ELSAJANÁ
En busca del botín
Horas de camino. Incansable, ágil y en zig-zag errabundo, siempre voy seguida de un séquito de trabajadoras. Somos una sociedad perfectamente organizada. Mi rol de reina, otorga más obligaciones que privilegios, como el de inspeccionar diariamente la sociedad. Los derechos son igualitarios, aunque por tradición familiar, las trabajadoras siempre vienen detrás y no rompen fila. Una comunidad diferente. Algo así como un ejército obediente a las señales, para el que ser inofensivo no significa fácilmente mortal.
Extraño mundo éste que elegimos en una tierra que ahora nos pertenece con muchos antepasados en común. Me diferencio del resto en mis obligaciones y en el uso de sello real: el ancho cinturón dorado que me identifica a la distancia. Y en que las trabajadoras suelen andar con mucha carga en las espaldas. Por lo demás, mantenemos una convivencia de no agresión y trabajo incesante. La ley nos ordena mejorar el pequeño mundo. Vivimos aisladas y en la sombra -buen lugar para reconocer la luz-, en los túneles que cavamos para protegernos, por los que nos desplazamos sin perturbarnos ni molestar.
Otra comunidad que hasta ahora no conocía, es la de las sangrientas, que vive junto al ombú, invadiéndole las raíces. Mucho más numerosas que nosotros, desconocen nuestra realeza. Y se destacan porque son muy poderosas a la hora del ataque, y porque algunas lucen espléndidas alas que las hacen perfectas para la reproducción.
Dos bandos incomunicados que, cierta vez, nos cruzamos. Ocurrió hoy, la mañana en que ambos grupos salimos tras el botín, en absoluta ignorancia el uno del otro. A medida que nos distanciamos de la tierra, un zumbido atroz aumentaba de volumen. Cuanto más cerca del objetivo, más difícil movernos y más potente el zumbido. Se nos adhieren las patas al tronco, pesadas, como si cargáramos toneladas. Van y vienen mensajes de antena en antena y, en una brecha del camino, nos conocimos con la principal de las sangrientas. Ella, apartada de su comunidad para echar un vistazo. Yo, acercándome a ella sin saberlo, para inspeccionar. Nos necesitamos mutuamente, y nuestro intento de saludo de cortesía se ve frustrado, porque patas y antenas se adhieren al tronco, inevitablemente. Este momento es aprovechado por las trabajadoras de otra especie a cuyo botín nos dirigíamos, cuando nos salen al paso y comienzan a picarnos. Ninguna de las dos puede escapar al ataque ni al empaste de miel.
Las trabajadoras de ambos bandos, atemorizadas por nuestra ausencia, comienzan a dispersarse en retroceso. Descienden en espiral, raudas y ágiles, recogiendo cargas de regreso a casa. Un grupo hacia la izquierda; el otro, a la derecha. Las veo cruzarse en un punto del espiral y supongo que, desorientadas por la falta de líderes, van a destruirse en feroz batalla. Pero para mi sorpresa, mientras agonizo, las veo hacer la paz, uniéndose sin oponerse a las procedencias. Entonces lo sé. Hoy empieza una nueva historia. En el día en que dos hormigas reales fallecemos en el intento por alcanzar el botín de miel. ■
Me quito el sombrero ante este relato de ciencia ficción. ¿Cuándo empezará una nueva historia para los pueblos humanos? Ester
ResponderEliminarCiencia ficción? ciencia ficción que todo el tiempo roza lo humano, donde nos vemos reflejado con los comportamientos, las luchas, las castas, las muertes e incluso el festejado botín. Excelente Elsa. Un abrazo.
ResponderEliminarLily Chavez
La vida fascista de éstos insectos les impide la paz condicionada sus soldadescas a un devenir que siempre está empezando pero claro, se topan con Elsa y su narrativa que fluye y entonces la Paz es posible, saludos, Carlos Arturo Trinelli
ResponderEliminarExcelente relato Elsa, por momentos pienso·"Todo parecido con la realidad , no es mera casualidad."
ResponderEliminarUn abrazo. Amelia
Grandiosa alegoría, sueño de muchos en este mundo humano individualista y desigual. Felicitaciones, Elsa.
ResponderEliminarMARITA RAGOZZA
Felicitaciones alas de colibrí, me encantó, Muy bien escrito. Abrazo!!!!
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