ISABEL ALI
¿Qué Hacemos Con El Zapallo? Preguntó Patricio.
Me quedé mirando a mi hijo menor, el menor de cinco: toda una carga ser el menor de cinco… si bien es el depositario de cuanta ternura revolotea por la casa, también le toca la desventaja de ser el que ha llegado a nuestras vidas cuando ya no tenemos fuerzas para correr tras él por el parque y cuando nuestras energías no alcanzan para acompañarlo en sus correrías. Pero ese es otro cantar, nada que un buen psicoanálisis no remedie en el futuro o, como dice el padre, unos buenos tirones de oreja no solucionen hoy mismo.
Él traía entre las manos el zapallo calado que había contenido una vela encendida para la noche de Halloween. Sabemos que es una costumbre gringa, que no está bien visto en el pueblo que “se adore a los demonios”, como dicen. Pero le dejamos ponerla en la ventana, tal vez un poco a propósito, para generar las habladurías en las que nos gusta involucrarnos solo por diversión. También enterramos ofrendas a la Pachamama en su día y dejamos velas encendidas toda la noche en el jardín para agradecerle. Al fin, luego de una semana el pueblo se aburre de hablar de nuestras brujerías y encuentra otro motivo para cotillear lejos de nosotros. Es un pueblo que ladra pero no muerde, casi inofensivo si se lo toma con humor. La cosa es que el niño traía el zapallo y una pregunta.
En ese momento a mí me preocupaba otro asunto: mi hijo Ciro, el mayor de los cinco: toda una carga ser el mayor de cinco… si bien es el que más disfrutó a sus padres, también le tocó la responsabilidad de ser el primero en nuestro aprendizaje y sufrir nuestros errores. Me preocupaba Ciro porque hace unos días subió a un autobús que lo llevó a otra provincia, casi mil kilómetros, en busca de una mejora para su vida, de un empleo que le de oportunidades que aquí no puede obtener. Tiene veinte años y en el momento en que lo vi con su bolso al hombro me acordé del momento en que abandoné mi casa buscando mi propia historia muy lejos.
Patricio seguía observándome con sus ojazos como si tratara de adivinar qué pensaba.
—Sígueme —le pedí.
Y fuimos juntos hasta la heladera.
—Hay queso del que usamos para la pizza. Si compramos unas tapas para empanadas, podemos hacer la tarta más deliciosa del mundo —le dije.
—Hagámosla —respondió entusiasmado.
Pelamos el zapallo y lo pusimos a hervir con un puñado de sal gruesa. Y lo dejamos hirviendo mientras íbamos al almacén a por las tapas.
Ya de regreso, el zapallo estaba tierno y lo quitamos del fuego, lo colamos y lo convertimos en puré. Luego envolvimos el puré en un trozo de tela y lo estrujamos, para que escurriera toda el agua que le sobraba.
Le indiqué a Patricio que fuera en busca de las latas vacías de atún que guardo en el mueble. Se dedicó a aceitarlas con esmero, mientras yo ponía un poco más de sal, pimienta y nuez moscada al puré que estaba casi seco.
Él estiró con un palote las tapas para agrandarlas y luego forró con ellas cada lata. Yo pensaba en Ciro: sé que es lo mejor. Sé que le irá bien. Que está listo y preparado para enfrentar sus decisiones y salir adelante. Es un chico educado, noble, con un buen corazón y mucha voluntad. Es fuerte y muy valiente. Sé que sabrá manejarse lejos de casa y que no cometerá locuras. Lo sé porque confío en él.
Pusimos unas cucharadas de puré en cada tarta y encima un trozo grande queso, lo cubrimos con más puré y emparejamos con la cuchara. Patricio estaba fascinado y muy concentrado en su trabajo. Acomodamos las tartas sobre una bandeja y la metimos al horno. Y nos sentamos a conversar. Me contó que está enamorado de Sara. No me asombró: ya estuvo este año enamorado de Luana, de María Luna y de Milagros. Mi hijo es muy enamoradizo. Luego les escribe poemas que me trae para que le corrija. Por eso me entero de sus amores.
Al rato las tartas estaban listas, sus bordes se veían dorados y crujientes. Las sacamos del horno y las pusimos en la mesa para que se entibiaran. Volví a pensar en Ciro: no deja de ser mi niño. No deja de ser un dolor grande el verlo partir tan lejos. No dejo de preguntarme si me olvidé de decirle algo, si me olvidé de enseñarle alguna cosa importante, algo que se me haya pasado por alto y que lo ayude a no sufrir. ¿Cómo sabe uno que ha hecho lo que debía? ¿Cómo se sabe si fue suficiente lo que pudo dar? ¿Si bastaron los abrazos?
Desmoldamos las tartas una a una y las pusimos en una fuente; Patricio cortó unos pequeños círculos de tomate con una tapita y, con ellos, armó unas flores para decorarlas y les hizo hojas de perejil. Mi pequeño tiene audacia, se anima a esas cosas que los demás consideran insignificantes.
—Mami, hicimos siete. Nos olvidamos que Ciro no viene a comer –advirtió.
Lo abracé. Para él es tan sencillo como eso: su hermano no está ausente, sólo no viene a comer. Y allí encontré mi respuesta: nunca se sabe. Sólo se da lo que se tiene y lo que se puede. Sólo se da lo mejor de uno mismo y se arriesga, con la esperanza de que todo va a salir bien. Como con la tarta, aún con un zapallo se puede hacer la más deliciosa del mundo, si se hace con amor y desde el corazón. ♣
No sabía si escribirte todo esto que voy a poner Isabel. Pero este cuento me hizo viajar bastante por las sensaciones de las madres, de las despedidas, de los hijos que prueban. Y nosostras nos ponemos a prueba setecientos minutos por segundo pensando en cómo estarán ellos. El tema que me fascinó fue tu manera de contarlo. El rito y el ritmo, las frases que parecen casi ausentes de los comentarios del pueblo. La inocencia del quinto hijo, la seguridad en cierta forma del quinto hijo "no está a comer". Tu manera de establecer o de fijar la escena es siempre muy particular, no hay adornos ni golpes bajos. Hay relato, verdadero cuento desde las entrañas hacia afuera. Es cómo si lo conversaras con total sinceridad. Realmente lo construis y lo manejas de manera magistral. Felicitaciones. Abrazo fuerte.
ResponderEliminarNo puedo dejer de agregar la cara del zapallo de Halloween con todo lo que significa convertida después en ese acto de sabia ternura. Se puede seguir con varias cosas pero la impaciencia también acompaña a los que leen comentarios. Abrazazos.
ResponderEliminar¡Isabel muchas felicitaciones por "Reflejos, revanchas, reveses"!, y que honor el pròlogo. Toda la suerte del mundo. Ojalá podamos ir conociéndolo a través de estas páginas. Un fuerte abrazo.
ResponderEliminarLa solidez de un historia sencilla concuerda con la capacidad del escritor y aquí simplemente Isabel logra lo que siempre persiguió Cortazar un cuento redondo.
ResponderEliminarCelmiro Koryto
Estimada Isabel Ali, traigo mis congratulaciones por un cuento absolutamente logrado. Tal como dice Celmiro Koryto, conseguiste concentrar la narrativa y mantenerla dentro de la esfera. Todo un hallazgo, compañera.
ResponderEliminarUn saludo cordial y un abrazo amigo.
Tania Alegria
No puedo decir algo original, pero de todas maneras quiero dejar escrito mi elogio a este cuento redondo. Un abrazo Ester Mann
ResponderEliminarMe alegra, Isa, que en esta oportunidad la "distancia" de ciertos lectores se haya transformado en su contrario. Cuento escrito con un lenguaje sencillo, sensible, decididamente humano, sin refucilos artificiales, donde amor es amor, dolor es dolor, tristeza es tristeza y ser de carne y hueso es ser y escribir como de carne y hueso...
ResponderEliminarMe habías contado, Isa, la historia original... Y ahora sé que hacer con el zapallo. Y te felicito por tu libro!!
Andrés
Enternecedor hasta más no poder. Las ocupaciones y peocupaciones de una madre son tareas sencillas y sin heroísmo olímpico o celestial, pero la autora las ha convertido en una bella y humana historia. Felicitaciones.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA