jueves, 2 de septiembre de 2010

ANA LARRAVIDE

 

Verano Del 85

Entrar cada verano al apartamento de la Plaza Libertad no sólo era encontrar todo como siempre, llegara uno desde Wáshington, Ombúes de Lavalle o Buenos Aires. Era olvidar que hay órbitas, planetas, teoría del big bang.
Hasta el polvillo aéreo en la ancha diagonal de sol sobre la mesa flotaba sin caer -estoy segura- desde siempre.
Los deterioros no eran paso del tiempo sino marcas de fábrica ¿o es que no estuvo siempre algo borrado el tapizado en el mango del sillón y siempre el agujero en la silla de esterilla al lado del aparador?
Había cambios, es cierto: más fotografías, menos gente. Pero, al llegar nosotros mismos, apenas lo notábamos. Sí debía notarse en el invierno, cuando nuestras llamadas de larga distancia la sobresaltaban, a las diez de la noche, porque "ya estaba acostada".

Este verano para entrar usamos la llave, y no estaba armado el pesebre, ni prendido el árbol. Pusimos las valijas en el hall sin tropiezos ni apuros ni exclamaciones. Los niños fueron como siempre a encontrar los juguetes de cuando nosotras fuimos chicas. Juan conectó las lámparas, fue hasta el fondo, desde la cocina gritó: "Hay café ¿tomás uno?" (aquellas pequeñas ceremonias de recibimiento, con esto o lo otro que nos preparaba). 
No pude contestar, porque había abierto el ropero del espejo (adentro del que,   mientras estuvo enferma, escondimos murmullos por teléfono) y aunque cuando murió le sonreí sin llorar, al entreabrir ahora esa puerta, contra una manga (vacía de su elegancia y de su abrazo pero con el olorcito suave y maternal de siempre), lloraba.
º º º º º



5 comentarios:

  1. La verdad venía tranqui el texto y no esperaba el final, me gustó todo ese párrafo final que define. Y hay allí una cuota de emoción que se transmite.

    Lily Chavez

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  2. Me conmovió la descripción de esa rutina festiva de las vacaciones, rota por la muerte, esa otra rutina de la vida humana. Ester Mann

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  3. Muy lindo este texto, también a mi me conmovió.

    Andrea Casas

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  4. La tristeza llevada por la prosa para ubicarla en un final que conmueve. Carlos Arturo Trinelli

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  5. Imposible no emocionarse. Hermoso texto, muy bien descriptos los detalles comunes y repetidos en cada casa, familia; costumbres, la del abrazo, la espera, el café. Un final apropiado a un buen cuento. Me gustó muchísimo. Felicitaciones a la autora.
    marta comelli

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