ANDRÉS ALDAO . Aserrín...Aserrán... (3)
2. Más sobre aquel Rusito Republicano
Súbitamente, un viento húmedo dobla la esquina
y va a su encuentro levantando nubes
de confeti; es el primer viento del otoño,
la bofetada lluviosa que anuncia el fin del verano.
Últimas tardes con Teresa
Juan Marsé
Las estaciones se suceden. Hace frío o andamos descalzos, una camiseta sin mangas. O la tricota de cuello alto, las medias gruesas y las zapatillas. Febrero de 1936, y en la casa hay un movimiento desusado. Llegan enormes canastos, los preparativos de la mudanza, todo se envuelve, se revuelve y se acomoda, las quimeras hacen una pausa. Mi padre no deja el vaivén de su mano empuñando esa pequeña aguja espoleada por un trozo acanalado de metal. Entretanto, soy Tom Mix, el Jinete Enmascarado, uno de los ángeles con cara sucia... Camino por ciudades, monto a caballo, disparo con dos revólveres, me enamoro de Paulette Godard. Vivo en mi mundo de fantasía, Un mundo hermético, impenetrable, que sólo se libera, fluye y existe en mi imaginación. “Los de afuera son de palo...”.
Se escuchan aún los ecos del último carnaval. Los corsos, los bailes, los disfraces: todo me resulta extraño y distante. Soy el rusito hijo de inmigrantes, y esos fastos no son muy celebrados por la grey de los “rusos”. No entonces, todavía...
Escucho las conversaciones de mis padres; el ajetreo de la casa no me toca. Sé que va a ocurrir algo. Una zozobra, un naufragio. ¿Arribará Robinson a la isla? Sí, eso es... Dejamos la sala de Sarmiento y el 1º de marzo el camión de mudanzas llega a la calle Figueroa entre Paisandú y Paramaribo. Un conventillo distinto, un antiguo corralón dividido en seis viviendas, cada una con dos cuartos, bañito, la cocina, el patio con su pileta adosada a la medianera. Desde donde revoloteo hacia la calle... Como un gorrión perdido, compruebo después.
Ese día mi padre no usa el dedal; la máquina de coser en silencio, abotargada, en penitencia. Arman la cama, aparejan el tremendo ropero en su nuevo lugar (hasta la próxima) y luego agasajan a los peones de la mudanza: arenque, aceitunas, cebolla y una botella de vodka que se difumina en un rato... Estamos en Caballito (aún no sé bien de qué se trata, aún no le pertenece mi pequeño universo). Aún ignoro que he hallado el reino encantado de mi infancia. Aún lo ignoro...
Soy una carabela de Colón que llega a tierra firme; veo a los nativos, la calle empedrada, los paraísos... Y la primera pelota de goma danzando enloquecida entre los pies de aquellos indios que serían mis amigos, mis maestros rioplatenses, los que me aleccionaron: el padre es el viejo y la madre la vieja, la hermana la noerma y el amigo el gomía. Un curso acelerado, cotidiano, permanente: las voces de la calle se imponen al ancestro. Me vuelvo reo, porteño, mal hablado. Pero no abandono a mi mundo. Leo, escribo, aunque me resguardo del universo de los adultos. Soy el pibe retraído que amplía su orbe, tupido de fantasías que conviven con la realidad. Y el candor con la experiencia.
Disparos, cañonazos, humareda, la sangre se desliza sobre la tierra y las calles. España arde, y el resto del mundo disfruta de la cotidaneidad y la algarabía. El pequeño rusito siente un sobresalto, como un escozor. O una premonición lejana.
El padre lo manda comprar la Crítica quinta. Hay rumores...hay realidades...duelo y sangre. 18 de julio, 1936, los falangistas se rebelan en España. La guerra cilvil, el nazismo del tercer reich en Alemania, el fascismo en Italia.
Todo se enerva y antagoniza, la prédica cotidiana, los relatos del padre penetran en su inconsciente: soldado del ejército rojo, la foto con el gorro y la estrella de cinco puntas, diez meses en un campo de prisioneros en Polonia, la huida, la llegada a la América equivocada (ya lo escribí; ¡qué suerte!)
Hay que arrimarle el hombro a los leales, hay que salvar a la República Española. La casa de Figueroa es un hervidero, los mayores discuten, sueñan con sus parientes en la Europa próxima a desangrarse. El rusito es el orgullo del padre: repite lo que escucha de los mayores sobre la guerra civil, denosta al fascismo, pelea en la escuela, se solidariza con los “gaitas” del barrio (todos devotos de los leales). Sale a juntar papel plateado de las cajas de cigarrillos... Le da las bolos de papel a un tío. Ignora que todo ese quehacer, cándido y gracioso, en apariencia, le está cincelando la vida, abriéndole surcos donde caen las semillas de su futuro. No lo sabe...
Caballito es la universidad de la calle, el alma rioplatense. La casa es la escuela de la lucha social, la familia proletaria, parte de los pobres del mundo, de los esclavos sin pan, de Sacco y Vanzetti, de Severino De Giovani y Simón Radovitzky, de Lenin y Trotsky.
Otros tiempos, otros valores... el trompo y el balero, las bolitas y las chapitas Starosta, la pelota de trapo y España saqueada, la invasión de los nazis. Y los abuelos, tíos y primos próximos a ser asesinados en Europa.
El Aerobus 320 se reclina y planea sobre Barajas. Los recuerdos se me van diluyendo, la realidad es sólo un gran avión de pasajeros y la próxima espera de cuatro horas a fin de abordar el vuelo al gran infierno del Medio Oriente. Mientras, el gran pájaro desciende y se dispone a aterrizar. Me prometo borronear los textos que dejarán en letras de molde mis andanzas en el reciente viaje (¿final?) a la Reina del Plata... Ya llevo 24 horas de vigilia y seguiré sin dormir otras doce o catorce. Tiempo de meditar y evocar. Se me ocurrió que de este aserrín pueda, tal vez, borronear muchas otras evocaciones de mi paso por la viña del señor. Cierro el borrador de viaje: la realidad me observa y se arrima, dándome un animoso abrazo... ●
Me conmueve el rusito ese,el conventillo, la ma´quina de coser, callada; me conmueve el gorrión perdido. Me duele ese relato, paradigma de tantos que nos precedieron...de tantos "que los fueron".
ResponderEliminarMe anima y me gratifica el abrazo final, el animoso abrazo que hago mío.
Amelia
otra vez estuve allí a pesar de las contradicciones del tiempo, en unas calles familiares, en un lenguaje común, un chico de la calle que repetía los saberes proletarios de la casa (una habitación) en Caballito ¡cómo no identificarme con éstos escritos!
ResponderEliminarAndrés, te leo y releo con admiración renovada, un abrazo de Carlos Arturo Trinelli
siempre me quedo mirando tus palabras, un poco más atrás de ellas, en esa historia que me gusta conocer de tu época de pibe feliz, acompañándote en el tiempo. ¿ me dejás, amelia? te cambio una partecita del abrazo final por un abracito mío. susana zazzetti.
ResponderEliminarOtra entrega excelente. Felicitaciones al autor.
ResponderEliminarirene
"revolotear como un gorrión perdido" y la pérdida de la lengua ancestral. Ajustadas imágenes del desarraigo, y un pequeño universo que nos abraza...Caballito.
ResponderEliminarGracias por cumplir su promesa.
Ofelia
Agradezco los comentarios sobre este material en gran parte autobiográfico. Gracias a los consejos de C.A.T. y a la presión de E.M. estoy escribiendo nuevos textos para Aserrín...Aserrán... que, si me da el tiempo, acabará en un aserrín... casi autobiográfico.
ResponderEliminarAndrés