui mostró las de él, los otros niños quedaron atónitos.- ¡Tiene la difícil!- gritaron todos al mismo tiempo.
-¡Te ganaste un viaje para toda tu familia!- gritó uno de ellos.
-¿Qué viaje?- preguntó Marquitos.
- A Mar del Plata- le contestaron.
Se imaginó en el mar con sus padres y su hermanita, rozando la arena con sus pies descalzos y juntando caracoles, probar el agua salada, salada, salada… Pero se imaginó también con su ropa andrajosa su padre enfermo…Entonces se le ocurrió una idea.
-Se la  vendo al mejor postor- dijo casi lloroso.
Entonces comenzó el remate, cinco pesos, diez pesos, veinte, treinta, cuarenta. -¡Vendida!-gritó. Al canje por el dinero la entregó y se fue directamente a la farmacia.
Luego de unas semanas su padre se alivió con los remedios que Marqui consiguió. Ya salían a trabajar nuevamente cuando una noche muy fría su padre quiso encender un fuego para calentar el vagón.
          El pequeño miró el álbum y lo tiró para que avivara el fuego y se quemase. Se acercó a la lata donde lo habían encendido y dos gotas saladas como el mar cayeron en las llamas quemándose.
Secándose las mejillas, Marqui corrió junto a su papá que lo estaba llamando porque se hacía tarde para empezar el trabajo. ■

10 comentarios:

  1. Desgarrado y desafortunadamente real.
    un abrazo

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  2. Excelente cuente Nelita...

    Muy bueno

    Besos Yule

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  3. Nélida, mis más sinceras felicitaciones, realmente me conmovió el relato, excelente. Un beso. Carlos Alcorta

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  4. Neli, no es Poe... es Dickens o, si prefieres, "un cuento totalmente Neli"... tierno y triste
    Abrazote
    El Sire

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  5. Tremendo.Besos. Adriana

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  6. Muy bueno, Neli. No sabemos el valor de las cosas hasta que tenemos que sacrificarlas por un bien superior, aunque duela separarse de algo comparado con las personas, las cosas no valen nada.

    Abrazo

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  7. GENIALOGICO!!!!! COMO DICE MI HIJA. CADA DIA ESCRIBIS MEJOR. ES INTERESANTE, ATRAPANTE, Y DRAMATICAMENTE EMOCIONANTE. COMO LOGRAS MOSTRAR LA REALIDAD DE NUESTRO PAIS Y EL ALMA BUENA AUNQUE SEA EN LA MAS TRISTE MISERIA... TE QUIERE TU FANS NUMERO 1 Y ETERNA AMIGA EDITH

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