martes, 23 de marzo de 2010

LOS IDUS DE MARZO: LA CONSPIRACIÓN DE MILITARES ASESINOS EN 1976

los idus de marzo: asesinos en auto

Esta fue la conocida advertencia que le hizo un adivino a César como presagio de lo que iba a suceder:
¡Guárdate de los idus de marzo!
No fue el único aviso que escuchó en esos días, pero todos los desestimó debido a su fuerte confianza. Aunque el complot ya estaba totalmente preparado y sus conspiradores dispuestos a dar el golpe final. Nadie podría cambiar el transcurso de su destino: ni su más fiel legionario Publio Sestio con su sacrificio, ni los cuidados de Calpurnia, ni las atenciones de su amante Servilia, ni de su médico… Nada evitaría la tragedia que se cernía sobre él.
«¡Guárdate de los idus de marzo!» Esta fue la célebre advertencia que hizo un adivino a Julio César, infausto presagio de lo que iba a suceder. El complot ya estaba urdido y los conspiradores decididos a dar el golpe fatal. Tampoco las palabras de aviso del adivino fueron las únicas que escuchó César en los días previos al asesinato, pero era tan grande su confianza que las rechazó. En muchos aspectos la de César fue una muerte anunciada. 

Conjurados contra César todos los canallas antes mencionados y otros muchos más, decidieron asesinarle ese 15 de marzo durante la reunión del Senado. Sería fácil, ya que César no tenía una guardia que le protegiera y era la última oportunidad antes de que saliera de Italia a encontrarse con las nuevas legiones que ya aguardaban en Oriente.
Los canallas, además de canallas eran unos bocazas, por lo que muchos senadores supieron de la conjura. La noche del 14 al 15 de marzo Calpurnia, la esposa de César, tuvo malos presagios y al amanecer rogó a su marido que no fuera al Senado. Tanto insistió que César estuvo a punto de hacerla caso, pero uno de los conjurados llegó y le convenció para que no diera crédito a las "supersticiones de mujer". César salió hacia la Curia de Pompeyo, lugar donde se reunía el Senado.
Al llegar a la plaza de la Curia César vió a un adivino que días antes le había profetizado "César, guárdate de los idus de marzo". César, siempre guasón, se acercó a él y de dijo "Ya han llegado los idus". "Si, César -respondió el adivino-. Pero aún no han terminado..." Un hombre se acercó y le entregó un pergamino. "¡Léelo, César -le gritó-. Léelo antes de entrar en la Curia". Era una lista detallada de todos los conjurados, pero César no tuvo tiempo de leerlo y entró en la Curia con el rollo en la mano. En ese momento, uno de los conjurados se llevó fuera a Marco Antonio con el pretexto de contarle algo importante. Así quitaban de enmedio al único que hubiera podido defenderle.
Otro de los conjurados se arrojó a los pies de César suplicando que perdonara a su hermano desterrado.
- Tu hermano ha sido hallado culpable y ha sido desterrado por sus delitos -contestó César.
El conjurado agarró la toga trabea de César asiéndola con firmeza para impedirle moverse.
- ¿Qué haces? -replicó César- ¡Estás utilizando la violencia!
En ese momento otro de los conjurados se acercó por detrás a César y le clavó su puñal en la espalda. César se volvió y se defendió clavándole el stilo que llevaba para escribir en el brazo al traidor, pero cayeron sobre él los demás conjurados apuñalándole. César aún tuvo fuerzas para empujarlos, pero los carniceros se lanzaron sobre él apuñalándolo con saña. Entonces, cubierto de heridas, desangrándose, Cayo Julio César se irguió con dignidad, se colocó la túnica para que al caer cubriera sus piernas y, siguiendo una milenaria costumbre, se cubrió la cabeza con la toga para no tener que ver el rostro de sus asesinos que volvieron a lanzarse sobre él apuñalándole hasta que cayó muerto a los pies de la estatua de Pompeyo Magno que presidía la Curia del teatro de Pompeyo.  ■

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