«Vivir en monotonía las horas mohosas de lo adocenado, de los resignados, de los acomodados, de las conveniencias, no es vivir la vida. Es solamente vegetar y transportar en forma ambulante una masa informe de carne y de huesos. A la vida es necesario brindarle la elevación exquisita de la rebelión del brazo y la mente» (Severino Di Giovanni)
80 años del fusilamiento de Severino Di Giovanni -
80 años del fusilamiento de Severino Di Giovanni -
Por Roberto Arlt
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos dos. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla
de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz
castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la
muerte. Un oficial.
"..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número..."
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un
rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y
fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las
sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente
rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de
luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de
la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren
lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los
humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
"..artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal...
visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y
suboficiales..."
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la
fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
"..estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón,
vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija
número..."
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con
atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas
estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento,
frente a la propiedad de los términos con que está redactada la
sentencia.
"..Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario..."
Habla el Reo.
-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra
de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de
adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera?
¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y
saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos
abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego
mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al
pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra.
Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar
al condenado. Éste grita:
-Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un
secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se
ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos
pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre
su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de
soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada
lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y
queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El
rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a
los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de
hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un
señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la
galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una
mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se
muerden los labios; son: Gauna, deLa Razón , Álvarez de Última hora,
Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como
borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la
penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.
de Aguafuertes Porteñas. Publicado el 7 de febrero de 1931
Enviado por Cristina Villanueva
Las 5 menos 3 minutos. Rostros afanosos tras de las rejas. Cinco menos dos. Rechina el cerrojo y la puerta de hierro se abre. Hombres que se precipitan como si corrieran a tomar el tranvía. Sombras que dan grandes saltos por los corredores iluminados. Ruidos de culatas. Más sombras que galopan.
Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir.
La letanía.
Espacio de cielo azul. Adoquinado rústico. Prado verde. Una como silla
de comedor en medio del prado. Tropa. Máuseres. Lámparas cuya luz
castiga la obscuridad. Un rectángulo. Parece un ring. El ring de la
muerte. Un oficial.
"..de acuerdo a las disposiciones... por violación del bando... ley número..."
El oficial bajo la pantalla enlozada. Frente a él, una cabeza. Un
rostro que parece embadurnado en aceite rojo. Unos ojos terribles y
fijos, barnizados de fiebre. Negro círculo de cabezas.
Es Severino Di Giovanni. Mandíbula prominente. Frente huída hacia las
sienes como la de las panteras. Labios finos y extraordinariamente
rojos. Frente roja. Mejillas rojas. Ojos renegridos por el efecto de
luz. Grueso cuello desnudo. Pecho ribeteado por las solapas azules de
la blusa. Los labios parecen llagas pulimentadas. Se entreabren
lentamente y la lengua, más roja que un pimiento, lame los labios, los
humedece. Ese cuerpo arde en temperatura. Paladea la muerte.
"..artículo número...ley de estado de sitio... superior tribunal...
visto... pásese al superior tribunal... de guerra, tropa y
suboficiales..."
Di Giovanni mira el rostro del oficial. Proyecta sobre ese rostro la
fuerza tremenda de su mirada y de la voluntad que lo mantiene sereno.
"..estamos probando... apercíbase al teniente... Rizzo Patrón,
vocales... tenientes coroneles... bando... dése copia... fija
número..."
Di Giovanni se humedece los labios con la lengua. Escucha con
atención, parece que analizara las cláusulas de un contrato cuyas
estipulaciones son importantísimas. Mueve la cabeza con asentimiento,
frente a la propiedad de los términos con que está redactada la
sentencia.
"..Dése vista al ministro de Guerra... sea fusilado... firmado, secretario..."
Habla el Reo.
-Quisiera pedirle perdón al teniente defensor...
Una voz: -No puede hablar. Llévenlo.
El condenado camina como un pato. Los pies aherrojados con una barra
de hierro a las esposas que amarran las manos. Atraviesa la franja de
adoquinado rústico. Algunos espectadores se ríen. ¿Zoncera?
¿Nerviosidad? ¡Quien sabe!.
El reo se sienta reposadamente en el banquillo. Apoya la espalda y
saca pecho. Mira arriba. Luego se inclina y parece, con las manos
abandonadas entre las rodillas abiertas, un hombre que cuida el fuego
mientras se calienta agua para tomar el mate.
Permanece así cuatro segundos. Un suboficial le cruza una soga al
pecho, para que cuando los proyectiles lo maten no ruede por tierra.
Di Giovanni gira la cabeza de derecha a izquierda y se deja amarrar.
Ha formado el blanco pelotón de fusilero. El suboficial quiere vendar
al condenado. Éste grita:
-Venda no.
Mira tiesamente a los ejecutores. Emana voluntad. Si sufre o no, es un
secreto. Pero permanece así, tieso, orgulloso.
Surge una dificultad. El temor al rebote de las balas hace que se
ordena a la tropa, perpendicular al pelotón fusilero, retirarse unos
pasos.
Di Giovanni permanece recto, apoyada la espalda en el respaldar. Sobre
su cabeza, en una franja de muralla gris, se mueven piernas de
soldados. Saca pecho. ¿Será para recibir las balas?
-Pelotón, firme. Apunten.
La voz del reo estalla metálica, vibrante:
-¡Viva la anarquía!
-¡Fuego!
Resplandor subitáneo. Un cuerpo recio se ha convertido en una doblada
lámina de papel. Las balas rompen la soga. El cuerpo cae de cabeza y
queda en el pasto verde con las manos tocando las rodillas.
Fogonazo del tiro de gracia.
Muerto.
Las balas han escrito la última palabra en el cuerpo del reo. El
rostro permanece sereno. Pálido. Los ojos entreabiertos. Un herrero a
los pies del cadáver. Quita los remaches del grillete y de la barra de
hierro. Un médico lo observa. Certifica que el condenado ha muerto. Un
señor, que ha venido de frac y zapatos de baile, se retira con la
galera en la coronilla. Parece que saliera del cabaret. Otro dice una
mala palabra.
Veo cuatro muchachos pálidos como muertos y desfigurados que se
muerden los labios; son: Gauna, de
Enrique Gonzáles Tuñón, de Crítica y Gómez, de El Mundo. Yo estoy como
borracho. Pienso en los que se reían. Pienso que a la entrada de la
penitenciaría debería ponerse un cartel que rezara:
-Está prohibido reírse.
-Está prohibido concurrir con zapatos de baile.
de Aguafuertes Porteñas. Publicado el 7 de febrero de 1931
Enviado por Cristina Villanueva
Muy buen texto, ya desde la introducción porque ha pasado un rato hasta terminar de leer y todavía me retumba en la cabeza..."Todos vamos en busca de Severino Di Giovanni para verlo morir"
ResponderEliminarLily Chavez
Excelente publicación, gracias Cristina, siempre es bueno una relectura de Aguafuertes porteñas
ResponderEliminarMariano Lazarte
Junín
"Por algo somos desconfiados" "es horrible pero es así"
ResponderEliminarGracias Artesanías!
amelia
Arlt es un escritor fuera de serie. Muy involucrado con las crisis de su tiempo, y también adelantándose a ellas, como todo ser que hurga en la contingencia de la condición humana.
ResponderEliminarNo conocía este texto de sus Aguafuertes. Este texto tiene un innegable sentido de crítica social, con una forma especial para retratar la situación y los perfiles de los personajes que la componen.
REcurdo que " Aves del Cielo " es como estoy inscripta en Google.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA
EL 6 DE SEPTIEMBRE de 1930 fue derrocado el presidente Hipólito Yrigoyen por una turba gorila antipersonalista (radicales de la especie de cleto y Aguada el cordobés) y los lúmpenes enviados por los conservadores terratenientes. El general Uriburu terminó con la incipiente democracia y colocó la piedra fundamental de la DÉCADA INFAME (1930-1943), en la que sucedieron Justo, Ortiz y Castillo. En esos años se hambreó al pueblo argentino, se erigió Villa Desocupación (antecedente de las villas del crecimiento muchos años más tarde...), se entregaron las riquezas argentinas, se firmó el vergonzoso pacto Roca-Runciman y se puso la riqueza producida por los argentinos a disposición de su "graciosa majestad".
ResponderEliminarEn este contexto fue detenido el obrero anarquista Severino Di Giovanni, y fusilado el 1º de febrero de 1931 sin ninguna razón legal. El crimen de venganza de la dictadura uriburista tuvo como causa el de escarmentar a los proletarios argentinos, humillarlos y romper la solidaridad obrera, amedrentarlos para impedir la lucha contra el hambre y la feroz desocupación. El Aguafuerte de Arlt describe los momentos previos al asesinato y la actitud gallarda y serena de quien fue un mártir de las luchas obreras y de la moral proletaria y anarquista.
Andrés Aldao
En un estilo diferente al de sus novelas, con parquedad y exactitud, Arlt nos da la crónica de un asesinato legal, como muchos otros que hubo en la historia, no solo la argentina. Es justo esa parquedad la que entra en el corazón y me lleva a ese patio, a esa silla y a ese momento de sacrificio, caprichoso pero que no condujo al olvido.
ResponderEliminarLa descripción de Severino es una pieza magistral de la literatura, la crónica detallada y distante de los pormenores del asesinato legal del anarquista es todo un ejemplo de escritura y en el final la velada crítica al sistema que enaltece la figura del fusilado. Carlos Arturo Trinelli
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