miércoles, 8 de febrero de 2012

CARLOS ARTURO TRINELLI

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   AÑO NUEVO

     Contra todos los consejos había recibido al año nuevo en soledad. Solo y con una pesadumbre alcohólica que apenas me permitió alzar la cabeza para observar los fuegos de artificio que se derramaban sobre la noche.
     Cuando me derrumbé en la cama la noche era un manto pálido. Había pensado demasiado, en mí, en mis padres para siempre ausentes, en la soledad y por supuesto no obtuve ninguna conclusión. Tampoco lo hacía para obtenerla era nada más que una manera de hacerme compañía.
     Dormía y transpiraba pegado a la sábana cuando escuché una voz familiar que me llamaba. Me resistí lo más que pude pero el calor y la insistencia de mi nombre repetido a los gritos entre imprecaciones hicieron que abriera los ojos. Mire la hora, la una de la tarde.
     Los gritos del Oso traspasaban la reja del frente y al incorporarme también escuché el murmullo inconfundible del motor en marcha del Rastrojero de mi amigo.
-¡Qué pasa carajo! Grité desde adentro.
-Abrime que te digo.
     Salí en calzoncillos hasta la reja, el sol me abrasó con su potencia de enero y me quemé las plantas de los pies sobre el cemento del piso en tanto intentaba acertar la llave en la cerradura.
     El Oso dijo:-Dame la llave ¡estás en pedo!
     Se la di y regresé a los saltos a ubicarme en la sombra. Cuando estuvo frente a mi dijo en voz baja:-Feliz año y entró antes que yo.
     A pesar de mi estado, percibí en sus gestos cierta impaciencia producto de una excitación que no devenía de un saldo alegre de la noche anterior.
-Necesito el chumbo, dijo sin preámbulos.
-¿Qué pasó?
-El Rober anoche la fajó a Martita.
     Martita era la hermana del Oso y el Rober el marido de Marta y cuñado del Oso, todos estos vínculos afloraron en mi resaca.
-Calmate, dije y agregué una pregunta para ganar tiempo:-¿Cómo fue?
-No sé, discutieron y la cagó a palos, no te das una idea de cómo la dejó, lo voy a matar.
-Escuchame Osito, no necesitas un arma, si es un cagón, andá a buscarlo y dale un escarmiento.
-Vos dame el revólver y dejame a mí.
-No.
-Carlín, por favor…mirá que te doy vuelta la casa y me lo llevo igual.
     El Oso, si bien no era el que había sido, conservaba la postura intimidante que le había valido el apodo.
-Vamos a hacer una cosa, me visto, agarro el chumbo y voy con vos. Al revólver lo llevo yo.
     Aceptó y en un instante estábamos sudando en la cabina del Rastrojero que arrancó sobre la calle de tierra dejando una estela de humo negro
     Llegamos al asfalto y comenzamos a bordear el Riachuelo que como una fístula se extendía allí abajo. El traqueteo del motor calentaba la cabina y me hervían los pies. Lo miré al Oso bañado en sudor que, con un gesto mecánico, no dejaba de pasarse un trapo sucio por la cara para secarse.
-¿Si no está en lo de la madre? Pregunté.
-Dónde va a estar si es un infeliz.
     Qué novedad pensé, quién está libre de no ser un infeliz.
     Marta, tan graciosa de adolescente, tan bonita de mujer ¿a cuántos muchachos hizo hombres? A muchos, menos a mi que no era un muchacho, pensaba y pensé cuando el Oso me había confesado, cómo me gustaría que ustedes dos…y juntó los dedos índices. Yo no le respondí, no sabía qué. Ante ella mi timidez se acentuaba. Marta la percibía y quizá disfrutaba con malicia mi ineptitud para concretar algo que para otros era tan sencillo. Pero la deseaba, la deseo.

     El Oso salió del camino y volvimos a una calle de tierra, las casas se espaciaban.
-Allí es, dijo y agregó:-Dame el revólver.
-Esperá, sopapéalo primero, después vemos.
     Paró delante de la casa, dejó el Rastrojero en marcha y bajamos. Un perro salió del terreno y nos toreaba, el Oso le acertó un puntapié y el animal gritó con un aullido agudo. Una mujer desgreñada y sin dientes masculló:-¿Qué pasa acá?
     Enseguida conoció al Oso y me desconoció a mí y enseguida también intuyó el motivo de la visita, con un ojo entrecerrado y la mano a guisa de visera dijo:-Robertito no está.
     Todos sudábamos al sol del páramo parados en la nada. Tomé el revólver con disimulo y dejé la mano que lo aferraba en la espalda. Caminé hacia la casa y me apoyé en la pared caliente.
     El Oso, con la voz entrecortada y contenido en el respeto dijo:-Señora, por favor, dígale que salga o entro yo a buscarlo.
     Dicho esto avanzó hacia la casa. La vieja se le plantó delante y cuando el Oso la apartaba con el antebrazo salió el hermano del Rober con una pistola.
-Córrase Vieja, dijo pleno de valentía en calzones y en patas. Me acerqué por detrás y le martillé el arma en la nuca.
-Dame la pistola, le ordené.
     Extendió el brazo hacia un costado. En la nuca rapada transpiraba un tatuaje indescifrable. Tomé la pistola nueve milímetros y lo hice acostar en el piso. Después, le quité el cargador, la bala de la recámara y la arrojé con todas mis fuerzas a los pastizales del terreno lindero.
     Puse una rodilla en la espalda del muchacho sin dejar de apuntarle y le dije:-Omarcito, esto no es chorear estereos o ropas colgadas de las sogas ¡está o no está el cagón de tu hermano!
     No hizo falta que respondiera, el Rober salió de la casa.
-Muchachos qué pasa, me estaba cambiando ¿quieren entrar?
     El Oso se le abalanzó con una mano boleada de derecha que le estalló en el oído y cayó como un muñeco desinflado. Lo alzó de los pelos y le dio una serie de cortitos que enseguida le hicieron brotar sangre de la nariz y la boca. Después le retorció el cuello de la remera y lo hizo incorporar.
-Ahora te venís con nosotros a pedirle disculpas a mi hermana. Luego agregó:-Usted señora traiga una toalla, no quiero que mi hermana lo vea así.
     La vieja fue y vino. En una de las paredes había una canilla. A los tropezones lo llevó hasta el lugar y lo obligó a que se lavara.
     Un alivio me invadió por la cordura que parecía haber vuelto en el ánimo del Oso.
     Omar me preguntó:-¿Puedo pararme?
     Le quité la rodilla de encima, desartillé el revólver y dejé que se pusiera de pie.
     Volvió a preguntar:-¿Qué hiciste con la pistola?
-La tiré por allí y señalé el terreno opuesto.
     Nos pusimos en marcha. El Rober con la toalla en la nariz dijo con voz gangosa:-En un rato vuelvo Vieja.
     Antes de subir el Oso me pidió que manejara. El Rober subió al medio. Retomé y regresé al asfalto.
     El Oso dijo:-Doblá para allá.
     El Rober se dio cuenta que no íbamos a ver a Marta y yo también. Enseguida lo tomó por el cuello con el brazo izquierdo y comenzó a apretarlo entre el antebrazo y el bíceps. El Rober no podía respirar y yo le veía como la mitad de la cara se le iba poniendo roja.
-Pará en esa curva, me ordenó y soltó el cogote del Rober que emergió rojo como un tomate y a las toses.
     Detuve el vehículo con dos ruedas sobre el pasto de la banquina. La basura se deslizaba por la pendiente que nos separaba del río. El olor nos hería al respirar. Bajó al Rober asido por los pelos y buscó un claro para llegar a la orilla. Los seguí. Lo hizo arrodillar frente a un montículo de tierra hedionda y me dijo:-Dame el chumbo.
     El Rober comenzó a llorar y decir:-Preguntále a tu hermana porque le pegué, ella me engaña, me lo dijo, te lo juro por Dios, chupó de más y me lo dijo, tiene un macho, el nene no es mío, es del tipo, me lo dijo, me lo dijo ¡por favor! No me matés Oso es la verdad.
     Las lágrimas se le mezclaron con los mocos sanguinolentos. El Oso extendió la mano para que le diera el revólver.
-Oso, por favor te lo pido, rogaba Rober.
     Entonces dije:-Dejálo, tiene razón.
     El Oso me miró y agregué:-El tipo soy yo, el hijo es mío.
     Ahora el Rober también me miraba con una mezcla de rabia y agradecimiento. El Oso se acercó, me abrazó y dijo:-Hermano ¡qué buena noticia!
     Nos abrazamos y al separarnos agregó;-Entonces te toca a vos matarlo.
-No, no, arreciaron de nuevo los llantos.
     Me paré frente al Rober, martillé el 32, bajó la cabeza y el Oso se le acercó y de los pelos le ordenó que me mirara, después se apartó a un costado. Apunté y disparé por sobre su hombro. El tiro impactó entre la basura con un ruido seco. El hombre se desmoronó como si rezara.
     Subimos la cuesta y lo dejamos allí, todavía antes de subir al Rastrojero escuchábamos el llanto.
-Suba cuñado, dijo el Oso y me palmeó la espalda.
     Quizá había sido mi último fin de año solo.  .

9 comentarios:

  1. Sólo puedo decir ¡Qué buen cuento!

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  2. Muy bueno tehue... Muy bueno
    Pat

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  3. Quién gana en este cuento? La solidaridad masculina que en el fondo del corazoncito comprende la violencia del macho o el apoyo a la familia? La adhesión a los problemas del amigo o la gambeta al asesinato? No importa, cada lector resolverá estos problemas a su manera, pero el autor, Arturito, planteó muy bien la cosa...Chapeau!!

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  4. Un desarrollo perfecto sin un pie que te mande al suelo, en un lenguaje ágil de clase baja , que sostiene el suspenso y lo lleva a un clímax de fin abierto.

    Celmiro Koryto

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  5. REconozco que esa aparente complicidad masculina me molestaba porque no sabía qué rumbos podía tomar. También el giro hacia la violencia, pero está fue moderada y en el cuento están todas las opciones ante el lamentable hecho de la violencia doméstica.
    Además, no deje de tener un cariz divertido y el final, resulta que pasa a ser miembro de la familia.
    Excelente. Felicitaciones, Carlos , y saludos.
    MARITA RAGOZZA

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  6. Quisiera saber -y la pregunta se entiende como crítica- ¿Cómo se ubica a Martita en esta trama tan bien lograda? ¿Existe una pregunta para hacerle? (a Martita) ¿El texto da pie para que el lector le pregunte algo?
    Si alguien le preguntase algo a Martita, supongo que quedaría sorprendido. Llegaría a la conclusión que no ha sido tomada en cuenta por el resto de los personajes.

    Gracias Carlos Arturo
    Ofelia

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  7. En cierta manera este relato de Trinelli me hizo recordar los sainetes de Vacarezza... El culpable es inocente aunque ligó la paliza del siglo, el cuñado Oso se alegró porque el amigo resultó el padre de la criatura y la razón de la paliza que recibió Martita... Un sainete con rastrojero en pleno siglo XXI. Y en el medio, la escritura de Trinelli... Un pastel para disfrutar aunque Marta fue quien recibió la bofetada.
    Andrés

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  8. ¡Grande maestro! Felicitaciones por tan maravilloso cuento.
    Roberto

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  9. Qué lindo es llegarse a Artesanías una noche de sábado mientras entra aire fresco por la ventana y la lluvia habla bajo. Que lindo estar sola en la casa, sola con la lectura que me ofrece esta página, maquinando dimes y diretes, eligiendo la interpretación que como lector me colme. Felicitaciones Arturo querido!


    Lily Chavez

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