ANDRÉS ALDAO - La mitad de la vida
Carmencita... Medio siglo de vida. Tres hijos. Aburrida y fastidiada. La rutina la abate. Se siente como un objeto de la casa. Como la alfombra de pared a pared, los cuadros envejecidos de paisajes insulsos, las chucherías de cerámica o seudocristal coleccionadas a lo largo de los años. A veces se le ocurre que ella podría estar dentro de una de las vitrinas, ser una muñequita de porcelana, o un elefante, y una cajita de música, o una foto enmarcada de sus 15 años...
Ayer domingo vinieron los tres hijos, los dos varones y la nena. Todos casados, nietitos que le rompen la casa, la televisión que no se prende luego de cada visita, en la que limpia, cocina, sirve, lava los platos, las ollas, el horno, y ordena la vajilla. Luego del almuerzo, las visitas duermen, los nietos juegan en el fondo, arrancan flores, rompen ramas, orinan sobre el césped cuidado...
Ella está archivada en el silencio. En la soledad del domingo ruidoso. Como las páginas de un libro. con el señalador puesto, arrumbado en el estante que hace mucho no se lee.
Rubén, el marido, mira los partidos por televisión. Sólo se levanta para el almuerzo en un corto viaje de ida, y otro, somnoliento, de vuelta, con pasitos de plantígrado. Apoltronado, sus ojos reposan en la pantalla, ajeno a las visitas, los nietos y las novedades. Parece una cubetera de hielo que se va derritiendo. Sólo las piernas y el culo de la nuera llaman su atención. Para el resto, permanece ajeno, distante, glacial. Los hijos duermen con ronquidos y eructos. Lo mismo que en la casa.
Ahora es lunes. El día después. Rubén se fue al trabajo. La casa en silencio. Puky la perra duerme ya liberada de la pequeña inquisición a que fue sometida por los nietitos...
Hace tiempo que Carmen gira sobre sí misma, da vueltas sobre su destino, se reprocha, se hace un harakiri anímico, la inquietud la acompaña como una sombra o el pañuelito para el resfrío.
Ese lunes decide no cocinar ni comer sola en la cocina. Está podrida, alterada. No tolera más la rutina, ni vivir para los otros, lavar y cocinar, planchar y regar el jardincito, salir de compras. Ir con el chango y volver con el chango. El paseo, la vuelta del perro en la vecindad. Nada nuevo, todo previsible, repetido. La radio desde la mañana. La tele a la tarde, los teléfonos a los hijos, llamadas de los nietitos avisándole, abuelita, regalame para el cumple la bici, la barbi, el camión de bomberos, el metegol, los jueguitos de la pc.
Sentía las palpitaciones. Era el reverbero somático, el síndrome de los domingos de tardecita y los lunes de mañana. Que aporreaban su pecho y retornaban todos los fines de semana. Sin falta. Campanillas que redoblaban cada siete días con puntualidad diabólica.
Esa mañana Carmen se asomó al jardín. Contempló los pájaros revoloteando contra el cielo de un azul limpio. Vio nubes de formas raras (ovejas, cabezas, flores...). Aspiró el frescor de la brisa suave en pleno abril. Como aquellas que lisonjeaban su adolescencia en las callecitas de su barriada, cuando todo el porvenir la embelesaba, el mundo era prometedor y sólo se despuntaban tiempos felices en el horizonte...
Entró a la casa... Se contempló en el espejo del baño, las patas de gallo se van tallando, flemáticas y escrupulosas. Las canas le dan un toque de belleza especial. Conserva aún ciertos rasgos de la juventud. Para qué me sirve, y para qué sirvo yo, quién sabe de mí...
Sintió un impulso, como la necesidad de soltar amarras, conocer un mundo ignorado, romper la hermeticidad hogareña. Buenos Aires la invitaba ese día a alzar vuelo desde Floresta en pos de una aventura ilusoria. Sonríe. Respira hondo. Sueña. Debe decidir. Hoy o nunca, pensó resuelta...
Fue a la sucursal del banco, retiró todo el dinero disponible y viajó a la agencia de viajes de la calle Sarmiento. Vestía el traje sastre juvenil de manga corta y la pollera apenas sobre la rodilla. No llevaba nada más que la cartera, el efectivo que no era mucho y su tarjeta de crédito. En el colectivo volvió a revisar si tenía su DNI: todo en regla.
Que me busquen, pensó. Una semana o diez días en cualquier lugar no muy lejano. Sin teléfonos, sin familia, sin la identidad de sumisa que con los años se había despeñado sobre ella. Por una semana sería la señora Carmen Alfasi, una madurita atrayente y apetecible. Después, nada iba a ser igual, todo sería distinto o, quizás, una nueva existencia estaría aguardándola del otro lado de la puerta. Justo en la mitad de la vida.
Cuando abrió los ojos seguía frente al espejo, las patas de gallo estaban allí impertérritas y toda su rebeldía se había disuelto en un bostezo de sueño insatisfecho. Hasta el próximo domingo... ■
© Andrés Aldao
realidad y ficción en perfecto engranaje que es espejo de infinitas situaciones. muy bien logrado y de agradable lectura. susana zazzetti.
ResponderEliminarGuau....me desprendió tantas cosas este relato.Primero pensé en Hugo Mujica cuando en varios poemas dice: hay vida que se consumen a través de una ventana //otras que laten vida // y hay vidas que ni gritan ni golpean.Segundo, pensé en la rutina, en las cosas a las que no nos atrevemos, en ese recorrido frente al espejo que suele ser tan contundente. En nuestras propias decisiones.
ResponderEliminarUn abrazo Andrés.
Lily Chavez
Cuántas historias se repiten en un caos rutinario que desequilibra toda normalidad. Trabajo de excelencia. Fernando de Zárate.
ResponderEliminarUn cuadro de situación que asfixia al personaje narrado con la maestría Aldao, el final contra la trama angustia al lector, un abrazo, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarAndrés querido, primero lo leí y me volví, para ver si me había equivocado, si el autor eras vos, mas aun, me confunde tu comentario.
ResponderEliminarYo he escrito, poniendome en la piel del hombre, pero no creo haber descripto con la maestría que lo hiciste, el piquismo de la mujer. Esa dialéctica entre sumisión y libertad , que se vive como una herencia no deseada y que no todas zafan. Me pareció de excelencia, Andrés.
Un abrazo, mi capi. amelia
Uhhh, mi imaginaciòn se fue no se adonde,pensando en esa mujer, cuanta monotonìa,cuanta rutina, creo pasa màs en las mujeres eso, porque tiene una casa, hijos que atender y va abandonando sus suenios, sus gustos..su persona,cuando reaccionan piensan que es tarde, pero pienso que nunca es tarde para empezar de nuevo...muy bueno Andrès
ResponderEliminarPerdon no firme...Romi
ResponderEliminarLa psicología femenina manejada con la precisión de quien, como vos, Andres, conoce y comprende mucho del sentimiento y del dolor humano. Por un momento, pense en otra Carmencita. Sólo que a la mía, no la encontró el espejo mirándose las arrugas. Tampoco sus hijos ni su hija volvieron a verla. Ficción y realidad que llevan al lector por sus propias "posibles" realidades hasta la máxima ficción. Abrazo. Guenísimo el trabajo, profe querido. ElsaJaná.
ResponderEliminarEs un escrito brillante Ándrés, es todo lo que puedo decirte. María estos días va estar muerta un poco. No puedo escribirte como quisiera.
ResponderEliminarTe abrazo, los abrazo como siempre.
María.
La psicología de la rutiaria vejez o la rutina que envejece y el miedo a levantar vuelo a veces por inseguridad otras por la mismísima sencillez de solo soñar el gran vuelo,cumpliendo u obviando los harakiris de la vida.
ResponderEliminarUn relato que nutre y nos vuelca en esa realidad tan cercana a todos.
Como siempre un vértice nuevo en la escritura del cuadro que dignifica tu pluma.
Celmiro
Andrés vuelvo a entrar para decirte que me encantó. Te escribo hoy menos cansada pero esta noche otra vez en el trabajo me dejan fileteada o en cubitos. Lo mejor que tiene el escrito, para mi, es la sensación exacta y precisa... está muy bien logrado.
ResponderEliminarFelicitaciones y abrazo
María
La mitad de la vida... un relato en el que no busqué drama ni melodrama. Sólo un brochazo de la edad en que comenzamos a estudiar aspectos de nuestra vida. Tema del que se habla poco o sólo en el cuarto del psicólogo. Agradezco los comentarios porque resaltan entendimiento de la vida cotidiana de la protagonista.
ResponderEliminarAndrés
Buen final de comentario, sin drama ni melodrama, resalta claramente la vida de esa persona protagonista. Buen final...
ResponderEliminaren realidad no va a haber próximo domingo en esa rutina.
Lo saluda
Clara
Felicitaciones, Andrés, por este relato!! El paso del tiempo, las huellas en el cuerpo y en el alma... temas que me llegan profundamente. Un abrazo y gracias !!! Fabiana León
ResponderEliminar