domingo, 14 de marzo de 2010


CRISTINA VILLANUEVA

Dolor, (0bra atigua).

HUEVOS DE PASCUA

En la casa de mi tía había para cada niño un conejo de chocolate y un huevo brillante y enorme que se sorteaba.La fiesta se imaginaba  primero en el abrazo de ese aroma avainillado y luego en la boca.Era tan grande el regalo que permitía superar el egoismo y convidar.Tenía en su interior sorpresas.El mundo se abría en dos esferas ovaladas para derrarmarse en confites que  eran una red de  música y sabor..Al principio era el huevo, pintados en sus frágiles cáscaras en las vidrieras de Praga  contaban historrias de las manos pacientes que los vaciaban   de la yema y de la  clara que al batido se transforma en torres de espuma.Luego se volvían  arte a ser cuidado. Frágiles cáscaras que encierran el profundo enlace entre las manos y el alma, un idioma.
 Ahora habitantes de un mercado que  violenta lo humano, ese momento previo al sorteo,  donde esperábamos, con los ojos grandes,  ser los dueños de la joya oscura, guarda una maravillosa inocencia.Deseo de  que saliera el papel con nuestro nombre.Si no ganábamos,  igual saltarían los pequeños trozos a la lengua y la esperanza de que en otra Pascua, se hiciera nuestro el premio, y nuestra la sonrisa de los otros al recibir la magia renacida de la espera y el  chocolate que parecía multiplicarse en el reparto. ■   
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