Cuando comenzó a hablarme, Helmut, el dueño del bar, ubicado a su espalda, se estiraba el ojo hacia abajo con el dedo índice. Me avisaba de algo obvio a simple vista como si protegiera a un menor de un pedófilo.
A Helmut le incomodaba la presencia distinta del viejo trolo. Sin embargo, como cumplía las reglas de convivencia que imperaban en ese planeta de borrachos no hacía más que mirarlo de mala manera.
-Yo soy Santiago, me dicen Tiago como al hermano de Jesús ¿vos cómo te llamás?
Se presentó con la voz arrastrada en un seseo y con las manos anchas y gruesas como aspas en constante movimiento.
-Enrique, respondí con indiferencia.
-Como Enrique El Navegante.
-No, como Enrique Lotriski.
-¿Quién es?
-Yo.
Los ojos vivaces de un marrón apenas más claro que la piel cetrina le brillaron de gusto. Por las dudas, fiel a mi principio de que más vale ponerse colorado una vez que rojo para siempre, máxima que me fue inculcada de niño por una tía, dije:-Sí querés hablar, hablemos, si buscás otra cosa, seguí viaje.
-¡Ahhh! exclamó como buen maraca.
Yo miré la hora y bebí un sorbo de mi vaso.
-Es difícil que pase la hora cuando la estás mirando, es tímida, dijo él con afectación y siguió parado a mi lado.
Lo miré de soslayo, el labio inferior caído y más grueso que el superior, le daba el aspecto del no saber permanente. Era un puto feo.
-Quiero hablar Enrique, te prometo que me porto bien.
Me di vuelta y caminé detrás de él hacia una mesa. El traje, brilloso de planchados, caminaba delante. Nos sentamos frente a frente y pedimos una cerveza que, Tiago, se adelantó en pagar.
Lo observé bien. El aspecto era el de un tanguero de los cuarenta, pero trolo. El cuello de la camisa raído estaba surcado por líneas de mugre y el nudo de la corbata engrasado denunciaba que el dueño se la quitaba sin deshacerlo. El pelo teñido de negro azabache nacía blanco, alineado en una raya apenas encima de la oreja en el intento por disimular la calva.
-Puto y borracho las tenés todas en contra, dije no excento de agresividad.
-La sexualidad es jodida cuando viene cambiada, replicó y me hizo arrepentir de lo dicho.
Agregó que cansado de mendigar afecto en los baños de las estaciones, comenzó a frecuentar los bares. Nada lo saciaba ya que, al concluir, se hallaba más vacío que al principio. El único cambio que notaba era que un borracho era un individuo más sensible que cualquier sobrio. Yo no estaba tan seguro.
El truco era sencillo y no por viejo menos efectivo, jugaba a la copa vacía y él no terminaba la propia. Una vez quebrado el oponente, lo demás era fácil. Controlé los vasos con disimulo.
-Por suerte los años me aplacaron el deseo, dijo y pidió otra cerveza. Enseguida agregó:-Pero no las ganas de afecto y de compartir la soledad con alguién.
La soledad sobrevolaba todos los temas en el Baviera. Algunos hablaban solos y otros dialogaban entre sí con la intención de homogeneizar las soledades.
Afuera comenzaba a llover. Los parroquianos, como hinoptizados por el espectáculo, vaso en mano, se agolpaban en las ventanas como espectros de la tormenta.
Tiago agregaba:-Siempre estuve solo, y detalló las muertes, que los que avanzamos en el tiempo, padecemos,-hasta el gato se me murió, hizo una pausa con la mirada puesta en el vaso y concluyó,-por supuesto que era un gato castrado.
Pedimos otra cerveza y la pagué yo, comenzamos a cortarla con gin.
-El problema mío, principió a decir con el seseo arrastrado,-es que siempre viví mi homosexualidad con culpa.
No supe qué decir, de hecho nunca había escuchado confesiones de un trolo.
-¡Qué vas a hacer! Cada uno hace lo que puede y es bastante, dije sin convicción. Me hubiera gustado decirle que no se aflija que todos tenemos culpas porque podríamos ser de otra forma. No dije nada. A veces lo mejor es no decir nada. Compartir era suficiente y lo hacíamos sin dejar de adorar a nuestra diosa, la bebida, libertaria de las culpas, heroína de las conciencias.
En la sexta cerveza con gin, me solté y narré algunas vaguedades. Él ya era un puto feliz que a todo le hallaba las partes graciosas. A mí, empezó a resultarme ingenioso.
-Nadie quiere a nadie, es mejor decir, nadie ama a nadie, soltó con la lengua pegada y la cabeza como esos perritos de adorno que se colocan en los autos. Siguió:-Jesús, el propio Jesús, aquí alzó la voz y Helmut lo chistó, -decía, el propio Jesús no amó en particular a nadie, Él amaba en general, a la humanidad...
Comenzó a reirse tan fuerte que Helmut vino hasta nosotros.
-Señor, si no puede guardar las formas, tendrá que irse, dijo con todas las erres bien pronunciadas y la cara roja.
-Yo respondo Helmut, dije sin arrogancia. Me creyó y se fue de nuevo a su puesto de vigía detrás del mostrador.
-¡Qué disparate Enrique! amar a la humanidad. Yo , Tiago Jiménez sostengo que amar a todos es amar a ninguno, a ninguno, bajó el tono en la repetición, colgó aún más el labio inferior y los ojos rebasaron unas lágrimas. Me incorporé un poco y lo abracé ¡pobre puto desconsolado!
Lo ayudé a pararse, debíamos partir antes de ser echados.
Todavía lloviznaba cuando salimos abrazados. Era de noche, la calle estaba vacía y todo brillaba mojado bajo las luces. Quiso besarme y lo aparté con la palma de la mano en la cara. Se resbaló y debí sujetarlo para que no se golpeé contra el piso.
Nos apoyamos en un paredón y piyamos. Las meadas levantaban vapor en la vereda. Entonces sucedió, me distraje un momento en la sacudida de mi pájaro y alcancé justo a enjaularlo. Como un murciélago la manopla de Tiago se me vino encima en un intento por atraparlo. La intuición me hizo girar la cintura a la derecha y saqué un cruzado de izquierda. No fue mi mejor golpe pero se estrelló en su oreja, perdió pie y yo conseguí pararme con guardia de diestro. La derecha salió directa, se dirigía a la nariz pero el perder pie lo salvó y el golpe impactó en la frente. Cayó de culo con las piernas para arriba.
Comencé a caminar, todo estaba en su sitio. Atrás quedaba un puto farsante y pensé, ¡qué difícil era ayudarlo por más piedad que inspirara! ●
© Carlos Arturo Trinelli
Esa es la narrativa de Carlos Arturo Trinelli, minuciosa, una película que pasa ante los ojos y nos va describiendo nítidamente a los personajes, esa es una gran cualidad de Arturo. Y todos sus cuentos son interesantes, cautivan con su inteligencia, su cuota de misterio, de realidad también, el es un gran cincelador de la palabra. Algún día Arturo quiero aquí publicado tu cuento, aquel que recoge toda mi admiración.
ResponderEliminarLily Chavez
Hace mucho que no se publica a Carlos, viene bien su narrativa tan especial que siempre me entusiasmo al leerlo.
ResponderEliminarIrene
A mí también me entusiasma mucho el estilo de Trinelli. Atmósferas comunes o sórdidas pero siempre misteriosas; personajes nada fáciles de reacciones naturales y creíbles . El pensamiento del final da lugar al misterio . Como siempre por debajo de una buena historia, se agita otra historia y eso es lo que a mi me gusta.
ResponderEliminarMuy bueno
Cristina
Qué bueno es esto! Yo no he leído antes a Trinelli pero me pongo a buscar si hay entregas anteriores, me gustó el estilo.
ResponderEliminarFelicitaciones
Fernando Anglada
Bienvenido tu regreso al reino de la tierra con este relato publicado y premiado en el concurso de narrativa de Artesanías. Baviera, Helmut y Lotriski.
ResponderEliminarHablaremos de los cambios, abraxas,
Andrés