lunes, 15 de febrero de 2010

MUNDO LITERARIO: Prólogo a La Habana para un infante difunto

SAN PEDRO  (Tenerife)

Prólogo a La Habana para un infante difunto

J. J. Armas Marcelo

La Habana para un infante difunto es el libro que más he comprado y regalado a mis amigos cubanos del
interior, los mismos que por la razón o sinrazón que sea han decidido, a pesar de los muchos pesares, no abandonar la isla. Cada vez que estuve apunto de volar a Cuba, cuando les pregunté qué necesitaban, casi siempre obtuve (y obtengo todavía) las mismas o parecidas respuestas: "Cuando vengas, no te olvides de mi
Habana"; "Si vas a venir, tráeme un par de Habanas"; «Tráeme un Habana de regalito cuando regresas para
acá, ¿tú oíste? Oká». Igualmente confieso que La Habana... es uno de los libros que más he releído en estos últimos años, en los que tanto escribí de Cuba y de La Habana, y no sólo por eso (de modo que me declaro explícito deudor de Cabrera Infante, sin más miramientos), sino por ejercicio de lector compulsivo que encontró, entre las mil maravillas de otros libros, un hallazgo excepcional y por tanto, inolvidable en ese libro habanero de lo más. 
Varios secretos a voces se esconden todas las veces en las páginas de La Habana... de Cabrera. En
primer lugar, cada ejemplar del libro que circula libre  pero secreto -una gran paradoja- dentro de la isla es un ser vivo, rebelde y maduro que respira transformado en fetiche manoseado, deseado y sorbido como una suerte de sujeto sexual inalterable al tiempo y al espacio; un objeto cultural absorbido y leído hasta la saciedad sin provocar el más mínimo hartazgo ni hastío, porque devino en incontestable e intemporal sacralidad de la memoria; un catalizador del alma habanera que, al estar además totalmente prohibido, respira como un mito escondido en las bibliotecas de La Habana. Como un legguá que no perece y abre todos los caminos del recuerdo para que la ciudad no se olvide a sí misma, aunque muchos ni la recuerdan ni la conocieron como Cabrera la describe en sus tatuajes literarios. Como que  todos saben allí que La Habana... es el espíritu vivo de una memoria que, en su fuero interno, cualquier habanero
quiere convertir en la memoria de su propia alma. En segundo lugar, además de su inmenso valor literario,
histórico, musical, sentimental y civil el libro es dentro de Cuba un valor de cambio del más alto y carismático
mercurio en el mercado de la vida cotidiana. Un ejemplar de La Habana... de Cabrera puede resolver la
supervivencia frica de una familia habanera durante una semana: leche condensada, aceite, carne de pollo, huevos, viandas de todo género, pasta de dientes, ropa, luz brillante. Todo sirve para ser intercambiado en la bolsa negra por un fulgurante ejemplar de La Habana... de Cabrera. En tercer lugar, porque  es el libro
más dañino del más dañino escritor cubano; porque además, por cruel y feliz paradoja -irritante oxímoron-,
es el libro más descaradamente deseado y recordado, el más leído y el más admirado en los últimos veinte
años a lo largo y ancho de La Habana y toda Cuba, ámbitos legendarios donde la realidad es mucho más
subterránea, y sin embargo evidente, que en cualquier otro lugar de nuestros consanguíneos universos culturales.
Fuera de Cuba, con La Habana... de Cabrera Infante ocurre todavía a estas alturas otro tanto de lo mismo: se debate, se discute, se rechaza por las detractores del escritor, se aplaude hasta la extenuación, y ya a carcajadas de salud por quienes lo admiramos, pero sobre todo se lee, nos lee mientras lo leemos, y además no ha dejado de leerse desde el primer instante de su publicación.
Sucede con La Habana... algo muy parecido a lo que sucede con algunas bellísimas mujeres de gran
clase: conforme avanza el tiempo de la madrugada, cuando ya decae la fiesta de disfraces y los rostros
comienzan a exhibirse sin los maquillajes y afeites que mantenían la máscara, esas mujeres van subiendo peldaños en su belleza conforme pasa el tiempo y los años de la fiesta, en lugar de ir perdiendo brillo y fulgor, que es la norma de la gente corriente, incluidas las bellas mujeres que lo son sin dejar de ser corrientes. Porque La Habana... es un libro tan singular que, a lo largo de años de circulación editorial y lectura multitudinaria, se ha transformado en un obligado y admiradísimo referente de la literatura de la lengua española de América, una caja de sorpresas llena de sensualidad sexualidad y memoria personal y colectiva; un libro pleno de musicalidades, visiones, divergencias, sugerencias; equivalencias, exuberancias, maravillas y juegos de toda índole (y no sólo el pun, el juego de palabras). Seix Barral publicó La Habana para un infante difunto por primera vez en Barcelona, en octubre de 1979, casi veinte años después de que Guillermo Cabrera Infante abandonara Cuba para instalarse primero en Madrid de donde fue expulsado por el gobierno franquista, y más tarde en Londres, donde vivía junto a su mujer Miriam Gómez, su móvil a quien Cabrera Infante dedica el libro. Digo libro una y otra vez porque, sistemáticamente, el escritor habanero se niega a admitir para La Habana... la de nominación de novela que le atribuyen editores, libreros, el resto de los mortales y sus ya innumerables lectores, entre los que no puedo ni quiero permitirme el lujo inútil de excluirme; lectores para quienes sigue siendo un hallazgo sorprendente la lectura de este manual de iniciación a la vida y a todos los sentidos, escrito por un escritor que llegó al solar de Zulueta 408 en La Habana, "el gran descubrimiento de mi vida", dice Cabrera, siendo todavía un niño, el 25 de julio de 1941, hace casi sesenta años; el mismo día en que "el infante" murió de asombro al ver el mundo de sus sueños y ensueños para dar paso al más turbado, turbador, curioso y excitado adolescente que descubre en tres planos excelentes la vida inmensa de la sensualidad? la ciudad el cine y el sexo, tres edénicos territorios
que se describen en La Habana... con un deslumbrante, compulsivo y magistral poderío descriptivo,
musicalmente verbal; un escritor que, muchos años más tarde, pero siempre anclado en la sólida memoria de su ciudad confiesa a Jacobo Machover que con respecto a La Habana "el olor es la sensación que echa a andar el juego de la memoria, las constantes proyecciones del escritor hacia un pasado más reciente"; en largos paréntesis que recuerdan aquel otro monumento del recuerdo, À la recherche du temps perdu, de Marcel Proust. "Ese olor, el del solar, como el perfume que llevaba la primera prostituta con quien me acosté, era típicamente habanero"; recuerda y siente Cabrera, más que dice. Cabrera Infante recuerda, describe, escribe y al mismo tiempo inventa una ciudad deslumbrante que otros muchos escritores y novelistas (cito a dos, a los que he llegado a conocer como amigos en las páginas de sus libros, Carpentier y Lezama Lima) hicieron suya por otros caminos literarios: Carpentier a través de la reinvención de la historia y la reivindicación de la arquitectura, además, naturalmente, de la música; Lezama Lima mirándose a sí mismo en el espejo de una Habana barroca que, en las páginas de Paradiso, deviene inmoral geografía físicamente poética. .Si para Lezama, sin salir de La Habana ni de su biblioteca, "la cosa está en el barroco", y para Carpentier el asunto requiere exquisita y hasta erudita documentación histórica, urbanística y arquitectónica, para Cabrera Infante La Habana es un trasunto iniciático lleno de desmesuras, tesoros y sensualidades,
un totem totum revolutum insoslayable, un intemporal paraíso con múltiples luces y alucinaciones
que él mismo convierte, en su memoria de escritor futuro, en una fiesta interminable de palabras; el mismo festín desnudo que comienza en el día mismo que el escritor llega a la ciudad, y la descubre y posee hasta hacerla sensual y sexual completamente suya, y termina, en la realidad y para vivir en la ficción de La Habana..., en el instante en que ese mismo escritor huye -y escapa- de la cárcel ruinosa, de rumba y derrumbe a pesar de sus muchas fresas y chocolates, a la que la condena durante casi medio siglo de soledades el bongosero de la historia (así lo llamó Carlos Fuentes, según Edwards en Persona non grata), 
Para Cabrera Infante La Habana es, en cada página de esta memoria urbana de su Habana, la Gran Papaya
Musical inexpugnablemente insobornable;; un territorio donde el escritor baña noche y día todos sus insaciables y felices sentidos, y sus ganas de ser y existir habanero, sin encontrar más que regocijo, ruido, juego, placer, pasión y vida. De manera que si hay que buscarle, al menos según mi criterio, una equivalencia con cualquier otro libro o novela que resplandezca por encima del tiempo, en esa misma dimensión de juego literario y placer libertario, no tengo inconveniente en encontrarlo en la Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, no por casualidad sino precisamente uno de los manjares predilectos de Cabrera Infante, como lo fue para intelectuales tan dispares, distantes y distintos como el desbocado Henry Miller y el aparentemente flemático Bertrand Russell. Quiero decir, por tanto, que para mí La Habana... es a la literatura en lengua española de estos tiempos lo que representó y sigue representando en !a época victoriana y para la literatura en lengua inglesa Alicia en el país de las maravillas, un corrosivo hallazgo y un regalo envenenado, "camuflado" por necesidades del instante histórico como "cuentos para niños" cuando, en realidad llevaba dentro más voluntad de destrucción de las buenas conciencias y más subversión de valores que el caballo de madera que los aqueos dejaron, tras diez años de asedio, en la playa de Troya como disimulo para su inminente victoria. Su forma era su fondo, su contenido su continente. Por eso también su lectura, la lectura interminablemente gozosa de las páginas de La Habana..., me resulta siempre un tesoro lleno de  conmociones renovadas y nuevas emociones, un juego literario donde nadan con gusto y sabor laberintos, adivinaciones, retratos, relatos  sin recato y reglas invisibles cuya musicalidad reposa esencialmente en el multitudinario protagonismo de las voces de la ciudad, lenguas sueltas; lenguajes y hablas personales y corales que las sucesivas y fantásticas mujeres de La Habana... van tatuando en el libro como huella de algarabía, vivificadora, harta convertirlo en esa memoria musical y literaria que flota por encima de los
tiempos. Como la memoria recuperada de Cabera Infante al rescate de los recuerdos de su ciudad, también
por encima de los viejos tiempos buenos y los malos tiempos nuevos, sobrevuela la ciudad de La
Habana. Hace unos años, le preguntaron al poeta de Testamento del pez, el magnifico Gastón Baquero, qué
diría de Fidel Castro una hipotética Enciclopedia Británica a finales del siglo XXI. El poeta, hurgado en su
ingenio, sonrió tras encontrar la solución en su talento, tan desmesurado como su excelente memoria. "Oscuro dictador que vivió en una isla del Caribe en tiempos de Lezama Lima., contestó el sabio Baquero regocijado, sin que nadie pueda decir hoy que fue una respuesta repentina contra la ruindad cainita del olvido. Con el permiso de sus muchísimos admiradores, amigos y lectores; me permito añadir a esa entrada de la Británica de la centuria que ya vivimos "los mismos tiempos en que Cabrera Infante escribió La Habana para un infante difunto". Oká. La provocación está servida. Paren y sírvanse cuanto quieran. El festín desnudo está a disposición de todos los que quieran invitarse a leerlo. tiempo, en esa misma dimensión de juego literario y placer libertario, no tengo inconveniente en encontrarlo en la Alicia en el país de las maravillas, de Lewis Carroll, no por casualidad sino precisamente uno de los manjares predilectos de Cabrera Infante, como lo fue para intelectuales tan dispares, distantes y distintos como el desbocado Henry Miller y el aparentemente flemático Bertrand Russell. Quiero decir, por tanto, que para mí La Habana... es a la literatura en lengua española de estos tiempos lo que representó y sigue representando en !a época victoriana y para la literatura en lengua inglesa Alicia en el país de las maravillas, un corrosivo hallazgo y un regalo envenenado, "camuflado" por necesidades del instante histórico como "cuentos para niños" cuando,
en realidad llevaba dentro más voluntad de destrucción de las buenas conciencias y más subversión de valores que el caballo de madera que los aqueos dejaron, tras diez años de asedio, en la playa de Troya como disimulo para su inminente victoria. Su forma era su fondo, su contenido su continente.
Por eso también su lectura, la lectura interminablemente gozosa de las páginas de La Habana..., me resulta
siempre un tesoro lleno de conmociones renovadas y nuevas emociones, un juego literario donde nadan con
gusto y sabor laberintos, adivinaciones, retratos, relatos sin recato y reglas invisibles cuya musicalidad reposa
esencialmente en el multitudinario protagonismo de las voces de la ciudad, lenguas sueltas; lenguajes y hablas
personales y corales que las sucesivas y fantásticas mujeres de La Habana... van tatuando en el libro como
huella de algarabía, vivificadora, harta convertirlo en esa memoria musical y literaria que flota por encima de los tiempos. Como la memoria recuperada de Cabrera Infante al rescate de los recuerdos de su ciudad, también por encima de los viejos tiempos buenos y los malos tiempos nuevos, sobrevuela la ciudad de La
Habana.  Oká. La provocación está servida. Paren y sírvanse cuanto quieran. El festín desnudo está a disposición de todos los que quieran invitarse a leerlo.■

1 comentario:

  1. Un excelente prólogo como lo es el libro. Agradezco infinitamente a mi madre por recomendarme esta hermosa obra maestra

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