jueves, 7 de enero de 2010

PÁGINAS ABIERTAS: Arturo Hernán Trinelli - SEVERINO DI GIOVANNI

Arturo Hernán Trinelli



Acción. Violencia con más violencia. Golpe por golpe. Así se podría describir la vida de Severino Di Giovanni, quizás, el anarquista más emblemático de la historia del anarquismo argentino. Fue un incansable luchador antifascista que vivió en la ilegalidad durante más de cuatro años y cuya figura era temida por todo el status quo de finales de los años veinte y principios de la década del treinta.
Leer la vida de Di Giovanni conduce necesariamente a quien se ocupó de estudiarla en profundidad: Osvaldo Bayer. En su libro “Severino di Giovanni. El idealista de la violencia” Bayer narra con lujo de detalles la vida de este anarquista italiano, nacido en 1901 y asesinado por el gobierno de Uriburu el 1 de febrero de 1931. Con un pormenorizado análisis de las fuentes de la época, y entrevistas con sobrevivientes de aquellos tumultuosos años, Bayer hace un recorrido detallado por la vida de Di Giovanni y rescata a una figura que pareció concentrar en su persona todos los males de su tiempo. En enero de 1931 fue capturado por la policía al salir de una imprenta en plena Ciudad de Buenos Aires. En efecto, la esquina de Corrientes y Callao, que hoy luce tan luminosa y llena de grandes vidrieras, hace 79 años era escenario de una de las persecuciones policiales más emblemáticas de la historia de la Capital Federal. Una persecución digna de un film cinematográfico, en donde Di Giovanni se enfrentó a los tiros con los efectivos que lo perseguían y que lo terminaron capturando en un garage de la zona, luego de un frustrado intento de fuga por los techos del por entonces centro porteño de casas bajas y sin los edificios de la actualidad.
Pero Di Giovanni, y esta es tal vez su cualidad más distintiva, fue a la vez un hombre de pensamiento. Dedicado como todo anarquista a la publicidad y publicación de ideas libertarias, polemizó con figuras del anarquismo local de la época, y no pudo eludir un mal que debilitó seriamente al anaquismo y explicó en parte su fracaso: la imposibilidad de lograr acuerdos internos que garantizaran cierta sustentabilidad y cumplimientos de objetivos a largo plazo. Así es como se vio envuelto en polémicas varias, algunas de las cuales se mantendrían hasta el fin de su vida. La mayoría de ellas tenían que ver esencialmente con el método de lucha que implementaba. Algunos no estaban de acuerdo en la expropiación o la acción violenta (atentados con bombas contra delegaciones fascistas en la Argentina) para contestar a la violencia ejercida desde el Estado. Las expropiaciones eran asaltos cometidos con los fines de obtener recursos para financiar la lucha y ayudar a los familiares de los compañeros presos y perseguidos. Contrarios a dicha metodología eran, en especial, quienes de alguna manera sostenían el monopolio de la opinión pública libertaria: los directores del periódico anarquista La Protesta, el más difundido y numeroso en cuanto a la cantidad de ejemplares que podía imprimir y distribuir. La polémica de Di Giovanni con La Protesta se sostuvo desde diversas fuentes, en especial el periódico La Antorcha, que intentaba dotar al anarquismo de una matriz menos ideológica pero más práctica, ponderando la ejecución y la importancia de rubricar en acciones concretas lo reclamado discursivamente; y también desde Culmine, dirigido por el propio Severino. Di Giovanni mezclaba esa notable cualidad de ser un hombre de acción y de pensamiento. Era un autodidacta y apasionado por las publicaciones de escritos y reediciones de obras de autores, como Elisée Reclus, cuyos volúmenes editó al final de su vida.
Hubo un hecho que fue duramente cuestionado en el seno del anarquismo y marcó de algún modo un quiebre en el movimiento: el asesinato de Emilio López Arango, anarquista español, director de La Protesta, que cuestionaba duramente la táctica de los atentados dentro del movimiento libertario. Esto había provocado las tensiones mencionadas entre algunos de sus compañeros partidarios de esa forma de lucha; entre ellos, Severino, que ya había amenazado a Arango por acusarle en su periódico de "agente fascista" e "infiltrado policial". En su momento no quedó claro quien había sido el autor del asesinato, pero Bayer demuestra en su libro que fue Di Giovanni. A su entierro concurrieron miles de personas, desde todas las orientaciones del anarquismo. Hombres separados de Arango por una concepción distinta de las tácticas de lucha, que sostuvieron con él violentas polémicas, estaban allí evidenciando su respeto ante su trágica muerte. A partir de entonces, asumió como Director del diario Diego Abad de Santillán, que hasta su muerte en la década del ochenta continuó siendo un gran crítico de la forma de lucha de Di Giovanni.

El amor de América
La vida de Di Giovanni no puede entenderse sin dos personas que estuvieron ligadas a él y apuntalaron su lucha. La entonces joven América Scarfó, de apenas 17 años y dispuesta a sostener su amor con el anarquista a pesar de la ilegalidad de su enamorado y de los prejuicios de la época; y la del hermano de ella, Paulino Scarfó, quien lucho junto a él hasta el final y corrió su misma desafortunada suerte: también fue asesinado por la ley Marcial impuesta por Uriburu y ejecutada por su ministro, Sánchez Sorondo. Así, se puso fin a una campaña de persecución y desprestigio que Yrigoyen y sobre todo Uriburu diseñaron, responsabilizando a Di Giovanni de casi todos los hechos delictivos de la época y demonizando su figura con la complacencia de la clase media porteña de esas décadas, defensoras y conservadoras de lo establecido sin posibilidad de admitir pensamientos diferentes.
Es efectivamente un capítulo aparte en la vida de Di Giovanni su relación con América. A través de sus cartas se puede leer el amor puro y sincero que sostenía a esa pareja más allá de las dificultades. La conoció al alquilarle a sus padres una habitación en Burzaco, en una de las tantas huidas y cambios de domicilio a las que estaba sometido como consecuencia de su actividad ilegal. Su sentimiento hacia ella fue un ejemplo de la concepción que sobre el amor tenía el anarquismo: desprejuiciado, sincero y libre. Sin convenciones legales o ataduras materiales. Así, no dudó en dejar a su esposa por quien amaba, esa adolescente rebelde que lo siguió en todo momento, más allá de la condena familiar y los peligros que eso acarreaba. Sin embargo, Di Giovanni nunca ocultó su matrimonio con su ex mujer ni dejó de ver a sus hijos. Incluso en los peores momentos, con situaciones económicas angustiosas, nunca dejó de ayudarlos y mantenerlos.
Gracias a la investigación de Bayer y a una gestión hecha ante el entonces Ministro del Interior del Presidente Menem, Carlos Corach, en 1999 América Scarfó pudo, 68 años después, reunirse con la cartas de amor de Severino, que hasta ese momento estaban en poder de la Policía Federal. Era su idea tenerlas para releerlas y reclamar lo que con justicia le pertenecía. América murió en agosto de 2006, a los 93 años.
En sus líneas de despedida, antes de recibir las balas militares, Severino le escribió: “Carissima: más que con la pluma, el testamento ideal me ha brotado del corazón hoy, cuando conversaba contigo: mis cosas, mis ideales. Besa a mi hijo, a mis hijas. Sé feliz. Adiós, única dulzura de mi pobre vida. Te beso mucho. Piensa siempre en mí. Tu Severino”. Antes de esas últimas líneas, se le había concedido a Severino despedirse de América, que también estaba detenida.
Al día siguiente, murió también Paulino Scarfó ante el pelotón de fusilamiento. Tanto a Severino como a Paulino, antes de fusilarlos, la policía de Uriburu los había torturado bárbaramente. Pero ellos no delataron a ningún compañero. El último encuentro entre América y Paulino fue muy breve. Severino y Paulino gritaron antes de la orden de “fuego” las palabras que definían su ideología: “Viva la anarquía”. Fue en la penitenciaría. Las descargas se escucharon en los jardines de Palermo.
Un hecho destacado de lo que fue la parodia del juicio hecho a Di Giovanni (juicio que tenía final cantado) fue la defensa que tuvo en el Teniente Franco, designado a tal fin. Oriundo de Tucumán, pagó con el exilio haber actuado por sus convicciones y defender de manera convincente su figura ante un jurado que no podía creer que alguien “del paño” pidiera la absolución del anarquista con tanto ímpetu y valentía. El régimen uriburista no le perdonó tanta sinceridad y lo obligó a dejar el país, al que pudo retornar años más tarde. Pero Severino le agradeció antes de morir el gesto. Quizás eso le sirvió también para darse cuenta, aunque sea al final de su vida, que otros también podían sentir y manifestar ese sentimiento de rebeldía a pesar de no ser anarquistas.
Testigo de ese asesinato fue también Roberto Arlt, como periodista del Diario Buenos Aires Herald. Su presencia no era igual a la de cientos de personas que acudieron allí para ver morir al demonio, al asesino extranjero de la época. Los zapatos lustrados y el traje de gala de muchos de los asistentes convertían el asesinato de un hombre en un espectáculo frívolo, uno más de la noche porteña. La crónica de Arlt no puso ningún comentario propio sino la descripción de ese teatro irracional de la fuerza bruta contra las ideas: “la descarga terminó con el más hermoso de los que estaban presentes”. El diario Crítica, quien fue el que más fustigó a Di Giovanni en vida para congraciarse con el régimen de 1930 (Uriburu lo cerró seis meses después de apoderarse del gobierno) cuando fue reabierto en 1932 hizo públicas sus disculpas ante los lectores por las mentiras que había publicado sobre Di Giovanni, ofreciéndole sus respetos a su memoria y a sus familiares.
Para concluir, tomamos como propias unas palabras de Bayer: “Es curioso con qué astucia y amplitud la sociedad establecida premia a sus legítimos representantes, y castiga sin piedad a sus hijos rebeldes. En 1979, en plena dictadura militar de Videla- con miles de desaparecidos, presos políticos y exiliados- el diario La Opinión, dirigido en aquel entonces y administrado por los militares proclamó las diez figuras nacionales que más se destacaron en ese año ignominioso. A doble página y con fotos de los buenos hijos elegidos: el brigadier Osvaldo Cacciatore, intendente de Buenos Aires (‘un primer premio a la ejecutividad’); el escritor Ernesto Sábato (‘dejó de ser un gran literato, para tomar el espacio fundamental de un gran pensador, de un hombre profundo en plena lucha contra las trivialidades (…)’; Guillermo Walter Klein (el segundo de Martínez de Hoz); el brigadier Carlos Pastor (ministro de Relaciones Exteriores a quien le tocó enfrentar a la Comisión de Derechos Humanos de la OEA); el cardenal Primatesta (‘un ejemplo de mesura e inteligencia’), etc etc.
(…) Podríamos decir que todos ellos tendrán los bronces bien lustrados en sus tumbas. Severino Di Giovanni, como tantos otros, jamás tuvieron tumbas. Pero a aquéllos, a los notables de nuestra sociedad, América Scarfó nunca les llevó flores” . ■


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Bayer, Osvaldo: “Severino Di Giovanni. El idealista de la violencia”. Buenos Aires, Editorial Página 12, 2009. p. 480.

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