lunes, 1 de febrero de 2010

NARRATIVA: VOCES – Griselda Rulfo


 entrada al pueblo

VOCES – Griselda Rulfo

  Ella es cadenciosa. La rótula, en su agonía, le imprime ese vaivén. La derecha. La izquierda se arrastra ignorada por el sendero de verbenas y escalofríos. Si fuera espantapájaros se apoyarían en sus hombros una cadena de plumas entretejidas. Pero sólo es una mujer solitaria que como todas las madrugadas pierde su historia entre una rugosa alfombra de clorofila y aire.
  Un remolino oscuro se enhebra en la cabeza agobiada. Mira hacia abajo, como buscando, impulsada por la fuerza de una columna dictadora. Hoy salió de arlequín mañanero, inculto, incauto. Porque es miércoles. El espacio de sombras guarda silencio y una corteza desparrama aciertos entre boquiabiertas estrellas tempranas. Ni va ni vuelve de una fiesta. Sólo se ubica en el cruce de senderos porque según recuerda allí es el sitio. Aunque su memoria puede engañarla después de tanto tiempo.
  Al pie de una raíz retorcida un camino de hormigas borda un escenario de recuerdos y ensoñaciones. Ése es el sitio y se inclina aún más mientras sus huesudos dedos escarban la tierra. Se detiene... no parece... no la encuentra. Busca más allá. Rodea el árbol y repite los movimientos... no la encuentra. Ahora se apresura, se agita, desespera. Las uñas se hunden cada vez más, sus dedos sangran. ¿Quién robó su secreto?
  La mañana se acorta y agoniza. Vuelve sobre sus pasos. Entra en la vivienda y cierra la puerta. Nada pasa, ni nada se ve. Sólo vive en las mañanas, en la hora determinada, en días de sol. Su secreto tiene pautas y tiene ritos. ¿Por qué esperó tanto?
  Así se repiten los momentos. Ella vuelve una y otra vez. Pasa de un árbol al otro. De una a otra raíz. Escarba y se intriga. Se apresura, se agita, desespera. Las puso en una caja que forró de rosa delicado. Ató la caja con una cinta ancha y la protegió antes de enterrarla. Dentro de la misma guardó parte de su vida de ensortijados caracteres hacía ya ¡cinco décadas! Guardó voces, las que despertaron su corazón, dos pétalos, un anillo, la fotografía aquélla de octubre.
  Los días avivaron la desazón y el dolor se hizo presente pero sin asombros ya que el dolor era su moneda cotidiana, ella sintió un gran desconcierto... era otra vez la espera, el comienzo de la espera ... y eran tantos comienzos que no tenía fuerzas. La frustración le dibujó una mueca lineal en el rostro cortajeado de penas. Una línea que al extenderse estalló en carcajada. La que disimula la depresión, la que defiende la desesperanza. Una vez más retornaría a la vivienda ya sin asombros, sabiendo que tampoco podía confiar en su memoria.
  Al aproximarse a la casa tropezó en la raíz del árbol próximo, lo sintió como una señal y con una lata rasqueteó la tierra buscando la preciada caja rosa con las cartas de su amado. ¡Allí estaba! Al fin, volvería a leerlas ahora con sus ojos miopes, recorrería las frases que le llegaron al corazón, las voces del recuerdo anidarían en ella.
  Ansiosamente cortó las cintas deterioradas por los años, rasgó con facilidad la tapa y tomó las cartas en la mano... una nube de polvo se escurrió entre los dedos... mientras un gusano rojo se desmayó en su regazo. Ella sintió romperse el corazón ●

2 comentarios:

  1. Cuánta poesía hay en tus narraciones griselda. Bueno, por lo menos le quedó el gusano rojo. Un saludo-amelia

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  2. Con cuanta belleza y cadencia se llega al final de este texto. La belleza de los relatos de Griselda los espero en tanto leo, están siempre.
    Muy bien hecho para mi la pulcritud de los detalles, los movimientos, la esperanza de la búsqueda. Puede ser una situación tan real y al abrir esa caja se abre también para mi una realidad entre el tiempo y la ilusión. Un final en dónde sencillamente trabajó la naturaleza, indetenible y algo tan fuerte, naturalmente también cómo es un corazón partido. Fuerte y bello Griselda. Muy bello. Abrazo. Mercedes Sáenz

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