Gerardo Pennini |
Hombre de teatro, escritor, narrador y novelista, Gerardo fue colaborador de la Artesanías Literarias anterior. Reencontrarnos fue un milagro de era de la comunicación. Y, naturalmente, aquí lo traigo recuperado para la revista que nunca duerme. Reside en una ciudad de Neuquén, luego de vivir dos años en la provincia de Mendoza. A.A.
La primera vez fue durante un asado. Un viento frío remolineó a tierra alrededor de la mesa. El viejo Luna gritó ¡Nómbrese a Dios! Y todos nos asustamos y gritamos lo mismo santiguándonos. El gringo Schwager no, él dormía la borrachera, la carota colorada y los ojos como dos tajitos. Una semana después lo encontraron en el campo, el alazán lo había tirado y murió antes de llegar al hospital.
Pero yo no creo en esas cosas.
Otro día fue cuando iba a poner candado a la tranquera. Era apenas después de la oración pero ya estaba oscuro y a medio camino vi clarito una mujer blanca en el aire, por encima del alambre, que me miraba con ojos como dos túneles. Por las dudas, grité ¡Nómbrese a Dios! Y me santigüé. La cosa blanca se hizo nube entre las ramas y no la vi más.
A la vez siguiente, ya estaba casi convencido, no podía ser tanta coincidencia. A punto de acostarme, escuché trancazos en la galería. Agarré el treinta y ocho y salí a ver qué pasaba. El “Torcido” y el “Poleca” ladraban y gruñían enfurecidos hasta que abrí la puerta y alumbré con el sol de noche. Tiré un tiro al aire, pero cuando el “Torcido” pegó un gemido y se me enredó en las piernas le juro que me dio miedo y nos metimos adentro. Cerré y eché la tranca.
Al día siguiente faltaba medio costillar que habíamos colgado bajo la galería, como arrancado. Colgajos de carne y un reguero de sangre hasta el alambrado...y nada más. El “Poleca” tardó una semana en volver, y eso que era bravo.
Entonces me dije “creer o reventar”.
Y ahora me encontró, yo sé que me encontró. Lo supe desde que cuando estábamos con la Adela en la orilla de la represa, tuvimos que salir corriendo y montar medio desnudos hasta que llegamos a la ruta. Los dos habíamos sentido las balas chiflar sobre las pajas. Una me pasó a la altura del sombrero y para calmarla le dije que eran los carpincheros, pero ni yo me lo creí. ¿Cómo iban a llegar las balas desde el río? Después de vestirnos, alcanzamos a tomar el colectivo. Tuvimos que abandonar la yegüita, pero no había nada que hacer.
No volvimos más ni escribimos a la familia, nada. ¿Quién nos iba a encontrar en la ciudad?
Pero creer o reventar. El nos encontró, y ahora la puñalada en los riñones ya no me duele nada, tampoco voy a llegar al hospital, como el gringo.
Gerardo Pennini
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