sábado, 9 de enero de 2010

NARRATIVA: C. Arturo Trinelli - LA GUERRA DE LOS MAGOS


Cuando regresé al vecindario la guerra contra los magos se hallaba suspendida. Mis hermanos me impusieron de las nuevas entre la que figuraba el traslado de mi abuelo a un vecindario más seguro para cuando la supuesta tregua culminara. El conflicto llevaba ya tanto tiempo que había abarcado varias generaciones.
Comí algo liviano y salí a recorrer las galerías, un poco por curiosidad y otro para provocar un encuentro con Bitsy la linda. Habían transcurrido más de treinta días desde que me despidió a la salida del último túnel inconcluso y de haberme visto correr a los saltos por el campo y desaparecer entre los arbustos para volver a exponerme una y otra vez camino al territorio de nuestros aliados o, quizá, apenas gané la luz haya dado media vuelta y regresado con los suyos. De ser así, estaba bien, andar por los túneles oscuros una joven sola y en los tiempos que nos tocaba vivir ya era bastante temerario. Este pensamiento me conformaba pero yo deseaba que se hubiera quedado acongojada por mi valentía, además, si se hubiera ido mis varios saludos lanzados desde cada arbusto han de haber quedado perdidos en el limbo de los saludos no devueltos.
Al doblar en el primer recodo hacia el lado de los asentamientos más humildes me encontré de frente con dos ex condiscípulos, uno de ellos, Barry el culón, había crecido de tal manera que por poco obstruía el diámetro del paso. Benny el fumón tenía mi talla y como siempre, fumaba en un sitio prohibido. Todo fumador podía hacerlo a la intemperie o en el salón chimenea pero ahora, con el conflicto, el salón estaba clausurado y mi abuelo había flexibilizado las costumbres.
-¿Qué tal el viaje? Preguntó Barry el culón.
-Un poco accidentado pero creo que hice buenos contactos.
-Y las conejitas qué onda, dijo Benny el fumón con los ojos estirados y la mirada roja.
-Siempre pensando en lo mismo ¡sos un sexópata! Lo retó Barry el culón.
El aludido sonrió y los agujeros de la nariz se le dilataron de lado a lado y unos dientes amarillos con vetas de sarro quedaron casi desnudos.
Seguí mi derrotero, observé como Bill el transa se escondía al verme venir como si yo fuera a denunciarlo. Doblé en otro recodo y encaré para el lado de las escuelas. Beba la celadora leía una revista a la luz de un farol de gas que proyectaba su sombra en el piso hasta los confines del túnel. También las clases se habían mudado bajo tierra, medida preferible a tener que suspenderlas.
Beba la celadora me saludó con su cortesía habitual. Cortesía para nada relacionada con mi estatus de nieto mayor de nuestro líder, Bulón el democrático.
-Hola Bubi ¿cómo andas?
Le conté sobre mi viaje al vecindario A y de mi entrevista con Añon el sordo y los convenios que cerramos de ayuda recíproca ante el avance de los magos. Luego de los rodeos que consideré oportunos le pregunté por su hija Bitsy la linda.
-Está en casa, dijo con el entrecejo fruncido y con una sonrisa indiscreta, agregó, andá, que yo en una hora más o menos estaré por allí.
Beba la celadora me mostró todas sus cartas y me fui a los saltos para ganar tiempo.
Cuando Bitsy abrió la puerta se me tiró a los brazos y nos besamos como nunca lo habíamos hecho. Su piel tan blanca parecía de terciopelo al tacto. Le conté las instrucciones de su madre y entramos. Apenas cerrada la puerta la alcé y apoyé su cola sobre la mesa y me ubiqué tan cerca de su sexo que por poco no perdemos el control. Ella me apartó con dulzura y bajó de la mesa.
-¿Querés una zanahoria?
-Dale
Nos sentamos cada uno con su propia zanahoria. La observaba cortarla con sus incisivos inferiores luego de roerla con los superiores y lo hacía con una fineza que me excitaba y debía concentrarme en comer la mía.
Cuando terminamos me preguntó si conocía los últimos rumores. Mis hermanos algo me habían contado pero quise que ella me lo contara con su voz susurrante.
Me contó que en el hospital además de los lisiados habían otro tipo de heridos irrecuperables, los que habían sido despojados de la hipófisis. Fingí no saberlo y la abracé y la besé en el cuello y en el interior de las orejas de seda.
Llegó Beba la celadora con la novedad de que era necesario explicar a los más chicos y a los jóvenes lo inexplicable de la guerra: el por qué. Ella se había encargado de arreglarme unas charlas en el colegio. Me despedí de las mujeres que me miraban y se reían, se reían y me miraban.
En la noche participé de una cena en el túnel mayor. Bulón el democrático, mi abuelo, leyó un mensaje que se proyectó en una pantalla gigante. Allí fundamentaba, con su tozudez habitual, los por qué de la guerra con los magos, guerra que sería llevada hasta las últimas consecuencias a pesar de lo incierto de sus resultados. El fin del mensaje fue sepultado por un coro de vivas.
Una serie de contradicciones con mi lealtad afloraron en mi ánimo. ¿Era necesario sacrificar generaciones inocentes para sostener principios? ¿No era mejor pregonar lo mutable de los principios según las épocas? ¿Para negociar la paz no se debía resignar algo?
Mi abuelo no era nihilista pero a veces la edad contiene paradojas. Por más que el vecindario A estuviera con nosotros, para los magos no significaba una amenaza. Seguirían cortándonos las patas traseras, ya la derecha como la izquierda, limitando nuestra movilidad y lucrando con ellas como patas amuletos, como patas de la suerte. Ahora sumaban la operación de hipófisis donde los que sobrevivían veían menguada su capacidad sexual y con ello amenazado el desarrollo de la especie ¿Era Bulón el democrático un líder negativo?
Me retiré de la reunión de manera discreta, estaba solo, a nadie podía participar de mis elucubraciones a riesgo de ser sindicado como traidor.
¿Valía una guerra limitar las vidas de las personas? Me pregunté con el pensamiento puesto en Bitsy la linda y enseguida tuve una erección que no podía disimular.
Cuando fui a la escuela, para comenzar con mis charlas, parecía un sonámbulo despierto es decir, alguien sin convencimiento.
Bruce el karateca me detuvo en la entrada del auditorio en donde jóvenes de los cursos superiores esperaban por mi conferencia, teníamos confianza, Bubi, comenzó a decir,- no te va a resultar sencillo, hay un grupo de muchachos... digamos subversivos, están en contra de tu abuelo y se prepararon para incomodarte en tu alocución.
-Gracias, trataré de manejarlo, dije con tristeza.
Lo primero que observé al entrar fue que en los asientos delanteros se habían ubicado los tullidos, los sin patas.
Comencé con voz trémula a historiar sobre el conflicto. Un joven alzó la mano, se presentó:-Soy Ben el alado, señor ¿qué diferencia existe entre elegir un trabajo y vivir como topos siempre bajo la tierra?
-La diferencia es que es preferible vivir como topo hasta que puedas de verdad elegir.
Hubo un murmullo de reprobación.
-La necesidad no permite la elección y cualquier trabajo es digno.
Desenrollé un poster y lo extendí sobre el pizarrón. Algunos bajaron la vista y otros exclamaron su desagrado. En la ilustración se veía a un mago sobre un escenario que sostenía a uno de los nuestros por las orejas. El sujeto tenía las patas traseras replegadas como para huir, los ojos estirados en una mirada de terror parecían prestos a huir también, pero de sus órbitas, dado el efecto de sostener todo el peso del cuerpo con las orejas dentro de la mano del mago.
-Éste no es un trabajo digno, el sexo al aire sin distinción de género y el vivir enjaulado. El primero en rebelarse fue mi abuelo. El primero en ser castigado fue mi abuelo, dije con énfasis hacia los tullidos. No me interrumpieron más, un silencio tenso permitió que terminara mi exposición.
Se retiraron desencantados. De igual manera lo hacia yo cuando Bruce el karateca me acercó una nota. Lo esperamos en el túnel inconcluso para hablar de verdad. Ben el alado.
Cuando llegué me estaban esperando, una luz plateada se colaba en la salida del túnel, era la claridad del afuera, del mundo del que nos habíamos replegado tres generaciones.
Me invitaron a sentarme en huecos disimulados antes de la salida y el muchacho me presentó a sus compañeros. Ben el alado era el líder del grupo.
-Señor, la guerra genera que todos cierren sus cabezas al conocimiento, a la alegría, al amor. Todos piensan como guerreros, hablan como guerreros, caminan como guerreros, una sociedad de fascistas tanto de derecha como de izquierda, una sociedad que solo existe por sus crímenes. Nosotros estamos negociando con Fafa juniors, Mandrake juniors, Fu Man Chú juniors, los magos más representativos del mundo de allí afuera para terminar con este absurdo. Trabajar los pases de magia de las salidas de galera y regresar a los túneles, así de sencillo.
Uno de los confabulados mostró un termo, ¿quiere un té de zanahoria? Acepté.
El líder retomó su discurso: Necesitamos que Bulón el democrático no regrese de donde está o que acepte nuestro incipiente acuerdo y para ello lo necesitamos a usted.
Camino a casa me enteré que Beto el hotelero había sido mutilado ese mismo día. Tomé por otro túnel en dirección a la casa de mi tío Bono el músico, secretario y confidente de mi abuelo.
Me recibieron con alegría contenida por el imprevisto. Mi tía Berta la tortera enseguida dispuso un plato para mi en la mesa. El tema de la guerra era insoslayable. Planteé mis reparos sin mencionar a los sediciosos. Mi tía Berta estuvo de acuerdo conmigo con esa sensibilidad especial que poseen las hembras para ciertos temas. En un momento en que ella se incorporó para buscar el postre, pregunté a mi tío sobre el paradero de Bulón y mi necesidad de transmitirle algunas ideas. Bono el músico se mostró circunspecto y adujo un secreto de estado.
Con las manzanas sobre la mesa, su esposa, mi tía, Berta la tortera lo conminó a que me facilitara la información. Mi tío, su esposo, Bono el músico puso sus orejas hacia atrás y a punto estuve de ser testigo de una reyerta conyugal.
Comimos las manzanas en silencio, cuando terminamos Berta se incorporó, nos saludó y se retiró a descansar. Yo decidí irme y mi tío me acompañó hasta la puerta, al despedirnos me dijo:- Está en la casa de Colette la diva.
Le di las gracias en medio de un abrazo y me fui con un brinco que me depositó directo en medio del túnel.
Colette la diva había sido una famosa actriz años atrás. Su fama había trascendido el vecindario C y tantos hablaban de ella como pocos la habían visto actuar.
Llegar al vecindario C era un problema, centenares de metros más lejos que el A convertían su recorrido en una auténtica temeridad. Sin embargo, era la oportunidad de intentarlo, en el día mi ausencia no podía ser disimulada. Me dirigí al túnel inconcluso, los guardias me detuvieron, eran Bruno el dentista y Balín el pistolero. Tenían orden de no dejar salir a nadie pero mi autoridad de nieto favorito y el mentir que salía en una misión secreta dejaron el camino expedito.
La noche estaba nublada y densas nubes agrisaban el cielo. La caminata demandaría rodeos por los arbustos para esconderse. En la noche, los depredadores no solo eran los magos, bípedos torpes al fin , sino que las amenazas provenían de las alturas y del sigilo de otros mamíferos.
Había llegado al último parapeto arbustivo, una pampita de unos cincuenta metros me separaban del roquedal que disimulaba la entrada al vecindario C. Comencé a recorrer la meseta y una luz me cegó y quedé inmóvil. Escuché voces, la luz siguió por donde yo debía adelantarme y recobré la visión, retrocedí hasta mi escondite y los vi pasar con sus capas y galeras, bebían del pico de una botella que pasaba de mano en mano y a las risas se perdieron por detrás de la luz de las linternas. Respiré hondo e inicié una corrida en zig-zag hasta zambullirme en el túnel.
Anduve perdido hasta que me crucé con un viejo y le pregunté por la casa de Colette la diva. Me miró con ojos extraviados, era un individuo en extremo anciano, los belfos le colgaban flácidos, una oreja había perdido su tonicidad y lucía caída como un ala rota, con voz vacilante y señas me indicó como llegar.
Me presenté a una hembra ataviada como una fámula. Enseguida me hizo pasar a un vestíbulo y Colette la diva hizo su aparición. Superaba la imagen que tenía de ella por las revistas. Se movía como en un escenario. Las orejas apenas aparecían por encima de un turbante, fumaba con una boquilla de nácar y el tintineo de las alhajas la precedieron cuando me dijo que la acompañe. Entramos en un salón en donde mi abuelo reposaba con un puro en la mano frente a un hogar encendido. La doméstica me acercó un carrito con bebidas y desapareció con su patrona.
Como era su costumbre, mi abuelo condujo la conversación por temas diversos. Cuando me preguntó por mi tío Bono el músico supe que entrábamos en tema.
Le conté sin tapujos lo acontecido, él me escuchaba en silencio y me escrutaba con sus ojos vivaces. Cuando concluí me preguntó:-¿Conocés u oiste hablar de Bin la densa?
No, respondí.
-Es una fundamentalista que está detrás de ese grupúsculo de confundidos. Lo único que quieren es regresar a las jaulas, están subvencionados por David Coperfield.
Siguió con un desglose de conspiraciones y argumentos que sostenían la postura beligerante y cuando el discurso se extinguía sentenció que el momento no era para los débiles, que se estaba con él o en su contra y que no había espacios para democracias cagonas, utilizó ese término. Luego me preguntó si deseaba pernoctar ahí o regresar esa noche a nuestro vecindario. Dije que prefería regresar, hizo un llamado y puso a mi disposición dos acompañantes. Le di las gracias y un beso. Cuando me iba dijo:- Lo que lamento de tu visita es que deberé cambiar de casa.
No supe si fue un pensamiento en voz alta, un reproche o una muestra de desconfianza.
Los soldados de mi abuelo se movían con agilidad pero además comprobé que una cierta inconsciencia los gobernaba con la falacia del convencimiento absoluto. Me dejaron en la entrada del túnel inconcluso y desaparecieron mimetizados en la noche que ahora había disipado sus nubes. Los guardias dormían y no me vieron entrar.
Una idea me abrazaba el ánimo, irme con Bitsy la linda, convencerla de abandonar un presente que no alumbraba futuro, al menos un futuro imponderable ya que el del vecindario B parecía trazado en el desapego a la vida que es un todo en sí misma, ruindad, bajezas, traiciones pero también creación, amor, ilusión.
Difícil sería convencer a Beba la celadora. En Bitsy confiaba en que el amor la ayudaría a comprender la necesidad de irnos.
Toqué despacio la aldaba de la puerta y nada sucedió, todo estaba oscuro, solo la luz perezosa del túnel me alumbraba con un haz pálido. Insistí con más energía. Unos minutos iguales a todos los minutos del mundo se sucedieron pero para mi eran vacilantes. El sudor se deslizaba por mi pelo amarronado. Insistí de manera vehemente. Una luz se encendió en el vestíbulo.
-¿Quién es? Preguntó y reconocí la voz de Beba la celadora.
-Soy yo, Bubi.
El ruido a encierro llegó hasta mis orejas en forma de llaves que lo violaban y cerrojos que deslizaban en sus trabas. El hocico de Beba apareció en un rectángulo de luz y encima de él los ojos inquisidores. Abrió la cadena y terminó de hacerlo con la puerta.- Entrá, qué pasa, estás bien
Pasé y ella repitió a la inversa los movimientos anteriores, cerró con llave, echó los cerrojos y colocó la cadena. Bitsy apareció con igual cara de dormida que la madre.
Les conté de la entrevista con mi abuelo y como consecuencia de ello mi idea de huir pero hacerlo con Bitsy ¿por qué? Porque la amaba y no imaginaba nada en mi vida que no sucediera con ella.
Cuando dije esto, Bitsy se acercó y me dio un beso en la mejilla y se quedó sosteniendo mi mano.
Beba se sentó a la vieja usanza sobre sus patas traseras. Otra vez llegaron y pasaron los minutos vacilantes. Beba la celadora se incorporó y con delicadeza nos abrazó y nos abrazamos.
-Solo se me ocurre que vayan al vecindario D a lo de mi hermano Dionisio el lector.
La confirmación de que aceptaba que nos fuéramos hizo que volviéramos a abrazarnos esta vez con más fuerza.
Entonces dije que mi idea era llegar al vecindario Z lugar en donde la guerra no llegaría jamás y donde vivía mi padrino Zenón el siestero.
-Pero eso es muy lejos, dijo mi prometida.
-Podemos hacer escala en el vecindario D y luego en el I, allí vive mi tía Inés la meretriz.
-Esperen, en el O vive Omar el prudente mi primer marido, dijo Beba.
Las escalas parecían lejanas pero servirían para mitigar el cansancio de la travesía y además, el peligro de los magos se iría desvaneciendo luego de superar el vecindario D y concluimos que a partir del I podríamos trocar la noche por el día para viajar. Los riesgos de los depredadores también disminuirían y Bitsy agregó que por la geografía, superado el vecindario O, los depredadores serían menos.
-Eso sí, dije yo, salgamos ya, en este horario los magos no deambulan y a media mañana podremos estar en lo de Dionisio el lector.
-Mamá ¿no queres venir vos también?
-Sí Beba venga con nosotros.
-No chicos, les agradezco, confío en que la guerra no será para siempre y podremos reencontrarnos. Además, es la ley de nuestra especie separarnos de nuestros hijos y que ellos produzcan y produzcan individuos amados como lo son ustedes. Vamos, vayan, no pierdan el tiempo.
Cargamos unas mochilas con frutas, verduras de hoja y zanahorias. Bitsy la linda se acicaló y todavía presencié una despedida colmada de temple. Desde la puerta Bitsy le aseguró a la madre que hallaríamos la manera de avisarle el fin de nuestra travesía.
En la salida del túnel inconcluso los guardias continuaban con su sueño. Afuera la noche era fresca y la niebla, a pesar de que hacía peligroso el andar, nos daba la sensación de caminar en el cielo. Anduvimos bastante sin parar hasta que llegamos a las rocas del vecindario C, las rodeamos y unos apretados matorrales nos sirvieron de reparo para el primer descanso.
Ella se acostó de espalda. En el pecho, más oscuro que el blanco de su lomo, brillaban como ascuas los ocho pezones de las tetitas. Al instante tuve una erección de la que Bitsy se percató enseguida. Entonces se dio vuelta sobre sus extremidades alzó un poco la cadera, el pompón de su cola se corrió hacia un costado y la penetré con espasmos rítmicos y la certeza que más valía hacer el amor que la guerra. ■
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2 comentarios:

  1. Que facilidad para meternos en otros mundos y sostener atenta la atención durante todo el relato. Una galera importante la tuya Arturo que sigue demostrando que desde allí salen cuentos redondos, con piolín en la punta, pues se pega un tirón a la piola y el cuento se da vuelta. Versatilidad del genio dicen por ahi. Lo creo. Abrazo. Mercedes Sáenz

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  2. relidad y magia: dualismo difícil de lograr en textos extensos, prolijos, atrapantes, como estos personajes que sólo pueden salir de tu galera. Gracias por la lectura. susana zazzetti

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