RINCONES* (De “Sin cuenta caras de la moneda”)
Los ecos de los bastones resuenan acompasados, su eco se agiganta en los interminables pasillos del geriátrico .Caminan lento. Como arrastrando el peso enorme de su soledad. Invierno afuera y adentro .Horizonte de sueños truncados. ¿Será así hasta el final? Son un esqueleto, un músculo y un grito. Van por el pasillo como por la vida, sin apuro. En distintas direcciones pero en el mismo rumbo. Tienen todo el tiempo del mundo .Muchas veces bendicen su condición de finitud. Solo esperan.
José siempre mira al Sur . Ama el Sur. Le duele el Sur. Su único hijo ha quedado en las nieves del Sur. Le pareció mas digno .Un héroe debe descansar donde perdió su vida. Además su padre también partió en las nieves del Sur.
El invierno tras los ventanales le crece por dentro, una tristeza profunda le congela el pecho. Pero no llora.
Cuando su padre murió el dolor en sus manos púberes por el peso del cajón fue tan intenso como su pena, pero no lloró. “Los hombres no lloran”. Así, aprendió a tragar su rabia, su dolor y sus mocos. “A lo macho”.
María siempre mira al Norte. Desde niña miraba los cerros del Norte esperando que detrás de ellos estuviera su felicidad La lluvia tras los ventanales da soledad al paisaje y la conecta con su propia soledad. Inaguantable a veces. Las lágrimas corren por su garganta, ha aprendido a llorar por dentro. No recuerda haber llorado de otro modo. ni en su dolor más grande cuando agazapada ,tras unos matorrales vio pasar los pocos hombres que llevaban el rustico cajón de madera con el cadáver de su madre. Nunca supo quien fue su padre. Ni le intereso saberlo.
José siente que todo ha acabado, Acá siente el vacío de la nada .El, que todo lo ha resuelto, ha entendido que hay cosas que escapan a su voluntad, como la situación actual, por ejemplo. Un hombre debe saber hacer de todo” decía su padre, “Debe servir para todo” “Eres todo lo que tengo”-le dijo su mamá cuando falleció el padre .Y así fue, fa los catorce años , comenzó a ser todo y hacer de todo. Fue padre de su madre, sostén del hogar y reemplazante de su padre. Este hacía de todo y siempre fue su ayudante, en tareas de albañilería, plomería, jardinería, cerrajería etc. etc.
Cuando llegó el amor, se entregó mansamente. El hijo fue todo para él. También cuando partió se llevó todo, no solo la alegría sino la esperanza de vivir.
Como nunca hizo aportes jubila torios, cuando tuvo el accidente en el andamio, el abogado de la compañía se quedo con todo su patrimonio, la casa paterna
María creció sabiendo que en la vida nunca fue nada y que jamás llegaría a ser nadie. Su padre trabajaba con un carro y decía que las mujeres no servían para nada”Cuando ingresó a la escuela faltaba mucho; al no servir para nada, fracasó y la conchabó como niñera, al ser pequeña y frágil, la patrona siempre repetía la letanía de “no servís para nada” y así nomás fue. Tomada por la fuerza por el hijo de los patrones, un desprolijo aborto sesgó sus sueños maternales. Más tarde su marido reforzó la idea:”Ni para eso servís” Aunque lavaba a mano y planchaba ajeno , remendaba la ropa, limpiaba, cocinaba etc. cuando le preguntaban en que trabajaba respondía en nada”
Cuando murió el marido, al ser timbero y bebedor no le dejó nada. Ni casa ni jubilación, solo en la boca un sabor a nada
A José nunca le gustaron los rincones. Cuando en épocas de mayor pobreza la vida quiso arrinconarlo, salió a pelearle con todo.
Tampoco le gustaban los espacios ni las cosas oscuras”Cuentas claras, conservan la amistad –decía su padre; y las cuentas con la vida estaban claras, sentía que nada le debían ella a el .Las cosas tristes que le habían sucedido fueron “por la ley de la vida “y si algún odio le quedaba era por el gobernante de turno. Solo le dolía el vacío de sus manos, él que siempre cuidó y protegió no sabía que hacer con esa ternura cálida que desbordaba por sus poros.
En la vida de María siempre hubo un rincón oscuro.
Cuando muy pequeña se escondía a llorar por los rincones. En la escuela siempre la mandaban al rincón Fue en un rincón, sobre un fardo de pasto, en donde, sin desearlo, se sintió hembra por primera vez, tenía trece años recién cumplidos.
También su marido la mandaba al rincón de las mujeres, la cocina; por todo eso le agradaban los rincones.
Aquí, en el geriátrico, era común encontrarla en la semipenumbra del rincón de las glicinas. Acurrucada, como un pájaro con frió buscando calor en verano o invierno.
José se dio cuenta apenas se hizo cargo de la casa que había algo poco claro en las cuentas que el almacenero anotaba diariamente en la “libreta”a nombre de su madre .En épocas de vacas flacas disminuía el consumo pero no así el monto. Por eso aunque muchas veces se durmió sobre el pupitre terminó el bachillerato, de noche en una escuela técnica, con brillante promedio. Hasta se dio el lujo de escribir algunos poemas cuando le llegó el turno al amor
María apenas si sabía deletrear. Conocía el dinero y sacaba las cuentas de una manera casi intuitiva. Cuando hacia la limpieza en casa de sus patrones, esos libros vistosos con letras doradas ejercían en ella una extraña fascinación. Observaba con curiosidad y estupor esos pequeños signos como hormiguitas que no sabía descifrar y que más de una vez le producían angustia al no poder ingresar en ellos. Algunas letras conocía y recuerda su prisa por esconder alguna revista robada cuando escuchaba los pasos de su padre-“Eso es perder el tiempo”_decía el viejo. Sus mayores aprendizajes los hacía en las hojas de diario que envolvían las compras y que ella alisaba cuidadosamente.
José en el geriátrico siguió haciendo de todo. Un día lo llamaron a podar las glicinas.
La encontró dormida en la suave penumbra. No la despertó, tomó la manta que había caído al suelo la cubrió cuidadosamente. Se sentó al lado; la expresión resignada y triste de su rostro dormido le devolvió una imagen que él conocía muy bien, la suya propia. Esperó sin impaciencia dado que tenía todo el tiempo del mundo. Cuando ella despertó, miró si sobresalto ese rostro próximo al suyo y encontró en él algo vagamente familiar.
Podó la glicina, ella amontonaba los gajos y los iba colocando en la carretilla.
Sólo se dijeron los nombres.
Desde allí no se separaron nunca. Día a día se iban descubriendo. Compartían colores, olores y sabores .Él aprendió a amar la penumbra del rincón de las glicinas que hacía más íntimo el encuentro.Ella esperaba alborozada los pasos familiares, que le anunciaban otra aurora y otro día compartido. Recuperaron la risa, y ya casi no les importaban los dolores de sus desvastados esqueletos.
El sintió que recuperaba viejas sensaciones. Por primera vez, ella, con la complicidad de una enfermera, se puso ropa clara y coloreó sus labios con un color tímidamente rosa.
No sabía que nombre ponerle a eso que sentía cuando él, imperiosamente tierno, la tomaba de la mano y la llevaba al rincón de las glicinas. Fué en ese lugar que se besaron por primera vez, en la boca.
Un día ella no salió, para su paseo matinal. Tampoco la encontró en el rincón de las glicinas .Su primera sensación fue de estupor. él que siempre había tenido las cosas claras, no tenía previsto esto.
Cuando la mucama paso apurada y le dijo que había fallecido una anciana en el ala norte sintió que la sangre se detenía, que sus latidos se detenían .Por primera vez dejó que sus lágrimas escapaban, tomó el papel que tenía en la mano y que ahora no tenía rumbo: era un poema de amor que había escrito la noche anterior. Releyó el contenido con dificultad debido al temblor de su mano y a sus anteojos empañados. Una sombra proyectada sobre el papel interrumpió el rayito de sol que se filtraba por las ramada .Ella con sus rulos “permanentes” recién estrenados entendió en el acto.
Y fueron uno, como en el acto de nacer, como en el acto de morir. Como el primer día, varón y hembra.
Los ecos de ambos bastones suenan desacompasados en el pasillo central del parque.
Caminan lento .Sienten que sus espaldas apenas toleran el peso leve de tanta felicidad.
El pasillo se ha coloreado de ámbar y ambrosia.
Llevan un goce nuevo, recién estrenado .Todo el tiempo es de ellos.
En el aire el olor a glicinas es tan intenso que aturde los pájaros errantes.
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*Esta en una historia basada en un hecho real y con final feliz. Si bien los nombres y el
contexto fueron modificados, estos ancianos celebraron su boda en el Hogar de Ancianos Municipal .Se les hizo una casita aparte y vivían juntos. La referencia cronológica es a finales de los 80. Sucedió en Villa María, Prov. de Córdoba,
A Susana Zazzetti y la generosa gente de sus pagos, entonces.
Amelia
ResponderEliminar¿ decirte gracias, por esta narración que alumbró esta mañana casi oscura? a veces no alcanza semejante dimensión de semejante palabra. texto que leía con angustia, creyendo en un momento en la muerte de la anciana, pero que me llena de alegría por su final, tan cerca de mí., de este lugar que amo tanto. Narración intensa, impregnada de glicinas, belleza, que despierta lo que pocos narradores logran: vivir lo que se lee. Gracias. Muchas. susana zazzetti.
Como parte de Villa María, gracias, Amelia, conmovedor, y por cierto, doblemente conmovedor. Fernando de Zárate. Villa maría.
ResponderEliminarLo venia leyendo querida Amelia. Un poco y otro poco. Y otro entero y profundo otro poco más. La historia en si es un asterisco aparte. Que sea real es un sol inmenso. Contado por tus palabras es una emoción profunda. Y la belleza que le has puesto, generosamente la has transmitido impecable. Relato que guardo Amelia. No sólo en el cuore. Suele pasar en tus comentarios que en casi todos terminas diciendo gracias. Esta vez te pido esa apalabra por tiempo indefinido. Te felicito. Un abrazo. Mercedes Sáenz
ResponderEliminarChe, no es cuestión de emocionar al lector, me parece que debe ser al reves. y si Merci, gracias, a vos a Su , a Fer, a la gente de Artesanías. y digo gracias porque se me acaban las palabras. he aquí mi abrazo, entonces. amelia
ResponderEliminarLAPSUS: quise decir emocionar al autor!!!! Y... a veces la emoción nos taiciona. amelia
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