Harold Alvarado Tenorio Nació en Colombia, en 1945. Es poeta, ensayista, traductor y periodista. Hizo estudios de Letras en la Universidad Complutense de Madrid, donde recibió el Título de Doctor. Es Profesor Titular de la Cátedra de Literaturas de América Latina y Director del Departamento de Literatura de la Universidad Nacional de Colombia. Se ha desempeñado como asesor cultural del Centro Colombo Americano de Bogotá donde dirigió las Series Escritores de las Américas y, también, como editor de los Cuadernos de Poesía de España y América de la Editorial Tiempo Presente y de la Página Ocho /Cultura de La Prensa.
De la aristocracia
queda todo:
La buena voluntad,
el amor al prójimo,
las buenas maneras
y el calor humano.
Nosotros, los siervos,
nos complacemos
en copiar.
queda todo:
La buena voluntad,
el amor al prójimo,
las buenas maneras
y el calor humano.
Nosotros, los siervos,
nos complacemos
en copiar.
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Desnuda
al cerrar la puerta
recibías como recompensa
un vano rosario de palabras.
Dile que vuelva.
Dile que venga y presente al respetable
sus magnificas nalgas rosadas
la ronca voz
y la canción de entonces.
al cerrar la puerta
recibías como recompensa
un vano rosario de palabras.
Dile que vuelva.
Dile que venga y presente al respetable
sus magnificas nalgas rosadas
la ronca voz
y la canción de entonces.
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Creyendo que la mejor cura contra la melancolía
eran esas superficies radiantes y abiertas
fuiste hasta las memorables ruinas
y viste la estatua de basalto
que del cuerpo de Antonio hicieron.
Grecia era el testimonio, bajo esa copiosa
y virulenta luz, de cómo solo lo externo
tiene propia existencia.
Ética y belleza
eran una y lo mismo.
Tallar el cuerpo era
tallar también el alma.
Curar el odio a si mismo
era curar la soledad.
De vuelta a casa, liberado ya del pasado,
con aquellas camisas de colores chillones,
tus negros pantalones de tres prenses,
tus zapatos puntiagudos y habaneros,
el desnudo pecho mostrando la cadena
de oro macizo y los cinco medallones
entrabas al Blanche y pasabas las noches
bebiendo cubatas y quemando porros.
Todas y todos eran tuyos.
Te enamorabas, sin duda.
Amabas tanto los ritos de la carne,
su lenguaje y sus palabras
que incluso ahora, cuando escribes,
no sientes, tampoco, interés alguno
por el 'acto final'.
eran esas superficies radiantes y abiertas
fuiste hasta las memorables ruinas
y viste la estatua de basalto
que del cuerpo de Antonio hicieron.
Grecia era el testimonio, bajo esa copiosa
y virulenta luz, de cómo solo lo externo
tiene propia existencia.
Ética y belleza
eran una y lo mismo.
Tallar el cuerpo era
tallar también el alma.
Curar el odio a si mismo
era curar la soledad.
De vuelta a casa, liberado ya del pasado,
con aquellas camisas de colores chillones,
tus negros pantalones de tres prenses,
tus zapatos puntiagudos y habaneros,
el desnudo pecho mostrando la cadena
de oro macizo y los cinco medallones
entrabas al Blanche y pasabas las noches
bebiendo cubatas y quemando porros.
Todas y todos eran tuyos.
Te enamorabas, sin duda.
Amabas tanto los ritos de la carne,
su lenguaje y sus palabras
que incluso ahora, cuando escribes,
no sientes, tampoco, interés alguno
por el 'acto final'.
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lenguaje claro, directo, poesía convertida en lienzos descriptivos. un placer leerla. susana zazzetti
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