ISABEL ALI
DECILE AL VIEJO
Ya sé que el viejo está encabronado, Rogelio. No hacía falta que llamaras para decírmelo. ¿Te creés que no lo adivino? ¡Como si no lo conociera! Si apenas pasa un mes sin que le avise que estoy vivo, y ya le arden las tripas y le afloran las puteadas en mi nombre como si a propósito se lo hiciera. Ya sé que se preocupa, que no tiene mala leche y que lo hace porque me quiere. Pero, reconocé vos también que el viejo es un chinchudo y que siempre piensa lo peor en primera instancia, sin darte una oportunidad de explicar nada. Vos lo sabés mejor que yo porque lo padecés a diario… así que tirame una soga, en lugar de hundirme, cuando se le sube la tanada.
Que te rompe las pelotas a vos porque te tiene a mano, no es nuevo y no es mi culpa. Los dos sabemos que se desquita con lo que más quiere; así que consolate sabiendo eso y dandolé un poco menos de bola. Que a mí me vendría bien que me llamaras cada tanto para preguntarme cómo ando, en vez de gritonear del otro lado del teléfono cuando tenés la paciencia rota. Al menos, sentiría que el interés es verdadero, que el motivo es mi bienestar y el cariño que nos une, en vez del reproche y la cagada a pedos que sé que me vas a recitar después de decirme “hola”.
Es que es difícil, hermano. Lo que ustedes por ahí no entienden es que uno de verdad no tenga un peso. O que, si lo tiene, lo tenga que destinar a algo más urgente que cargarle crédito al telefonito. Si al celular lo tengo de adorno, ya ni sé cuánto hace que no le invierto un mango, y si lo llevo encima es con la esperanza de que me llamen para avisarme de algún laburo. Pero te juro que no suena. Ni me llaman por laburo ni me llaman los amigos. No sé… a veces me pregunto si me queda alguno. Es que esto de venirme a vivir al culo del mundo hasta me costó la pérdida de los que yo consideraba “incondicionales” y que, con el correr del tiempo, se fueron escurriendo como si pasaran por un embudo. Al fin, quedaron pocos, que llaman para mi cumpleaños y para las Fiestas, no sé… no me acuerdo… el Cholo, Nacho y… no sé quién más… mirá, me sobran los dedos de una mano para contarlos.
Con la Flaca ya entendimos que no es cuestión de maldades ni nada por el estilo. Es la vida. Uno es el que se aleja y uno es el que tiene que aguantarselás. En definitiva, desde que estamos acá, no nos queda otra cosa más que el uno al otro, ni más familia que los pibes. Qué se le va a hacer… Claro que pienso en vos y en el viejo, sé que son mi sangre y también sé que la vieja me alumbra desde el cielo. Pero no es lo mismo. A la Flaca y a los pibes los veo todos los días. Y me toca leerles en la cara las angustias y las alegrías. ¿Vos te creés que es fácil…? ¿Te pensás que acá vivimos como reyes y me olvido de ustedes porque estoy de joda? Ni me olvido ni estoy de joda. Ando peleandolá todos los días, changa tras changa cuando encuentro alguna, para parar la olla.
Esta no es la vida que yo había soñado… Ni es lo que hubiese querido darle a la Flaca. Si por ahí se me parte el corazón en silencio cuando siento que estamos alimentados a sueños que no sé si algún día van a cumplirse. Mirá, sin ir más lejos, ayer mismo, el Renzo (está tan parecido a vos cuando eras chiquito, por los rulos y los ojos redondos como platos) me decía: “papá, apenas termine la secundaria, voy a ir a la universidad a estudiar para ser abogado”. La madre lo miró con ese orgullo que envuelve a las madres cuando escuchan hablar al hijo. ¿Te acordás? Con esa cara nos miraba la vieja cuando recitábamos las tablas de multiplicar de memoria, o cuando nos veía leyendo alguna lectura en un acto de la escuela. Qué cosa, ¿no?, ese orgullo de madre que nadie puede imitar por mucho que se esfuerce, porque se ve que les brota desde los ovarios sin que puedan disimularlo. ¿Te acordás cuando contaste que ibas a ser abanderado? ¿La cara de la vieja? Era como si una luz se le hubiera metido entre los dientes y necesitara sacarla sonriendo. Se lo contó hasta al verdulero y ni la trapisonda que me mandé yo, de agarrarme a piñas con el hijo del quinielero, logró borrarle la sonrisa y la felicidad que le habías dado. No sé vos, pero yo no lo entendía en ese entonces. Recién mucho tiempo después, cuando vi el mismo brillo en la cara de la Flaca comprendí de qué se trataba. Y ayer, cuando el Renzo dijo lo de la universidad, la vi a ella alzar la cabeza mientras fregaba la ropa en el piletón, para mirarlo así, como nos miraba la vieja.
¿Sabés? Por un lado, me pregunté si era justo dejar que el Renzo se ilusione, que piense que acabada la secundaria, cuando no termina la primaria todavía, va a poder seguir una carrera que de antemano sé que no podré costearle. Por ahí sería mejor cantarle la justa de una vez y que se haga a la idea de que nació de un par de padres pelagatos que ni siquiera pudieron alguna vez festejarle un cumpleaños. Pero me dio lástima. Le acaricié los rulos que le caen sobre la oreja y me callé la boca porque sentí que no valía la pena asesinarle los sueños antes de que termine de soñarlos. Y también me callé por la Flaca. Porque ella sueña con que algún día dejemos de contar las monedas para vivir como Dios manda: sin que falte un plato de comida y sin tener que andar remendando desventuras.
Quiero que quede claro, Rogelio, que no estoy llorando miseria. Yo no puedo quejarme. La Flaca es una mina como no podría encontrar otra en todo el universo. El Renzo y la Julieta tienen una salud de fierro, tengo un ranchito, humilde, pero es mi techo, y eso es más de lo que puedo pedirle al cielo. Lo único que te pido es que me excuses con el viejo. Seguro que te dijo que me llames porque yo ya me olvidé de que tengo padre, que soy un huacho al que no le importa nada, un tiro al aire, un desagradecido, que me vine a hacer la América a la mismísima mierda y me salió el tiro por la culata y todo eso que me grita cuando lo llamo. Ni siquiera te pido que me defiendas. Solamente explicale que no siempre puedo hacer lo que quiero, que a veces las necesidades me obligan a ponerlo en el último lugar de la fila de urgencias. Yo sé que a vos te escucha. Con vos tiene un poco más de paciencia, no mucha, pero un poco más que conmigo. Decile que estamos bien, que los pibes crecen y la Flaca está linda. Que lo extraño mucho y que, cada vez que me afeito, canto la canzoneta que él cantaba frente al espejo y que ya se la enseñé al Renzo. Eso es cierto, Rogelio. Y, no sé… decile que no llamo porque no tengo tiempo, que estoy trabajando en un campo y que vuelvo tarde y molido. Y que, si puedo juntar unos pesos, el año que viene le llevo los nietos y nos quedamos a pasar unos días. Vos y yo sabemos que, a menos que ocurra un milagro, no vamos a poder ni el año que viene ni el siguiente. Pero dejalo tener esa alegría. Seguro que la vieja, desde el cielo, intercede para que Dios nos perdone la mentira.
Isabel Ali
Octubre 2010
Triste y realista. amiga Isabel. Me impresiona tu capacidad para reflejar las miserias humanas en pocas palabras. Felicitaciones y un abrazo. Enza
ResponderEliminarTremendo monólogo! Es que para mí, lo confieso, me resulta difícil, por la fluidez y profundidad del discurso, pensar que lo que escribes, no son vivencias personalísimas.
ResponderEliminar¡Grande Isa!
El Sire
ISA!!!! que buen relato, no pude evitar que se me plantara un lagrimon hacia el final. Como haces no lo se pero leerte es un vicio delicioso... y a veces un poco doloroso y triste. no se si entendes.
ResponderEliminarfelicitaciones y un gran abrazo.
Beso
Antonie
Muy triste, muy real y escrito en una forma que te llega al corazón. Te admiro y te respeto, sos una gran escritora. Todo lo que relatás llega al alma, un besito. Neli
ResponderEliminar"Uno es el que se aleja y uno es el que tiene que aguantarselás." Sentí la bofetada.
ResponderEliminarEmocionante, refleja una realidad, que no deseamos. Un abrazo. amelia
ResponderEliminarSi supieras que me trajo recuerdos de cuando era niña, y mis padres se comunicaban con su familia; que estaba bien lejos...
ResponderEliminarBueno ya esos tiempos pasaron y todo esta mejor... Y logramos superarnos