miércoles, 8 de febrero de 2012

ESTER MANN



Sobre Mujeres

Analía se vistió con discreción, como siempre. No quería que nadie se entretuviera observando sus zapatos o el vestido. No se maquilló, se calzó unos mocasines de taco bajo y comenzó a escribir en su libreta .
Era día de mujeres, llegarían dentro de unas horas. Cinco mujeres de mediana edad , solteras, viudas y divorciadas. Mujeres que vivían solas desde hacía tiempo pero aún no se resignaban, no intentaban acostumbrarse. Las deprimía comer o mirar TV en soledad. Sufrían de insomnio y todas eran esclavas de la pastillita milagrosa que las transportaba hasta la mañana siguiente.
Eran mujeres de esa generación -la de Analía-  romántica, que exaltaba el amor, la pareja, la familia. Esos eran los valores supremos. Mujeres que todavía seguían preguntando ¿no se casó? ¿No tiene pareja? …
En los pensamientos de esas señoronas,  la máxima felicidad estaba  representada por una mesa puesta con hermosa vajilla, rebosante de manjares, y un hombre, canoso pero apuesto aún, sentado a la cabecera. A su alrededor los hijos, los yernos, las nueras, los nietos y ellas mismas, mirando con una sonrisa en los labios.
Pero éstas, por una u otra razón, no habían concretado esa fantasía que, con seguridad, provenía de los directores artísticos de las agencias publicitarias ya que la vida demuestra , a quien quiera verlo, que no hay perfección en la existencia.
Muertes, viajes, separaciones, enfermedades: parecía que todas las desgracias se habían reunido en el grupo de los martes a las 20 horas.

Analía dejó de lado sus reflexiones y comenzó a escribir un pequeño resumen:

María Ester, estudia su cuerpo noche y día, siempre descubre alguna mancha, bulto, dolor. Sus días transcurren esperando el turno para el médico de piel, el especialista en pulmones, el cardiólogo. Mientras transcurre el tiempo, mira telenovelas y come.

Adela, corre de un taller de costura a una conferencia sobre historia universal y en su tiempo libre visita a enfermos y ancianos…Y habla, habla casi sin respirar.

Sarita, tine una figura elegante, sabe vestir, tiene muy buen gusto. Pero la expresión de su rostro nos habla de tristeza, resignación, de una pena que aún no se atreve a compartir.

Marcela es la más joven. No se casó. Aunque tuvo varias relaciones estables dejó pasar los años y, cuando quiso tener un hijo, ya era tarde.

Norma es viuda, sus hijos emigraron . Ella viajó varias veces para visitarlos y conocer a sus nietos. Ahora vive pendiente del teléfono y del correo electrónico. Se pasa las noches en vela para estar en linea en los horarios del otro continente.

Analía dejó la lapicera sobre la mesa y volvió a sus reflexiones. Cuando reunió a estas mujeres, pensó en algo muy popular en la actualidad: coaching de grupo. Pero después de tantos meses debía reconocer que había fracasado. Se tenían inquina, no se soportaban, cuando una hablaba las otras no se molestaban en ocultar su impaciencia: desde la sonrisa sobradora de la que ya sabe lo que va a escuchar, hasta el balanceo del pie o los golpecitos con el peine sobre la cartera.
Para venir al encuentro se engalanan, se cambian el peinado, estrenan ropa o zapatos, ensayan nuevos maquillajes y esperan impacientes los comentarios que no siempre se pronuncian en voz alta.
Hoy tendría que probar una nueva táctica, no moderar la sesión. Permitir que se interrumpan, se intercambien ironías o hablen todas a la vez. Querría saber qué ocurrirá, hasta dónde serían capaces de llegar.

Cuando María Ester se embarque en una larga descripción de su nuevo síntoma y nos dé los detalles de la última visita al flamante especialista,  ella callará.
Cuando Adela haga el inventario de sus actividades de la última semana, incluyendo la descripción de los manjares que preparó  con un  kilo de papas y un paquete de fideos, Analía no abrirá la boca.
Cuando Sarita y Marcela callen, como siempre, no les hará ninguna pregunta.
Y Norma… Norma contará una vez más las gracias de esos nietos que ya son adolescentes y con los que no puede comunicarse porque ni siquiera hablan en su idioma.
Se dio cuenta que sentiría una profunda satisfacción disolviendo el grupo de coaching. Estaba cansada de las llamadas telefónicas de entre semana de las que querían quejarse de tal o de cual y conseguir su complicidad. Se le hacía cada vez mas duro mantener su actitud neutral.
El problema más grave de todas ellas era que no se aceptaban, que pensaban que la mejoría, la felicidad, el bienestar vendrían de afuera: un medicamento, un viaje, un nuevo amor…Y si, también una nueva terapia. Creían que Analía las redimiría, las ayudaría, las consolaría, las escucharía y así se resolverían sus problemas. Pero, como en el viejo cuento judío, los problemas las acompañaban a todos los lugares, no se separaban de ellas, de cierta manera, eran ellas
En la realidad salían cada semana más frustradas, sin haber podido expresar su rabia, su envidia, su fracaso.
 Se le ocurrió una idea diabólica, propondría el juego de las chismosas. Cada una a su turno se sentaría de espaldas y el resto hablaría de ella. Sin mirarla a la cara todas dirían lo que pensaban de la que estaba sentada con la silla al revés.
Si el resultado era que una o varias abandonaban el grupo, ya no le importaba. Debía llegar a una definición. Dio una última mirada al espejo, se sonrió a si misma y se dijo ¡Suerte, Analía!
: : : : :
Cuando también la quinta paciente le dijo a Analía -a su espalda-  que era una amargada,  impaciente y arrogante, se dio cuenta que el error que había cometido al participar del juego -como una más- era irreversible.
Se rió con nerviosismo, dijo, como siempre, -bueno, por hoy hemos terminado-, se levantó, tomó su libreta y les abrió la puerta. Una a una fueron saliendo sin mirarla a los ojos y saludándola a media voz.
Antes de cerrar la puerta las escuchó hablar y reírse mientras bajaban en el ascensor.
Por un momento las envidió: ellas salían juntas, se divertirían un rato y después cada una seguiría con su vida... chata, sin perspectivas, sin objetivos, vidas estúpidas y vacías.
Y entonces, -¿por qué las envidio?
Recordó cuánto le había costado el curso acelerado de coacher, cuántas esperanzas había puesto en esa nueva ocupación, las fantasías de conocer gente interesante, de hacer nuevos amigos…Hasta se imaginó que podría encontrar un nuevo compañero… ¡Ilusa! ¡Tonta!
Hundida en sus pensamientos, puso la pava en el fuego para tomarse unos mates y se dijo: Debo esforzarme más para lograr  grupos mixtos…Las mujeres solas son unas envenenadas.
Mientras se calentaba el agua se cambió de ropa y de pronto su propia imagen la atrapó en el espejo. Por un instante se vio de verdad: una mujer de edad, sola, queriendo ayudar a otras no muy distintas. Pero ¿y quién la ayudaría a ella?... ■


5 comentarios:

  1. REFLEXIÓN, cuántos/tas psicólogos pensarán lo mismo de sus pacientes?
    El relato simple y llevador, atrayente, nos introduce sin que nos demos cuenta en nuestra propia vida,(en mi....) y nos somete a reflexionar sobre los cambios posibles. Buscando ayuda, buen método, para pensarlo mejor un cafecito en lugar de mates. Mi afecto Ester. marta comelli

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  2. No hay mejor juez que una mujer, para hablar de mujeres, pero el texto tiene un lenguaje ágil y cotidiano que fluye con detalles de psicología femenina que hace pie en las equivocaciones que a veces cometemos cuando pensamos que somos y el espejo nos retrae a la realidadad.
    Me gustó

    Celmiro Koryto

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  3. Las reuniones de mujeres no son como la de los hombres.Las nuestras suelen ser más espinosas, y si no son recreativas o con algunos intereses en común , anclan en las fisuras que el cuento maneja tan bien y diferentemente en cada una de ellas.
    Se puede decir que todos conocemos algunas parecidas a las de este cuento que logra narrar una parte del aspecto femenino, y que, como todo hecho literario, no responde, sino que finaliza con una pregunta.
    Excelente.
    Felicitaciones, Ester, y cariños.
    MARITA RAGOZZA

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  4. JAJA Muy , pero muy bueno Nurit.
    Siempre hay en tus creaciones una velada critica al Sistema y a las relaciones de género.
    Un juego peligroso JA JA LA QUE NO SE ESCONDIÓ SE JODIÓ.
    Me remite también a la Susanita de Mafalda.
    Un abrazo , mi querida.
    amelia

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  5. Con sencillez no exenta de maestría la autora aprovecha para criticar los tics femeninos, el humor del relato enmascara el drama de la soledad, saludos, Carlos Arturo Trinelli

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