miércoles, 8 de febrero de 2012

María Zambrano - “La Mística del exilio”



Reflexiones sobre el exilio, arquetipo de la condición humana.


Los meses, los días y los años, que vagan en uno y otro sentido recorriendo cientos de generaciones, son los viajeros de la eternidad. Aquellos que navegan en un barco que cruzan los mares, o aquellos que conducen de las riendas sus cabalgaduras a lo largo y a lo ancho del mundo, son, hasta que la edad los obliga a sucumbir, viajeros a tiempo completo cuyo hogar es el propio viaje. (…) No sé cuándo con exactitud, pero un día, de pronto se despertó e mí ese deseo irresistible de dejarme llevar por el viento como éste hace con las nubes.    (Basho, Ueno 1644, Osaka 1694,  “De camino a Oku”, en De camino a Oku y otros diarios de viaje.  DVD Ediciones. Poesía,  Barcelona, 2011).                                                                                  


CLAROS DEL BOSQUE  de María Zambrano. Edición de Mercedes Gómez Blesa.  Cátedra, Letras Hispánicas,  2011


Introducción: La Mística del exilio”   (Selección de Ofelia Funes)
     
…Situémonos en la década del 70…Retirada en La Pièce, en este lugar de apartamiento, de soledad y de quietud, había alcanzado un estado anímico especial que ella calificó de “exilio logrado”, es decir, la asunción plena de la condición del exiliado que adviene después de haber atravesado varias etapas que se le ofrecen como exigentes pruebas, a todo aquel que ha tenido que abandonar su suelo natal. Zambrano concebía el exilio en clave mística, como un rito de iniciación que ha de ser consumado atravesando varias moradas hasta alcanzar el “verdadero exilio”. Los dos estadios previos que se deben padecer y las dos figuras que se han de encarnar antes de convertirse en un exiliado son, primero, la del refugiado, que es aquel que todavía no experimenta el abandono, al sentirse acogido por un nuevo lugar donde puede hacerse un espacio propio; y, en segundo lugar, la del desterrado, que tampoco padece la orfandad, pues todavía alimenta la esperanza de volver a su tierra y ello le obliga a sufrir sólo por la expulsión y la lejanía física del país perdido. En cambio, la condición de exiliado la alcanza sólo aquel que ha dado un paso más allá del refugiado y del desterrado, un paso más allá en el abandono, pues aquel que ya ha perdido toda esperanza de regreso y vive, por ello, en la ausencia no sólo de la propia tierra, sino de cualquier tierra. Vive en el no-lugar, en el desamparo. Está fuera y en vilo: le caracteriza más que nada: no tener lugar en el mundo, ni geográfico, ni social, ni político, ni ontológico. No ser nadie, ni un mendigo: no ser nada. (…) Haberlo dejado de ser todo para seguir manteniéndose en el punto sin apoyo ninguno (María Zambrano, Los bienaventurados, Madrid, Siruela, 1990, pg 36).
     Esta imposibilidad de una patria, esa “u-topía”, se transforma, paradójicamente, en su único y posible “topos”. No nos ha de extrañar, pues, que en los últimos años de su exilio, Zambrano, al ser interrogada sobre las razones por las cuales no regresaba a España, ella contestaba siempre lo mismo: “amo mi exilio” como mi “verdadera patria”, y cuando uno descubre su verdadera patria es difícil abandonarla.
      El exiliado constituye, por lo tanto, una conciencia dolorosa de la negación, de la imposibilidad de vivir, pero también de la imposibilidad de morir. De ahí, que se encuentre en ese difícil filo entre la vida y la muerte, pues el exiliado es, ante todo, un superviviente, alguien que estaba destinado a morir, pero que fue rechazado por la muerte. Le dejaron con vida, pero
tan solo y hundido en sí mismo y al par a la intemperie, como uno que está naciendo; naciendo y muriendo al mismo tiempo, mientras sigue la vida. La vida que le dejaron sin que él tuviera culpa de ello; toda la vida y el mundo, pero sin lugar en él, habiendo de vivir pero sin poder acabar de estar. (María Zambrano, Carta sobre el exilio, Cuadernos del Congreso por la libertad de la cultura (París), nro. 49, 1961, Pág. 66.)
      En esta pequeña grita de espacio entre la vida y la muerte, en este “u-topos”, en este lugar sin lugar, en este vacío, donde no es posible el enraizamiento de la vida, es donde se instala en exiliado.(…) El exiliado es tan sólo lo que no puede dejarse de ser, después de todas las renuncias , “para seguir manteniéndose en el punto sin apoyo ninguno” (María Zambrano, Los bienaventurados, op.cit., Pág. 36) Va quedándose desnudo ante los elementos, reducido a su ser esencial, despojado de todo y lejos del horizonte familiar que actúa siempre de mediador. El exiliado se acerca a la nada, al no ser, al estado primero de inocencia, después del nacimiento. Y su incesante tarea no es otra que la de verse obligado a renacer, oficiando el rito de la recreación, de la vita nova.  Por ello su espacio es el “ilimitado desierto”, declara Zambrano (Ibídem, Pág.39)  Un desierto que ha de interiorizar para poner en guardia a los sentidos frente a sus posibles espejismos y para preparar el alma a los largos periodos de sequía y ayuno espiritual. Su otra geografía es la isla que él mismo construye en su entorno allá donde va, aun sin darse cuenta, sin poder salvar la distancia que le separa de los otros. Es alguien marcado, estigmatizado.
      (…) el exiliado es desgajado también del acontecer colectivo, es expulsado de la historia. Vive en sus márgenes, embebido en un pasado que está estancado, en un pasado fijo y solidificado, en un “fragmento absoluto” de la historia, que no acaba nunca de pasar. Porque el exiliado está obligado, allá por donde va, a rendir cuenta de lo sucedido en España, está condenado a “repasar” su historia, a ir enumerando, una y otra vez, como un largo rosario, los hechos que ha vivido para ver si puede extraerles algún sentido. Por ello, es un “resto”, un “deshecho” de una historia truncada. Está ahí embobado en su pasado, arrobado en su historia (…) ha dejado de ser personaje de la historia para devenir en “criatura de la verdad”.
      Pues el exiliado permanece en su rincón, según Zambrano, para ser visto. Su misión es ser objeto de la mirada (…) pues su sola imagen da cuenta de una historia apócrifa, de una historia olvidada que se quiere sepultar. Por ello su presencia resulta molesta. Es un estorbo alguien que incomoda por lo que revela. La verdadera misión del exiliado no es otra, no es otra, por lo tanto, que la de constituirse en una conciencia lúcida, después de haber descendido a “los infiernos” de la historia, después de haberse liberado del dolor y de la pasión. Ya lejos definitivamente de su tierra, en ese sosiego que aparece después del llanto, en la quietud que adviene cuando se sabe ya todo perdido y no hay motivo para seguir alimentando la esperanza, ni, por tanto, la desesperanza, es cuando se descubre por revelación, la verdadera patria, se desentraña su esencia: “El exilio –nos dice Zambrano- es el lugar privilegiado para que la Patria se descubra”  (María Zambrano, Los bienaventurado, op. cit. Págs. 42,43)
      Esta revelación del exiliado es fruto de un específico estado de lucidez que aparece, no por un denodado esfuerzo intelectual, sino por una consumación total de una experiencia límite de sufrimiento en la vida. Dicha conciencia, pues, se identifica con lo que nuestra autora denomina “Saber de la experiencia”, es decir, un saber que se alcanza a través del padecimiento, de una experiencia dolorosa; un saber “trágico”  que nos remite, inevitablemente, a ese “saber padeciendo” del que hablaba Sófocles, a la revelación o “anagnórisis” que alcanza el protagonista de toda tragedia griega como recompensa de su dolor. Se trata de una razón o conciencia que la propia vida va destilando a través del alambique de la angustia, y que está más emparentada con el delirio, con esa “revelación” de la entrañas, que con la claridad cartesiana. El exiliado igual que el místico, “revela sin saber” (Ibídem, Pág. 33), cayendo en una especie de “rapto” en que la intuición, más que el discurso lógico, fundamenta la palabra, que alude, nunca nombra directamente, al ser. Por ello el no-lugar del exilio se convierte en el espacio de la revelación de la verdad.
      (…) No creo que pueda comprenderse la  trascendencia y profundidad de este libro sin reflexionar sobre el significado  que tuvo para nuestra autora la experiencia del exilio. Esta experiencia supuso un punto de inflexión  no sólo en su vida,  sino, sobre todo,  en su pensamiento. Para ella el exilio representó una experiencia compleja cuya significación  no se agota en una mera dimensión autobiográfica o histórica, como acontecimiento determinado por unas concretas circunstancias políticas y sociales, sino que esta dimensión histórica es transcendida, en primer lugar, por una dimensión metafísica, en la que el exiliado aparece como arquetipo de la propia condición humana y, en segundo lugar, como acabamos de ver, por una dimensión mística, en la que el no-lugar del exilio deviene el espacio de la revelación del ser. Además –y esto es lo más importante-, la razón poética que vemos en marcha en Claros del bosque,  tiene como principal tarea hacer que el hombre supere su exilio metafísico y retorne, de nuevo, a la unidad primera de la que se desgajó al comenzar su existencia en solitario.(…) volver a la fuente sagrada de la vida que actúa de fundamento de nuestro ser. Es el método que va a permitir religarnos, otra vez, al ser del mundo, superando nuestra heterodoxia cósmica (…)  ■  

3 comentarios:

  1. El epígrafe que precede la selección de textos del libro "Claros del bosque" de María Zambrano, adquiere sentido como respuesta dada con varios siglos de anticipación. Basho en su narración nos muestra la superación del exilio metafísico.
    Retomar la unidad primera.
    Somos viajeros de tiempo completo y el viaje es nuestro hogar.

    Gracias Artesanías
    Olga Ajma

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  2. "El viaje es el hogar. . ".Un tema sólo alcanzado por la experiencia, y bajo la eximia escritura de María Zambrano, que es poeta, como si el lenguaje directo no alcanzara.
    El prólogo señala partes esenciales como dolor, negación , supervivencia, u-topos. . .
    Habrá que leer el libro para consustanciarse más con todos los exiliados,especialmente con aquellos que amamos.
    Felicitaciones a la Revista por esta publicación y a la escritora Ofelia Funes.
    MARITA RAGOZZA

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  3. AGRADEZCO a los dos personas que comentaron anteriormente, puesto que me han facilitado la interpretación del texto publicado desde otros lugares. También porsupuesto a la elección de la Poeta Ofelia Funes y a los editores. Excelente trabajo. marta comelli

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