viernes, 12 de febrero de 2010

ASOMBRO  DE  CARNAVAL


NARRATIVA: LA AÚCA* - Nadine Alemán

Yo me esperaba un chirlo, un huascazo** con el fino rebenque. Ya me tenía acostumbrada el patrón. Todas las mañanas me disponía al paseo cuando se levantaba la helada, y él mismito nos despertaba a todos en corral con su chiflidito bajo. Pero no. Esta vez mandó al Miguel a que me ensillara con el recao más fino y las riendas nuevas. Honestamente pensé que me iban a llevar a la feria a venderme. Esa sospecha acá la tenemos siempre, te llevan y es cuestión de esperar no más que algún viejo te compre “pa’ los nieto”.
Igual yo soy una privilegiada, soy la preferida por mi galope parejo, mis ancas seguras, mis bríos y mis crines rubias (que tanto le gustan a la Valentina, la hija del patrón).
Inquieta en el corral lo vi venir, porque sentí que esa mañana era diferente. Se acercó despacio, con su paso tranquilo, tan moreno y tan callado. Con las botas viejas, el ponchito gris y un sombrero nuevo. Pisó el estribo, pasó la pierna, y como me tocó la verija yo salté instintivamente. Pensé que me iba a fustear. Pero no. Me dijo dos o tres cositas lindas, me acarició las crines rubias, cariñoso; me dio dos palmazos en el cogote, y me echó a andar, mientras el sol dejaba la holgazanería y empezaba de a poco a iluminar la cordillera.
Y fue bien diferente el paseo. Con esa intuición que tenemos los animales y las hembras, lo llevé como no queriéndolo llevar, porque yo percibía lo que le iba a pasar. Pero tratar de torcer el destino de un hombre no era algo que una yegua, vieja y mansa como yo, pudiera lograr. Y anduve, no más. Me fui por donde él quiso, me moví lo menos posible cuando los tábanos me picaron el pescuezo, y pasé de largo el río sin tomar agua, para no perder tiempo, para llenarlo de paisaje todo lo posible por última vez. Lloré un llanto raro contra el viento del mediodía, y me fui con un galope parejito, parejito, cuando en la pampita me hizo galopar... como si me lo pudiera llevar lejos para que no lo alcanzara la muerte.
Solos los dos nos despedimos en este último paseo, el patrón y su yegua preferida, como dos enamorados que cabalgan su última cabalgata de amor y de separación inevitable. El final del paseo se me iba atragantando, iba llegando sin querer llegar, con una sensación de desgarro interior ineludible. Sentí que yo había sido la más importante, su compañera eterna de recorridos en incontables madrugadas heladas, de arreos, de tardecitas de vuelta al rancho. Yo le había dado mi vida y él me estaba dando ahora algo tan importante como su muerte.
Dudé en detenerme cuando se quiso bajar, me dio pena.
Se sentó bajo el árbol y se apretó fuerte el pecho. No quise ver.
Cuando volví a mirar, ya me lo había envuelto la Muerte en su negrura.
Lo dejé no más, ya no había más nada que hacer.
Despacito, con mi alma de yegua triste y resignada, la emprendí p’al alambrado, a esperar que alguien desde el camino me viera, y de verme ahí en el alambre, cabizbaja y ensillada, se diera cuenta que algo le había pasado a mi patrón.
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*yegua.
**Huascazo: latigazo

4 comentarios:

  1. conmovedor, belleza de regionalismos. susana zazzetti.

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  2. Talento sobre el sur, Nadine bordea con soltura para mi, cualquier área literaria. La figura en sí de ese animal ya me puede. Los términos regionales tienen una ternura en particular. Un caballo en general espera su muerte de parte del hombre. Tan clara es la imágen del caballo quieto en su cansancio, lo imagino pegado al alambrado sin apoyar una de sus patas. Me pareció muy bueno. Abrazo. Mercedes Sáenz

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  3. Pero esta yegua es testigo de la muerte del hombre. Muy hermoso el lenguaje, bella historia que permite que vuele la imaginación del lector. Ester Mann

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  4. Que bueno! Que hermosas imágenes y creo que no es casual que sea una yegua y no un caballo. Además es verdad, entre el hombre y el caballo ,suele pasar que se establece una relación cuasi de enamoramiento. amelia

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