XIII
Se descolgó el silencio,
sus atroces membranas desplegadas como las de un
murciélago anterior al diluvio,
su canto como el cuervo de la negación.
Se te desencajaron las mandíbulas
igual que las mitades de una cápsula inepta para encerrar
la almendra del destino.
Tu lengua es el Sahara retraído en penumbra.
Tus ojos no interrogan las vanas ecuaciones de cosas y de
rostros.
Dejaron de copiar con lentejuelas amarillas los fugaces
modelos de este mundo.
Son apenas dos pozos de opalina hasta el día donde se
ahoga el tiempo.
Tu cuerpo es una roja armadura sin nadie.
Sin más peso que la luz que lo borra y lo amortaja
en lágrimas.
Tus uñas desasidas de la inasible salvación
recorren desgarradoramente el reverso impensable,
el cordaje de un éxodo infinito en su acorde final.
Tu piel es una mancha de carbón sofocado que atraviesa
la estera de los días.
Tu muerte fue tan sólo un pequeño rumor de mata que se
arranca
y después ya no estabas.
Te desertó la tarde;
te arrojó como escoria a la otra orilla,
debajo de una mesa inominada, muda, extrañamente
impenetrable
allí, junto a los desamparados desperdicios,
los torpes inventarios de una casa que rueda hacia el
poniente,
que oscila, que se cae,
que se convierte en nube.
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de "Cantos a Berenice"
Corresponsal Susana Zazzetti.
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