jueves, 18 de febrero de 2010

La realidad de lo fantástico - Por Antonio Requeni (2005)

Cara


La figura y la obra del narrador y poeta argentino Angel Bonomini (1929-1994) han sido rescatadas por la reedición española de Los lentos elefantes de Milán (Reverso) y las traducciones al francés de esa colección de cuentos y del libro de poemas Torres para el silencio
Hace alrededor de veinte años, durante un reportaje a Lucio D´Arcangelo, profesor de lengua y literatura española de la Universidad de Chieti y autor del libro La letteratura fantastica in Argentina, éste sostuvo que Buenos Aires era "la capital mundial de la literatura fantástica" y mencionó junto a los consabidos Borges, Bioy Casares, Silvina Ocampo y Julio Cortázar, el nombre de Angel Bonomini, cuyo relato "Los novicios de Lerna" consideraba un cuento perfecto, un verdadero modelo dentro de esa especie literaria. Poco después, en 1988, D´Arcangelo haría traducir y publicar por una editorial de Chieti el libro al que dicho cuento había dado título: I novizi di Lerna.
Asimismo, el año pasado, la editorial Reverso, de Barcelona, dio a conocer una esmerada y pulcra edición de Los lentos elefantes de Milán, conjunto de diez narraciones aparecidas inicialmente en Buenos Aires en 1978. Por su parte, Editions du Rocher, de Mónaco, publicó el mismo libro, Les lents éléphants de Milan, con traducción de Yves Rouillère y prólogo de Silvia Baron Supervielle, quien tradujo para la editorial Arfuyén, de París, también en 2004, Tours de silence, volumen de poemas de Angel Bonomini que había visto la luz en nuestra ciudad en 1982, con el título Torres para el silencio.
La publicación en Italia, España y Francia de las obras de nuestro compatriota, muerto en 1994 a los 67 años, contrasta con un hecho realmente bochornoso: difícilmente -salvo en alguna librería de saldos- podrán encontrarse aquí sus libros. Angel Bonomini, uno de los mejores poetas y cuentistas de su generación, es un desconocido para los lectores actuales pues a ningún editor se le ha ocurrido reeditarlo. En la Argentina, cuando un escritor muere se lo sepulta dos veces; la segunda vez con el olvido.
Angel Bonomini había nacido en Buenos Aires el 13 de octubre de 1929. En 1947, a los 18 años, publicó un hermoso libro de poesías: Primera enunciación, que si bien se inscribía en la estética de la llamada Generación del 40, se apartaba del tono tristón, elegíaco, de la mayoría de sus representantes. En 1950 la editorial Losada publicó un volumen de poemas integrado por dos libros distintos: Argumento del enamorado, firmado por Angel Bonomini, y Baladas con Angel, de la también precoz poeta María Elena Walsh, que había escrito a los 16 años Otoño imperdonable. Ambos poetas eran novios y aquel libro fue un intercambio de poemas de amor.
Después de otros dos libros de versos, Las leyes del júbilo y El mar, Bonomini se inclinó más sostenidamente por el cuento sin dejar por ello de escribir poesías (en 1982 apareció el ya mencionado Torres para el silencio y en 1991, De lo oculto y lo manifiesto). Su debut como prosista se produjo en 1972 con Los novicios de Lerna, una colección de relatos de calidad sorprendente. Imaginación, aguda observación de la realidad y dominio de los recursos expresivos se unían para destacar su irrupción en el género narrativo. El recientemente desaparecido Norberto Silvetti Paz señaló en las páginas de este diario "la belleza, el lenguaje inobjetable, la profundidad y la gracia poética" de este autor que empezó entonces a ser reconocido. Los novicios de Lerna mereció el primer premio municipal; el autor obtuvo también la beca Fullbright y en 1974, el premio de la Fundación Lorenzutti, esta última distinción, en realidad, por su labor como crítico de arte, que ejercía en LA NACION, diario al que había ingresado como periodista al regreso de una larga temporada en los Estados Unidos, donde se desempeñó como traductor en la revista Life en español.
El éxito obtenido con su primer libro de cuentos lo estimuló para insistir en el género; publicó El libro de los casos (1975), Los lentos elefantes de Milán (1978), Zodíaco (1981), Cuentos de amor (1982), Historias secretas (1985) y Más allá del puente, editado en forma póstuma en 1996. En 1983, su cuento "Memoria de Punkal" fue seleccionado entre los ocho mejores enviados desde los países de lengua española al Primer Concurso Internacional Juan Rulfo, organizado en París por el Ministerio de Cultura de Francia y la Casa de la Cultura de México. Jorge Luis Borges lo seleccionó, además, como el autor del mejor cuento ("Iniciación del miedo") entre 2700 trabajos presentados a un certamen del género.
Debe precisarse que no todos los relatos escritos por Bonomini corresponden a la especie fantástica, pero sí la mayoría de ellos. Redactados en un estilo sobrio, riguroso, despojado de adornos innecesarios, la precisión de su lenguaje sirve para hacer más verosímiles y, a la vez, más inquietantes, los hechos que se narran. Esto vale, especialmente, para los cuentos que incursionan en lo sobrenatural, donde la realidad parece contaminada por el sueño. Pero la suya, como la mejor literatura fantástica, no es escapista. Bonomini escribió cuentos fantásticos no como una forma de evasión sino para expresar una visión más honda de la realidad, para profundizar en el misterio de la vida y la muerte, que son dos cosas bien reales, acaso las únicas reales. Como bien dijo el propio Bonomini: "lo fantástico plantea el tratamiento de interrogantes permanentes, de incógnitas intemporales".
Un claro ejemplo es su cuento "Memoria de Punkal", que empieza con el extraño viaje del protagonista, único pasajero de un tren que lo deja en la también despoblada y misteriosa ciudad de Punkal. La atmósfera onírica, creada desde las primeras líneas, mantiene la sugestión de una visión profunda, metafísica. Todos somos viajeros del tiempo en un tren cuyo maquinista nos es desconocido. Y alguna vez llegaremos a una ciudad que puede parecerse a Punkal. El cuento, como la arquitectura de una ciudad refinada, llena de mármoles y obras de arte -tal vez aquella imaginada por Piero della Francesca en su cuadro de Urbino- parece haberse propuesto "ordenar una metáfora de la eternidad".
Para acentuar el misterio, el tren no solamente corre solo y se detiene en las estaciones, sino que se oyen los silbatos y las puertas que se cierran con violencia. Vale decir que aunque en el tren no haya nadie, es indudable que existe alguien o algo, una fuerza que lo dirige. También parece existir en el propósito del autor, como se dice en el relato, "una ingeniosa intención de omitir el tiempo". ¿El viajero es un cuerpo o un alma? A la ciudad, bella y armoniosa, se incorpora el horror "como un elemento natural". Allí está la imagen cadavérica del viajero, entre otros cadáveres, con el reloj detenido en la hora de llegada a Punkal; los signos del pavimento de la estación "ininterpretables" a la luz mortecina; los dulces acordes de la guitarra cuyo ejecutante el viajero desecha buscar porque sabe que no va a encontrarlo. Y las lúcidas y estremecedoras reflexiones que marcan los momentos más perturbadores y, a la vez, culminantes del cuento: "¡Los que aquí estamos buscando o esperando nuestra muerte definitiva deberemos suprimir la frágil atadura que todavía tenemos con el tiempo y que nos produce una doble nostalgia; la de estar en el mundo, en el irrecuperable mundo de los días y del amor, y esa otra nostalgia de un recién presentido mundo que ha de estar signado por la inamovible quietud de la eternidad".
Angel Bonomini, autor atraído por las leyes secretas de la fantasía y los juegos de la imaginación, sabía despertar el interés del lector desde las primeras palabras hasta el renglón final de sus cuentos. Fue uno de nuestros grandes cuentistas; así lo reconocieron lectores y críticos locales e internacionales. También, últimamente, varias editoriales extranjeras. Pero en vano buscará el lector actual un libro suyo en las muchas librerías de Buenos Aires.
Por Antonio Requeni
Para LA NACION

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