La revista que nunca duerme

EDGARDO KORDON

Los poetas en el altillo

Esa mañana me desperté con la fatídica noticia que transmitía la radio. Se había producido el anunciado golpe de estado que, no por esperado, iba a ser menos cruento. La Junta Militar, informaba el comunicado número uno, se hacía cargo del control operativo del país y decretaba el estado de sitio. Luego del estupor generado por la novedad había que accionar. Preparé un bolso con algo de ropa, elementos de aseo personal, un cuaderno y algunos lápices. Al mismo tiempo, guardé libros y discos comprometedores en cajas de cartón y las llevé al altillo.

Allá iban mezclados, como diría Discépolo, la Biblia y El Capital, Marx y Perón, Cooke y el Che, Evita y La Pasionaria, Mao y Jauretche. Y también Mercedes Sosa y Los Trovadores, el Cuarteto Zupay y Marián Farías Gómez, Quilapayún y Los Olimareños, Sui Generis, Pedro y Pablo, Lito y León. Y los poetas, como Nassim Hikmet que, desde su lejana prisión en Turquía, había escrito el “Gigante de ojos azules”. Ahora acompañaba, rumbo al escondite, a Pablo Neruda y a León Felipe, a Gabriela Mistral y a Violeta Parra, a Federico García Lorca y a César Vallejo, a Rafael Alberti y a muchos otros. Y Dina Rot que les cantó a todos ellos. Buscaban guarecerse de los genocidas que arrasaban con todo. Asesinaban, secuestraban, robaban, quemaban libros, destruían obras de arte.

Yo me fui al exilio. Si bien no salí del país me sentía un exiliado. Tuve que desprenderme de casi todo. Llené aquel sitio oculto de la casa con los bienes más preciados y partí. Sólo tenía contactos esporádicos con mi familia. Sin duda los apropiadores, que se llamaban a sí mismos patriotas y defensores de la argentinidad, eran invasores. Aquel veinticuatro de marzo nos invadió un ejército de ocupación, tan o más feroz que los nazis. Y todo el pueblo debió exiliarse en su propio país.

Y en el altillo, entre tanto, León Felipe comentaba que no quería que lo arrullen ni que le sellen la boca con cuentos. Neruda decía que la lucha sería dura, que la vida sería dura y llamaba a todos los que sufrían. César Vallejo anunciaba que se moriría en París un jueves. Jueves, el mismo día que eligieron las Madres para iniciar sus rondas por la Plaza. Rafael Alberti contaba que quería hallar los viejos, borrados caminos y que nunca fue a Granada. Y Violeta Parra, que la muerte es un animal fatigoso y altanero. Ese mismo animal que, por siete horrorosos y larguísimos años, gobernó nuestro país.

Hasta que un día el sol brilló con todo su esplendor. Subí a la buhardilla y bajé las cajas. Tomé uno de los discos, comencé a escuchar la voz de Dina Rot y, con León Felipe, dije: “vengo de muy lejos y sé todos los cuentos” ■