A I. F. donde quiera que esté...aunque
ya no quiera saberlo.
Estaba tirado en la cama boca arriba. Las manos acunaban mi nuca sobre la almohada. Con los ojos abiertos atisbaba las manchas negras de humedad en los rincones del techo que, como nubes tóxicas parecían avanzar hacia el centro. Pensé en pintar el techo de negro pero reflexioné que las manchas se volverían blancas y el problema subsistiría de otro color.
El viento embolsaba las cortinas de la ventana y alguien (¿una mujer?) desde un sitio impreciso (sí, una mujer) cantaba en un susurro ante mi soledad / en el atardecer / tu lejano recuerdo me viene a buscar...
Entonces mi memoria me ayudó también a susurrar Que profunda emoción / recordar el ayer / cuando todo en Venecia me hablaba de amor...
No era en Venecia, era en Almagro en la casa de una prima. Yo era un desgarbado joven de pelo largo hasta los hombros, ella una flaquita adolescente casi sin senos y con frenillos en la boca, bailábamos apretados y yo abrazaba con una mano, su talle y con la otra, uno de sus omóplatos marcado en la espalda del vestido corto. Rodeaba mi cuello con los brazos y yo descansaba delicado mi mentón sobre su cabeza y aspiraba el olor que emanaba su perfume dulce. Cuando me apartaba para mirarla encontraba el brillo de sus ojos marrones que sonreían complacidos. Una erección traicionera contenida por un anatómico calzoncillo Cassy resistía contra el vientre de la flaquita sin senos la que, con toda malicia, inflaba una panza inexistente.
Un pícaro sin pareja apagó la luz, una góndola va / cobijando un amor... y nos besamos. Enseguida las risas y volvió la luz, el que yo te entregué dime tú dónde está...
Las reuniones terminaban temprano y los padres buscaban a sus hijas. Manejábamos algunas estrategias, para nada originales, que nos permitían vernos. La misa de once en la Basílica de San Carlos me otorgaba la posibilidad de acompañarla a la salida hasta cerca de su casa. A veces sucedían imprevistos, que asistiera con la madre, en ese caso el madrugón y la beatitud no servían de nada. Otra posibilidad era esperar a la salida del colegio en Gascón y Corrientes o a la salida de gimnasia en el club Atlanta, todo sujeto como en las promociones, a disponibilidad, horarios de clases y algún desencuentro.
Cuando culminó el año lectivo y antes de las fiestas me comentó con dolor ( no fue una pose I. estaba conmovida) que debía mudarse a Misiones por el trabajo del padre. Alcanzamos a robar otro encuentro y nos prometimos, ella escribir una carta por día, yo viajar apenas pudiera hacerlo. Solo queda el adíos / que no puedo olvidar / hoy Venecia sin ti / que triste y sola está...
Esa noche llegué a casa, omití la cena, me encerré en el baño y lloré sin evitar avergonzarme de mi debilidad. Era el comienzo del año 1966 y yo estaba destruido.
En las mañanas de los meses del verano salía a la puerta y esperaba al cartero, las cartas no llegaron nunca. Renovaba la esperanza en las noches y escribía una carta que llenó un block. Me hallaba indefenso.
Comenzaron las clases y la esperanza me duró un tiempo impreciso en que solo escribí su nombre en cuadernos y libros. Hasta que por fin rompí la carta infinita que había escrito y empujado por la fatalidad seguí adelante. Cada tanto releía los poemas que ella me había dedicado hasta aprenderlos de memoria. Mentiría tal vez si te dijera / que no quiero ni puedo estar contigo / es verdad si te digo que te quiero / es verdad si te digo que eres mío.
En tus brazos me siento protegida / en tus labios me siento muy feliz...( chau, me olvidé como seguía).
Un día comencé a militar en política. Otro día tiré los poemas sin releerlos y otro día la olvidé en los términos que no deseaba recordarla porque olvidarla del todo no lo hice y menos cuando pintaba consignas en alguna pared del barrio en donde nos habíamos detenido para besarnos.
Después de seis años, en 1972, llegó una carta. La encontré en la mesa del comedor que también era mi dormitorio una noche que llegué tarde. Recuerdo el esmero con que alguno de mis padres la dejó apoyada en el plato tapado con un repasador que contenía mi cena. Los términos de la esquela (era eso más que una carta) se me presentan difusos pero allí estaban expresadas las dudas de si yo vivía en la misma dirección, que había regresado al barrio y el número de teléfono que igual yo lo recordaba de memoria y terminaba con una pregunta ¿te acordás de esto? Y había posado los labios pintados de rojo en el papel.
Yo no tenía teléfono y no podía ir a un público porque era tarde. No sé que clase de noche pasé. Al otro día la llamé desde el trabajo.
-Hola, buen día, mi nombre es Enrique soy amigo de I. ¿está ella?
-Ah, sí querido sos el primo de G. soy la mamá de I. ¿cómo estás tanto tiempo?
-Bien señora solo un poco más grande.
Risas.
-Ya te paso, que sigas bien.
-Igualmente.
Escuché un murmullo cómplice.
-Hola ¿cómo estás tanto tiempo? Repitió sin originalidad.
-Como siempre, esperándote.
-Todo un récord, dijo con la ironía de la que también estaba enamorado. I desde adolescente poseía un humor mordaz, una pose mezcla de desenfado y cinismo.
-Más que un récord, un pequeño rencor.
-Ya te voy a contar ¿nos vemos hoy?
Más de seis años y ahora tenía apuro. Debí decir que no. Hoy no, otro día pero pensé, otra noche sin dormir. Pensé, iría en éste momento, abandonaría el trabajo y correría para allí. Pero pregunté con indiferencia:-¿A qué hora?
-A las siete ¿está bien?
-Sí ¿dónde?
-En el lugar de siempre.
-¿Estará?
-¿Qué cosa?
-El lugar.
Risas.
-Cómo no va a estar.
Cuando corté le hubiera dado un beso a mi jefe. Todavía creía a los 21 años que las cosas se lograban cuando uno mucho las deseaba.
Diez minutos antes de la hora fumaba impaciente en la esquina de Díaz Vélez y Gascón con la mirada puesta hacia la calle Acuña de Figueroa por donde I debía aparecer. Un instante de distracción y cuando miré ella estaba a mitad de camino. Fui a su encuentro. Tenía el cabello más corto, apenas le rozaba los hombros. Ahora era una flaca con senos erguidos que me sonreía con dientes parejos y sin aparatos. Nos besamos con pasión en el medio de la vereda como en la foto de Doisneau sin uniformes y sin la mirada festiva de la gente. Un coro de bocinas y algún grito nos hizo separar.
-Te queda bien la barba.
-Y a vos el maquillaje.
Ese día, 14 de abril de 1972, la vi desnuda por primera vez-
Comenzamos a vernos todos los día más no sea para darnos un beso.
El padre de I era militar, el hermano de I también. I pensaba como el padre y el hermano lo que significaba que pensaba distinto. No hubiera sido un problema si ese pensar era solo políticamente incorrecto pero era un pensar contra el que yo luchaba con miles de compañeros. En consecuencia y siempre con la esperanza de poder conducirla desdoblé mi vida. No lo logré. No lo logramos.
En las vísperas del primer retorno del General ella decidió que no nos veríamos más y así sucedió, no nos vimos más en persona. Sostengo esto porque creo que a ella le pasará igual, cada tanto nos vemos en el recuerdo.
La cantora anónima de Venecia sin ti hacía bastante que había callado, quizá cantó otros temas que yo no oí entretenido en el recuerdo. ¿Cómo recordaría I ésos nuestros tiempos juntos? Seguro su recuerdo será distinto. Nunca los protagonistas de un recuerdo común tienen igual remembranza.
Decidí que limpiaría las manchas del techo con lavandina y lo pintaría con latex blanco anti-hongos. Me levanté de la cama y el recuerdo de I lo hizo conmigo. ■
Recuerdo haber dejado ayer un mensaje para Carlos Arturo Trinelli, me extraña que no apareció. Bueno, otra vez entonces digo, que Carlos nos transmite siempre canciones, textos dentro del propio texto y eso enriquece todo lo que dice. Además tiene un don natural para interesar al lector con lo que cuenta. Lo felicito
ResponderEliminarMaría Esther Martinez
AMIGO TRINELLI. USTED CON SU NARRATIVA ME LLENA DE ALEGRIA, ME GUSTA AL AUTOR INSTALADO EN SUS TEXTOS, INSISTO EN QUE HAY MUCHO DE TRINELLI EN ELLOS.
ResponderEliminarEDGAR BUSTOS
Arturo, muy bueno este relato.La historia de una pareja inserta en un contexto político, sólo la insinuación para qué más, si todos sabemos lo que pasó. Es muy relato rico en detalles, en datos, en época y dos frases que me dejando pensando:Cada tanto nos vemos en el recuerdo y eso de que nunca los protagonistas de un recuerdo común tienen la misma remembranza. Es así. No suelo escribir comentarios largos, pero esta vez sentí la necesidad de hacerlo. Fue una agradable lectura.
ResponderEliminarIrene
Arturo, alguien ha escrito que todos sabemos lo que pasó... Pero en la nación y el diario de la raptora de hijos de desaparecidos... ignoran, ocultan, distorsionan, mienten! Tal como prometí publiqué tu cuento en este mes de marzo, 35 años luego de la continuidad del genocido de la Triple A. En tu estilo tan personal, la literatura suaviza con una hermosa historia los crímenes, felicitaciones.
ResponderEliminarAndrés Aldao
Buena historia, entremezclada con lo bello y lo terrible.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA
yO rescato lo luminoso, el amor , principio y causa de nuestro existir.
ResponderEliminarUn abrazo sentido , amigo.
amelia
Carlos, mientras leía acaricié recuerdos; la cancíon que nos hacía llorar de puro bella nomas, viajar a Venecia alguna vez (sólo ilusión), el adolescente que se animaba a llorar por amor (a escondidas); y la realidad, que con sus molinetes, nos hizo mirar la vida de tantas maneras.
ResponderEliminarUn abrazo
Betty
Don Trinelli ¡gracias por mostrar sus textos! leerlos me hacen muy feliz.
ResponderEliminarRoberto
Hola Arturito, estoy media dispersa y se me pierden los textos....no sabía que había obviado dejarte algo. Pero sigo el concepto de Amelia, también yo rescato lo luminoso, el amor. Hermoso relato que nos ubica en una época difícil pero lo hiciste desde un lugar que a mi como lectora me encanta. Un abrazo amigo.
ResponderEliminarLily Chavez
Creo que el estilo , la forma de redactar de Trinelli nos fascina a muchos acá. Nos encontramos con lugares y tiempos con luces y sombras. Calles con nombres que bien conocemos, música que perteneció a esos momentos como las pintadas en las paredes y las corridas y muchos de esos amores que sentíamos cerca y a su vez lejos más o menos por los mismos motivos.
ResponderEliminarMuy bueno
Cristina