jueves, 30 de septiembre de 2010

Andrés Aldao

ASERRÍN...ASERRÁN...

Si yo tuviera treinta condiscípulos
y una maestra y un chocolatín,
iría de nuevo al Jardín.
Entonces el purrete que llevo en mi hombría,
mataría a aquel hombre que hubo en mi niñez
.
                       Homero Manzi



º º º º º

Aserrín... Aserrán...
        
Pensó perplejo que quizás
todo el pasado era un sueño,
no sólo el suyo sino también
el de la humanidad y el del uni­verso,
y que en ese momento en que creía
recordar hechos reales no hacía más que
soñar que recordaba,
que soñar que recordaba sueños.
(Responso − Juan José Saer)

Hace bastante tiempo había resuelto recopilar aquéllos de mis relatos que recogieron elementos anecdóticos de mi niñez y la adolescencia. Tentativas malogradas... Cuando recobraba los recuerdos, me parecía contemplar un atardecer con mirada perdida, dejándome envolver por esos reflejos dorados y rojizos del horizonte de la infancia. Y como tantos otros, que me acompañaron en las tardes de la pubertad, o cuando los primeros estertores de las madrugadas, que me procuraban orgullo por el simple hecho de despertar y echarme al patio antes de que mi viejo se levantara... Para sorprenderlo; para preparar el primer mate  del día y hacerle sentir que era su hijo; para compartir, disfrutar y arrebatarle, orgulloso (para mi, después...), el ejemplo cotidiano de su condición de clase, de obrero disciplinado y fiel hasta su último día de vida proletaria... Que así era mi padre. Mas fueron intentos inútiles. La pluma no se compadecía de los recuerdos ni aceptaba mis decisiones. El empeño quedó a la expectativa, atascado en la imposibilidad de darle vigencia. En mi último regreso de Buenos Aires, aburrido, enervado e impaciente, me dejé llevar a rastras por evocaciones que se disgregaban y me conducían a la infancia, al pasado. Entonces redescubrí que las anécdotas que transporto en mi alforja están incorporadas, una a una, en todos mis escritos, en las páginas que fui garabateando en los últimos doce años, donde se mezclan aventuras que ocurrieron, y otras que fueron arrebatos, sueños, fantasías.
No tengo intención de escribir mis memorias, apilarlas sobre estantes prolijos en un orden meticuloso. No aspiro a que este libro se convierta en un aséptico relato de fábulas cruzadas por poca realidad y exorbitante fantasía.
Entonces, entonces... Se me dio por releer casi todo lo que he escrito sobre añoranzas de la niñez. Allí encontré las secuencias que jalonaron la historia de mi vida, la de un rusito hijo de inmigrantes que se aferró al día a día rioplatense, que aprendió el lenguaje de la calle, los juegos de la calle, el alma de la calle, el dios de papel glacé de la calle, la delicada caricia del papel picado de la calle, y el abrazo profano y cariñoso de las serpentinas de la calle, de las calles adoquinadas de un Buenos Aires remoto y poco más que inexistente. Que marcaron mi vida con esas suturas de la infancia; con el humo del cigarrillo de diez guitas; con el funyi de los magnos pelandrunes acodados en el estaño de los cafés, empuñando los tacos que amenazaban la integridad del paño verde... Y los vaivenes de las minas que rajaban a la milonga, taconeando sobre las vereditas del barrio. Y yo, el pibe republicano de  Caballito, compartiendo fascinado e ingenuo, las indelebles y maravillosas filigranas que me marcaron para siempre...
Fue redescubrir la historia simple y memorable de los años treinta y cuarenta. Mi tarea, por lo tanto, es la de juntar a todos, soldar los requechos de aquellos episodios, consentirme algunos retoques que no disipen los recuerdos y no quieran convertirlos en coartadas embusteras e irreales  Andrés Aldao, enero, 2008



Publicamos este libro por entregas semanales.

5 comentarios:

  1. Que bien está escrito esto, un sentimiento a pura memoria y vida. La perspectiva de esas memorias es apasionante.
    Esperar por semana va a ser un suspenso sostenido para el que nunca leyó la riqueza de imágenes y vocabulario que estos relatos abren, no encierran, la memoria de un ser que siempre parece imprescindible en Buenos Aires. Su Buenos Aires.
    Abrazo

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  2. Buenísimo texto y esa introducción de un grande como Manzi. Felicito a su autor.

    Irene

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  3. ¡Salud maestro!Con alegría veo que el "rusito" ha regresado con renovado ritmo y el mismo interés de siempre. gracias,
    Ofelia

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  4. Andrés, no existen dudas, que todos los recuerdos están uno a uno en tus relatos. En el lenguaje, en las cosas de la época que son mencionadas con total naturalidad, en esas imágenes que son volcadas sobre el texto y que nosotros lectores, acogemos con tanto agrado. Un abrazo y lo de Manzi, casi palabras tuyas, casi.

    Lily Chavez

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  5. " nostalgia de las cosas que han pasado..." me das deseos de cantar a homero manzi y de leer todos los relatos donde estás más allá del terraplén. abracito. susana zazzetti.

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