DESDE LA MIRADA DE UN PERRO
Haré bailar mi rabo y miraré fijamente a la niña sentada tan quietecita en su silla de madera. Aunque ella mira hacia donde estoy, parece que nada viera. La veo con su larga cabellera compuesta de dos trenzas rematadas en grandes moños, todo gris, o todo negro ( recuerden que no veo colores).
Cada cierto tiempo sale una señora que gesticula y mueve sus brazos con extraña energía; le habla a la niña con voz muy fuerte y se dirige a mí lanzándome lo que tiene a mano. Yo me retiro, claro, no me gustan que me lancen objetos. Pero luego vuelvo porque la niña parece llamarme con su insólita soledad, entonces se repite esa danza de gritos y brazos, huídas, retrocesos y retornos.
Hasta que un largo par de zapatos se aproximan a la silla donde espera la pequeña que ¡ por fin ! sonríe. Veo en el campo de mi limitada visión dos manos de finos dedos que la elevan tan alto que desaparece. Sólo percibo que uno y otro pie repiten el camino de ida y vuelta, mientras intento mirar hacia arriba. Pero sólo llego a la mitad de dos largos troncos cubiertos de tela gris... y nada más. Me voy; seguramente mañana, cuando regrese, todo estará igual. Una y otra vez se repiten las tres escenas: niña quieta, señora inquieta y piernas largas.
Hasta que una tarde muy fría, la silla enmudeció al lado del portón de alambre y sólo pude escuchar el ruido de pasos cansados entre las piedras del jardín. Vi otros muchos pies yendo y viniendo y encontrándose. Apurados, lentos, enérgicos o silenciosos. Muchos pies. Hasta que los dejé de ver.
Ahora, al frente de la casa, abandonada, espera una silla de madera.
de " Nueve y diez... el que no se escondió se embromó"
Corresponsal Susana Zazzetti.
Haré bailar mi rabo y miraré fijamente a la niña sentada tan quietecita en su silla de madera. Aunque ella mira hacia donde estoy, parece que nada viera. La veo con su larga cabellera compuesta de dos trenzas rematadas en grandes moños, todo gris, o todo negro ( recuerden que no veo colores).
Cada cierto tiempo sale una señora que gesticula y mueve sus brazos con extraña energía; le habla a la niña con voz muy fuerte y se dirige a mí lanzándome lo que tiene a mano. Yo me retiro, claro, no me gustan que me lancen objetos. Pero luego vuelvo porque la niña parece llamarme con su insólita soledad, entonces se repite esa danza de gritos y brazos, huídas, retrocesos y retornos.
Hasta que un largo par de zapatos se aproximan a la silla donde espera la pequeña que ¡ por fin ! sonríe. Veo en el campo de mi limitada visión dos manos de finos dedos que la elevan tan alto que desaparece. Sólo percibo que uno y otro pie repiten el camino de ida y vuelta, mientras intento mirar hacia arriba. Pero sólo llego a la mitad de dos largos troncos cubiertos de tela gris... y nada más. Me voy; seguramente mañana, cuando regrese, todo estará igual. Una y otra vez se repiten las tres escenas: niña quieta, señora inquieta y piernas largas.
Hasta que una tarde muy fría, la silla enmudeció al lado del portón de alambre y sólo pude escuchar el ruido de pasos cansados entre las piedras del jardín. Vi otros muchos pies yendo y viniendo y encontrándose. Apurados, lentos, enérgicos o silenciosos. Muchos pies. Hasta que los dejé de ver.
Ahora, al frente de la casa, abandonada, espera una silla de madera.
de " Nueve y diez... el que no se escondió se embromó"
Corresponsal Susana Zazzetti.
Escribi desde la mirada de un niño es difícil, pero mucho más desde la visión de un perro. Todo queda dicho en el relato breve y agridulce. Felicitaciones.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA